ruta de la hamburguesa
[Frank Bruni] Por un momento, dudé de mis ojos. ¿Lo había creado con mi mente? ¿Estaba soñando?
Luego, al acercarme, confirmé que las rayas en el horizonte -las que se elevaban por encima de una hilera de restaurantes de comida rápida de McDonalds y logos de Taco Bell- eran en realidad naranjas y blancas. Formaban una decidora consonante cerca del final del alfabeto.
Después de cuatro días, diez estados y veinte comidas en coche, tenía frente a mí la brillante W de un Whataburger.
"¡Allá!", apunté. "¡Mira!"
"No veo...", se quejó mi acompañante, aturdida por el pollo frito de Popeyes, el pescado frito de Captain D's Seafood y las otras cosas fritas que comimos en las otras freidurías que visitamos ese día.
Sus protestas se fueron apagando, porque entonces vio. ¿Cómo -preguntó- pude ver ese letrero tan lejos?
Ah, no lo sé. Pero esa noche en Shreveport, Louisiana, había adquirido el extravagante don de detectar hamburguesas de res y bollos de semillas de sésamo en lugares donde no era evidente que hubiera. Me había convertido en una vara adivinatoria de restaurantes de comida rápida, especialmente de los desconocidos.
Y Whataburger, ausente de largos tramos de la autopista al este de Mississippi, estaba un poco más adelante.
"Cena", dije, y apreté el acelerador.
Hace unas semanas me embarqué en una glotona odisea, con un reparto cambiente de cómplices, a lo largo de este país de la comida rápida, de Nueva York a California, de mar a mar. Fue un atracón ambulante, tan perverso como una película de carretera.
Pero mi objetivo no era subir de peso. Era evaluar y elegir a los mejores establecimientos de comida rápida, analizando conocidas cadenas nacionales, cadenas regionales poco conocidas y pequeñas cadenas locales que no había visto nunca. Entrar por la ruta culinaria menos transitada, al menos por mí.
Soy un comensal mimado, mi dieta es más rica en pichones, y más pobre en perritos calientes, que la de la mayoría de los americanos. Como crítico de restaurante, normalmente mis comidas duran tres horas en mesas bellamente dispuestas. En este viaje tuve comidas de tres minutos sentado detrás del volante o en el asiento de pasajero, con el salpicadero como aparador, un altar automotriz sobre el cual se ordenaron hamburguesas Quarter Pounders y frijoles y burritos de queso, tan meritorios de ser evaluados como mollejas de ternera y paté de hígado de pato.
Hasta que llegué al In-N-Out Burger, de Torrance, California, al octavo día de mi recorrido, todas mis comidas rápidas las disfruté, como es a menudo el caso con las comidas rápidas, en el coche, que olía cada vez peor a medida que seguía el viaje. El aroma de una hamburguesa de White Castle se queda colgando como un invitado pesado o como juez de la Corte Suprema.
Finalmente, mi período de prueba se extendió por nueve días, quince estados, 5.870 kilómetros y 42 visitas a 35 restaurantes diferentes (algunos más de una vez). Obtuve importantes conocimientos. Aprendí invalorables lecciones.
Aprendí que en Pensilvania abundan las trampas de velocidad, en Virginia del Oeste los animales atropellados y Tejas los tacos, que se pueden encontrar en Taco Cabana y Taco Bueno, Taco Villa y Taco Casa. ¿Somos un país homogéneo? No, no el nuestro. Las franquicias del pollo de Mrs. Winner, de Georgia, dio el paso a los concesionarios de Carl's Jr. en Arizona, el decorado y fuente de carbohidratos en constante cambio.
Me enteré de que Culver's, una cadena de Wisconsin, sirve blandas hamburguesas en bollos de pan untados generosamente con mantequilla, y de que Sawyer's ofrece Buffalo fingers [fritos de res], que se untan en una ácida salsa de tomates, acompañados por una salsa de queso azul, en dos locales, en Knoxville, Tennessee.
Aprendí la transcendente utilidad de las Wet Naps [toallitas húmedas] -para las manos, boca y volante. Aprendí que el arte de comer con la bandeja en el regazo se acompaña mejor de ropas oscuras, y que sería mejor todavía si se acompañara de un uniforme de personal de emergencias porque el ketchup, la mostaza y la salsa de barbacoa dentro y fuera de los bocadillos tienden a descarrilarse.
