fosas en el desierto iraquí
[John F. Burns] Los años del terror.
A orillas del desierto de Ash Sham, Iraq. Entre expertos del equipo estadounidense que investiga las fosas comunes de Iraq, el esqueleto que yace boca arriba en la parte de atrás de la intrincada fosa ha recibido un nombre -el Hombre Azul-, que delata la triste familiaridad adquirida por algunos de los que trabajan con víctimas de genocidio.
Pero más que su camisa azul, y sus pantalones de rayas azules, lo que distingue a los restos es el modo en que hablan del terror de la muerte durante el régimen de Saddam Hussein. El hombre fue empujado hacia atrás por disparos de armas automáticas, tenía los ojos vendados y los brazos atados a la espalda; su cráneo saltó hacia arriba, por el cuello, su boca descarnada quedó abierta; sus dos hileras de dientes apartadas, como en un grito primordial.
A fines del invierno de 1991, al menos 28 hombres fueron ejecutados aquí, juntos, apretujados en una fosa que sus asesinos arañaron con una pala en la superficie del desierto. Detenidos en los callejones de su ciudad natal, fueron obligados a subir a un bus o camión y trasladados por una aislada carretera.
Después de apenas media hora de viaje, la lúgubre caravana entró por un tramo lleno de baches, deteniéndose lo suficientemente lejos en el desierto como para que el ruido de los balazos no fuera percibido por los coches que pasaban.
El fin fue rápido, dijeron los expertos forenses, las víctimas bajaron a tropezones del vehículo, fueron llevados hacia la fosa y entonces empujados en el poco profundo hoyo, no más ancho ni más largo que una limusina. En el último momento, a juzgar por la pila de cuerpos, las víctimas se echaron hacia atrás, quizás aterrorizadas al oír el sonido de los rifles que eran aprestados para disparar.
Entre los cuerpos, los expertos han hallado al menos ochenta cartuchos usados, de rifles Kalashnikov, que eran las armas preferidas por los asesinos de la policía secreta de Hussein.
Michael Trimble, que es llamado Sonny, el jefe del equipo de fosas comunes que, el mes pasado, levantó su campamiento junto a una pendiente en el desierto occidental de Iraq, es un arqueólogo forense de 53 años, de St. Louis. Es un veterano de otros sitios de asesinatos en masa en todo el mundo, comisionado como civil del Cuerpo de Ingenieros del Ejército.
Parado encima de la fosa donde murieron las víctimas del desierto, dijo que el equipo de 120 miembros presentes aquí, ahora en su tercera semana de excavaciones y análisis de dos fosas comunes, soportaban agotadores días con temperaturas de 55 grados Celsius por la necesidad de hacer justicia para las víctimas.
"Cuando trabajas durante un tiempo con esta gente", dijo, refiriéndose a los restos, "te sientes vinculado a ellos, te duele lo que les pasó, y quieres hacer todo lo que puedas para que sus asesinos respondan por lo que hicieron".
Lo que pasó aquí no es solamente un hito macabro en la historia de Iraq bajo el régimen de Hussein, sino una horrorosa nota al pie de página de la política estadounidense. Las víctimas aquí, dicen funcionarios estadounidenses e iraquíes, murieron durante la represión emprendida por Hussein del levantamiento chií en el sur de Iraq a principios de 1991. Fue una rebelión de la que los sobrevivientes -y críticos americanos del presidente George H. Bush- dicen que el presidente estimuló después de parar a las tropas americanas en la frontera sur de Iraq con Kuwait al término de la guerra del Golfo Pérsico.
Durante años, expertos en Oriente Medio han debatido el papel de Bush al alentar a chiíes y kurdos a levantarse contra Hussein después de que terminara la guerra por la invasión iraquí de Kuwait, antes de excluir la intervención militar estadounidense para detener los asesinatos en masa de chiíes que había iniciado Hussein para aplastar la insurrección. Bush mismo dijo que lo que ocurrió a los chiíes fue una de las cosas que más lamentó de su mandato.
Para los expertos forenses estadounidenses que llegaron a Iraq después de la invasión de 2003, el campamento en el desierto es una parada en el camino para hacer que Hussein responda por lo que muchos expertos en derechos humanos dicen que es el pasaje más despiadado de sus 24 años en el poder.
