otra casablanca, otros refugiados
[H.D.S. Greenway] Desesperados por escapar de la miseria, esperan ahora en Casablanca.
Casablanca, Marruecos. La famosa película titulada como esta ciudad empieza con una sonora voz explicando cómo los refugiados que escapaban de la tiranía nazi en los años cuarenta emprendían el difícil camino hacia Casablanca. "Aquí, los afortunados, por medio del dinero, influencias, o suerte" podían hacerse camino hacia el neutral Portugal en el avión de Lisboa, dice la banda sonora. "Los otros esperan en Casablanca, y esperan, y esperan, y esperan".
Hoy hay multitudes de refugiados ilegales esperando en Casablanca y en otras ciudades en África del Norte -quizás tantos como un millón- aceptando pegas para sobrevivir, esperando la oportunidad de llegar a Europa. Pero hoy no se trata de los glamorosos Ingrid Bergmans o Paul Henreids. Son los pobres desesperados de todo África y más allá los que esperan llegar a la Unión Europea para escapar de la miseria. Y los que les ayudan a escapar no son como Bogart con pases para el avión de Lisboa. Son a menudo gente inescrupulosa -contrabandistas que a veces toman el dinero de sus clientes y les abandonan a su muerte en el desierto o los echan al mar en barcos inseguros.
Los desesperados se hacen camino desde el cordón de la pobreza subsahariano, cruzan el desierto hacia decenas de ciudades costeras en el norte de África. Desde ahí esperan la oportunidad de entrar al sur de Europa, compitiendo con los propios pobres de África del Norte, que también quieren llegar a Europa. Y aunque la inmensa mayoría son africanos, algunos vienen de lugares tan remotos como el subcontinente indio. Ahora hay un contingente de bangladeshis* con los rebeldes del Polisario en el desierto -rebeldes que expulsarían a Marruecos del antiguo Sahara español. El Polisario no los quiere, pero no pueden cruzar las líneas del territorio marroquí en disputa, así que esperan, y esperan, y esperan.
Marruecos es un destino favorito debido a su cercanía con Europa: en un día despejado puedes ver España al otro lado del Estrecho de Gibraltar desde ciudades norteñas como Tánger. Estos refugiados que esperan su oportunidad hablan de España como si fuera un El Dorado inimaginable por el que vale la pena arriesgar la vida, y muchos mueren en el intento. En esto es similar al destino de los latinoamericanos que tratan de cruzar el desierto para entrar a Estados Unidos desde México, soñando con ‘el Norte’, o de los botes llenos de haitianos y cubanos que arriesgan sus vidas en alta mar.
En Marruecos estos futuros refugiados son llamados ‘harraga’, de la palabra árabe para ‘quemar’. Los llaman así porque bajo la ley española las autoridades no pueden expulsar a los refugiados si no se puede demostrar su identidad y nacionalidad en un plazo de cuarenta días. Así, por supuesto, lo primero que hacen estos refugiados es quemar sus documentos.
En otoño pasado el mundo se horrorizó con las desoladoras escenas de africanos tratando de escalar por vallas de alambres de púa para entrar a los dos últimos, pequeños puntos de apoyo españoles en Marruecos, Ceuta y Melilla. Los dos enclaves son las últimas reliquias coloniales europeas en el continente africano.
Marruecos fue criticado por permitir que los africanos asaltaran las vallas desde territorio marroquí, y hoy el gobierno ha hecho más difícil que un inmigrante llegue a Europa a través de Marruecos. Pero tal como un globo apretado saldrá disparado por alguna parte, los inmigrantes volcaron sus miradas hacia el sur, hacia el antiguo Sahara español, hacia territorio disputado bajo control marroquí. Desde la capital Laayoune, los refugiados pueden llegar a las Islas Canarias españolas, frente a la costa africana.
Falwa Jaafari, que hizo hace poco un documental para la televisión marroquí sobre el problema, me dijo que le había preguntado a un africano que estaba a punto de embarcarse para las Canarias si realmente pensaba arriesgar su vida en una embarcación tan endeble. "Bueno, también se hundió el Titanic", le dijo mientras el bote se alejaba de la costa.
Sin embargo, mientras Marruecos persigue a los ‘harraga’, su embarcación se dirige todavía más al sur, hacia Mauritania. Desde allá llegan a las Canarias, cientos de ellos en botes frágiles y atiborrados, dando a los turistas grotescas oportunidades de hacer fotos. Este año ya han llegado cerca de cuatro mil africanos ilegalmente a las Islas Canarias. Algunos han sido capturados y enviados de vuelta para que lo vuelvan a intentar, mientras más de mil se han ahogado en el mar.
