un rayo de esperanza en iraq
El New York Times saluda el alejamiento de Jaafari. Pero el nuevo candidato debe provenir del mismo corrupto e inepto partido Dawa.
El acuerdo ayer de Ibrahim al-Jaafari de hacerse a un lado y permitir que su bloc chií considere a un nuevo candidato a primer ministro podría finalmente superar el punto muerto que al que llegado la política iraquí desde las elecciones parlamentarias de diciembre pasado.
Los candidatos de remplazo más probables sobre los que se está hablando están lejos de ser perfectos. Pero el único sendero concebible para un futuro mejor que la guerra civil y el caos en Iraq está flanqueado de desagradables compromisos y saltos de fe. Nadie cree que el éxito esté asegurado.
Un nuevo primer ministro tendrá al menos la posibilidad de empezar de nuevo y empezar a deshacer algunos de los errores más patentes cometidos por Jaafari desde que asumió el cargo en abril pasado. Entre ellos, y más prominentes, su disposición a permitir que las milicias religiosas, escuadrones de la muerte y torturadores infiltraran los servicios de seguridad y su fracaso a la hora de insistir en una gestión profesional de la industria del petróleo y otros sectores económicos esenciales. Las esperanzas de democracia de Iraq e incluso su existencia como un solo país probablemente no habrían sobrevivido un segundo término de Jaafari.
Es por eso que la nominación de Jaafari estuvo sometida durante semanas una ofensiva diplomática de Estados Unidos y Gran Bretaña. Lo que finalmente persuadió a Jaafari de ceder no fue tanto las chácharas extranjeras sino la imperdonable aritmética del nuevo Parlamento iraquí.
Para su crédito, el principal partido kurdo apoyó a los sunníes en su rechazo de votar por Jaafari en el Parlamento, privándole con ellos de los dos tercios que necesita para formar un gobierno que funcione. Eso eventualmente provocó que incluso aliados chiíes claves retiraran su apoyo. Pero la victoria de sus críticos es sólo parcial. El precio de la retirada de Jaafari parece haber sido el acuerdo de que su remplazo provendrá de su propio y mediocre partido Dawa, el que, además de ser fundamentalista y pro-iraní, ha formado un bloque con el partido chií más inclinado a la violencia y más anti-estadounidense, dirigido por Moqtada al-Sáder.
Ninguno de los patrocinados por este eje Dawa-Sáder parece probable que se muestre entusiasta de sacar a las milicias de los servicios de seguridad o a los amiguetes de ministerios claves. Deberán ser los partidos kurdos y sunníes los que mantengan el balance de poder en el Parlamento e insistan en esas medidas como una condición para confirmar el nuevo gobierno.
Ahora ese proceso debe avanzar más rápidamente. Los votantes iraquíes que fueron obligados a esperar tanto tiempo por la democracia merecen ver sus frutos. Gran parte del año pasado se desperdició durante el régimen inepto y torpe de Jaafari. Los primeros cuatro meses del año se han consumido en interminables maniobras en su intento de conseguir un segundo término. Entretanto las tensiones religiosas han aumentado, las milicias se han atrincherado en el poder y la moral pública está por los suelos.
Se necesita desesperadamente empezar de nuevo.
Los candidatos de remplazo más probables sobre los que se está hablando están lejos de ser perfectos. Pero el único sendero concebible para un futuro mejor que la guerra civil y el caos en Iraq está flanqueado de desagradables compromisos y saltos de fe. Nadie cree que el éxito esté asegurado.
Un nuevo primer ministro tendrá al menos la posibilidad de empezar de nuevo y empezar a deshacer algunos de los errores más patentes cometidos por Jaafari desde que asumió el cargo en abril pasado. Entre ellos, y más prominentes, su disposición a permitir que las milicias religiosas, escuadrones de la muerte y torturadores infiltraran los servicios de seguridad y su fracaso a la hora de insistir en una gestión profesional de la industria del petróleo y otros sectores económicos esenciales. Las esperanzas de democracia de Iraq e incluso su existencia como un solo país probablemente no habrían sobrevivido un segundo término de Jaafari.
Es por eso que la nominación de Jaafari estuvo sometida durante semanas una ofensiva diplomática de Estados Unidos y Gran Bretaña. Lo que finalmente persuadió a Jaafari de ceder no fue tanto las chácharas extranjeras sino la imperdonable aritmética del nuevo Parlamento iraquí.
Para su crédito, el principal partido kurdo apoyó a los sunníes en su rechazo de votar por Jaafari en el Parlamento, privándole con ellos de los dos tercios que necesita para formar un gobierno que funcione. Eso eventualmente provocó que incluso aliados chiíes claves retiraran su apoyo. Pero la victoria de sus críticos es sólo parcial. El precio de la retirada de Jaafari parece haber sido el acuerdo de que su remplazo provendrá de su propio y mediocre partido Dawa, el que, además de ser fundamentalista y pro-iraní, ha formado un bloque con el partido chií más inclinado a la violencia y más anti-estadounidense, dirigido por Moqtada al-Sáder.
Ninguno de los patrocinados por este eje Dawa-Sáder parece probable que se muestre entusiasta de sacar a las milicias de los servicios de seguridad o a los amiguetes de ministerios claves. Deberán ser los partidos kurdos y sunníes los que mantengan el balance de poder en el Parlamento e insistan en esas medidas como una condición para confirmar el nuevo gobierno.
Ahora ese proceso debe avanzar más rápidamente. Los votantes iraquíes que fueron obligados a esperar tanto tiempo por la democracia merecen ver sus frutos. Gran parte del año pasado se desperdició durante el régimen inepto y torpe de Jaafari. Los primeros cuatro meses del año se han consumido en interminables maniobras en su intento de conseguir un segundo término. Entretanto las tensiones religiosas han aumentado, las milicias se han atrincherado en el poder y la moral pública está por los suelos.
Se necesita desesperadamente empezar de nuevo.
21 de abril de 2006
©new york times
©traducción mQh
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