Raid Juhi, principal juez instructor del tribunal iraqui que ahora juzga a Hussein por otro caso, dijo durante una visita aquí el sábado que el tribunal poseía evidencias documentales, y declaraciones de testigos, que demostraban que al menos cien mil chiíes, y posiblemente 180 mil habían muerto durante la represión de 1991.
El juicio de Hussein y sus cómplices por lo que se conoce entre los chiíes como la intifada, o rebelión, puede prolongarse por otro año más.
El tribunal iraquí tiene solamente una sala de sesiones, en el edificio del Partido Baaz de Hussein en Bagdad. No se espera que el primer juicio de una serie preparada para el derrocado dictador iraquí, que incluye la brutal secuela del fallido intento de asesinato contra Hussein de 1982 en la ciudad predominantemente chií de Dujail, termine antes del verano.
El tribunal oirá entonces un segundo caso, con acusaciones de que el régimen de Hussein mató a 50 mil kurdos en lo que se llama la ofensiva de Anfal, que alcanzó su clímax en 1988.
Preocupado sobre un posible ataque rebelde, los oficiales americanos que llevaron a dos periodistas al sitio de la fosa común en el desierto el sábado, a bordo de un helicóptero militar estadounidense, insistieron en que no se identificara la ubicación. En el vuelo desde el recinto del comando en la Zona Verde en Bagdad hasta la fosa común, el helicóptero Black Hawk sobrevoló algunas de las zonas más furiosamente disputadas de la guerra.
El equipo forense de estadounidenses, australianos y otras nacionalidades trabaja con una guardia fuertemente armada, al atisbo de ataques de insurgentes inspirados por su lealtad a Hussein.
La proximidad de la amenaza rebelde aquí se hace eco de los eventos de 1991, cuando Hussein, en Bagdad, organizó rápidamente escuadrones de la muerte que se extendieron en todas las provincias sureñas de Iraq para aplastar la insurrección chií. De las 200 fosas comunes halladas por el ministerio iraquí de Derechos Humanos en los tres años desde la invasión estadounidense, la mayoría se encuentra en el sur. Se cree que una, en Mahawil, a unos 80 kilómetros al sur de Bagdad, contiene entre 10 mil y 15 mil víctimas, dijo Juhi.
Dos otros sitios, uno en Hatra, cerca de Mosul, en el norte, y otro en Muthana, cerca de la ciudad de Samawa, en el sur, han sido minuciosamente examinadas por el equipo de Trimble. Los restos de más de 300 víctimas de esas ubicaciones, asesinadas durante la campaña de Anfal, están almacenados en los fríos contenedores de un laboratorio de alta tecnología en el aeropuerto internacional de Bagdad.
El sitio del desierto aquí será estudiado durante una o dos semanas, y los restos encontrados serán enviados a Bagdad para otros análisis.
Inicialmente los estadounidenses fueron atraídos hacia el desierto por imágenes de satélite que detectaban unos doscientos sitios en la zona donde las ondulaciones en el desierto sugerían que se podía tratar de fosas comunes. Equipos de reconocimiento redujeron la cantidad a 18 sitios, y 2 de esos están siendo excavados. Las obras han recién empezado en el segundo, a la entrada de un profundo barranco a orillas de la pendiente. Miembros del equipo dicen que fragmentos de huesos, cráneos, ropa y cartuchos vacíos indican al menos diez víctimas, posiblemente más, debajo de sedimentos que las lluvias del invierno han arrastrado hacia el barranco.
El mayor de los dos sitios, donde fue asesinado el hombre de camisa y pantalones azules, es un espantoso retablo de lo que era una ejecución sumaria bajo el régimen de Hussein. Kerrie Grant, 45, una arqueóloga forense australiana, dijo que las víctimas parecían ser todas hombres, y de 20 a 35 años de edad.
Juhi, el juez iraquí, dijo que los asesinos de 1991 gastaron poco tiempo en capturar a los responsables de la insurrección, deteniendo arbitrariamente a jóvenes en edad de luchar y ejecutándolos sin juicio, en un acto de calculado terror.
Las víctimas yacen en grupo acurrucado, algunos doblados hacia atrás, otros hacia los lados, otros encima unos de otros, con las piernas torcidas debajo, con reveladores rasgones en sus ropas mostrando donde entraron las balas en sus pechos y estómagos, otros con los huesos de las piernas destrozados por las balas.