Unas bolsas de pasta roja de un Chick-fil-A de Birmingham, Alabama, deben considerarse como el Exxon Valdez de los derrames de condimentos, y mi Ford Taurus de alquiler, como el Príncipe William Sound, sólo se recuperó lentamente.
Esta aventura requiere algunos ajustes.
"¿Qué me recomiendas?", preguntaba a veces, por costumbre, cuando hablaba con otro conductor a través de la ventanilla del coche, ansioso de probar lo mejor que podía ofrecer una cadena.
Usualmente la pregunta producía respuestas de una sola sílaba: "¿Eh?" Así que empecé a preguntar qué bocadillos y agregados eran los más populares.
Hice amigos, como Elizabeth Stephens, 69, cuya furgoneta Buick de paneles estaba aparcada cerca de mi Taurus frente al Varsity en el centro de Atlanta.
El Varsity data de 1928 y tiene seis locales en Georgia, siendo el del centro de Atlanta el más conocido. Junto con el Culver's que visité en Rockwall, Tejas, fue mi parada favorita, pero pudo no haberlo sido si la señora Stephens no se hubiese dado cuenta de que mi amiga Alessandra y yo éramos neófitos y decidiera intervenir.
Nos propuso que pidiéramos el perrito caliente con chile y ensalada, una inspirada creación que incluye capas de ensalada [de repollo, zanahoria, cebolla y mayonesa] encima del chile, a su vez encima de un carnoso y humeante perrito, produciendo un escándalo de texturas y sensaciones frías y calientes que estoy decidido a probar otra vez más en mi vida.
Ella, sabiamente, colocó los anillos de cebollas, verdaderas lonchas de una resbaladiza cebolla, entre de las crujientes y aceitosas capas del bollo de pan. E insistió en agregar un apéndice a nuestro pedido cuando se dio cuenta de que estábamos planeando dejar de lado el postre.
"¿No pediste el pastel de melocotón?", dijo.
"No", respondí. "¿Deberíamos?"
"Cariño", dijo. "Estás en Georgia. Deberías probar el pastel de melocotón".
Pedimos un pastel de melocotón. Era similar en forma y contenido a un pastel de manzana del McDonald's, y podríamos vivir sin él.
Entré a un McDonald's tres veces, en tres estados, porque no quería ser injusto con los gigantes. Pero el universo de la comida rápida es infinito, así que tenía que poner límites.
Nada de pizzas. Ni de bocadillo en pan de barra. Ni de Long John Silver's, al menos no después de Captain D's, donde las gambas en mantequilla deberían llamarse gambas apolilladas y el presunto puré de cangrejos me apartó por un tiempo de la comida marítima.
Nada, tampoco, de Chipotle ni Fuddruckers ni de restaurantes que no tuvieran una ventanilla para recoger la comida en coche o, al menos, la intención de una, excepto la de Baja Fresh, en Ontario, California, de cuya imposibilidad me di cuenta después de pagar casi 20 dólares y de esperar 15 minutos por un almuerzo para dos. La quesadilla de cerdo y queso era sensacional, y podría haber ingresado a mi listado de mis diez platos favoritos, pero no era comida rápida.
Hice comparaciones. Las patatas fritas de Hardee's son mejores -más crujientes, más substanciosas y más sabrosas- que las de McDonald's, Wendy's, Burger King y Jack in the Box.
Pero las patatitas de Sonic, una cadena conocida en el Sur, fueron las sultanas de las patatas. Como todas estas patatas varían en cuanto al crujido exterior, no al tubérculo interior, el tipo patatitas, con más crestas y dobleces, ganó el día.
En segundo lugar, por las mismas razones, estuvieron las patatas doradas de McDonald's, esculpidas por invisibles Michelangelos de la comida rápida de lo que es esencialmente una rectangular y riquísima patata gigante
No fue sino hasta que llegamos a Tucson, el octavo día, que probé el brillante pastel de patatas (un artículo que merece dos toallitas húmedas) junto con un ligeramente pasado Egg McMuffin [madalena], del que disfruté menos que del bocadillo de ciabatta de desayuno en un Jack in the Box en Forth Worth.
