iraq, república del miedo
[Nir Rosen] La guerra civil en Iraq empezó cuando Estados Unidos lo invadió.
Las calles de Bagdad amanecen todos los días sembradas de cadáveres magullados, destrozados, mutilados, de individuos ejecutados por el solo hecho de ser sunníes, o chiíes. Los taladros eléctricos son un instrumento de tortura especialmente popular.
He vivido en Iraq casi dos de los tres años desde que cayera Bagdad. En mi último viaje, hace unas semanas, salí de la ciudad abrumado por una sensación de fatalidad. En el curso de seis semanas, trabajé con tres choferes diferentes; en varias ocasiones pidieron un día de permiso porque un vecino o un familiar había sido asesinado. Una mañana se encontraron catorce cuerpos, todos con sus carnés de identidad en sus bolsillos delanteros, todos llamados Omar. Omar es un nombre sunní. En estos días en Bagdad nadie vive con más inseguridad que los hombres que llevan ese nombre. Otro día encontraron a un grupo de hombres con las manos dobladas sobre sus barrigas, la derecha sobre la izquierda, el modo sunní de orar. Era un mensaje. En estos días, muchos sunníes se están haciendo con documentos falsos, con nombres neutrales. Las milicias sunníes han empezado a vengarse, deteniendo a autobuses y pidiendo los jjinsiya, carnés de identidad, de todos los pasajeros. Los individuos que pertenecen a tribus chiíes son ejecutados.
Durante el régimen de Saddam Hussein, los disidentes llamaban a Iraq "la república del miedo" y esperaban que terminara cuando Saddam fuera derrocado. Pero la guerra sólo ha democratizado ese temor. Ahora el terror no proviene solamente del régimen, o de las tropas norteamericanas, sino de todos, de todas partes.
Al principio, la presencia dominante de los militares estadounidenses -con sus imponentes vehículos resonando por las calles de Bagdad y sus soldados como gigantes con sus chalecos y cascos y armas- parecía invencible. La Ocupación se sentía siempre. Ahora en Bagdad pueden pasar días sin que veas a soldados estadounidenses. En lugar de eso, se tiene la impresión de que los iraquíes han ocupado Iraq, los milicianos enmascarados arremetiendo a través del tráfico en anónimos vehículos de seguridad, disparando al aire, dando órdenes enfadados y a gritos, apuntando a los transeúntes con sus Kalashnikovs.
Hoy, los americanos son una milicia más perdida en la anarquía. También ellos están matando a iraquíes.
En el otoño pasado visité la casa de un sunní llamado Sabah en el barrio de Radqaniya, al oeste de Bagdad, donde la resistencia sunní ha tenido una larga presencia y donde, hace poco, mataron a un soldado norteamericano. Un viernes noche, pocos días antes de mi visita, su familia me contó que unos soldados estadounidenses habían rodeado la casa donde vivía Sabah y sus hermanos Walid y Hussein, y sus familias, y echaron abajo la puerta. Las mujeres y niños fueron llevados fuera, pasando frente a Sabah, que tenía la nariz quebrada, y Walid, al que un soldado le había metido el cañón de la ametralladora en la boca. Los soldados golpearon a los hombres con las culatas de los rifles, mientras el intérprete chií que acompañaba a las tropas exhortaba a los americanos a ejecutar a los sunníes.
Cuando la aterrorizada familia esperaba fuera, oyeron disparos dentro. Sonaba como si hubiese una escaramuza, y los soldados se gritaban unos a otros. Media hora después emergió el intérprete con una foto de Sabah. "¿Quién es la mujer de Sabah?", preguntó. "Su marido fue matado por los americanos, y merecía morir", le dijo. Y entonces rompió la fotografía delante de ella.
Se llevaron a Walid y en la casa la familia encontró el cadáver de Sabah. Su ensangrentada camisa tenía tres agujeros donde las balas habían penetrado en su pecho; dos de las balas habían salido por la espalda y se habían alojado en la pared detrás de él. Había tres cartuchos de balas norteamericanas en el suelo. Las camas y sillones habían sido volcados y destrozados; las mesas, armarios, floreros de plástico, todo había sido quebrado y arrojado al suelo. Destruyeron incluso los coches. Las fotos de Sabah habían sido rotas y su carné de identidad, confiscado. Una foto seguía en el escritorio de su esposa: Sabah parado orgullosamente frente a su Mercedes.
