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¿de qué lado estamos?


[Harold Meyerson] ¿Puede Estados Unidos tomar partido en una guerra civil religiosa en Iraq?
De todos los signos de que el pueblo americano está hasta la tusa con la guerra en Iraq, uno al que el gobierno debería temer fue avanzado la semana pasada por un partidario de siempre, tanto del presidente como de la guerra: el republicano de Virginia John Warner.
Mientras presidía una audiencia del Comité de las Fuerzas Armadas del Senado, Warner sugirió que el presidente podría necesitar una nueva resolución del Congreso autorizando nuestra presencia en Iraq, ya que el conflicto se ha convertido (o, en el mejor de los casos, puede convertirse) en una guerra civil.
Bueno, esa va a ser una resolución difícil de escribir. Una vez que has llegado a la frase: "Ahora que el conflicto en Iraq es una guerra civil entre chiíes y sunníes", ¿qué es exactamente lo que tenemos que resolver? En una guerra civil en Iraq -que es exactamente a lo que estamos enfrentados ahora-, ¿cuál es la misión de las fuerzas estadounidenses?
Hay, después de todo, guerras civiles y guerras civiles. En la carnicería que siguió a la disolución de Yugoslavia, se trató principalmente de una agresión genocida de los nacionalistas serbios de Slobodan Milosevic, que tuvieron que ser controlados, y las fuerzas estadounidenses y sus aliados lo hicieron. Pero la carnicería en Iraq es el trabajo de muchas manos de ambos lados de la escisión religiosa. Y el rol de los soldados estadounidenses en un conflicto entre musulmanes es imposible de articular coherentemente. (Imaginad, por ejemplo, que un pequeño ejército islámico ha sido depositado en Europa durante la guerra entre protestantes y católicos en los siglos dieciséis y diecisiete. Su misión habría sido tan clara como la nuestra en Iraq hoy).
Para el gobierno de Bush, entonces, cualquier admisión de que la guerra en Iraq es de hecho una guerra civil, destruye todo lo que quedaba como justificación de nuestra presencia allá. Pues aunque es verdad que la retirada de nuestras fuerzas probablemente desencadenaría un caos religioso todavía peor, también es verdad que nuestra presencia no puede detenerlo y que nuestra presencia allá ha disminuido terriblemente nuestra capacidad diplomática y militar para hacer algo en cualquier parte.
Si los iraquíes se embarcaran en una repartición sangrienta de su país -y así lo harán, según las apariencias-, entonces la tarea que incumbe a cualquiera fuerza extranjera en Iraq es ayudar a que la parcelación tome lugar con la menor cantidad posible de muertes. Y si todo marchara bien, los partidos iraquíes alcanzarían un acuerdo sobre las nuevas líneas de demarcación.
Acuerdo o no, sin embargo, el trabajo de mantener el caos reducido a un mínimo deberían asumirlo fuerzas que no tengan intereses ni historia en el conflicto -es decir, por un despliegue de tropas de Naciones Unidas de países que no sean ni musulmanes ni cristianos.
Sin embargo, para George Bush, Dick Cheney y Donald Rumsfeld, una resolución tan confusa y triste dejaría en claro inequívocamente toda la dimensión de su locura. No es verdad que no tengan un plan para Iraq. Su plan es evitar que se produzca una resolución semejante, aplazar la desintegración de Iraq, de la que son más responsables que todos los demás, hasta que Bush termine su mandato y pueda entonces culpar de esta catástrofe a su sucesor.
También hay una razón más inmediata de por qué necesitan mantener el curso. Una reciente encuesta entre votantes republicanos, por encargo del Comité Nacional Republicano y sobre la que se informó ayer en Los Angeles Times, constató que el mejor modo que tiene la vieja guardia republicana para motivar a sus bases en las próximas elecciones, es contrastar "el compromiso del presidente de derrotar a los terroristas en Iraq" con la supuesta ausencia de ese compromiso entre los demócratas. (La cita viene de un memorándum del encuestador Fred Steeper, al presidente del Comité Nacional Republicano, Ken Mehlman).
El problema aquí es que sólo los republicanos más fanáticos tienen todavía fe en la política iraquí de Bush, y que una campaña concentrada en reafirmar esa política enfurecería no solamente a los demócratas sino también a los independientes. Pero con los republicanos preocupados sobre cómo convencer sus bases, mantener el curso en Iraq da muestras de una lógica perversa.
Sin embargo, una vez que se reconoce que la guerra en Iraq es una guerra civil religiosa, mantener el curso no tiene lógica alguna. Que es por qué Bush sigue determinado a rechazar esta definición de la guerra. "Sabes, yo oigo decir a la gente, bueno, guerra civil esto, guerra civil lo otro", dijo a los periodistas en su rancho de Crawford, Tejas, el lunes. "El pueblo iraquí votó contra la guerra civil cuando se expresó en las urnas. Y hay un gobierno de unidad que está haciendo lo posible para implementar la voluntad del pueblo. Y, francamente, es un logro extraordinario en el frente político; es en el frente de la seguridad donde ha habido problemas".
Aparentemente, mientras haya un gobierno iraquí, no puede haber guerra civil en Iraq. Y así se resuelve otro problema en el pequeño y nítido mundo de George Bush.

meyersonh@washpost.com

9 de agosto de 2006
©washington post
©traducción mQh
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