el fantasma del museo de bagdad
En su imaginación el director del museo ve la gran inauguración: el patio hasta los topes con mil invitados, sabrosos corderos y finos dátiles sobre las mesas debajo de las palmeras, acompañados por un cuarteto de cámara bagdadí, la animada conversación de la gente civilizada en un país donde, hace varios miles de años, la invención de la escritura permitió por primera vez la deliberada transmisión de ideas de una época en otra.
George sonríe. Es un alivio soñar cuando el amanecer empieza con explosiones. Sus cordiales ojos marrones expresan la esperanza y las penurias de la vida en Iraq. Bajo Saddam Hussein aprendió a llevar una vida doble: elogiando al dictador en público, preocupado en privado. Era miembro del ahora disuelto Partido Baaz de Hussein. No serlo, dice, habría significado su despido y el abandono de las excavaciones arqueológicas, su gran pasión. El compromiso está entretejido en la textura de su vida.
Ahora, como director general de los museos iraquíes, su nuevo título, vive en un laberinto. El ministerio del Interior le ha estado presionando para que vuelva a abrir el Museo Nacional, diciendo que le asignará mil guardias si necesario. "Pero entonces dejaría de ser un museo", dice George. "Sería un cuartel".
Han pasado tres años desde el caos que acompañó la entrada de las tropas estadounidenses en Bagdad desencadenara el saqueo del museo. George huyó por la puerta de atrás, dice, cuando milicianos iraquíes empezaron a lanzar granadas contra el edificio. El saqueo causó indignación internacional, acusaciones y un frenesí de confusiones políticas.
Los informes iniciales de que se habían robado 170 mil objetos fueron exagerados, como también las salvajes comparaciones con el saqueo de Constantinopla. Pero la cifra real, unos 15 mil, sigue siendo una terrible pérdida. La recuperación ha sido difícil.
En gran parte gracias a la ayuda estadounidense, pública y privada, el museo ha sido restaurado y modernizado. George, un cristiano iraquí que habla excelente inglés, se ha mostrado apto a la hora de cosechar esta ayuda, forjando buenas relaciones con varios oficiales americanos, al mismo tiempo que cultiva una irreducible ira por el modo en que, en su opinión, Estados Unidos "desmanteló todo el sistema anterior sólo para dejar un hueco".
A pesar de la pérdida de miles de piezas, el museo alberga una extraordinaria colección. Lo que falta es la paz que necesita para abrir sus puertas al público.
"Cuando se vuelve a abrir un museo, es que ha llegado la paz", dice George. De momento, es un lugar vacío, desprovisto de vida, sin ruidos. Este museo lleno de ecos en el corazón de Bagdad, es decir en el corazón del proyecto estadounidense en Ira, es una imagen de esperanzas frustradas.
"Todos, en el fondo de nuestros corazones, estamos agradecidos de que Estados Unidos nos haya ayudado a deshacernos de este régimen", dice George. "Pero esta situación incontrolable es otra cosa. ¿Por qué no se puede controlar?"
En el Bagdad de hoy, donde se multiplican las barreras de concreto antiexplosión, el control parece casi inimaginable. Desde 2003 han sido asesinados tres empleados del museo: un arqueólogo, un contable y un chofer.
"Es difícil saber qué puedes hacer con la seguridad según está ahora", dice John Russell, un experto en arqueología iraquí del Instituto del Arte de Massachusetts, que pasó varios meses en Bagdad coordinando la reconstrucción cultural para el departamento de Estado. "El museo abrirá algún día, pero de momento mantiene un perfil bajo. Nadie quiere ser responsable de un desastre".
George menos que nadie, que a los 55 se ve a sí mismo haciendo guardia a la historia de su país. La predilección por la vida al aire libre lo marcó desde niño, cuando salía a pescar con su padre, a cazar con su abuelo y dirigía expediciones de boy scouts. Se matriculó para estudiar literatura inglesa en la Universidad de Bagdad, pero se cambió a las clases de literatura francesa que en realidad no le interesaban. Fue a ver al ayudante del decano, que le dijo que la única otra posibilidad en la universidad era la arqueología. "Le pregunté si eso significa vivir en tiendas y en sitios de excavación y cuando me dijo que sí, me aferré a la oportunidad", recuerda George.
Lo que encontró fue una pasión intelectual que ha durado hasta el día de hoy, una pasión que le permite mirar las cosas en perspectiva. "Hay fases como estas, y hay fases de calma", piensa George. "Cada una puede durar hasta cien años, pero pasa. Un famoso escritor sumerio describió la situación aquí en el 2000 antes de Cristo diciendo que la gente estaba saqueando y matando y que nadie sabía quién era el rey. Ya ves, no hay nada nuevo".
Bueno, algunas cosas sí lo son: George estaba en una cómoda oficina con celulares, un ordenador, internet, dinero americano y expertos estadounidenses que producían resultados.
