isla engullida por inmigrantes
[Mary Jordan] La diminuta Malta lucha con la inmigración. Racistas atacan a católicos.
Valletta, Malta. Elegantes cruceros blancos entran al perfecto puerto mediterráneo, depositando cientos de turistas sonrosados por el sol que recorren las estrechas callejuelas de esta antigua colonia británica, salpicadas de pubs y las clásicas y rojas cabinas telefónicas inglesas. Pero más allá de estas escenas de postales perfectas, también está llegando una indeseable flotilla de desvencijados botes de pesca transportando a africanos desesperados.
"Mira, allá viene uno", dice Jesmond Saliba apuntando a un hombre africano con vaqueros y sandalias, deambulando en las calles llenas de turistas blancos.
Saliba, 34, conduce un carruaje tirado por caballos, como hizo su padre. Durante generaciones, en su familia, más turistas significaba más dinero. Pero Saliba no piensa lo mismo sobre los miles de africanos indigentes que llegan aquí buscando comida, vivienda y medicinas. "No tenemos suficientes trabajos para ellos, y eso significa más impuestos para nosotros", dice Saliba."La isla es demasiado pequeña para ellos".
Malta se encuentra repentinamente en el filo de un debate cada vez más emocional sobre cuánta inmigración puede soportar Europa. Casi dos veces del tamaño del distrito de Columbia, es como un diminuta centinela al sur de Europa, a unos 96 kilómetros al sur de Sicilia, con vista hacia el mar de 3.200 kilómetros que la separa de costa de África del Norte. En los últimos cuatro años, más de cinco mil inmigrantes africanos han desembarcado aquí, haciendo a menudo el cruce de 320 kilómetros desde Libia en lanchas pesqueras descubiertas.
Casi todos querían llegar a Italia y a Europa continental. Pero cuando sus esquifes se fueron a pique o se quedaron sin combustible, se encontraron en un país de apenas 400 mil habitantes, más densamente poblado que Bangladesh, donde las familias se conocen unas a otras de toda la vida y la gente del pueblo de al lado es considerada extranjera.
"Existe el sentimiento de que estamos siendo invadidos", dice Katrine Camilleri, una abogado del Servicio Jesuita de Refugiados, que ayuda a los recién llegados. "Cada vez se acepta más que la gente diga abiertamente: ‘No los queremos'".
Lo mismo es válido para el continente. Partidos políticos declaradamente anti-inmigración han obtenido dramáticos resultados electorales en Dinamarca, Noruega y Gran Bretaña. Los partidos políticos convencionales se están inclinando cada vez más en esa dirección.
Países que hasta hace poco apenas tenían extranjeros, como Irlanda, están recibiendo ahora grandes cantidades de recién llegados de diferentes razas y religiones. El mes pasado, 40 afganos montaron una huelga de hambre en una catedral de Dublín para poner más presión a su demanda de asilo político.
Entretanto, más de nueve mil africanos han alcanzado las Islas Canarias españolas por lancha este año, convirtiendo esa destinación turística en otro punto de la crisis de inmigración. La patrulla fronteriza de la Unión Europea dijo la semana pasada que estaba pensando enviar patrullas marítimas y aéreas a las Islas Canarias, Malta y otros puntos álgidos.
"Toda Europa está cerrando los postigos", dijo Martin Scicluna, asesor del ministerio de Justicia de Malta. Funcionarios malteses están suplicando a otros países europeos que se encarguen de algunos de los refugiados que llegan aquí. De momento, Holanda ha aceptado a cuarenta; Alemania ha prometido encargarse de otra cantidad similar.
Muchos en Malta, un país abrumadoramente blanco y católico, están enfadados por el creciente número de recién llegados negros y musulmanes.
"No queremos una sociedad multicultural", dice Martin Degiorgio, uno de los cabecillas de la Alianza Nacional Republicana, un grupo contra la inmigración formado el año pasado. "¿No habéis visto los problemas que ha significado para Francia y Gran Bretaña?"
"Nunca tuvimos minorías, y no queremos tenerlas", dijo. "Hasta hace tres o cuatro años, era casi imposible hallar a un negro africano en las calles de Malta, pero ahora basta con que camines por la capital y verás a muchos de ellos".
Muchos de los inmigrantes se reúnen en la vieja puerta de la ciudad cerca del teatro de la ópera que fuera bombardeado, como otros muchos edificios de la isla, durante la Segunda Guerra Mundial. Territorio británico hasta 1964, Malta era, para la Luftwaffe nazi, un blanco más cercano que Londres, y muchos habitantes entrevistados dijeron que los incesantes cargamentos de extranjeros hacían que los isleños se sintieran nuevamente bajo asalto.