Las grandes cadenas adoran utilizar palabras extranjeras, como ciabatta y frescata, que es el nombre de una selección de insípidos bocadillos de tiendas de delicatessen en Wendy's, donde la mejor apuesta sigue siendo el barato y saludable chile con carne.
O declaran descaradamente que el artículo es étnico, ipso graso. McDonald's coloca lonjas de carne blanca, guisantes en su vaina y trozos de mandarinas encima de una camita de lechuga americana y la llama ensalada asiática de pollo, que después de unos ñascos hicieron que Alessandra, una rubia de ojos azule, exclamara, correctamente: "Es tan asiática como yo".
Yo dije, para poner por caso, que sabía un poco a salsa rusa, y que la parte oriental de Rusia caía en Asia.
"Okay", dijo. "Entonces es una ensalada euroasiática de pollo".
Me acompañó en los tramos medios de mi ruta, la parte sur inclinada al pollo frito y a los jalapeños. Mi amigo Kerry me acompañó durante el primer tramo, es decir, durante los mediocres bocadillos de roastbeef en un local de una cadena mediana del Oeste Medio, llamada Rax, y en Gold Star Chili, el peor artículo del viaje de reconocimiento.
Era un pegajoso montón de delgados fideos, que estaban cubiertos por un acuoso chili, que a su vez venía cubierto por un correoso confeti naranja que se parecía ligeramente al queso. Varias horas después de este almidonado insulto, mientras avanzábamos por el sur hacia Knoxville, Kerry gimió: "Eeewww".
Me pilló de sorpresa. Lo miré intrigado.
"Recuerdos del pasado", explicó. "Gold Star".
Mi amiga Barbara me acompañó en el trayecto final del viaje, una ruta sudoccidental de burritos y más burritos: con o sin arroz, con o sin crema ácida, burritos planeados y burritos descubiertos de casualidad.
Salimos de la carretera cerca de Odessa, Tejas, para buscar un Taco Villa y, al otro lado de la calle, espiamos un local llamado JumBurrito, una cadena tejana todavía más chica. El burrito de pollo asado de Taco Villa tenía un montón de pollo que sabía en realidad a pollo asado, mientras que la combinación de burrito de JumBurrito redimía la sosa carne de res con un vibrante aguacate.
Ninguno se acercó a la majestuosidad del burrito que más me gustó, y que comí en Dallas, en un local de Taco Cabana. Un gran burrito es un acto de equilibrio, y las proporciones de carne de res molida, frijoles, crema ácida y tomates cortados del abundante y gordo Burrito Último (tres toallitas calientes), de Dallas, eran formidables.
El Taco Villa y el JumBurrito que visité compartían un tramo de la calle con Bush's Chicken, un proveedor de fritos de pollo (tan hinchados de agua como peluda es una chinchilla) en el área de Odessa-Midland. En todo el país, descubrí y probé más de lo que esperaba de estos pequeños participantes de la comida rápida.
Cerca de Allentown, Pensilvania, hay un Yocco's que se autoproclama el ‘rey de los perritos calientes', probablemente porque nadie que haya tenido la desgracia de comer ahí, lo haría. En Louisiana central hay un Raising Cane's que sirve, fiel y competentemente fritos de pollo, necesita residentes de ese estado y de los estados aledaños.
Y en El Paso, donde Barbara y yo paramos después de Odessa, había un Chico's Taco. Visitamos el Chico's más cercano a la autopista, justo al otro lado de la calle de un local de ‘controle las plagas usted mismo' llamado Bug-a-Boo. Barbara devoró su burrito de estofado. Yo me vengué con flautas de res, islotes de extrañas formas en una sazonada sopa de tomates y pimientos picantes. Me sorprendió que me hayan gustado tanto.
A menudo me sorprendí a mí mismo, incluso el primer día, cuando di excitadamente un mordisco a esa mini-hamburguesa y me di cuenta de lo traicioneros que son los recuerdos de la comida rápida. Si alguna vez disfruté de las min-hamburguesas -y recuerdo que sí lo hice-, debe haber sido cuando estaba borracho. O con resaca.