Más de dos millones del dólares del ministerio de Relaciones Exteriores, el Instituto de Humanidades Packard, de Los Altos, California, y el ministerio iraquí de la Cultura, han reparado el tejado, cambiado el sistema telefónico, renovado las vallas, construido casetas para los guardias, reparado las tuberías, lavado las ventanas, coordinado los cerrojos, renovado el aire acondicionado, instalado cámaras de vigilancia y activado un sistema electrónico de seguridad.
Después de años de un lento deterioro durante el régimen de Hussein, el museo ha sido remozado.
"La ayuda que pedimos vino del departamento de Estado, y estamos agradecidos", dijo George. Preguntado si pensaba que la largueza estadounidense era producto de un sentimiento de culpa, bromeó: "Me gustaría que lo fuera".
Pero la restauración es una cosa, la recuperación es otra. De las 15 mil piezas robadas, muchas de ellas de las bodegas del museo, se han recuperado cinco mil. La identificación se ha visto complicada por el saqueo de sitios arqueológicos iraquíes desde 2003, que ha inundado el mercado internacional con objetos que se confunden fácilmente con piezas de museo.
La mayoría de los aproximadamente diez mil artefactos todavía no recuperados, son objetos pequeños: gemas, joyería, figurinas de terracota y sellos cilíndricos. Desaparecieron más de cuarenta piezas grandes, como una máscara de 5.200 años de la ciudad sumeria de Warka, pero la mayoría han sido recuperadas.
Russell dijo que los artefactos más pequeños "eran suficientemente fáciles de vender si uno les borraba los números de adquisición". Sin embargo, con el tiempo, podrían ser identificados y recuperados si los funcionarios de aduanas y policiales hacían más esfuerzos.
George se muestra optimista. "Siempre tengo esperanzas", dice. "Este edificio contiene la historia de la humanidad; sus lecciones no pueden olvidarse".
Todavía siente indignación por el hecho de que las tropas americanas no protegieron al museo en el período del 10 al 12 de abril de 2003, en los primeros días tras la caída de Bagdad. "Culpo a las fuerzas estadounidenses", dice. "Había un tanque cercano a la puerta principal. Uno de nosotros fue hasta allá y les rogó que protegieran el museo, pero le dijeron que no tenían órdenes de hacerlo".
Por qué no se protegió al museo puede no ser aclarado nunca. Oficiales norteamericanos han sugerido que en el museo había partidarios de Hussein y armas y que el caos impidió la acción. El museo está en una posición de alta exposición. Lo que está claro es que no hubo órdenes de parar el saqueo.
La confusión en la época del saqueo se agravó todavía más. La mujer que mencionó primero la exagerada cifra de 170 mil artefactos que fue inicialmente identificada como la subdirectora del museo era en realidad una antigua empleada. La cifra se extendió como pólvora.
"Es una acusación injusta", dijo el ministro de Defensa Donald H. Rumsfeld sobre las críticas hacia los militares. George fue acusado por algunos editoriales en la prensa estadounidense por exagerar las pérdidas, aunque desde el principio su posición fue que determinar las pérdidas tomaría tiempo.
El director aprendió a capear el mal tiempo hace bastante tiempo. Durante el régimen de Hussein tenía una ocupación secundaria como baterista de una banda de rock llamada 99 Percent -"de perfección", dice- que se especializaba en canciones de Deep Purple con lo que ganaba el dinero que necesitaba. Ese es un capítulo no escrito todavía sobre la vida en una dictadura. Otro es cómo George utilizaba su trabajo en los miles de sitios arqueológicos de Iraq para eludir las reuniones del Partido Baaz.
George dirige el camino a través del fantasmagórico museo, haciendo comentarios sobre hachas de 500 mil años y tablillas de arcilla con caracteres cuneiformes y objetos sagrados de mezquitas. Algunas vitrinas están llenas, algunas vacías; paquetes con nuevos equipos (incluyendo gavetas especiales para las tablillas de arcilla enviadas por el Instituto Arqueológico Alemán) todavía no son desempacadas; en el patio se están plantando palmas de dátiles. George dice que el museo, que fue cerrado repetidas veces y abandonado mientras Hussein se ocupaba de sus guerras, emergerá más fuerte, algún día.
Un sitio que ya está en perfectas condiciones es el Vestíbulo Asirio, que sobrevivió el saqueo y está lleno de monumentales relieves que representan la cumbre del arte mesopotámico. Una prominente presencia es el toro alado, a un espíritu protector de los palacios y ciudades asirias.
El cuerpo del toro transmite fortaleza; las alas, la magnificencia del vuelo; la cabeza de hombre, la sabiduría. Creada ocho siglos antes del alba de la era cristiana, catorce siglos antes del principio del islam, fue una llamativa representación de un poder aparentemente invencible.
Su época, por supuesto, terminaría. Los babilonios desplazarían a los asirios tan definitivamente como los estadounidenses, unos 26 siglos después, desplazarían a Hussein. Inclusive un museo cerrado puede enseñar que todo pasa y que nada es lo que parece.
Así que le preguntamos a George si acaso pensaba que los estadounidenses eran los nuevos babilonios. "No", dijo. "Los babilonios eran los iraquíes".
2 de abril de 2006
©new york times
©traducción mQh
0 comentarios