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lucha interna palestina


[Anne Barnard] ¿Qué quieren los palestinos realmente, y qué es lo que realmente les divide?
Rafah, Franja de Gaza, Palestina. Cuando Mahmoud Abbas, el presidente de la sacudida Autoridad Palestina, decidió someter a votación popular lo que se llama patrióticamente, aunque algo vagamente, el programa nacional palestino, lo que realmente quería era dar a los palestinos la posibilidad de responder a la pregunta que, desde enero, ha estado formulando el planeta: ¿Qué querían exactamente cuando pusieron a Hamas en el poder?
Casi desde el momento en que el grupo militante ganó su sorpresiva victoria, desencadenando un asfixiante boicot económico occidental, los rivales de Hamas han argumentado vociferantemente que no es realmente lo que querían los palestinos. Que ellos no apoyan todo el programa de Hamas en cuanto a la instauración de un estado islámico, ni la lucha a muerte con Israel. Votaron a Hamas como un voto de protesta contra el corrupto partido gobernante de Fatah.
La apuesta de Abbas pondrá esa posición a prueba. Entre una lucha por el poder cada vez más intensa entre el parlamento dirigido por Hamas y el servicio público dominado por Fatah, Abbas y sus colegas intelectuales de Fatah han decidido que el único modo de evitar una crisis constitucional, y posiblemente una guerra civil, es ponerse de acuerdo sobre un conjunto de objetivos nacionales básicos que deben ser ratificados por el pueblo palestino.
Así que Abbas ha decretado que los palestinos concurran a las urnas el 26 de julio para aprobar o rechazar el compromiso alcanzado por los rivales Fatah y los militantes de Hamas que cumplen juntos sentencias en una cárcel israelí. La Iniciativa de los Prisioneros llama a la fundación de un estado palestino que debe existir junto al de Israel, aceptando implícitamente que el estado judío está ahí para quedarse. También llama a los militantes a ‘concentrar' los ataques violentos contra blancos israelíes en Cisjordania y la Franja de Gaza, fuera de Israel.
Abbas ha argumentado que unirse detrás de este programa -más moderado que el de Hamas, pero menos conciliador que el del desacreditado Fatah- tendría ventajas concretas y de gran alcance, desde terminar con el boicot internacional, hasta mitigar la lucha callejera entre milicianos rivales de Hamas y Fatah. "Debemos actuar rápidamente para salvar a más gente", dijo a sus partidarios en Ramallah, el 10 de junio.
Abbas está pidiendo a su gente decidir nada menos que el tipo de sociedad y de futuro quieren. Les está pidiendo que superen, o que al menos hagan a un lado, las diferencias políticas y culturales entre Fatah y Hamas; entre los que quieren hacer compromisos, incluso si el compromiso incluye el desencanto y la corrupción, y los que insisten en los principios a cualquier precio.
Pero la apuesta de Abbas de unir a los palestinos también los está dividiendo, y el referéndum podría hundir todo el proyecto si la gente llega a percibir la votación como una contienda entre facciones rivales. Ese es ciertamente el modo en que los líderes de Hamas lo vieron cuando Abbas propuso por primera vez el referéndum el mes pasado. Rápidamente calificaron la movida como un intento de deshacer su victoria electoral. Y en un informe dado a conocer el martes, el Grupo Crisis Internacional, una organización independiente dedicada a la prevención de conflictos, declaró que el ‘ultimátum' de Abbas podría provocar "una guerra sin control de la que todos los palestinos emergerán como perdedores".
En realidad, desde que Abbas lanzara su obús, la lucha interna se ha acelerado, causando la muerte de decenas de palestinos. El principal signatario de Hamas ha retirado su nombre de la carta de los prisioneros, mencionando el "inaceptable abuso" que hace el presidente del documento. El lunes, milicianos de Fatah atacaron edificios de gobierno e incendiaron algunas oficinas. El miércoles una airada turba de empleados públicos invadió una sesión legislativa, y se pararon sobre los escritorios de legisladores de Hamas, arrojaron botellas de agua y cajas con pañuelos contra los legisladores, y gritaron: "Tenemos hambre".
Funcionarios palestinos e israelíes dicen que no han visto nunca a la sociedad palestina en una posición tan precaria "al borde de un conflicto interno", en palabras del informe del Grupo Crisis. ¿Pero qué es lo que realmente divide a los palestinos? Los dirigentes políticos debaten ahora cómo aproximarse a Israel, pero en las calles de Cisjordania y de la Franja de Gaza, esas diferencias a menudo se convierten en excusa de preocupaciones más inmediatas: religión, cultura, trabajo, y poder.