Tres horas y media y doscientos kilómetros más tarde, probé cautelosamente un trozo de pollo de Original Recipe [Receta Original] en un Kentucky Fried Chicken. Y ya no dudé más en los mordiscos subsiguientes. La piel rebozada no estaba demasiado picante, un pecado frecuente en los pollos fritos que vendrían. La carne estaba definitivamente jugosa. Y el Coronel, en mi opinión, merece ser ascendido a comandante en jefe.
Yo esperaba que el Chick-fil-A fuera bueno. No me decepcionó. Su bocadillo de pollo corriente, un filete de pechuga ligeramente rebozado con pocos adornos, era carnoso y tierno, y la camita del bollo no podía ser más suave. Necesitamos más Chick-fil-A en Nueva York. (Hay sólo un local de la cadena, en la Universidad de Nueva York). Lo necesitamos con urgencia.
Y necesitamos todavía más un Dairy Queen. Entre todas las encarnaciones de crema de helado con incrustaciones de caramelo que probé, incluyendo la McFlurry, el Frosty y el Sonic Blast, el Blizzard es definitivamente la mejor. Es la que tenía más caramelo y estaba completamente integrada en una suntuosa cunita congelada.
Este helado era el Georgia Mud Fudge Blizzard. De los Brownie Batter Blizzard. En un año o dos escribiré sobre los otros Blizzards; pasad a verme entonces. Si mi obituario dijera: "murió por un Blizzard", sabréis que morí feliz.
Probé, sobre todo, hamburguesas. Llegué a varias conclusiones.
La llama, o al menos una sugerencia de parrilla o plancha, importa. Es la principal razón por la que un Whopper supera a un Big Mac, hecho a la plancha. Es por eso que la hamburguesa de 150 gramos de Thickburgers hechos al carbón en Hardee's, sabían mejor que las mini-hamburguesas al vapor de Krystal, un análogo de White Castle en el Sur.
Los bollos importan. El bollo de pan amasado grande del Whataburger clásico tenía bastante espacio para tres rodajas de tomate y una sensación de solidez que se sentía bien en las manos, y sabroso en la boca. Los bollos tostados, crujientes, y generosamente untados con mantequilla, de las hamburguesas de Culver's, llamadas butterburgers [hamburguesas de mantequilla] en honor de estos bollos, exaltaban cualquier cosa que llevaran dentro, lo que incluía carne molida asada con más bordes chamuscados y, como resultado, más sabor.
Los productos importan, y el tamaño de la hamburguesa también importa, lo que nos lleva al In-N-Out. Esta cadena de California inspira veneración, y entiendo por qué. Las hamburguesas eran más frescas que la mayoría -aunque, como aparentemente todas las hamburguesas de locales de comida rápida, son hechas a una temperatura por encima del tipo media y las verduras encima sabían incluso más frescas. El jugoso tomate y las cebollas cocidas de la hamburguesa de queso ‘estilo animal' fueron revelaciones.
Pero opacaban a la pequeña hamburguesa de la que eran presuntamente los accesorios. Una hamburguesa de queso doble puso remedio a este defecto, aunque no completamente. En su caso, el producto -una hoja entera de lechuga, así como un tomate- era tan poderoso como la carne. Me gustó In-N-Out, aunque tuve algunos problemas.
O quizás para entonces estaba demasiado satisfecho. En camino hacia allá, conduciendo solo a través de Santa Mónica, California, me encontré repentinamente desviándome hacia la derecha, para aparcar y pedir otro. La vara adivinatoria estaba trabajando, y me indicó el camino hacia Tommy's, otra cadena de California.
Tommy's vierte un chili pastoso, desdeñable, sobre casi todo. Anidado detrás del volante, mordisqueé un perrito caliente anegado con chili y una hamburguesa de queso doble cubierto de chili y luego recogí una última ración de una voluminosa y fétida porquería. ¿Qué eran esos garabatos pastosos de color naranja? Gold Star, la indigestión permanente.
Casi había terminado. Estaba, en general, contento. En el camino correcto, con la compañía adecuada, puede haber tanta satisfacción en el lado cutre de la hostelería como en el lado elegante. Los dos ofrecen recompensas.