"Necesitamos más lanchas patrulleras y enviarlos de vuelta", dijo Charlie Bezzina, 47, que estaba vendiendo la cerveza local Cisk cerca de la escalinata del teatro de la ópera.
Ruth Spiteri, madre de tres niños, que estaba en un parque perfectamente mantenido a algunas cuadras, dijo que los inmigrantes pedían demasiado. "No les gusta la comida que les damos. Son agresivos con los soldados. Traen otras enfermedades", dijo.
Algunos malteses acusan al gobierno y a la conservadora jerarquía de la iglesia de ser incapaces de explicar las penurias de los refugiados y mitigar temores injustificados. En ese vacío, dicen, han florecido las opiniones racistas y xenófobas. Hace poco, un congoleño dijo que un automovilista lo embistió deliberadamente, arrojándolo contra una muralla e rompiéndole sus dos piernas.
El reverendo Paul Pace, director suplente del Servicio Jesuita de Refugiados, dijo que su grupo ha estado visitando las escuelas secundarias pidiendo a los estudiantes que imaginen que dejan su país, sin llevar nada con ellos, y arriesgan sus vidas para instalarse en un nuevo país. Dijo que Malta debe mostrar la cara humana de los inmigrantes, que pueden contribuir en mucho. Pace dijo que estaba seguro de que la defensa de los inmigrantes que hace su grupo fue la razón por la que unos pirómanos quemaron hace poco siete coches pertenecientes a los jesuitas y la casa y el coche de Camilleri, la subdirectora del grupo.
Terry Gosden, que dirige uno de los centros de detención de inmigrantes del país, dijo que entre los reclusos había médicos, abogados y gente con diplomas universitarios. Algunos han encontrado trabajo en la comunidad, en sitios en construcción, como criadas en hoteles, como jornaleros en astilleros o como aseadores.
Muchos murieron en el mar, tratando de llegar aquí, dijo. "El mar mediterráneo es un cementerio".
Como muchos aquí, Gosden dijo que pensaba que la solución del problema actual pasaba por invertir en África, que se necesita para crear empleos allá: "Convertir a Europa en una fortaleza no resultará".
Malta, que se unió a la Unión Europea en 2004, está limitada por las reglas de la UE según las cuales el país al que llegan los inmigrantes por primera vez es el que debe hacerse responsable de ellos, decidiendo quiénes pueden quedarse, por razones humanitarias, y quiénes deben volver a casa. En términos prácticos, ha sido difícil para Malta enviar a gente a casa debido a los costes y a las complicaciones diplomáticas.
Hoy, casi mil inmigrantes viven en instalaciones atiborradas conocidas como ‘centros de detención cerrada'. Defensores de los derechos humanos dicen que las condiciones de vida con inaceptables. La gente que es detenida debe pasar dieciocho meses encerrada en esos recintos -fuera del alcance de la prensa- antes de que se le pueda otorgar asilo humanitario y sea trasladada a un ‘centro de detención abierta'.
"No te puedes imaginar lo difícil que es vivir aquí", dice Ihaps Norain, 28, un sudanés de aspecto triste parado en el terminal de buses a la entrada de esta ciudad de edificios color de arena construidos por los famosos Caballeros de San Juan en el siglo dieciséis.
Norain contó como su lancha libia se quedó sin gasolina, lo que lo obligó a desembarcar aquí en lugar de Italia. Después de pasar su período en el centro de detención cerrada, ahora es libre de circular por donde quiera. En Sudán, dijo, estaba estudiando contabilidad; aquí, construye ventanas en una fábrica de aluminio. Quisiera marcharse cuanto antes, pero no sabe cómo. "No quiero estar aquí", dice. "Sé que hay gente que no me quiere aquí".
Otros refugiados han empezado a llamar a Malta "a mitad de camino hacia ninguna parte".
Norain se trepó a un autobús para el trayecto de cinco minutos que lo llevará, con el periodista, al centro abierto donde vive con 560 personas más, la mayoría africanos y algunos de Afganistán, Iraq, Pakistán y otros países. Norain duerme en un colchón en un rincón.
"Me pregunto a mí mismo: ‘¿Arriesgué mi vida para esto?'", dice Norain. "Me doy cuenta de cómo me miran en el bus. Alguna gente te hace sentir mal".
Grupos de derechos humanos calculan que más de un millón de africanos subsaharianos desplazados por la guerra y la pobreza se han reunido en Libia, esperando hacer un viaje similar al de Norain.