Algunos, incluyendo al Hombre Azul, que tenía rasgones en su ropa, en un hombro y en el pecho, tenían también agujeros de bala en sus cráneos, como si hubiesen sobrevivido la primera ráfaga y hubieran sido asesinados con tiros posteriores a la cabeza.
Los deshilachados fragmentos de las vendas, algunas hechas de trozos de tela de algodón de colores, algunos a cuadros, turbantes beduinos conocidos como kaffiyehs enrollados a los cráneos todavía enmarañados con el pelo enredado.
Entre la mayor parte de los cuerpos desenterrados completamente, los huesos de las muñecas atadas a la espalda de las víctimas, con fragmentos de las cuerdas y telas utilizadas para maniatarlos, se mezclan con los huesos manchados por la tierra. Los expertos forenses dicen que todavía hay más cuerpos que yacen debajo de los visibles, que quedarán expuestos cuando los restos de los 28 hombres en la superficie de la fosa sean sacados en bolsas y trasladados a Bagdad.
Grant, la experta australiana, y Juhi, el juez iraquí, dicen que hay signos de que las víctimas fueron sacadas a toda prisa de sus casas, posiblemente de noche, y no tuvieron tiempo para nada antes de sus muertes. Gruesas chaquetas y capas de ropa -incluyendo el suéter de un hombre debajo de su larga bata dishdasa- sugieren que los asesinatos ocurrieron en los primeros días de la insurrección, en marzo de 1991, cuando era todavía invierno en esta parte de Iraq, dicen.
Un espacio sembrado de chancletas y sandalias de plástico, y el hecho de que algunas víctimas llegaron descalzas, muestran que los hombres fueron sorprendidos por sus asesinos, dicen.
Trimble, el jefe del equipo de fosas comunes, dice que poco de lo ha encontrado aquí le sorprende, después de una vida de estudiar muertes violentas. "Creo que la mayoría de los seres humanos operan sobre la base del menor esfuerzo, y ciertamente los asesinos", dijo. "Los hombres que mataron a esta gente llegaron a este camino, e hicieron lo que hacen los asesinos en masa -cavaron una fosa, mataron rápidamente a sus víctimas, las cubrieron y se marcharon tan rápidamente como llegaron".
Pero más que su camisa azul, y sus pantalones de rayas azules, lo que distingue a los restos es el modo en que hablan del terror de la muerte durante el régimen de Saddam Hussein. El hombre fue empujado hacia atrás por disparos de armas automáticas, tenía los ojos vendados y los brazos atados a la espalda; su cráneo saltó hacia arriba, por el cuello, su boca descarnada quedó abierta; sus dos hileras de dientes apartadas, como en un grito primordial.
A fines del invierno de 1991, al menos 28 hombres fueron ejecutados aquí, juntos, apretujados en una fosa que sus asesinos arañaron con una pala en la superficie del desierto. Detenidos en los callejones de su ciudad natal, fueron obligados a subir a un bus o camión y trasladados por una aislada carretera.
Después de apenas media hora de viaje, la lúgubre caravana entró por un tramo lleno de baches, deteniéndose lo suficientemente lejos en el desierto como para que el ruido de los balazos no fuera percibido por los coches que pasaban.
El fin fue rápido, dijeron los expertos forenses, las víctimas bajaron a tropezones del vehículo, fueron llevados hacia la fosa y entonces empujados en el poco profundo hoyo, no más ancho ni más largo que una limusina. En el último momento, a juzgar por la pila de cuerpos, las víctimas se echaron hacia atrás, quizás aterrorizadas al oír el sonido de los rifles que eran aprestados para disparar.
Entre los cuerpos, los expertos han hallado al menos ochenta cartuchos usados, de rifles Kalashnikov, que eran las armas preferidas por los asesinos de la policía secreta de Hussein.
Michael Trimble, que es llamado Sonny, el jefe del equipo de fosas comunes que, el mes pasado, levantó su campamiento junto a una pendiente en el desierto occidental de Iraq, es un arqueólogo forense de 53 años, de St. Louis. Es un veterano de otros sitios de asesinatos en masa en todo el mundo, comisionado como civil del Cuerpo de Ingenieros del Ejército.
