sobre los obituarios
[Marilyn Johnson] Los muertos cuentan historias, en obituarios que están a menudo llenos de vida.
Las mejores historias de supervivencia se encuentran en las páginas de atrás de los diarios: en los obituarios. Puede sonar extraño, porque nadie llega vivo a esas páginas. Pero mucha gente que finalmente llega allá ha tenido encontronazos en el pasado, encuentros que pudieron significar un obituario si no se hubiesen agachado a tiempo.
Yo colecciono esos recuerdos, historias como esta sobre el decorador de interiores que salió arrastrándose del más mortífero de los accidentes de aviación de la historia, en las Islas Canarias, viviendo 24 años más. Murió a los 95 "después de una breve enfermedad". ¿No es una buena noticia cuando conoces su historia?
También está la historia de Shelagh Lea, que murió este invierno, una dulce viuda de un pastor inglés, a la que le encantaba cantar. Su muerte no habría llamado la atención, excepto por sus diarios de vida, que llevó durante su cautiverio en la Segunda Guerra Mundial, y que son tesoros para el Museo Imperial de Guerra, de Londres. Son "considerados por algunos como los archivos más importantes de esa época", de acuerdo al Daily Telegraph.
Las garabateadas páginas de Lea elaboran "con sobrios, pero meticulosos detalles" sobre sus experiencias cuando ella y su madre trataron de huir de Singapur durante un bombardeo de los japoneses. Tras caer en el mar, se aferraron a una balsa durante dieciocho horas, fueron capturadas por el enemigo y arreadas por una serie de campos de prisioneros. Los malestares, escribió, incluían "chinches, ratas, los trotes -la vida no es divertida. Cuando vamos al retrete, los zancudos nos muerden el trasero. Es espantoso".
Pasó tres años y medio en campos de prisioneros y enterró a su madre en uno de ellos, usando sus manos desnudas para echar tierra sobre su tumba. Al cabo de un mes de su retorno a Inglaterra en 1945 accedió a casarse con un pastor y se instaló con él para iniciar una larga, feliz y apacible vida. Murió plácidamente a los 89, después de escuchar una oración de vísperas en la radio.
Nuestro país ha estado en guerra durante tres años ahora, pero todavía despierto con el canto de los pájaros, la fruta fresca y las sinfonías en la radio. Ningún zancudos, ni nada, me muerde el trasero cuando voy al retrete. ¿Es por eso que encuentro estas historias tan convincentes? Sé que la vida puede cambiar en un instante -lo recuerdo toda vez que me abrocho el cinturón en un coche o leo noticias sobre Iraq. Necesito estas historias de supervivencia para dar sentido a la vida.
Encontré a dos abuelos, que vivieron los dos hasta una edad avanzada y llevaron vidas tan plácidas como la mía, aparentemente. Frank J. Wesner era vendedor de ordenadores; murió a los 83 después de caerse en su porche. Medio siglo antes, según parece, sobrevivió el infame campo de prisioneros de guerra Stalag 17, comiendo sopa llena de gusanos y pan hecho de serrín.
William Herskovic llevaba una tienda de cámaras en Los Angeles Oeste y murió de cáncer a los 91. Más de sesenta años antes engañó a la muerte cuando excavó una par de cortaalambres de la nieve y los usó para abrirse camino a tijeretazos a través de una valla en Auschwitz. Él y otros dos compañeros huyeron "armados con la memoria de un mapa dibujado en la nieve" y en algún lugar en dirección a una vida tranquila, Herskovic colocó ladrillos en los rieles de un tren y liberó a un vagón lleno de desgraciados judíos.
Noventa y nueve me suena como una larga vida, pero he observado que los sujetos de obituarios se están volviendo más viejos. Hace poco una pareja llegó a los 108 años.
La escritora Susan Lydon, sin embargo, murió el año pasado de cáncer a los 61 -ahora pensamos que es demasiado joven, una vida cercenada. Y sin embargo vivió un montón de vidas en ese tiempo. Las atiborró. Ayudó a fundar la revista Rolling Stone y escribió el ensayo profundamente feminista, ‘The Politics of Orgasm’, algo valiente de hacer en un bunker de la contracultura. Incluso para exponer la historia ante un cuarto lleno de hombres de pelo largo en la revista Ramparts necesitaba coraje: "Se rieron hasta que se echó llorar", observó el obituario de Los Angeles Times.
Poco después de esto Lydon se zambulló profundamente en las drogas y la prostitución, y fue citada describiendo sus contactos, sin licencia, "en el coche de mi madre, con mi pipa de crack en la boca y la aguja en mi mano, tratando de encontrar una vena mientras el coche avanzaba. Yo estaba totalmente loca".
Más tarde, después de que se hubiera desenganchado, cayó por una escalera mientras observaba pájaros, se rompió un brazo y se destrozó un hombro. Se puso a tejer como terapia física y se convirtió en "un gurú del tejido como una actividad espiritual" y, en el proceso, en una artista. Sí, fue una pena que se muriera. Pero veo las cosas a largo plazo: Mirad todas las vidas que vivió.