Más tarde le pregunté a Hussein si quería vengarse. "Somos musulmanes, alabamos a Dios", dijo. "Y no queremos venganza. Él era inocente y fue asesinado, así que ahora es un mártir".
Al otro lado de la ciudad las tropas estadounidenses también allanaron el templo huseiniya de Mustapha, un lugar de culto chií en el barrio de Ur. La huseiniya, parecida a una mezquita, pertenecía al movimiento nacionalista anti-ocupación de Moqtada al-Sáder, y frente a su pequeña torre habían gigantescos carteles con imágenes de los clérigos importantes del movimiento. La milicia Sáder, conocida como el Ejército Mahdi, había estado utilizando la huseiniya como base de operaciones de contrainsurgencia. Milicianos de Mahdi secuestraban a sunníes sospechosos de apoyar a la resistencia, los torturaban hasta que confesaban, filmándolos en video, y luego los ejecutaban.
Cuando los americanos allanaron la huseiniya, llevaron tropas iraquíes con ellos. Mataron no solamente a milicianos de Mahdi, sino también a inocentes transeúntes chiíes, incluyendo a un joven periodista que yo conocía, llamado Kamal Anbar, en lo que los testigos dijeron que fueron ejecuciones sumarias. Aunque los vecinos culparon a las tropas norteamericanas, las tropas iraquíes estaban tan recargadas de armas, chalecos antibalas y cascos norteamericanos que no se distinguían de las estadounidenses.
Cuando visité el lugar al día siguiente, los suelos del templo, paredes y cielo raso estaban manchados de sangre; había trozos de cerebro en endurecidos charcos rojos. Del mismo modo que los chiíes celebran cuando los americanos atacan blancos sunníes, los sunníes que apoyan a la resistencia acogieron con satisfacción las noticias del allanamiento.
Los miembros de la milicia Mahdi habían regresado en grandes números esa mañana, bloqueando las calles y revisando a todos los que se acercaban, blandiendo pistolas Glock y esposas de la policía iraquí. En Bagdad, y en gran parte de Iraq, la policía es el Ejército Mahdi, y el Ejército Mahdi, es la policía. Lo mismo se puede decir el ejército iraquí, apostado en todo el país.
Las tensiones religiosas se han apoderado más que de las fuerzas de seguridad iraquíes y las calles del país. Ahora las milicias entran rutinariamente a los hospitales para cazar o arrestar a los que han sobrevivido los allanamientos. Y muchos ministerios del gobierno iraquí están ahora llenos de pancartas y lemas de grupos religiosos chiíes, que ejercen un control total de instituciones claves. Si no estás con ellos, mejor te das por muerto.
Por ejemplo, en las negociaciones entre los partidos después de las elecciones de enero de 2005, los partidarios de Sáder se apoderaron de los ministerios de salud y transporte y empezaron de inmediato a purgarlos de sunníes y de chiíes no alineados con Sáder. El proceso fue conocido oficialmente como ‘la purga de los saddamitas ejecutada por los saderistas'. En realidad, algunas dependencias de gobierno ahora no aceptan empleados sunníes.
Basándome en mis visitas a los ministerios, está claro que el proceso de apartheid empezó después de la victoria electoral de los chiíes. En el ministerio de Salud se ven fotografías de Moqtada al-Sáder y su padre en todas partes. Música tradicional chií resuena en todos los pasillos. Doctores y empleados del ministerio se refieren al ministro de salud como imami, es decir, ‘mi imán', como si fuera un clérigo. También vi carteles chiíes adornando las paredes -incluyendo uno celebrando a Sáder- en el ministerio de Transporte. Los empleados sunníes han sido expulsados de los dos ministerios, mientras que el ministerio del Interior está bajo control de otro movimiento chií, el Consejo Supremo para la Revolución Islámica de Iraq (su mero nombre es una declaración explícita de sus intenciones).
Chiíes sin calificación alguna llenan ahora los ministerios. En un caso en el ministerio de Transporte, un ingeniero jefe sunní fue despedido y remplazado por un chií sin calificaciones que llegaba al trabajo con un turbante de clérigo. En todos los casos, esto ha significado una aguda reducción de la eficiencia, y los ministerios de salud y transporte apenas si funcionan; el ministerio del Interior opera prácticamente como un escuadrón de la muerte chií, con cárceles clandestinas -que fueron descubiertas a fines de noviembre- y con gente que desaparece después de allanamientos realizados por misteriosas unidades de seguridad del gobierno que operan por las noches.