Scicluna, el asesor de gobierno, dice que es "completamente poco realista pensar que se puede levantar el puente levadizo" y que el país necesita tiempo para ajustarse a la inmigración.
"Tenemos que acostumbrarnos. Tenemos que adaptarnos. Tiene que funcionar", dice.
"Mira, allá viene uno", dice Jesmond Saliba apuntando a un hombre africano con vaqueros y sandalias, deambulando en las calles llenas de turistas blancos.
Saliba, 34, conduce un carruaje tirado por caballos, como hizo su padre. Durante generaciones, en su familia, más turistas significaba más dinero. Pero Saliba no piensa lo mismo sobre los miles de africanos indigentes que llegan aquí buscando comida, vivienda y medicinas. "No tenemos suficientes trabajos para ellos, y eso significa más impuestos para nosotros", dice Saliba."La isla es demasiado pequeña para ellos".
Malta se encuentra repentinamente en el filo de un debate cada vez más emocional sobre cuánta inmigración puede soportar Europa. Casi dos veces del tamaño del distrito de Columbia, es como un diminuta centinela al sur de Europa, a unos 96 kilómetros al sur de Sicilia, con vista hacia el mar de 3.200 kilómetros que la separa de costa de África del Norte. En los últimos cuatro años, más de cinco mil inmigrantes africanos han desembarcado aquí, haciendo a menudo el cruce de 320 kilómetros desde Libia en lanchas pesqueras descubiertas.
Casi todos querían llegar a Italia y a Europa continental. Pero cuando sus esquifes se fueron a pique o se quedaron sin combustible, se encontraron en un país de apenas 400 mil habitantes, más densamente poblado que Bangladesh, donde las familias se conocen unas a otras de toda la vida y la gente del pueblo de al lado es considerada extranjera.
"Existe el sentimiento de que estamos siendo invadidos", dice Katrine Camilleri, una abogado del Servicio Jesuita de Refugiados, que ayuda a los recién llegados. "Cada vez se acepta más que la gente diga abiertamente: ‘No los queremos'".
Lo mismo es válido para el continente. Partidos políticos declaradamente anti-inmigración han obtenido dramáticos resultados electorales en Dinamarca, Noruega y Gran Bretaña. Los partidos políticos convencionales se están inclinando cada vez más en esa dirección.
Países que hasta hace poco apenas tenían extranjeros, como Irlanda, están recibiendo ahora grandes cantidades de recién llegados de diferentes razas y religiones. El mes pasado, 40 afganos montaron una huelga de hambre en una catedral de Dublín para poner más presión a su demanda de asilo político.
Entretanto, más de nueve mil africanos han alcanzado las Islas Canarias españolas por lancha este año, convirtiendo esa destinación turística en otro punto de la crisis de inmigración. La patrulla fronteriza de la Unión Europea dijo la semana pasada que estaba pensando enviar patrullas marítimas y aéreas a las Islas Canarias, Malta y otros puntos álgidos.
"Toda Europa está cerrando los postigos", dijo Martin Scicluna, asesor del ministerio de Justicia de Malta. Funcionarios malteses están suplicando a otros países europeos que se encarguen de algunos de los refugiados que llegan aquí. De momento, Holanda ha aceptado a cuarenta; Alemania ha prometido encargarse de otra cantidad similar.
Muchos en Malta, un país abrumadoramente blanco y católico, están enfadados por el creciente número de recién llegados negros y musulmanes.
"No queremos una sociedad multicultural", dice Martin Degiorgio, uno de los cabecillas de la Alianza Nacional Republicana, un grupo contra la inmigración formado el año pasado. "¿No habéis visto los problemas que ha significado para Francia y Gran Bretaña?"
"Nunca tuvimos minorías, y no queremos tenerlas", dijo. "Hasta hace tres o cuatro años, era casi imposible hallar a un negro africano en las calles de Malta, pero ahora basta con que camines por la capital y verás a muchos de ellos".
Muchos de los inmigrantes se reúnen en la vieja puerta de la ciudad cerca del teatro de la ópera que fuera bombardeado, como otros muchos edificios de la isla, durante la Segunda Guerra Mundial. Territorio británico hasta 1964, Malta era, para la Luftwaffe nazi, un blanco más cercano que Londres, y muchos habitantes entrevistados dijeron que los incesantes cargamentos de extranjeros hacían que los isleños se sintieran nuevamente bajo asalto.
"Necesitamos más lanchas patrulleras y enviarlos de vuelta", dijo Charlie Bezzina, 47, que estaba vendiendo la cerveza local Cisk cerca de la escalinata del teatro de la ópera.
