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ley y caos en iraq 5


[Michael Moss] El problema en Basra: una policía corrupta, infiltrada por milicias de fanáticos chiíes y otros grupos de la resistencia fundamentalista.
Bagdad, Iraq. Cuando Estados Unidos invadió Iraq, Basra parecía un lugar donde la ley y el orden eran cosas posibles.
Una de las ciudades más grandes del país, Basra escapó a gran parte de la violencia insurgente que se desató durante el primer año de la guerra, y la fuerza policial allá reanudó sus operaciones después de que los militares estadounidenses se abrieran camino hacia Bagdad.
Pero después del derrocamiento de Hussein emergió todo un montón de grupos políticos y de delincuentes que se pelearon por apoderarse de la fuerza.
Para Stephen White, un agente de policía británico jubilado que dijo que le habían prometido cientos de asesores policiales, pero que sólo le dieron 35, el problema empezó con una política de reclutamiento demasiado liberal.
Los jefes políticos locales nombraron jefes de policía a su discreción, los que a su vez contrataron a sus amigos, parientes y miembros de sus clanes. "Eso significó que muchos de los que fueron admitidos inicialmente, en circunstancias normales no habrían sido admitidos", dijo White, que estaba trabajando con los militares estadounidenses.
Recuperar a antiguos agentes de policía tampoco fue ideal. Eran en gran parte ineptos, a veces brutales e inclinados a resistirse al trabajo, según una evaluación estadounidense que fue terminada en junio de 2003. Parte de los saqueos de después de la invasión de comisarías de policía, dice el informe, "puede trazarse a antiguos agentes que intentaron destruir documentos incriminatorios".
Inicialmente, la policía de Basra simplemente hacía la vista gorda con miembros de las tribus amigas acusados de delitos. La corrupción creció poco a poco. Gran parte de la ciudad terminó siendo controlada por grupos religiosos, incluyendo a la Organización Báder, bajo influencia iraní, y la milicia chií más extremista controlada por Moqtada al-Sáder, el clérigo iraquí que se enfrentó a las fuerzas de la coalición en abril de 2004.
Empezaron a emerger evidencias de que la policía actuaba como la milicia de estos grupos para acciones religiosas violentas e implementar creencias fundamentalistas. En diciembre de 2004 altos oficiales del Departamento de Policía de Basra estuvieron implicados en el asesinato de diez miembros del Partido Baaz, de acuerdo a un informe del departamento de Estado.
Para septiembre pasado, dos periodistas que estaban escribiendo sobre la corrupción y la infiltración de la policía por las milicias fueron encontrados muertos. Uno de ellos era un empleado iraquí del New York Times.
Villanova, el ex asesor policial, dijo que durante sus ocho meses en Basra descubrió una gran variedad de situaciones en la corrupción. Los agentes exigían cien dólares a los hombres que querían incorporarse a la fuerza. Su equipo capturó a agentes de policía cobrando mordidas a contrabandistas.
Una vez, recuerda, sus asesores se dirigieron a un puesto de control de la policía y se dieron cuenta de que estaban desviando el tráfico iraquí. Los asesores dieron marcha atrás rápidamente, al concluir que era una emboscada rebelde en complicidad con la policía.
Luego, a partir de la primavera pasada, las crecientes evidencias de una serie de asesinatos apuntaban a altos oficiales de policía de Jamiat. Los agentes actuaban tan descaradamente, que los asesores americanos les apodaron los Cuatro Jinetes del Apocalipsis por el caos que creaban, dijo Villanova.
El jefe de la policía de Basra, el general Hassan Sawadi, se quejó públicamente, el verano pasado, de que no podía confiar en sus hombres y que la corrupción era desenfrenada, y que ni siquiera podía despedir a los infractores más graves.
Los asesinatos complicaron las operaciones estadounidenses debido a que las comisarías también cobijaban a las unidades de inteligencia de la policía iraquí. Agentes de la inteligencia americana que operaban en Basra y que transmitían datos, como los domicilios de gente de la que se sospechaba que eran de la resistencia, tenían que escribir de manera vaga sus informes en el subentendido de que serían filtrados a los militantes.
Pero los asesores policiales americanos y británicos dijeron que el gobernador de Basra, Muhammed Musbeh al-Waili, insistió en conservar el control sobre la policía. Poco antes de que Villanova abandonara Basra el otoño pasado, sus frustraciones se exacerbaron cuando vio al gobernador en un acto público.
"Es terrible decir esto", dijo Villanova. "Vi al gobernador y pensé: ‘Sabes, tengo un arma cargada aquí y podríamos terminar con esta pesadilla'".
El gobernador no respondió la petición de comentarios. En una rueda de prensa antes este mes, Waili atacó a sus críticos y llamó a remplazar al jefe de policía y a un general del ejército iraquí.
La comisaría de Jamiat llegó a primera plana en septiembre cuando tropas británicas, que están realizando operaciones militares en el sur de Iraq, irrumpieron en la comisaría para rescatar a dos de sus oficiales que habían sido detenidos y acusados de disparar contra la policía iraquí en un puesto de control.
Luego, en noviembre, un equipo de Bagdad llegó a poner orden, empezando con la unidad de asuntos internos. "Todos los miembros de esa comisaría eran corruptos", dijo el general de brigada Ahmed Hamid, jefe de la oficina de asuntos internos del ministerio del Interior en Bagdad.
David Everett, ex asistente del fiscal de distrito en Queens y Brooklyn que sirvió como asesor de Hamid hasta hace poco, lo acompañó a Basra y dijo: "Era como las ‘Pandillas de Nueva York' con esteroides".
Para formar una nueva unidad de asuntos internos en Basra, Hamid está importando agentes de policía de otras partes de Iraq, que espera sean imparciales y cuyas familias corren menos riesgos de sufrir represalias. Sus primeros intentos de procesar a agentes de policía allá no han tenido éxito.
Dijo que el sistema judicial en Iraq era tan débil que sólo pudo acusar a seis agentes de la unidad de asuntos internos. Luego, los seis fueron absueltos por falta de pruebas debido a que los testigos tenían demasiado miedo para declarar en el juicio.
El sábado, Majed al-Sari, un asesor del ministerio de Defensa iraquí, dijo en una entrevista que la violencia en Basra había llegado a tal extremo que ahora se cometía un asesinato por hora.

Michael Moss y Kirk Semple informaron desde Bagdad para este artículo, y David Rohde desde Nueva York. Qais Mizher contribuyó desde Bagdad y Sulaimaniya, y un empleado iraquí del New York Times desde Basra.

22 de mayo de 2006
©new york times
©traducción mQh
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