oportunidad perdida
[Charles Krauthammer] Estados Unidos debe instar a Israel a terminar el trabajo de eliminar a Hezbolá.
La guerra de Israel contra Hezbolá es para proteger su frontera norte, destruir a la milicia terrorista empecinada en la destrucción de Israel y restaurar el poder de disuasión de Israel en la era de los misiles. Pero hay más en juego. Los líderes de Israel parecen no entender lo terrible que sería para su relación con Estados Unidos un fracaso militar en el Líbano, la línea de vida más importante de Israel.
En Estados Unidos ha habido durante décadas un debate sobre el valor estratégico de Israel. En momentos críticos en el pasado, Israel ha demostrado su valor. En 1970, las acciones militares israelíes contra Siria salvaron al Rey Hussein y a la monarquía hachemita moderada pro-estadounidense de Jordania. En 1982, aviones de guerra israelíes hechos en Estados Unidos atacaron a la fuerza aérea siria, derribando 86 MiGs en una semana, sin una sola baja, revelando un impresionante atraso tecnológico soviético que significó un importante golpe al prestigio soviético en el exterior y a la autoconfianza de sus elites en casa (incluyendo al miembro del Politburó, Mikhail Gorbachev).
Pero eso fue hace décadas. La cuestión es, como siempre: ¿Qué has hecho por mí últimamente? Hay en Estados Unidos un virulento debate sobre si, en el mundo post-11 de septiembre de 2001, Israel es un activo neto o un riesgo. Los injustificados ataques de Hezbolá el 12 de julio proporcionaron a Israel con la extraordinaria oportunidad de demostrar su valor haciendo una importante contribución a la guerra de Estados Unidos contra el terrorismo.
La luz verde que dio Estados Unidos a Israel para defenderse a sí mismo es visto como un favor a Israel. Pero ese es un análisis tendencioso y parcialmente engañoso. La luz verde -en realidad, el apoyo- es también un acto de obvio interés propio. Estados Unidos quiere, necesita, que Hezbolá sea derrotado definitivamente.
A diferencias de otros muchos grupos terroristas en Oriente Medio, Hezbolá es un serio enemigo de Estados Unidos. En 1983 masacró a 241 militares estadounidenses. Excepto al-Qaeda, ha matado a más estadounidenses que cualquiera otra organización terrorista.
Más importante, hoy es el puntero de un Irán agresivo y en plan de armarse nuclearmente. Hezbolá es una completa filial iraní, sin ninguna duda. Su misión es difundir la influencia de la revolución islámica en el Líbano y en Palestina, desestabilizar la paz árabe-israelí y reforzar la influencia de los musulmanes chiíes, dirigidos y controlados por Irán, en todo el Levante.
Estados Unidos se encuentra en guerra con el islam radical, un monstruo con dos iglesias: el al-Qaeda sunní que ahora está siendo desafiado por el Irán chií por la primacía en su épica confrontación con el Occidente pagano. Con el decline de al-Qaeda, Irán se ha puesto en marcha. Está interviniendo a través de delegados en todo el mundo árabe -Hezbolá en el Líbano, Hamas en Palestina, el Ejército Mahdi de Moqtada al-Sáder en Iraq- para subvertir a los gobiernos árabes modernizantes y pro-occidentales y colocar esos territorios bajo la hegemonía iraní. Sus ambiciones nucleares protegerían esos avances y le otorgarían una abrumadora preponderancia sobre los árabes y un poder de disuasión absoluto contra acciones hostiles serias de Estados Unidos, Israel o cualquier otro rival.
Los árabes moderados pro-occidentales lo entienden claramente. Es la razón por la que Egipto, Arabia Saudí y Jordania denunciaron inmediatamente a Hezbolá y, en privado, instaron a Estados Unidos a que dejara que Israel destruya esa organización. Saben que Hezbolá está haciendo la guerra de Irán, no solamente contra Israel, sino también contra ellos y, en general, contra Estados Unidos y Occidente.
De ahí la rara oportunidad que tiene Israel de demostrar lo que puede hacer por su protector americano. La derrota de Hezbolá sería una enorme pérdida para Irán, psicológica y estratégicamente. Irán perdería su punto de apoyo en el Líbano. Perdería sus principales medios para desestabilizar e introducirse en el corazón de Oriente Medio. Quedaría en evidencia que se ha extralimitado terriblemente en su intento de establecerse como superpotencia regional.
Estados Unidos ha arriesgado mucho para permitir que Israel gane y para que ocurra lo que está ocurriendo. Ha contado con la capacidad de Israel para hacer el trabajo. Se ha decepcionado. El primer ministro Ehud Olmert se ha caracterizado por una dirección inestable e incierta. Descansando tonta y exclusivamente en el poder aéreo, ha negado a sus generales la ofensiva terrestre que querían, sólo para contradecirse a sí mismo más tarde. Ha permitido que las reuniones del gabinete de guerra sean prácticamente enteramente públicos mediante el tipo de filtraciones que no toleraría ningún jefe en tiempos de guerra. Divisivos debates del gabinete son transmitidos a todo el mundo, como fue la propia queja de Olmert de que "estoy muy cansado. No he dormido en toda la noche" (Haaretzm 28 de julio). Son difícilmente materias para inspirar la confianza de un Churchill.