Parado encima de la fosa donde murieron las víctimas del desierto, dijo que el equipo de 120 miembros presentes aquí, ahora en su tercera semana de excavaciones y análisis de dos fosas comunes, soportaban agotadores días con temperaturas de 55 grados Celsius por la necesidad de hacer justicia para las víctimas.
"Cuando trabajas durante un tiempo con esta gente", dijo, refiriéndose a los restos, "te sientes vinculado a ellos, te duele lo que les pasó, y quieres hacer todo lo que puedas para que sus asesinos respondan por lo que hicieron".
Lo que pasó aquí no es solamente un hito macabro en la historia de Iraq bajo el régimen de Hussein, sino una horrorosa nota al pie de página de la política estadounidense. Las víctimas aquí, dicen funcionarios estadounidenses e iraquíes, murieron durante la represión emprendida por Hussein del levantamiento chií en el sur de Iraq a principios de 1991. Fue una rebelión de la que los sobrevivientes -y críticos americanos del presidente George H. Bush- dicen que el presidente estimuló después de parar a las tropas americanas en la frontera sur de Iraq con Kuwait al término de la guerra del Golfo Pérsico.
Durante años, expertos en Oriente Medio han debatido el papel de Bush al alentar a chiíes y kurdos a levantarse contra Hussein después de que terminara la guerra por la invasión iraquí de Kuwait, antes de excluir la intervención militar estadounidense para detener los asesinatos en masa de chiíes que había iniciado Hussein para aplastar la insurrección. Bush mismo dijo que lo que ocurrió a los chiíes fue una de las cosas que más lamentó de su mandato.
Para los expertos forenses estadounidenses que llegaron a Iraq después de la invasión de 2003, el campamento en el desierto es una parada en el camino para hacer que Hussein responda por lo que muchos expertos en derechos humanos dicen que es el pasaje más despiadado de sus 24 años en el poder.
Raid Juhi, principal juez instructor del tribunal iraqui que ahora juzga a Hussein por otro caso, dijo durante una visita aquí el sábado que el tribunal poseía evidencias documentales, y declaraciones de testigos, que demostraban que al menos cien mil chiíes, y posiblemente 180 mil habían muerto durante la represión de 1991.
El juicio de Hussein y sus cómplices por lo que se conoce entre los chiíes como la intifada, o rebelión, puede prolongarse por otro año más.
El tribunal iraquí tiene solamente una sala de sesiones, en el edificio del Partido Baaz de Hussein en Bagdad. No se espera que el primer juicio de una serie preparada para el derrocado dictador iraquí, que incluye la brutal secuela del fallido intento de asesinato contra Hussein de 1982 en la ciudad predominantemente chií de Dujail, termine antes del verano.
El tribunal oirá entonces un segundo caso, con acusaciones de que el régimen de Hussein mató a 50 mil kurdos en lo que se llama la ofensiva de Anfal, que alcanzó su clímax en 1988.
Preocupado sobre un posible ataque rebelde, los oficiales americanos que llevaron a dos periodistas al sitio de la fosa común en el desierto el sábado, a bordo de un helicóptero militar estadounidense, insistieron en que no se identificara la ubicación. En el vuelo desde el recinto del comando en la Zona Verde en Bagdad hasta la fosa común, el helicóptero Black Hawk sobrevoló algunas de las zonas más furiosamente disputadas de la guerra.
El equipo forense de estadounidenses, australianos y otras nacionalidades trabaja con una guardia fuertemente armada, al atisbo de ataques de insurgentes inspirados por su lealtad a Hussein.
La proximidad de la amenaza rebelde aquí se hace eco de los eventos de 1991, cuando Hussein, en Bagdad, organizó rápidamente escuadrones de la muerte que se extendieron en todas las provincias sureñas de Iraq para aplastar la insurrección chií. De las 200 fosas comunes halladas por el ministerio iraquí de Derechos Humanos en los tres años desde la invasión estadounidense, la mayoría se encuentra en el sur. Se cree que una, en Mahawil, a unos 80 kilómetros al sur de Bagdad, contiene entre 10 mil y 15 mil víctimas, dijo Juhi.
