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ratas fanfarronas de nueva york


[Emily Vásquez] Y gatos que andan en manadas.
Las ratas ni siquiera tratan de ocultarse cuando José Sosa abre el taller mecánico de su suegro en la calle 109 en Harlem del Este. Todas las mañanas, cuando el señor Sosa enciende la luz del oscuro garaje, las ratas simplemente se le quedan mirando como si él fuera el intruso.
"Antes las esquivaba", dice, mirando mosqueado en la dirección de una pila de cartones donde las ratas suelen reunirse. Pero ahora, dice, se ha acostumbrado a ellas, siempre y cuando no corran hacia él.
Como otras muchas manzanas en la Ciudad de Nueva York, la calle donde trabaja Sosa en Harlem del Este, entre las calles 109 y 110 y las avenidas Tercera y Lexington, también tiene ratas. Este vecindario en particular tiene más ratas que la mayoría de los otros barrios.
Una auditoría dada a conocer el lunes por el despacho del contralor del ayuntamiento, William C. Thompson Jr., constató que el departamento sanitario de la ciudad respondía con demasiada lentitud a las quejas sobre las ratas. Aunque la auditoría indica que los intentos del Departamento de Salud e Higiene Mental de combatir a las ratas han mejorado, Harlem del Este está arriba en la lista como una fuente de quejas relacionadas con las ratas. La gente que vive, trabaja y hace las compras allá, tienen todos historias sobre ratas.
Sosa dice que, como la mayoría de los neoyorquinos, él sabe que las ratas son parte de la vida de la ciudad y que siempre lo serán. Trató de envenenarlas alguna vez, pero fue en vano. "Son demasiado listas para eso", dice.
Así que a eso de las ocho de la mañana, lo saludan cada día en su tienda.
Sin embargo, Sosa apaga todas las noches el merengue y la salsa que toca en su tienda, y deja atrás el olor de los bacalaítos y chicharrones del restaurante El Coquí a la vuelta de la esquina, y se marcha a casa en el Bronx, dejando a las ratas solas.
Otros neoyorquinos -especialmente en Harlem del Este- las encuentran en casa.
Cosas como el sitio en obras en la calle 110, desechos de comidas de las tiendas de alimentación de la cuadra y tachos de basura de metal abiertos ponen contentas a las ratas.
Gema Romero, estilista de la Barbería Unisex Xochitl, en la calle 110 cerca de la Avenida de Lexington, dijo que hace unos tres meses tuvo un encuentro con una rata en un apartamento en que vivió en la calle 117.
Allá, tenía que mantener la puerta de la cocina cerrada durante la noche por miedo a que las ratas entraran a su dormitorio. Pero una noche esta primavera, lo lograron.
De vuelta a la cama desde los servicios, dijo Romero, se olvidó de cerrar la puerta, y tres ratas se metieron en su cama. Les dio guerra, armada con una escoba, y finalmente logró expulsarlas.
Bruce Gee, co-propietario de Mr. G Sneakers, una tienda de ropa deportiva en la Tercera Avenida con la calle 110, dijo que él es menos violento. Espolvorea un producto de limpieza mezclado con lejía.
Gee sacó una lata de 99 centavos Ajax de detrás de su caja, buscó un lugar vistoso en el mostrador y proclamó que en su tienda no había ratas.
Revisando un par de vaqueros en exhibición en el escaparate, Jeffrey Ramos, 27, dijo que las cosas marchaban mejor en el apartamento que comparte con sus padres en la calle 110, entre la Tercera y la Segunda avenidas, desde que renovaran el edificio. Pero cuando era adolescente, las cosas eran diferentes.
"Entonces había ratas muy grandes", dijo. "Arrastrándome en la litera más alta, las podía oír. No recuerdo cómo lo soportaba. Gracias a Dios, me dormía".
Cleotilde Martínez dijo que después de 20 años en su apartamento en la Segunda Avenida, su hijo vio su primer ratón ayer por la mañana. Dijo que en su casa no había visto nunca a una rata.
Vitrineando en la Tercera Avenida con la calle 109, a la vuelta de la esquina del garaje de Sosa, Martínez apretaba una bolsa de plástico con una caja de cuatro nuevas trampas para ratones.
"Sé que tiene una madre", dijo. "O un hermano".
Carlos Caravallo, 66, que gestiona un club social en el apartamento de un sótano en la calle 109, dijo que un solo ratón sería suficiente para causarle terror. Su club, donde se reúnen jubilados a jugar dominó, está al otro lado de un edificio vacío -un semillero de ratas- con una rebosante bolsa de basura arrojada cerca de su puerta clausurada.
Caravallo adoptó gatos para mantener a raya a las ratas. Alimenta a ocho gatos callejeros con latas de alimento para gatos Friskies, y los gatos pasan sus tardes en el patio trasero. La última vez que vio ahí a una rata fue hace siete años.
Caravallo no está seguro del destino que corrió una rata después de que un miembro del club azuzara contra él a un gato llamado Demonio.
"Se echó a correr", dijo Caravallo.
Eddie Hernandez, que está detrás de la hoja de cristal de la caja de una botillería, dice que la tienda en la calle 110 no tiene todo lo que quisieran las ratas.
"Las ratas no beben", dice. "Eso lo explica todo".

29 de junio de 2006
©new york times
©traducción mQh
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