Yo colecciono esos recuerdos, historias como esta sobre el decorador de interiores que salió arrastrándose del más mortífero de los accidentes de aviación de la historia, en las Islas Canarias, viviendo 24 años más. Murió a los 95 "después de una breve enfermedad". ¿No es una buena noticia cuando conoces su historia?
También está la historia de Shelagh Lea, que murió este invierno, una dulce viuda de un pastor inglés, a la que le encantaba cantar. Su muerte no habría llamado la atención, excepto por sus diarios de vida, que llevó durante su cautiverio en la Segunda Guerra Mundial, y que son tesoros para el Museo Imperial de Guerra, de Londres. Son "considerados por algunos como los archivos más importantes de esa época", de acuerdo al Daily Telegraph.
Las garabateadas páginas de Lea elaboran "con sobrios, pero meticulosos detalles" sobre sus experiencias cuando ella y su madre trataron de huir de Singapur durante un bombardeo de los japoneses. Tras caer en el mar, se aferraron a una balsa durante dieciocho horas, fueron capturadas por el enemigo y arreadas por una serie de campos de prisioneros. Los malestares, escribió, incluían "chinches, ratas, los trotes -la vida no es divertida. Cuando vamos al retrete, los zancudos nos muerden el trasero. Es espantoso".
Pasó tres años y medio en campos de prisioneros y enterró a su madre en uno de ellos, usando sus manos desnudas para echar tierra sobre su tumba. Al cabo de un mes de su retorno a Inglaterra en 1945 accedió a casarse con un pastor y se instaló con él para iniciar una larga, feliz y apacible vida. Murió plácidamente a los 89, después de escuchar una oración de vísperas en la radio.
Nuestro país ha estado en guerra durante tres años ahora, pero todavía despierto con el canto de los pájaros, la fruta fresca y las sinfonías en la radio. Ningún zancudos, ni nada, me muerde el trasero cuando voy al retrete. ¿Es por eso que encuentro estas historias tan convincentes? Sé que la vida puede cambiar en un instante -lo recuerdo toda vez que me abrocho el cinturón en un coche o leo noticias sobre Iraq. Necesito estas historias de supervivencia para dar sentido a la vida.
Encontré a dos abuelos, que vivieron los dos hasta una edad avanzada y llevaron vidas tan plácidas como la mía, aparentemente. Frank J. Wesner era vendedor de ordenadores; murió a los 83 después de caerse en su porche. Medio siglo antes, según parece, sobrevivió el infame campo de prisioneros de guerra Stalag 17, comiendo sopa llena de gusanos y pan hecho de serrín.
William Herskovic llevaba una tienda de cámaras en Los Angeles Oeste y murió de cáncer a los 91. Más de sesenta años antes engañó a la muerte cuando excavó una par de cortaalambres de la nieve y los usó para abrirse camino a tijeretazos a través de una valla en Auschwitz. Él y otros dos compañeros huyeron "armados con la memoria de un mapa dibujado en la nieve" y en algún lugar en dirección a una vida tranquila, Herskovic colocó ladrillos en los rieles de un tren y liberó a un vagón lleno de desgraciados judíos.
Noventa y nueve me suena como una larga vida, pero he observado que los sujetos de obituarios se están volviendo más viejos. Hace poco una pareja llegó a los 108 años.
La escritora Susan Lydon, sin embargo, murió el año pasado de cáncer a los 61 -ahora pensamos que es demasiado joven, una vida cercenada. Y sin embargo vivió un montón de vidas en ese tiempo. Las atiborró. Ayudó a fundar la revista Rolling Stone y escribió el ensayo profundamente feminista, ‘The Politics of Orgasm’, algo valiente de hacer en un bunker de la contracultura. Incluso para exponer la historia ante un cuarto lleno de hombres de pelo largo en la revista Ramparts necesitaba coraje: "Se rieron hasta que se echó llorar", observó el obituario de Los Angeles Times.
Poco después de esto Lydon se zambulló profundamente en las drogas y la prostitución, y fue citada describiendo sus contactos, sin licencia, "en el coche de mi madre, con mi pipa de crack en la boca y la aguja en mi mano, tratando de encontrar una vena mientras el coche avanzaba. Yo estaba totalmente loca".
Más tarde, después de que se hubiera desenganchado, cayó por una escalera mientras observaba pájaros, se rompió un brazo y se destrozó un hombro. Se puso a tejer como terapia física y se convirtió en "un gurú del tejido como una actividad espiritual" y, en el proceso, en una artista. Sí, fue una pena que se muriera. Pero veo las cosas a largo plazo: Mirad todas las vidas que vivió.
Marilyn Johnson es la autora de ‘The Dead Beat: Lost Souls, Lucky Stiffs and the Perverse Pleasures of Obituaries’.
5 de abril de 2006
©los angeles times
©traducción mQh
0 comentarios