Al día siguiente, y último de mi aventura, pasé zumbando frente a un Farburger, en camino a un Wienerschnitzel. Buscando a El Pollo Loco, pasé por alto a Del Taco. Los visitaré en otra ocasión. Con el estómago más vacío. Con el coche más limpio.
Después de cuatro días, diez estados y veinte comidas en coche, tenía frente a mí la brillante W de un Whataburger.
"¡Allá!", apunté. "¡Mira!"
"No veo...", se quejó mi acompañante, aturdida por el pollo frito de Popeyes, el pescado frito de Captain D's Seafood y las otras cosas fritas que comimos en las otras freidurías que visitamos ese día.
Sus protestas se fueron apagando, porque entonces vio. ¿Cómo -preguntó- pude ver ese letrero tan lejos?
Ah, no lo sé. Pero esa noche en Shreveport, Louisiana, había adquirido el extravagante don de detectar hamburguesas de res y bollos de semillas de sésamo en lugares donde no era evidente que hubiera. Me había convertido en una vara adivinatoria de restaurantes de comida rápida, especialmente de los desconocidos.
Y Whataburger, ausente de largos tramos de la autopista al este de Mississippi, estaba un poco más adelante.
"Cena", dije, y apreté el acelerador.
Hace unas semanas me embarqué en una glotona odisea, con un reparto cambiente de cómplices, a lo largo de este país de la comida rápida, de Nueva York a California, de mar a mar. Fue un atracón ambulante, tan perverso como una película de carretera.
Pero mi objetivo no era subir de peso. Era evaluar y elegir a los mejores establecimientos de comida rápida, analizando conocidas cadenas nacionales, cadenas regionales poco conocidas y pequeñas cadenas locales que no había visto nunca. Entrar por la ruta culinaria menos transitada, al menos por mí.
Soy un comensal mimado, mi dieta es más rica en pichones, y más pobre en perritos calientes, que la de la mayoría de los americanos. Como crítico de restaurante, normalmente mis comidas duran tres horas en mesas bellamente dispuestas. En este viaje tuve comidas de tres minutos sentado detrás del volante o en el asiento de pasajero, con el salpicadero como aparador, un altar automotriz sobre el cual se ordenaron hamburguesas Quarter Pounders y frijoles y burritos de queso, tan meritorios de ser evaluados como mollejas de ternera y paté de hígado de pato.
Hasta que llegué al In-N-Out Burger, de Torrance, California, al octavo día de mi recorrido, todas mis comidas rápidas las disfruté, como es a menudo el caso con las comidas rápidas, en el coche, que olía cada vez peor a medida que seguía el viaje. El aroma de una hamburguesa de White Castle se queda colgando como un invitado pesado o como juez de la Corte Suprema.
Finalmente, mi período de prueba se extendió por nueve días, quince estados, 5.870 kilómetros y 42 visitas a 35 restaurantes diferentes (algunos más de una vez). Obtuve importantes conocimientos. Aprendí invalorables lecciones.
Aprendí que en Pensilvania abundan las trampas de velocidad, en Virginia del Oeste los animales atropellados y Tejas los tacos, que se pueden encontrar en Taco Cabana y Taco Bueno, Taco Villa y Taco Casa. ¿Somos un país homogéneo? No, no el nuestro. Las franquicias del pollo de Mrs. Winner, de Georgia, dio el paso a los concesionarios de Carl's Jr. en Arizona, el decorado y fuente de carbohidratos en constante cambio.
Me enteré de que Culver's, una cadena de Wisconsin, sirve blandas hamburguesas en bollos de pan untados generosamente con mantequilla, y de que Sawyer's ofrece Buffalo fingers [fritos de res], que se untan en una ácida salsa de tomates, acompañados por una salsa de queso azul, en dos locales, en Knoxville, Tennessee.
Aprendí la transcendente utilidad de las Wet Naps [toallitas húmedas] -para las manos, boca y volante. Aprendí que el arte de comer con la bandeja en el regazo se acompaña mejor de ropas oscuras, y que sería mejor todavía si se acompañara de un uniforme de personal de emergencias porque el ketchup, la mostaza y la salsa de barbacoa dentro y fuera de los bocadillos tienden a descarrilarse.