España y la Unión Europea han dado la voz de alarma, pero Europa no tiene una política de inmigración común, y es un signo de nuestra época que oleadas y oleadas de los pobres del mundo continuarán arriesgando todo para llegar a las orillas de los ricos industrializados.
Hoy hay multitudes de refugiados ilegales esperando en Casablanca y en otras ciudades en África del Norte -quizás tantos como un millón- aceptando pegas para sobrevivir, esperando la oportunidad de llegar a Europa. Pero hoy no se trata de los glamorosos Ingrid Bergmans o Paul Henreids. Son los pobres desesperados de todo África y más allá los que esperan llegar a la Unión Europea para escapar de la miseria. Y los que les ayudan a escapar no son como Bogart con pases para el avión de Lisboa. Son a menudo gente inescrupulosa -contrabandistas que a veces toman el dinero de sus clientes y les abandonan a su muerte en el desierto o los echan al mar en barcos inseguros.
Los desesperados se hacen camino desde el cordón de la pobreza subsahariano, cruzan el desierto hacia decenas de ciudades costeras en el norte de África. Desde ahí esperan la oportunidad de entrar al sur de Europa, compitiendo con los propios pobres de África del Norte, que también quieren llegar a Europa. Y aunque la inmensa mayoría son africanos, algunos vienen de lugares tan remotos como el subcontinente indio. Ahora hay un contingente de bangladeshis* con los rebeldes del Polisario en el desierto -rebeldes que expulsarían a Marruecos del antiguo Sahara español. El Polisario no los quiere, pero no pueden cruzar las líneas del territorio marroquí en disputa, así que esperan, y esperan, y esperan.
Marruecos es un destino favorito debido a su cercanía con Europa: en un día despejado puedes ver España al otro lado del Estrecho de Gibraltar desde ciudades norteñas como Tánger. Estos refugiados que esperan su oportunidad hablan de España como si fuera un El Dorado inimaginable por el que vale la pena arriesgar la vida, y muchos mueren en el intento. En esto es similar al destino de los latinoamericanos que tratan de cruzar el desierto para entrar a Estados Unidos desde México, soñando con ‘el Norte’, o de los botes llenos de haitianos y cubanos que arriesgan sus vidas en alta mar.
En Marruecos estos futuros refugiados son llamados ‘harraga’, de la palabra árabe para ‘quemar’. Los llaman así porque bajo la ley española las autoridades no pueden expulsar a los refugiados si no se puede demostrar su identidad y nacionalidad en un plazo de cuarenta días. Así, por supuesto, lo primero que hacen estos refugiados es quemar sus documentos.
En otoño pasado el mundo se horrorizó con las desoladoras escenas de africanos tratando de escalar por vallas de alambres de púa para entrar a los dos últimos, pequeños puntos de apoyo españoles en Marruecos, Ceuta y Melilla. Los dos enclaves son las últimas reliquias coloniales europeas en el continente africano.
Marruecos fue criticado por permitir que los africanos asaltaran las vallas desde territorio marroquí, y hoy el gobierno ha hecho más difícil que un inmigrante llegue a Europa a través de Marruecos. Pero tal como un globo apretado saldrá disparado por alguna parte, los inmigrantes volcaron sus miradas hacia el sur, hacia el antiguo Sahara español, hacia territorio disputado bajo control marroquí. Desde la capital Laayoune, los refugiados pueden llegar a las Islas Canarias españolas, frente a la costa africana.
Falwa Jaafari, que hizo hace poco un documental para la televisión marroquí sobre el problema, me dijo que le había preguntado a un africano que estaba a punto de embarcarse para las Canarias si realmente pensaba arriesgar su vida en una embarcación tan endeble. "Bueno, también se hundió el Titanic", le dijo mientras el bote se alejaba de la costa.
Sin embargo, mientras Marruecos persigue a los ‘harraga’, su embarcación se dirige todavía más al sur, hacia Mauritania. Desde allá llegan a las Canarias, cientos de ellos en botes frágiles y atiborrados, dando a los turistas grotescas oportunidades de hacer fotos. Este año ya han llegado cerca de cuatro mil africanos ilegalmente a las Islas Canarias. Algunos han sido capturados y enviados de vuelta para que lo vuelvan a intentar, mientras más de mil se han ahogado en el mar.
España y la Unión Europea han dado la voz de alarma, pero Europa no tiene una política de inmigración común, y es un signo de nuestra época que oleadas y oleadas de los pobres del mundo continuarán arriesgando todo para llegar a las orillas de los ricos industrializados.
4 de abril de 2006
©boston globe
©traducción mQh
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