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fronteras sin visas


[Tim Cavanaugh] Pongámonos a la altura del TLCAN y permitamos la libre circulación de personas en América del Norte.
Entre las muchas medidas que están siendo propuestas para resolver la crisis de la inmigración ilegal, ha habido algunas verdaderamente idiotas: un muro de 1.125 kilómetros para mantener a la gente afuera (¿o adentro?); un programa de trabajadores temporales invitados que podría terminar perjudicando tanto a empleados estadounidenses como mexicanos; incluso un plan para la deportación masiva más grande en la historia de Estados Unidos.
Pero tengo una buena idea sobre la que no se oye demasiado. Permitamos que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte cumpla con sus promesas y permita que ciudadanos de Canadá, Estados Unidos y México viajen y trabajen libremente en los tres países.
Si suena estrafalario es solamente debido al legado de un siglo de corrosión reguladora y de tóxica burocracia que nos ha hecho olvidar que es así como eran las cosas antes. Durante gran parte de la historia de Estados Unidos, la inmigración fue tan abierta o apenas regulada, que Estados Unidos estuvo efectivamente abierto a todo el mundo.
Una política de fronteras sin visa sería de hecho más restrictiva y formal que el sistema que se aplicó durante gran parte de la historia americana porque se dependería de la posesión de una identificación adecuada -sea un pasaporte o algún otro documento reconocido- para cruzar de un país a otro.
Hay dos objeciones para una política de fronteras abiertas: la seguridad nacional y la economía. Una es plausible; la otra se basa en la ignorancia del modo en que funcionan las economías libres y la gente libre.
Primero, la seguridad nacional. Tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, según esta tendencia de opinión, no podemos permitirnos ningún relajamiento en nuestras fronteras. Este argumento desconoce la lógica, los hechos y la historia. Hemos tenido una actitud de relajamiento tanto en nuestras fronteras norteñas como sureñas. Si uno cree que los inmigrantes indocumentados son una amenaza para la seguridad, las cosas no podrían más peligrosas de lo que ya son, debido a que la casi imposibilidad de entrar legalmente a Estados Unidos empuja a miles de personas a cruzar la frontera clandestinamente.
La libre circulación puede ser más segura que nuestro sistema actual, quitando a los trabajadores mexicanos el incentivo para cruzar a nado el Río Grande y permitiendo a la Aduana y Protección de Fronteras de Estados Unidos localizar a todos los que crucen la frontera legalmente, con un cien por ciento de certeza de que los que la cruzan clandestinamente no pueden tener buenas intenciones.
De cualquier modo, hay muy pocas pruebas, sean actuales o del pasado, de que la frontera mexicana presente alguna amenaza militar o terrorista. El candidato a terrorista del milenio fue detenido al entrar por Canadá, no México. Ninguno de los secuestradores del 11 de septiembre de 2001 entró a través de México. Estados Unidos tuvo guerras durante todo el siglo 20 (incluyendo la Primera Guerra Mundial, durante la cual Alemania hizo grandes esfuerzos para poner a México contra Estados Unidos) sin tener que hacer frente a una amenaza seria contra la seguridad de su frontera sur. Si los opositores piensan que una frontera abierta amenazaría nuestra seguridad nacional, para probarlo necesitan más que vagos presagios sobre el número de chiíes activos en América del Sur.
El argumento económico -que una inmigración abierta sobrecarga las leyes e infraestructura estadounidenses- supone que todos los inmigrantes se asentarán aquí permanentemente. De hecho, una política de fronteras abiertas alienta a que los inmigrantes se puedan tanto quedar como marcharse. Sin el riesgo de no poder volver a entrar a Estados Unidos, millones de trabajadores indocumentados podrían volver libremente a México.
Otra vez, el argumento histórico es fuerte. Las autoridades de inmigración estadounidenses de principios de los años veinte calcularon que sólo la mitad de los inmigrantes se estaban asentando en el país por más de seis meses a la vez. Los inmigrantes entraban y salían según sus propias circunstancias. Este orden de cosas era incluso válido para los inmigrantes europeos; entre 1889 y 1920, entre un cuarto y un tercio de ellos volvieron eventualmente a sus países de origen -en una época en que los viajes transatlánticos era infinitamente más difíciles y peligrosos que hoy.
Los motivos de este flujo son claros. La inmigración europea y mexicana en esa época no era regulada. En el período de después de la revolución mexicana de 1910, era más probable que el gobierno de México tratara (sin entusiasmo) de impedir que sus ciudadanos dejaran el país, que Estados Unidos tratara de impedirles entrar. Lo que cambió en esta situación fue la creciente regulación de la inmigración, la que, como la mayoría de las regulaciones oficiales, terminaron agravando la situación que pretendía solucionar.
Y al vincular el tema de la visa de modo permanente al concepto de ‘trabajo', incluso dejamos fuera a la clase que deberíamos tratar de atraer: a los gerentes y los empresarios.
La idea sobre la libre circulación entre Estados Unidos, Canadá y México tiene un pedigrí más respetable de lo que uno podría pensar. En un discurso de 1979, el presidente Reagan propuso la libre circulación en toda América del Norte. Una implicación de la implementación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte era un flujo humano más fácil, lo que ha sido apoyado con entusiasmo por presidentes de los dos partidos. Es un síntoma de un discurso político degradado que la idea sea considerada ahora como una idea sin futuro, si es que se la considera de algún modo.

Tim Cavanaugh es el editor de la edición en la red de la revista Reason.
tcavanaugh@reason.com

23 de mayo de 2006
©los angeles times
©traducción mQh
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