Unas bolsas de pasta roja de un Chick-fil-A de Birmingham, Alabama, deben considerarse como el Exxon Valdez de los derrames de condimentos, y mi Ford Taurus de alquiler, como el Príncipe William Sound, sólo se recuperó lentamente.
Esta aventura requiere algunos ajustes.
"¿Qué me recomiendas?", preguntaba a veces, por costumbre, cuando hablaba con otro conductor a través de la ventanilla del coche, ansioso de probar lo mejor que podía ofrecer una cadena.
Usualmente la pregunta producía respuestas de una sola sílaba: "¿Eh?" Así que empecé a preguntar qué bocadillos y agregados eran los más populares.
Hice amigos, como Elizabeth Stephens, 69, cuya furgoneta Buick de paneles estaba aparcada cerca de mi Taurus frente al Varsity en el centro de Atlanta.
El Varsity data de 1928 y tiene seis locales en Georgia, siendo el del centro de Atlanta el más conocido. Junto con el Culver's que visité en Rockwall, Tejas, fue mi parada favorita, pero pudo no haberlo sido si la señora Stephens no se hubiese dado cuenta de que mi amiga Alessandra y yo éramos neófitos y decidiera intervenir.
Nos propuso que pidiéramos el perrito caliente con chile y ensalada, una inspirada creación que incluye capas de ensalada [de repollo, zanahoria, cebolla y mayonesa] encima del chile, a su vez encima de un carnoso y humeante perrito, produciendo un escándalo de texturas y sensaciones frías y calientes que estoy decidido a probar otra vez más en mi vida.
Ella, sabiamente, colocó los anillos de cebollas, verdaderas lonchas de una resbaladiza cebolla, entre de las crujientes y aceitosas capas del bollo de pan. E insistió en agregar un apéndice a nuestro pedido cuando se dio cuenta de que estábamos planeando dejar de lado el postre.
"¿No pediste el pastel de melocotón?", dijo.
"No", respondí. "¿Deberíamos?"
"Cariño", dijo. "Estás en Georgia. Deberías probar el pastel de melocotón".
Pedimos un pastel de melocotón. Era similar en forma y contenido a un pastel de manzana del McDonald's, y podríamos vivir sin él.
Entré a un McDonald's tres veces, en tres estados, porque no quería ser injusto con los gigantes. Pero el universo de la comida rápida es infinito, así que tenía que poner límites.
Nada de pizzas. Ni de bocadillo en pan de barra. Ni de Long John Silver's, al menos no después de Captain D's, donde las gambas en mantequilla deberían llamarse gambas apolilladas y el presunto puré de cangrejos me apartó por un tiempo de la comida marítima.
Nada, tampoco, de Chipotle ni Fuddruckers ni de restaurantes que no tuvieran una ventanilla para recoger la comida en coche o, al menos, la intención de una, excepto la de Baja Fresh, en Ontario, California, de cuya imposibilidad me di cuenta después de pagar casi 20 dólares y de esperar 15 minutos por un almuerzo para dos. La quesadilla de cerdo y queso era sensacional, y podría haber ingresado a mi listado de mis diez platos favoritos, pero no era comida rápida.
Hice comparaciones. Las patatas fritas de Hardee's son mejores -más crujientes, más substanciosas y más sabrosas- que las de McDonald's, Wendy's, Burger King y Jack in the Box.
Pero las patatitas de Sonic, una cadena conocida en el Sur, fueron las sultanas de las patatas. Como todas estas patatas varían en cuanto al crujido exterior, no al tubérculo interior, el tipo patatitas, con más crestas y dobleces, ganó el día.
En segundo lugar, por las mismas razones, estuvieron las patatas doradas de McDonald's, esculpidas por invisibles Michelangelos de la comida rápida de lo que es esencialmente una rectangular y riquísima patata gigante
No fue sino hasta que llegamos a Tucson, el octavo día, que probé el brillante pastel de patatas (un artículo que merece dos toallitas húmedas) junto con un ligeramente pasado Egg McMuffin [madalena], del que disfruté menos que del bocadillo de ciabatta de desayuno en un Jack in the Box en Forth Worth.
Las grandes cadenas adoran utilizar palabras extranjeras, como ciabatta y frescata, que es el nombre de una selección de insípidos bocadillos de tiendas de delicatessen en Wendy's, donde la mejor apuesta sigue siendo el barato y saludable chile con carne.