Incluso una oposición compartida a la Ocupación no pudo unir a sunníes y chiíes, y eso era quizás inevitable dada la encarnizada historia de hostilidades mutuas. En lugar de eso, a medida que se intensificaba la lucha contra los norteamericanos, las tensiones entre sunníes y chiíes empezaron a crecer, desencadenando finalmente las despiadadas purgas religiosas de Iraq hoy.
Durante la primera batalla de Faluya, en la primavera de 2004, los rebeldes sunníes lucharon junto con las fuerzas chiíes contra los americanos; en otoño de ese año, los sunníes debieron luchar solos en Faluya, y resintieron la indiferencia chií.
Pero para esa época la frustración chií con los sunníes por haber acogido a Abu Musab al-Zarqawi, el sanguinario cabecilla de al-Qaeda en Iraq, llevó a algunos a pensar que los faluyanos se merecían lo que les estaba pasando. El círculo de violencia escaló desde entonces. Cuando los refugiados sunníes de Faluya se instalaron al oeste de Bagdad en bastiones sunníes como Ghazaliya, al-Amriya y Khadhra, algunas familias chiíes empezaron a recibir las primeras amenazas para que se marcharan. En Amriya los chiíes que ignoraron las amenazas fueron atacados en sus casas; los hombres fueron asesinados por milicias sunníes.
Fue entonces que empezaron realmente las purgas religiosas. Refugiados sunníes en Amriya ocuparon casas abandonadas por los chiíes. Esas operaciones fueron realizadas por rebeldes, así como por familiares de los refugiados. Pronto esas limpiezas se habían extendido a todas partes y se convirtieron en algo de todos los días, tanto por venganza como por su propia y cruel lógica; los dos lados participaron en ellas. En Iraq no quedó espacio para las voces no religiosas. Sunníes y chiíes por igual fueron empujados a los brazos de sus respectivas milicias, a menudo uniéndose a ellas para poder defenderse a sí mismos. Los chiíes se hicieron con listados de los cuadros del Partido Baaz que eran la base del régimen de Hussein y empezaron a asesinar sistemáticamente a los sunníes que habían pertenecido a él. Las milicias sunníes que habían luchado contra la ocupación americana se convirtieron en milicias de protección del territorio sunní contra las incursiones chiíes y para atacar áreas chiíes. La resistencia se convirtió en algo secundario a medida que la resistencia se fue convirtiendo en autodefensa. Entretanto, en el sur chií las milicias chiíes peleaban entre sí y contra las tropas británicas.
En noviembre le pregunté a un buen amigo chií si, considerando toda la violencia, crímenes y radicalismo en Iraq, la vida no era mejor durante Hussein.
"No", dijo, decididamente. "Podrían aplanar Bagdad y todavía sería mejor que durante Saddam. Al menos, tenemos esperanza".
He vivido en Iraq casi dos de los tres años desde que cayera Bagdad. En mi último viaje, hace unas semanas, salí de la ciudad abrumado por una sensación de fatalidad. En el curso de seis semanas, trabajé con tres choferes diferentes; en varias ocasiones pidieron un día de permiso porque un vecino o un familiar había sido asesinado. Una mañana se encontraron catorce cuerpos, todos con sus carnés de identidad en sus bolsillos delanteros, todos llamados Omar. Omar es un nombre sunní. En estos días en Bagdad nadie vive con más inseguridad que los hombres que llevan ese nombre. Otro día encontraron a un grupo de hombres con las manos dobladas sobre sus barrigas, la derecha sobre la izquierda, el modo sunní de orar. Era un mensaje. En estos días, muchos sunníes se están haciendo con documentos falsos, con nombres neutrales. Las milicias sunníes han empezado a vengarse, deteniendo a autobuses y pidiendo los jjinsiya, carnés de identidad, de todos los pasajeros. Los individuos que pertenecen a tribus chiíes son ejecutados.
Durante el régimen de Saddam Hussein, los disidentes llamaban a Iraq "la república del miedo" y esperaban que terminara cuando Saddam fuera derrocado. Pero la guerra sólo ha democratizado ese temor. Ahora el terror no proviene solamente del régimen, o de las tropas norteamericanas, sino de todos, de todas partes.
