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hambre y elecciones en el congo


[Lydia Polgreen] El hambre y las enfermedades erosionan la democracia en el Congo.
Aveba, Congo. La primera vez que el ejército congoleño trató de recuperar esta aldea del control de las milicias que han estado luchando por ella desde el supuesto fin de la guerra civil en 2002, los soldados del gobierno desertaron y huyeron. Eso fue en enero.
El segundo intento, un mes después, también fracasó, a pesar del fuerte respaldo de las tropas de Naciones Unidas que tratan de estabilizar el país antes de las elecciones en julio, la primera en más de cuatro décadas. En lugar de combatir a las milicias, los soldados se amotinaron y saquearon la base de los cascos azules aquí.
Fue sólo después del tercer intento, en mayo, que la milicia fue finalmente expulsada, empujada a lo más profundo de la selva ecuatorial.
Pero mientras el estado puede tener el control, de momento, el intento ha engendrado una crisis propia. Miles de personas han inundado la aldea, exhaustas y demacradas después de haber esperado en la selva el fin de los combates, perpetuando el hambre y las enfermedades que mantienen al Congo en sus garras tras una mortífera guerra civil de cinco años.
En menos de una década, se calcula que murieron cuatro millones de personas, la mayoría de ellas por hambre y enfermedades causadas por el conflicto. Ha sido el conflicto más mortífero desde la Segunda Guerra Mundial, en el que murieron más de mil personas por día. Para muchos aquí, la supervivencia, no las elecciones, es el hito histórico.
"Huimos porque no queríamos morir en nuestras casas", dijo Ngava Ngosi, uno de los miles atrapados en la mortífera odisea de escapar de la aldea a la selva y de vuelta de nuevo en un caos aparentemente interminable al este del Congo. "Pero en la selva también morimos".
La batalla de Aveba, una de una serie de aldeas pequeñas, pero de gran valor estratégico en la región de Ituri, rica en minerales, ilustra el peligroso camino que debe cubrir el Congo en su ruta hacia la paz y la democracia.
Las elecciones presidenciales y parlamentarias de julio serán el primer momento de autodeterminación para la mayoría de los angoleños; la última elección multipartidista tuvo lugar en 1965. El Congo fue gobernado durante 32 años por Mobutu Sese Seko, que lo bautizó Zaire y mantuvo al país secuestrado por un gobierno rapaz y autoritario.
Desde el derrocamiento de Mobutu en 1997, el país, rebautizado como República Democrática del Congo, se ha visto atrapado entre las garras homicidas de milicias rivales, nacionales y respaldadas por países vecinos.
La guerra terminó oficialmente desde el acuerdo de paz entre las facciones que lo firmaron hace cuatro años, pero la transición a la paz aún debe empezar. La lucha ha continuado intermitentemente en el confuso y complejo conflicto, que empezó cuando Ruanda y Uganda respaldaron un movimiento rebelde para derrocar a Mobutu, que murió en Marruceos en 1997. La guerra se descontroló cuando el movimiento rebelde se volvió contra sus patrocinadores extranjeros.
La elección debe trazar una línea entre ese pasado caótico y un futuro con más esperanzas. Pero el proceso de prepararse para las elecciones ha sido extraordinariamente difícil en las turbulentas y violentas regiones del este, donde las milicias han hecho la guerra contra las tropas de gobierno por el control de las lucrativas industrias mineras del diamante y del cobre, y, a corto plazo, la elección puede causar tantos problemas como los que resuelve.
"Le quebramos la espalda a las milicias, pero todavía prevalece la incertidumbre", dijo el mayor Obeid Anwar, comandante de una compañía de cascos azules paquistaníes estacionados en Aveba. "Obstaculiza que la gente vuelva a sus vidas normales. Esta incertidumbre tiene muchas caras y provoca un montón de sufrimiento".
Miles de civiles han huido de las operaciones para erradicar los bastiones de las milicias, escapando hacia la selva, donde hacen frente al hambre y a las enfermedades. A veces no está claro si huían de las milicias, que violaban y saqueaban en su paso por las aldeas, o de los soldados congoleños, que hacían prácticamente lo mismo.
La falta de disciplina en el ejército, una amalgama de antiguos rebeldes y soldados del gobierno fusionados en una fuerza nacional según el acuerdo de paz, ha sido otro problema. Su salario oficial es menos de un dólar al día, e incluso así no se les paga regularmente. Durante largo tiempo acostumbrados a vivir del saqueo, los soldados de gobierno son acusados frecuentemente de violaciones a los derechos humanos, incluyendo violaciones y asesinatos.
[Naciones Unidas está investigando un informe publicado el 18 de junio en The Observer, un semanario británico, sobre un ataque con morteros realizado por cascos azules contra una aldea habitada por civiles como parte de una ofensiva en Ituri en abril pasado. El informe se basa en un video de un periodista británico que viaja con las tropas de Naciones Unidas].
En Aveba, base de la compañía del mayor Anwar, los civiles han empezado a volver poco a poco de la selva, esperando hallar alimento y seguridad. La mayoría proviene de aldeas circundantes, así que se han instalado como okupas, ocupandolas casas y comiendo las cosechas de los que huyeron.
En la Iglesia de la Asamblea Evangélica en el centro de la aldea, cientos de personas duermen apretujadas, como sardinas, tratando de conservar el calor en el frío aire de montaña.