O declaran descaradamente que el artículo es étnico, ipso graso. McDonald's coloca lonjas de carne blanca, guisantes en su vaina y trozos de mandarinas encima de una camita de lechuga americana y la llama ensalada asiática de pollo, que después de unos ñascos hicieron que Alessandra, una rubia de ojos azule, exclamara, correctamente: "Es tan asiática como yo".
Yo dije, para poner por caso, que sabía un poco a salsa rusa, y que la parte oriental de Rusia caía en Asia.
"Okay", dijo. "Entonces es una ensalada euroasiática de pollo".
Me acompañó en los tramos medios de mi ruta, la parte sur inclinada al pollo frito y a los jalapeños. Mi amigo Kerry me acompañó durante el primer tramo, es decir, durante los mediocres bocadillos de roastbeef en un local de una cadena mediana del Oeste Medio, llamada Rax, y en Gold Star Chili, el peor artículo del viaje de reconocimiento.
Era un pegajoso montón de delgados fideos, que estaban cubiertos por un acuoso chili, que a su vez venía cubierto por un correoso confeti naranja que se parecía ligeramente al queso. Varias horas después de este almidonado insulto, mientras avanzábamos por el sur hacia Knoxville, Kerry gimió: "Eeewww".
Me pilló de sorpresa. Lo miré intrigado.
"Recuerdos del pasado", explicó. "Gold Star".
Mi amiga Barbara me acompañó en el trayecto final del viaje, una ruta sudoccidental de burritos y más burritos: con o sin arroz, con o sin crema ácida, burritos planeados y burritos descubiertos de casualidad.
Salimos de la carretera cerca de Odessa, Tejas, para buscar un Taco Villa y, al otro lado de la calle, espiamos un local llamado JumBurrito, una cadena tejana todavía más chica. El burrito de pollo asado de Taco Villa tenía un montón de pollo que sabía en realidad a pollo asado, mientras que la combinación de burrito de JumBurrito redimía la sosa carne de res con un vibrante aguacate.
Ninguno se acercó a la majestuosidad del burrito que más me gustó, y que comí en Dallas, en un local de Taco Cabana. Un gran burrito es un acto de equilibrio, y las proporciones de carne de res molida, frijoles, crema ácida y tomates cortados del abundante y gordo Burrito Último (tres toallitas calientes), de Dallas, eran formidables.
El Taco Villa y el JumBurrito que visité compartían un tramo de la calle con Bush's Chicken, un proveedor de fritos de pollo (tan hinchados de agua como peluda es una chinchilla) en el área de Odessa-Midland. En todo el país, descubrí y probé más de lo que esperaba de estos pequeños participantes de la comida rápida.
Cerca de Allentown, Pensilvania, hay un Yocco's que se autoproclama el ‘rey de los perritos calientes', probablemente porque nadie que haya tenido la desgracia de comer ahí, lo haría. En Louisiana central hay un Raising Cane's que sirve, fiel y competentemente fritos de pollo, necesita residentes de ese estado y de los estados aledaños.
Y en El Paso, donde Barbara y yo paramos después de Odessa, había un Chico's Taco. Visitamos el Chico's más cercano a la autopista, justo al otro lado de la calle de un local de ‘controle las plagas usted mismo' llamado Bug-a-Boo. Barbara devoró su burrito de estofado. Yo me vengué con flautas de res, islotes de extrañas formas en una sazonada sopa de tomates y pimientos picantes. Me sorprendió que me hayan gustado tanto.
A menudo me sorprendí a mí mismo, incluso el primer día, cuando di excitadamente un mordisco a esa mini-hamburguesa y me di cuenta de lo traicioneros que son los recuerdos de la comida rápida. Si alguna vez disfruté de las min-hamburguesas -y recuerdo que sí lo hice-, debe haber sido cuando estaba borracho. O con resaca.
Tres horas y media y doscientos kilómetros más tarde, probé cautelosamente un trozo de pollo de Original Recipe [Receta Original] en un Kentucky Fried Chicken. Y ya no dudé más en los mordiscos subsiguientes. La piel rebozada no estaba demasiado picante, un pecado frecuente en los pollos fritos que vendrían. La carne estaba definitivamente jugosa. Y el Coronel, en mi opinión, merece ser ascendido a comandante en jefe.