Al principio, la presencia dominante de los militares estadounidenses -con sus imponentes vehículos resonando por las calles de Bagdad y sus soldados como gigantes con sus chalecos y cascos y armas- parecía invencible. La Ocupación se sentía siempre. Ahora en Bagdad pueden pasar días sin que veas a soldados estadounidenses. En lugar de eso, se tiene la impresión de que los iraquíes han ocupado Iraq, los milicianos enmascarados arremetiendo a través del tráfico en anónimos vehículos de seguridad, disparando al aire, dando órdenes enfadados y a gritos, apuntando a los transeúntes con sus Kalashnikovs.
Hoy, los americanos son una milicia más perdida en la anarquía. También ellos están matando a iraquíes.
En el otoño pasado visité la casa de un sunní llamado Sabah en el barrio de Radqaniya, al oeste de Bagdad, donde la resistencia sunní ha tenido una larga presencia y donde, hace poco, mataron a un soldado norteamericano. Un viernes noche, pocos días antes de mi visita, su familia me contó que unos soldados estadounidenses habían rodeado la casa donde vivía Sabah y sus hermanos Walid y Hussein, y sus familias, y echaron abajo la puerta. Las mujeres y niños fueron llevados fuera, pasando frente a Sabah, que tenía la nariz quebrada, y Walid, al que un soldado le había metido el cañón de la ametralladora en la boca. Los soldados golpearon a los hombres con las culatas de los rifles, mientras el intérprete chií que acompañaba a las tropas exhortaba a los americanos a ejecutar a los sunníes.
Cuando la aterrorizada familia esperaba fuera, oyeron disparos dentro. Sonaba como si hubiese una escaramuza, y los soldados se gritaban unos a otros. Media hora después emergió el intérprete con una foto de Sabah. "¿Quién es la mujer de Sabah?", preguntó. "Su marido fue matado por los americanos, y merecía morir", le dijo. Y entonces rompió la fotografía delante de ella.
Se llevaron a Walid y en la casa la familia encontró el cadáver de Sabah. Su ensangrentada camisa tenía tres agujeros donde las balas habían penetrado en su pecho; dos de las balas habían salido por la espalda y se habían alojado en la pared detrás de él. Había tres cartuchos de balas norteamericanas en el suelo. Las camas y sillones habían sido volcados y destrozados; las mesas, armarios, floreros de plástico, todo había sido quebrado y arrojado al suelo. Destruyeron incluso los coches. Las fotos de Sabah habían sido rotas y su carné de identidad, confiscado. Una foto seguía en el escritorio de su esposa: Sabah parado orgullosamente frente a su Mercedes.
Más tarde le pregunté a Hussein si quería vengarse. "Somos musulmanes, alabamos a Dios", dijo. "Y no queremos venganza. Él era inocente y fue asesinado, así que ahora es un mártir".
Al otro lado de la ciudad las tropas estadounidenses también allanaron el templo huseiniya de Mustapha, un lugar de culto chií en el barrio de Ur. La huseiniya, parecida a una mezquita, pertenecía al movimiento nacionalista anti-ocupación de Moqtada al-Sáder, y frente a su pequeña torre habían gigantescos carteles con imágenes de los clérigos importantes del movimiento. La milicia Sáder, conocida como el Ejército Mahdi, había estado utilizando la huseiniya como base de operaciones de contrainsurgencia. Milicianos de Mahdi secuestraban a sunníes sospechosos de apoyar a la resistencia, los torturaban hasta que confesaban, filmándolos en video, y luego los ejecutaban.
Cuando los americanos allanaron la huseiniya, llevaron tropas iraquíes con ellos. Mataron no solamente a milicianos de Mahdi, sino también a inocentes transeúntes chiíes, incluyendo a un joven periodista que yo conocía, llamado Kamal Anbar, en lo que los testigos dijeron que fueron ejecuciones sumarias. Aunque los vecinos culparon a las tropas norteamericanas, las tropas iraquíes estaban tan recargadas de armas, chalecos antibalas y cascos norteamericanos que no se distinguían de las estadounidenses.
Cuando visité el lugar al día siguiente, los suelos del templo, paredes y cielo raso estaban manchados de sangre; había trozos de cerebro en endurecidos charcos rojos. Del mismo modo que los chiíes celebran cuando los americanos atacan blancos sunníes, los sunníes que apoyan a la resistencia acogieron con satisfacción las noticias del allanamiento.
Los miembros de la milicia Mahdi habían regresado en grandes números esa mañana, bloqueando las calles y revisando a todos los que se acercaban, blandiendo pistolas Glock y esposas de la policía iraquí. En Bagdad, y en gran parte de Iraq, la policía es el Ejército Mahdi, y el Ejército Mahdi, es la policía. Lo mismo se puede decir el ejército iraquí, apostado en todo el país.