Ruth Spiteri, madre de tres niños, que estaba en un parque perfectamente mantenido a algunas cuadras, dijo que los inmigrantes pedían demasiado. "No les gusta la comida que les damos. Son agresivos con los soldados. Traen otras enfermedades", dijo.
Algunos malteses acusan al gobierno y a la conservadora jerarquía de la iglesia de ser incapaces de explicar las penurias de los refugiados y mitigar temores injustificados. En ese vacío, dicen, han florecido las opiniones racistas y xenófobas. Hace poco, un congoleño dijo que un automovilista lo embistió deliberadamente, arrojándolo contra una muralla e rompiéndole sus dos piernas.
El reverendo Paul Pace, director suplente del Servicio Jesuita de Refugiados, dijo que su grupo ha estado visitando las escuelas secundarias pidiendo a los estudiantes que imaginen que dejan su país, sin llevar nada con ellos, y arriesgan sus vidas para instalarse en un nuevo país. Dijo que Malta debe mostrar la cara humana de los inmigrantes, que pueden contribuir en mucho. Pace dijo que estaba seguro de que la defensa de los inmigrantes que hace su grupo fue la razón por la que unos pirómanos quemaron hace poco siete coches pertenecientes a los jesuitas y la casa y el coche de Camilleri, la subdirectora del grupo.
Terry Gosden, que dirige uno de los centros de detención de inmigrantes del país, dijo que entre los reclusos había médicos, abogados y gente con diplomas universitarios. Algunos han encontrado trabajo en la comunidad, en sitios en construcción, como criadas en hoteles, como jornaleros en astilleros o como aseadores.
Muchos murieron en el mar, tratando de llegar aquí, dijo. "El mar mediterráneo es un cementerio".
Como muchos aquí, Gosden dijo que pensaba que la solución del problema actual pasaba por invertir en África, que se necesita para crear empleos allá: "Convertir a Europa en una fortaleza no resultará".
Malta, que se unió a la Unión Europea en 2004, está limitada por las reglas de la UE según las cuales el país al que llegan los inmigrantes por primera vez es el que debe hacerse responsable de ellos, decidiendo quiénes pueden quedarse, por razones humanitarias, y quiénes deben volver a casa. En términos prácticos, ha sido difícil para Malta enviar a gente a casa debido a los costes y a las complicaciones diplomáticas.
Hoy, casi mil inmigrantes viven en instalaciones atiborradas conocidas como ‘centros de detención cerrada'. Defensores de los derechos humanos dicen que las condiciones de vida con inaceptables. La gente que es detenida debe pasar dieciocho meses encerrada en esos recintos -fuera del alcance de la prensa- antes de que se le pueda otorgar asilo humanitario y sea trasladada a un ‘centro de detención abierta'.
"No te puedes imaginar lo difícil que es vivir aquí", dice Ihaps Norain, 28, un sudanés de aspecto triste parado en el terminal de buses a la entrada de esta ciudad de edificios color de arena construidos por los famosos Caballeros de San Juan en el siglo dieciséis.
Norain contó como su lancha libia se quedó sin gasolina, lo que lo obligó a desembarcar aquí en lugar de Italia. Después de pasar su período en el centro de detención cerrada, ahora es libre de circular por donde quiera. En Sudán, dijo, estaba estudiando contabilidad; aquí, construye ventanas en una fábrica de aluminio. Quisiera marcharse cuanto antes, pero no sabe cómo. "No quiero estar aquí", dice. "Sé que hay gente que no me quiere aquí".
Otros refugiados han empezado a llamar a Malta "a mitad de camino hacia ninguna parte".
Norain se trepó a un autobús para el trayecto de cinco minutos que lo llevará, con el periodista, al centro abierto donde vive con 560 personas más, la mayoría africanos y algunos de Afganistán, Iraq, Pakistán y otros países. Norain duerme en un colchón en un rincón.
"Me pregunto a mí mismo: ‘¿Arriesgué mi vida para esto?'", dice Norain. "Me doy cuenta de cómo me miran en el bus. Alguna gente te hace sentir mal".
Grupos de derechos humanos calculan que más de un millón de africanos subsaharianos desplazados por la guerra y la pobreza se han reunido en Libia, esperando hacer un viaje similar al de Norain.
Scicluna, el asesor de gobierno, dice que es "completamente poco realista pensar que se puede levantar el puente levadizo" y que el país necesita tiempo para ajustarse a la inmigración.
"Tenemos que acostumbrarnos. Tenemos que adaptarnos. Tiene que funcionar", dice.
4 de junio de 2006
©washington post
©traducción mQh
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