Su sed de victoria con un plan barato ha puesto en peligro no solamente la operación en el Líbano, sino también la confianza de Estados Unidos en Israel. Esa confianza -y la relación que reafirma- es tan importante para la supervivencia de Israel como para de su propio ejército. El trémulo Olmert parece no tener la menor idea.
En Estados Unidos ha habido durante décadas un debate sobre el valor estratégico de Israel. En momentos críticos en el pasado, Israel ha demostrado su valor. En 1970, las acciones militares israelíes contra Siria salvaron al Rey Hussein y a la monarquía hachemita moderada pro-estadounidense de Jordania. En 1982, aviones de guerra israelíes hechos en Estados Unidos atacaron a la fuerza aérea siria, derribando 86 MiGs en una semana, sin una sola baja, revelando un impresionante atraso tecnológico soviético que significó un importante golpe al prestigio soviético en el exterior y a la autoconfianza de sus elites en casa (incluyendo al miembro del Politburó, Mikhail Gorbachev).
Pero eso fue hace décadas. La cuestión es, como siempre: ¿Qué has hecho por mí últimamente? Hay en Estados Unidos un virulento debate sobre si, en el mundo post-11 de septiembre de 2001, Israel es un activo neto o un riesgo. Los injustificados ataques de Hezbolá el 12 de julio proporcionaron a Israel con la extraordinaria oportunidad de demostrar su valor haciendo una importante contribución a la guerra de Estados Unidos contra el terrorismo.
La luz verde que dio Estados Unidos a Israel para defenderse a sí mismo es visto como un favor a Israel. Pero ese es un análisis tendencioso y parcialmente engañoso. La luz verde -en realidad, el apoyo- es también un acto de obvio interés propio. Estados Unidos quiere, necesita, que Hezbolá sea derrotado definitivamente.
A diferencias de otros muchos grupos terroristas en Oriente Medio, Hezbolá es un serio enemigo de Estados Unidos. En 1983 masacró a 241 militares estadounidenses. Excepto al-Qaeda, ha matado a más estadounidenses que cualquiera otra organización terrorista.
Más importante, hoy es el puntero de un Irán agresivo y en plan de armarse nuclearmente. Hezbolá es una completa filial iraní, sin ninguna duda. Su misión es difundir la influencia de la revolución islámica en el Líbano y en Palestina, desestabilizar la paz árabe-israelí y reforzar la influencia de los musulmanes chiíes, dirigidos y controlados por Irán, en todo el Levante.
Estados Unidos se encuentra en guerra con el islam radical, un monstruo con dos iglesias: el al-Qaeda sunní que ahora está siendo desafiado por el Irán chií por la primacía en su épica confrontación con el Occidente pagano. Con el decline de al-Qaeda, Irán se ha puesto en marcha. Está interviniendo a través de delegados en todo el mundo árabe -Hezbolá en el Líbano, Hamas en Palestina, el Ejército Mahdi de Moqtada al-Sáder en Iraq- para subvertir a los gobiernos árabes modernizantes y pro-occidentales y colocar esos territorios bajo la hegemonía iraní. Sus ambiciones nucleares protegerían esos avances y le otorgarían una abrumadora preponderancia sobre los árabes y un poder de disuasión absoluto contra acciones hostiles serias de Estados Unidos, Israel o cualquier otro rival.
Los árabes moderados pro-occidentales lo entienden claramente. Es la razón por la que Egipto, Arabia Saudí y Jordania denunciaron inmediatamente a Hezbolá y, en privado, instaron a Estados Unidos a que dejara que Israel destruya esa organización. Saben que Hezbolá está haciendo la guerra de Irán, no solamente contra Israel, sino también contra ellos y, en general, contra Estados Unidos y Occidente.
De ahí la rara oportunidad que tiene Israel de demostrar lo que puede hacer por su protector americano. La derrota de Hezbolá sería una enorme pérdida para Irán, psicológica y estratégicamente. Irán perdería su punto de apoyo en el Líbano. Perdería sus principales medios para desestabilizar e introducirse en el corazón de Oriente Medio. Quedaría en evidencia que se ha extralimitado terriblemente en su intento de establecerse como superpotencia regional.
Estados Unidos ha arriesgado mucho para permitir que Israel gane y para que ocurra lo que está ocurriendo. Ha contado con la capacidad de Israel para hacer el trabajo. Se ha decepcionado. El primer ministro Ehud Olmert se ha caracterizado por una dirección inestable e incierta. Descansando tonta y exclusivamente en el poder aéreo, ha negado a sus generales la ofensiva terrestre que querían, sólo para contradecirse a sí mismo más tarde. Ha permitido que las reuniones del gabinete de guerra sean prácticamente enteramente públicos mediante el tipo de filtraciones que no toleraría ningún jefe en tiempos de guerra. Divisivos debates del gabinete son transmitidos a todo el mundo, como fue la propia queja de Olmert de que "estoy muy cansado. No he dormido en toda la noche" (Haaretzm 28 de julio). Son difícilmente materias para inspirar la confianza de un Churchill.
Su sed de victoria con un plan barato ha puesto en peligro no solamente la operación en el Líbano, sino también la confianza de Estados Unidos en Israel. Esa confianza -y la relación que reafirma- es tan importante para la supervivencia de Israel como para de su propio ejército. El trémulo Olmert parece no tener la menor idea.
letters@charleskrauthammer.com
4 de agosto de 2006
©washington post
©traducción mQh
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