Aproline Avurasi llegó a Aveba a principios de junio, con sus cinco hijos. Sólo traían lo que podían acarrear: un cuenco de metal relleno con andrajos y el poco alimento que tenían, y algunos implementos de cocina envueltos en la ropa. Se instalaron en la iglesia, esperando encontrar ayuda. No encontraron nada, excepto más miseria.
"En la selva nos estábamos muriendo de hambre", dijo Avurasi. "Aquí también pasamos hambre".
Tres enfermeras, ellas mismas desplazadas por el conflicto, han levantado una clínica en una casa abandonada. Una organización de ayuda médica les dio varias cajas de suministros básicos, y, a los tres días, fueron inundadas por más de 300 pacientes.
Un hombre, enfermo de lo que las enfermeras creían que era meningitis, yacía casi inerte en una andrajosa estera de juncos. Un hombre con una herida de bala en el pie -fue herido por soldados cuando huía-, yace en el suelo en la atiborrada sala de espera, cubierto por un sucio pedazo de tela. Una fila de mujeres sosteniendo a sus bebés enfermos se extendía hasta la puerta.
"No tenemos los equipos para hacer mucho, pero al menos tratamos de consolar a la gente", dijo Adirudu Yanga, una de las enfermeras de la clínica improvisada.
El mayor Anwar dijo que había suplicado por más ayuda a las agencias de socorro para las familias reunidas aquí, pero no había llegado nada.
"Me siento avergonzado de ver a toda esa gente viviendo en la iglesia", dijo. "Les prometí ayuda, pero no ha llegado nada".
Agencias de ayuda en Bunia, la capital regional, han luchado para trabajar en el área. Las milicias y bandidos siguen en el campo, aunque hayan sido expulsados de sus guaridas en las montañas, y atacan a los convoyes de ayuda para hacerse con alimentos, medicinas y dinero.
[Las enfermedades son incontrolables. El 22 de junio, Médicos Sin Fronteras pidieron ayuda para combatir una plaga de neumonía en el nordeste, mencionando 144 casos, y dijeron que el área hace frente a "un estallido fuera de control", informó la agencia France-Presse].
La penuria es increíble: Una agencia italiana, Cesvi, trató de llevar alimentos a Aveba, pero se topó tanta gente desplazada en Geti, que dejó sus suministros en el camino.
En Geti, a 16 kilómetros al este de Aveba, cientos de personas llegan cada día, buscando comida y seguridad. La familia Kanoya, unas dos docenas de personas, esperaban debajo de un bananero a Tchoni Mugero, su patriarca, para levantar un refugio improvisado de hojas y ramas. Les tomó tres días reunir suficientes materiales para construir una casa, y en el entretanto han estado durmiendo a la intemperie.
"Nunca habíamos sufrido tanto", dijo Djimo Charles Kanoya, miembro de la familia. "Pasamos un mes en la selva. Los niños tienen hambre y frío".
Más que comida, la gente necesita mantas y plástico para refugiarse del frío de la montaña en la noche.
En el hospital de Geti, Ngele Anyodi, una enfermera, dijo que los niños estaba muriendo de enfermedades y desnutrición todos días debido a que no podían llegar a hospitales mejor equipados.
"Este hospital fue saqueado durante el conflicto", explicó, mostrando las oficinas robadas, los laboratorios y la farmacia desprovistas de microscopios, medicinas y equipos médicos. "No podemos cuidar aquí a los enfermos. No tenemos con qué".
En realidad, la enfermera a cargo -aquí no hay médicos- también es una paciente, de malaria.
La elección puede estar a la vuelta de la esquina, pero votar, dijo, es lo último que tiene en la cabeza. Los muertos, dijo, no pueden votar.
"Necesitamos ayuda", suplicó Anyodi. "Primero tenemos que sobrevivir".

23 de junio de 2006
©new york times
©traducción mQh
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