Las tensiones religiosas se han apoderado más que de las fuerzas de seguridad iraquíes y las calles del país. Ahora las milicias entran rutinariamente a los hospitales para cazar o arrestar a los que han sobrevivido los allanamientos. Y muchos ministerios del gobierno iraquí están ahora llenos de pancartas y lemas de grupos religiosos chiíes, que ejercen un control total de instituciones claves. Si no estás con ellos, mejor te das por muerto.
Por ejemplo, en las negociaciones entre los partidos después de las elecciones de enero de 2005, los partidarios de Sáder se apoderaron de los ministerios de salud y transporte y empezaron de inmediato a purgarlos de sunníes y de chiíes no alineados con Sáder. El proceso fue conocido oficialmente como ‘la purga de los saddamitas ejecutada por los saderistas'. En realidad, algunas dependencias de gobierno ahora no aceptan empleados sunníes.
Basándome en mis visitas a los ministerios, está claro que el proceso de apartheid empezó después de la victoria electoral de los chiíes. En el ministerio de Salud se ven fotografías de Moqtada al-Sáder y su padre en todas partes. Música tradicional chií resuena en todos los pasillos. Doctores y empleados del ministerio se refieren al ministro de salud como imami, es decir, ‘mi imán', como si fuera un clérigo. También vi carteles chiíes adornando las paredes -incluyendo uno celebrando a Sáder- en el ministerio de Transporte. Los empleados sunníes han sido expulsados de los dos ministerios, mientras que el ministerio del Interior está bajo control de otro movimiento chií, el Consejo Supremo para la Revolución Islámica de Iraq (su mero nombre es una declaración explícita de sus intenciones).
Chiíes sin calificación alguna llenan ahora los ministerios. En un caso en el ministerio de Transporte, un ingeniero jefe sunní fue despedido y remplazado por un chií sin calificaciones que llegaba al trabajo con un turbante de clérigo. En todos los casos, esto ha significado una aguda reducción de la eficiencia, y los ministerios de salud y transporte apenas si funcionan; el ministerio del Interior opera prácticamente como un escuadrón de la muerte chií, con cárceles clandestinas -que fueron descubiertas a fines de noviembre- y con gente que desaparece después de allanamientos realizados por misteriosas unidades de seguridad del gobierno que operan por las noches.
Incluso una oposición compartida a la Ocupación no pudo unir a sunníes y chiíes, y eso era quizás inevitable dada la encarnizada historia de hostilidades mutuas. En lugar de eso, a medida que se intensificaba la lucha contra los norteamericanos, las tensiones entre sunníes y chiíes empezaron a crecer, desencadenando finalmente las despiadadas purgas religiosas de Iraq hoy.
Durante la primera batalla de Faluya, en la primavera de 2004, los rebeldes sunníes lucharon junto con las fuerzas chiíes contra los americanos; en otoño de ese año, los sunníes debieron luchar solos en Faluya, y resintieron la indiferencia chií.
Pero para esa época la frustración chií con los sunníes por haber acogido a Abu Musab al-Zarqawi, el sanguinario cabecilla de al-Qaeda en Iraq, llevó a algunos a pensar que los faluyanos se merecían lo que les estaba pasando. El círculo de violencia escaló desde entonces. Cuando los refugiados sunníes de Faluya se instalaron al oeste de Bagdad en bastiones sunníes como Ghazaliya, al-Amriya y Khadhra, algunas familias chiíes empezaron a recibir las primeras amenazas para que se marcharan. En Amriya los chiíes que ignoraron las amenazas fueron atacados en sus casas; los hombres fueron asesinados por milicias sunníes.
Fue entonces que empezaron realmente las purgas religiosas. Refugiados sunníes en Amriya ocuparon casas abandonadas por los chiíes. Esas operaciones fueron realizadas por rebeldes, así como por familiares de los refugiados. Pronto esas limpiezas se habían extendido a todas partes y se convirtieron en algo de todos los días, tanto por venganza como por su propia y cruel lógica; los dos lados participaron en ellas. En Iraq no quedó espacio para las voces no religiosas. Sunníes y chiíes por igual fueron empujados a los brazos de sus respectivas milicias, a menudo uniéndose a ellas para poder defenderse a sí mismos. Los chiíes se hicieron con listados de los cuadros del Partido Baaz que eran la base del régimen de Hussein y empezaron a asesinar sistemáticamente a los sunníes que habían pertenecido a él. Las milicias sunníes que habían luchado contra la ocupación americana se convirtieron en milicias de protección del territorio sunní contra las incursiones chiíes y para atacar áreas chiíes. La resistencia se convirtió en algo secundario a medida que la resistencia se fue convirtiendo en autodefensa. Entretanto, en el sur chií las milicias chiíes peleaban entre sí y contra las tropas británicas.