Dos otros sitios, uno en Hatra, cerca de Mosul, en el norte, y otro en Muthana, cerca de la ciudad de Samawa, en el sur, han sido minuciosamente examinadas por el equipo de Trimble. Los restos de más de 300 víctimas de esas ubicaciones, asesinadas durante la campaña de Anfal, están almacenados en los fríos contenedores de un laboratorio de alta tecnología en el aeropuerto internacional de Bagdad.
El sitio del desierto aquí será estudiado durante una o dos semanas, y los restos encontrados serán enviados a Bagdad para otros análisis.
Inicialmente los estadounidenses fueron atraídos hacia el desierto por imágenes de satélite que detectaban unos doscientos sitios en la zona donde las ondulaciones en el desierto sugerían que se podía tratar de fosas comunes. Equipos de reconocimiento redujeron la cantidad a 18 sitios, y 2 de esos están siendo excavados. Las obras han recién empezado en el segundo, a la entrada de un profundo barranco a orillas de la pendiente. Miembros del equipo dicen que fragmentos de huesos, cráneos, ropa y cartuchos vacíos indican al menos diez víctimas, posiblemente más, debajo de sedimentos que las lluvias del invierno han arrastrado hacia el barranco.
El mayor de los dos sitios, donde fue asesinado el hombre de camisa y pantalones azules, es un espantoso retablo de lo que era una ejecución sumaria bajo el régimen de Hussein. Kerrie Grant, 45, una arqueóloga forense australiana, dijo que las víctimas parecían ser todas hombres, y de 20 a 35 años de edad.
Juhi, el juez iraquí, dijo que los asesinos de 1991 gastaron poco tiempo en capturar a los responsables de la insurrección, deteniendo arbitrariamente a jóvenes en edad de luchar y ejecutándolos sin juicio, en un acto de calculado terror.
Las víctimas yacen en grupo acurrucado, algunos doblados hacia atrás, otros hacia los lados, otros encima unos de otros, con las piernas torcidas debajo, con reveladores rasgones en sus ropas mostrando donde entraron las balas en sus pechos y estómagos, otros con los huesos de las piernas destrozados por las balas.
Algunos, incluyendo al Hombre Azul, que tenía rasgones en su ropa, en un hombro y en el pecho, tenían también agujeros de bala en sus cráneos, como si hubiesen sobrevivido la primera ráfaga y hubieran sido asesinados con tiros posteriores a la cabeza.
Los deshilachados fragmentos de las vendas, algunas hechas de trozos de tela de algodón de colores, algunos a cuadros, turbantes beduinos conocidos como kaffiyehs enrollados a los cráneos todavía enmarañados con el pelo enredado.
Entre la mayor parte de los cuerpos desenterrados completamente, los huesos de las muñecas atadas a la espalda de las víctimas, con fragmentos de las cuerdas y telas utilizadas para maniatarlos, se mezclan con los huesos manchados por la tierra. Los expertos forenses dicen que todavía hay más cuerpos que yacen debajo de los visibles, que quedarán expuestos cuando los restos de los 28 hombres en la superficie de la fosa sean sacados en bolsas y trasladados a Bagdad.
Grant, la experta australiana, y Juhi, el juez iraquí, dicen que hay signos de que las víctimas fueron sacadas a toda prisa de sus casas, posiblemente de noche, y no tuvieron tiempo para nada antes de sus muertes. Gruesas chaquetas y capas de ropa -incluyendo el suéter de un hombre debajo de su larga bata dishdasa- sugieren que los asesinatos ocurrieron en los primeros días de la insurrección, en marzo de 1991, cuando era todavía invierno en esta parte de Iraq, dicen.
Un espacio sembrado de chancletas y sandalias de plástico, y el hecho de que algunas víctimas llegaron descalzas, muestran que los hombres fueron sorprendidos por sus asesinos, dicen.
Trimble, el jefe del equipo de fosas comunes, dice que poco de lo ha encontrado aquí le sorprende, después de una vida de estudiar muertes violentas. "Creo que la mayoría de los seres humanos operan sobre la base del menor esfuerzo, y ciertamente los asesinos", dijo. "Los hombres que mataron a esta gente llegaron a este camino, e hicieron lo que hacen los asesinos en masa -cavaron una fosa, mataron rápidamente a sus víctimas, las cubrieron y se marcharon tan rápidamente como llegaron".
3 de junio de 2006
©new york times
©traducción mQh
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