Yo esperaba que el Chick-fil-A fuera bueno. No me decepcionó. Su bocadillo de pollo corriente, un filete de pechuga ligeramente rebozado con pocos adornos, era carnoso y tierno, y la camita del bollo no podía ser más suave. Necesitamos más Chick-fil-A en Nueva York. (Hay sólo un local de la cadena, en la Universidad de Nueva York). Lo necesitamos con urgencia.
Y necesitamos todavía más un Dairy Queen. Entre todas las encarnaciones de crema de helado con incrustaciones de caramelo que probé, incluyendo la McFlurry, el Frosty y el Sonic Blast, el Blizzard es definitivamente la mejor. Es la que tenía más caramelo y estaba completamente integrada en una suntuosa cunita congelada.
Este helado era el Georgia Mud Fudge Blizzard. De los Brownie Batter Blizzard. En un año o dos escribiré sobre los otros Blizzards; pasad a verme entonces. Si mi obituario dijera: "murió por un Blizzard", sabréis que morí feliz.
Probé, sobre todo, hamburguesas. Llegué a varias conclusiones.
La llama, o al menos una sugerencia de parrilla o plancha, importa. Es la principal razón por la que un Whopper supera a un Big Mac, hecho a la plancha. Es por eso que la hamburguesa de 150 gramos de Thickburgers hechos al carbón en Hardee's, sabían mejor que las mini-hamburguesas al vapor de Krystal, un análogo de White Castle en el Sur.
Los bollos importan. El bollo de pan amasado grande del Whataburger clásico tenía bastante espacio para tres rodajas de tomate y una sensación de solidez que se sentía bien en las manos, y sabroso en la boca. Los bollos tostados, crujientes, y generosamente untados con mantequilla, de las hamburguesas de Culver's, llamadas butterburgers [hamburguesas de mantequilla] en honor de estos bollos, exaltaban cualquier cosa que llevaran dentro, lo que incluía carne molida asada con más bordes chamuscados y, como resultado, más sabor.
Los productos importan, y el tamaño de la hamburguesa también importa, lo que nos lleva al In-N-Out. Esta cadena de California inspira veneración, y entiendo por qué. Las hamburguesas eran más frescas que la mayoría -aunque, como aparentemente todas las hamburguesas de locales de comida rápida, son hechas a una temperatura por encima del tipo media y las verduras encima sabían incluso más frescas. El jugoso tomate y las cebollas cocidas de la hamburguesa de queso ‘estilo animal' fueron revelaciones.
Pero opacaban a la pequeña hamburguesa de la que eran presuntamente los accesorios. Una hamburguesa de queso doble puso remedio a este defecto, aunque no completamente. En su caso, el producto -una hoja entera de lechuga, así como un tomate- era tan poderoso como la carne. Me gustó In-N-Out, aunque tuve algunos problemas.
O quizás para entonces estaba demasiado satisfecho. En camino hacia allá, conduciendo solo a través de Santa Mónica, California, me encontré repentinamente desviándome hacia la derecha, para aparcar y pedir otro. La vara adivinatoria estaba trabajando, y me indicó el camino hacia Tommy's, otra cadena de California.
Tommy's vierte un chili pastoso, desdeñable, sobre casi todo. Anidado detrás del volante, mordisqueé un perrito caliente anegado con chili y una hamburguesa de queso doble cubierto de chili y luego recogí una última ración de una voluminosa y fétida porquería. ¿Qué eran esos garabatos pastosos de color naranja? Gold Star, la indigestión permanente.
Casi había terminado. Estaba, en general, contento. En el camino correcto, con la compañía adecuada, puede haber tanta satisfacción en el lado cutre de la hostelería como en el lado elegante. Los dos ofrecen recompensas.
Al día siguiente, y último de mi aventura, pasé zumbando frente a un Farburger, en camino a un Wienerschnitzel. Buscando a El Pollo Loco, pasé por alto a Del Taco. Los visitaré en otra ocasión. Con el estómago más vacío. Con el coche más limpio.
24 de mayo de 2006
©new york times
©traducción mQh
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