Si uno leyera los diarios israelíes y escuchara el debate internacional, uno pensaría que la lucha interna de los palestinos gira principalmente sobre Israel. Pero las posiciones palestinas sobre qué hacer con Israel están bien documentadas y son relativamente consistentes: El reciente sondeo de la Universidad Bir Zeit, de Ramallah, constató que el 77 por ciento apoya el documento de los prisioneros, y el 83 por ciento respalda la solución de dos estados -el palestino en Cisjordaia y la Franja de Gaza.
El plan de Abbas de resolver la lucha interna palestina mediante un nuevo consenso en torno a cuestiones relacionadas con Israel produjo buenos resultados para sus partidarios en Ramallah, el centro cultural e intelectual relativamente acomodado de la vida palestina, donde pronunció su discurso más reciente sobre el referéndum del 10 de junio. Pero un día antes, en la dilapidada y acribillada ciudad de Rafah, al sur de Gaza -el otro extremo geográfico y político-, estaba claro que los militantes veían el referéndum menos como una posibilidad de ponerse de acuerdo en torno a una política común que como una contienda entre dos tribus políticas.
Mientras los gazanos se apretujaban en un estadio de fútbol para llorar la muerte de un prominente comandante militantes durante un ataque israelí -que es ostensiblemente un momento unificador-, las charlas sobre el referéndum provocaron contiendas de gritos entre grupos de jóvenes cuya apariencia física delataba sus lealtades. Barbudos miembros de Hamas, con camisetas negras e impecables pantalones de camuflaje, formaban disciplinadas hileras, como parte de la polémica nueva fuerza de seguridad de Hamas. El ala militante de Fatah, la Brigada de los Mártires de Al Aqsa, mostraban un aspecto de guerrilleros de capa y espada, con sus arrugados camuflajes violetas y pañuelos que, enrollados, mostraban en sus frentes la imagen impresa de Yasser Arafat.
En la multitud, una media docena de jóvenes soldados de la Fuerza de Seguridad Nacional, dominada por Fatah, se refugiaban del sol en la carrocería cubierta de su camión. No tenían ni idea de cuáles eran los 18 puntos enumerados en la Iniciativa de los Prisioneros. Pero sabían cómo votarían.
"Este referéndum probará que Fatah es el partido que la gente quiere de verdad", dijo uno de ellos, justo antes de que su oficial lo regañara por hablar de política.
Lo que ellos han entendido es que el documento es más Fatah: el partido de su flamante líder Arafat, de los raptos de avión de los años setenta, de las chaquetas de cuero, autos relucientes, barbas recortadas, casas modestas, y un firme rechazo a hacer compromisos con Israel.
Como los israelíes, los palestinos, tras haber observado el colapso de los Acuerdos de Oslo hace más de una década, están en medio de una crisis de identidad. Vieron a la Organización por la Liberación de Palestina OLP -durante largo tiempo líder de la lucha armada contra Israel, y dominada por Fatah- reconocer a Israel y renunciar a la violencia, sin ganar el estado palestino. Y vieron a la elite del PLO enriquecerse a sí misma a medida que la nueva violencia y el desastre económico reducía las normas de vida de la gente corriente.
"La PLO era la identidad nacional palestina. Ahora, en la conciencia popular, la PLO significa corrupción, prepotencia", dice Mohsen Abu Ramadan, que encabeza el Centro Árabe para el Desarrollo Agrícola, en Gaza. "Creó frustración, odio, depresión".
Pero Hamas, dice Abu Ramadan, un político independiente que ha estudiado la corrupción económica durante Fatah, tiene sus propios problemas. El recién instalado partido islámico, dice, no está más dispuesto que Fatah a hacer compromisos con otras ideologías; fracasó a la hora de formar un gobierno de coalición, y ha impulsado políticas conservadoras a expensas de empujar a más gente a la pobreza.
"Perteneces más a tu partido que a Palestina", dice, sentado en la terraza junto a la playa del Hotel Deira, en Gaza, mientras los obuses de la artillería israelí resuenan en la distancia, planeando cómo reprender a los líderes de Hamas. En lugar de una identidad palestina, dijo, creen en "una exagerada identidad musulmana".
Los partidarios de Fatah y Hamas se dividen gruesamente a lo largo de las líneas laicos-versus-religiosos. Mientras que muchos partidarios de Fatah se consideran religiosos en un sentido tradicional, la mayoría son alérgicos a la idea de un orden político y social gobernado por preceptos religiosos.
Izzat Abdelhadi, que dirige un consorcio de grupos palestinos sin fines de lucro, dice que las organizaciones de estilo occidental como la suya, han fracasado a la hora de generar apoyo de base del que disfrutan las organizaciones benéficas asociadas a Hamas y que se preocupan de los pobres. Pero todavía cree que es impensable trabajar con esos grupos religiosos. "Nosotros no somos islamitas", dice.
Sin embargo, a pesar de que gran parte de las divisiones políticas están enraizadas en la religión y en la cultura, las peleas callejeras no giran sobre principios religiosos. Clanes rivales y bandas armadas flojamente -aunque no exactamente- relacionadas con los partidos, están enzarzadas en una lucha por trabajos, influencia, y el control físico de barrios que sólo se ha intensificado con la crisis económica. En este ambiente, la afiliación política de un hombre armado tiende a basarse en la lealtad a su propia milicia, y no a matices en sus opiniones sobre el islam o el uso de la violencia para hacer frente a la ocupación.
En el funeral de Rafah, el líder de una banda de hombres que llevaban pañuelos de Yasser Arafat, que sólo proporcionó su nombre de guerra, Abu Abdullah, era un ejemplo. Dijo que él, personalmente, coincidía con Hamas de que la ‘resistencia' debería atacar a los israelíes en todas partes, incluso en Tel Aviv -no solamente en Cisjordania y la Franja de Gaza como proponen el acuerdo entre los prisioneros. Pero dijo que votaría de todos modos por la carta de los prisioneros porque eso es lo que Fatah dice que hay que hacer. "Tenemos confianza en nuestros jefes y en nuestro partido", dijo.