En noviembre le pregunté a un buen amigo chií si, considerando toda la violencia, crímenes y radicalismo en Iraq, la vida no era mejor durante Hussein.
"No", dijo, decididamente. "Podrían aplanar Bagdad y todavía sería mejor que durante Saddam. Al menos, tenemos esperanza".
Sin embargo, unas semanas después me escribió un e-mail desesperado: "Estoy seguro de que estallará una guerra civil... No te sientes bien hablando con alguien hasta que no sabes si es chií o sunní... Los políticos no confían entre ellos. La gente desconfía una de otra. Hay gente que busca venganza, un gobierno débil, regiones separadas... Tendremos guerra civil; es sólo una cuestión de tiempo, y de algunas provocaciones".
La provocación se produjo el 22 de febrero, cuando la Mezquita Dorada de los chiíes de Samarra fue hecha volar por los aires. Más de mil sunníes fueron matados en venganza, y luego el ministerio del Interior, controlado por los chiíes, impidió que se conociera el número real de bajas. Aumentaron los ataques contra las mezquitas sunníes. Oficialmente, Moqtada al-Sáder se opone a los ataques contra los sunníes, pero fue él quien lanzó a sus milicianos contra ellos después del atentado.
Las purgas religiosas y étnicas ha continuado desde entonces, a medida que se ‘purifican' los barrios mixtos. En Amriya se encuentran cadáveres en la calle principal a razón de tres o cinco o siete al día. La gente tiene miedo de acercarse a los cuerpos, o de llamar a la ambulancia o a la policía, por temor que también ellos sean encontrados muertos al día siguiente. En Abu Ghraib, Dora, Amriya y otros barrios que eran mixtos, los chiíes han sido obligados a marcharse. En Maalif y Shaab, los sunníes han sido los blancos.
El planeta se pregunta si Iraq está al borde de una guerra civil, mientras los iraquíes temen llamarla así, sabiendo el futuro que evoca esa denominación. A decir verdad, la guerra civil empezó mucho antes de Samarra, y mucho antes de los primeros levantamientos. Empezó cuando las tropas norteamericanas llegaron a Bagdad. Empezó cuando los sunníes descubrieron lo que habían perdido, y los chiíes, lo que habían ganado. Y lo peor está todavía por pasar.
La provocación se produjo el 22 de febrero, cuando la Mezquita Dorada de los chiíes de Samarra fue hecha volar por los aires. Más de mil sunníes fueron matados en venganza, y luego el ministerio del Interior, controlado por los chiíes, impidió que se conociera el número real de bajas. Aumentaron los ataques contra las mezquitas sunníes. Oficialmente, Moqtada al-Sáder se opone a los ataques contra los sunníes, pero fue él quien lanzó a sus milicianos contra ellos después del atentado.
Las purgas religiosas y étnicas ha continuado desde entonces, a medida que se ‘purifican' los barrios mixtos. En Amriya se encuentran cadáveres en la calle principal a razón de tres o cinco o siete al día. La gente tiene miedo de acercarse a los cuerpos, o de llamar a la ambulancia o a la policía, por temor que también ellos sean encontrados muertos al día siguiente. En Abu Ghraib, Dora, Amriya y otros barrios que eran mixtos, los chiíes han sido obligados a marcharse. En Maalif y Shaab, los sunníes han sido los blancos.
El planeta se pregunta si Iraq está al borde de una guerra civil, mientras los iraquíes temen llamarla así, sabiendo el futuro que evoca esa denominación. A decir verdad, la guerra civil empezó mucho antes de Samarra, y mucho antes de los primeros levantamientos. Empezó cuando las tropas norteamericanas llegaron a Bagdad. Empezó cuando los sunníes descubrieron lo que habían perdido, y los chiíes, lo que habían ganado. Y lo peor está todavía por pasar.
nirrosen@yahoo.com
Nir Rosen es investigador de la New American Foundation y autor de ‘In the Belly of the Green Bird: The Triumph of the Martyrs in Iraq' (Free Press).
28 de mayo de 2006
©washington post
©traducción mQh
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