Cualquiera sea el resultado el 26 de julio, el referéndum podría convertirse en insignificante dependiendo de la voluntad del participante con el voto más potente: Israel.
El gobierno israelí no ha apoyado la iniciativa de los prisioneros, aunque es la primera vez que líderes de Hamas o de la Yihad Islámica firman una declaración respaldando la solución de dos estados. Funcionarios israelíes señalan que el documento no cumple con ninguna de las tres condiciones especificadas por Estados Unidos y otros participantes internacionales para levantar el boicot: renunciar a la violencia, reconocer a Israel y respetar acuerdos internacionales previos, tales como los Acuerdos de Oslo. E incluso si el primer ministro Ehud Olmert anuncia que se reunirá pronto con Abbas, otros funcionarios israelíes denuncian al presidente como "irrelevante".
Los palestinos creen que el caos en sus calles proporciona a Israel una excusa conveniente para continuar con sus planes de definir unilateralmente sus fronteras definitivas y anexar más territorio de Cisjordania.
En su barbería en Ramallah, Muhammad Hammad explicó las opciones, según las veía. Si el referéndum es aprobado, y la comunidad internacional lo acepta como un reconocimientos de facto de Israel, quizás se pague a los empleados públicos, el nudo económico se afloje, y los palestinos obtengan vagas promesas de un acuerdo pacífico -aunque probablemente no recuperarán todas las tierras que quieren.
Si no pasa, especuló, Estados Unidos y Europa se encogerán de hombros y dirán que los palestinos se merecen su destino.
"Nos destruirán de todos modos", dijo Hammad.
"Fatah y Hamas están ambos destruyendo al pueblo palestino", dijo uno de sus clientes, Nizam Samarra. "La única diferencia entre ellos son los medios de destrucción que usan".

abarnard@globe.com

Sa'id Ghazali contribuyó desde Ramallah; Barnard informó desde Gaza y Ramallah.

18 de junio de 2006
©boston globe
©traducción mQh
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