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caos en los bancos


[James Glanz] El deterioro de la situación de seguridad en Iraq provoca el renacimiento de prácticas antiguas y entorpece las actividades bancarias.
Bagdad, Iraq. Los furgonetas blindadas se alejaron de una filial del Banco Warka el jueves a eso del mediodía, cargados con 1.191 millones de dinares, unos 800 mil dólares. Casi inmediatamente los conductores divisaron una caravana del ejército iraquí que se acercaba, encabezada por un brillante y nuevo vehículo blindado Humvee. Hicieron lo que debían hacer, según las normas, y pararon.
Pero la caravana también paró, y un oficial pidió a los sorprendidos conductores y guardias que entregaran sus armas mientras sus hombres revisaban las furgonetas. Estaban buscando bombas.
En cuestión de minutos, los ocho conductores y guardias había sido esposados y encerrados en una de las furgonetas bajo los sofocantes 49 grados Celsius de ese día, el dinero había sido robado por los hombres del convoy -quiénes quiera que fuesen- y el sistema bancario iraquí había pasado otro día de su lento deslizamiento hacia el olvido.
Lo único atípico sobre el robo del jueves, que fue descrito por empleados del banco y funcionarios del ministerio del Interior, es que la mayoría de los bancos privados tratan de evitar el uso de furgonetas blindadas, porque llaman demasiado la atención, y prefieren meter los sacos de dinero en coches corrientes para furtivos trayectos a través de las calles de Bagdad.
Pero como quiera que salga el dinero, se corre el riesgo de que se pierda en la maraña que conforman los robos, los secuestros y las intrigas que ahora asolan el sistema.
Elogiado por Estados Unidos como la historia de un éxito apenas hace unos meses, ese sistema se ha convertido rápidamente en un desenfrenado paisaje de transacciones monetarias clandestinas, enormes botines de ladrones disfrazados de agentes de policía y soldados, secuestros de ejecutivos bancarios con rescates de hasta seis millones de dólares, acusaciones estadounidenses de connivencia con financistas rebeldes, y clientes honestos rechazados en las cajas cuando tratan de retirar sus ahorros para marcharse del país.
"Es una crisis", dice Wisam K.Jamil, director general del banco privado más antiguo de Iraq, el Banco de Bagdad, que perdió 1.5 millones de dólares en un asalto en la autopista cometido por hombres con uniformes de agentes de policía en diciembre pasado.
Debido a ese robo, el banco perdió gran parte de su seguro. Todavía más mortificante para Jamil, la póliza tenía una renuncia corriente de responsabilidad que decía que no se cubrían las pérdidas debidas a actos de terrorismo, y como ilustró el robo del Warka el jueves pasado, nadie en Iraq puede decir si el robo fue cometido por rebeldes, bandidos o miembros de las fuerzas de seguridad. Así que la compañía de seguros no pagó el reclamo de Jamil.
Las dificultades para el traslado de dinero ha llevado a los bancos iraquíes a prácticas comerciales que sólo se ven en algunos lugares.
Hace poco en un sótano del Banco Iraquí de Inversiones en Oriente Medio, Rahim al-Abadie, un hombre doblado parecido a un gnomo que ha trabajado durante 54 años en el banco, revolvió en una caja fuerte junto a su escritorio y entregó sacos de 45 kilos de dinero, que fueron cargados cada uno en coches sin matrícula que salieron a toda velocidad hacia su destino, que se negó a revelar. Uno de los sacos más grandes contenía mil millones de dinares (unos 650 mil dólares) en billetes, explicó Abadie, sonriendo sombríamente.
Hussein al-Uzri, presidente y director general del Banco del Comercio de Iraq, un banco de propiedad estatal, dijo que los riesgos de esas entregas debían ser medidos en términos relativos. "En cualquier parte del mundo, colocar unos millones de dólares en la parte de atrás de un Mazda y llevarlos hasta el Banco Central sería una locura", dijo. "Pero mucha gente dice que vivir en Bagdad es una locura".
Hasta principios de los años noventa, cuando Saddam Hussein permitió que abrieran bancos privados bajo estrictas restricciones, todas las finanzas del país eran manejadas por bancos estatales.
La popularidad de los bancos privados se disparó después de la invasión de 2003, cuando los depositantes abandonaron el engorroso y a menudo dudoso sistema estatal en una "especie de éxodo", según Nafie Alais Aboo, director general del North Bank privado. Pero los dos han sufrido importantes asaltos, escasez de líquido y otros problemas, dicen empleados bancarios y funcionarios de gobierno.
Esos problemas han contribuido a incentivar una gestión anticuada en algunos bancos y varios han tenido que despedir a los depositantes, al menos provisoriamente, diciéndoles que vuelvan otro día por su dinero.
"La gente está retirando o transfiriendo enormes simas de dinero del banco", dijo Ahmed Younis Zeki, subdirector del Banco Privado Iraquí, el que, según dijo, perdió mil millones de dinares en un atrevido asalto en lo que parecía ser un puesto de control policial en el centro de Bagad el 25 de abril pasado.
Algunos ejecutivos de bancos dicen que sus problemas se han complicado debido a que iraquíes con dinero y la compañías que controlan abandonan el caos que está engullendo al resto del país. Esa fuga se ha acelerado desde que aumentaran las tensiones confesionales tras el atentado en febrero contra la mezquita de cúpula dorada en Samarra, uno de los santuarios más venerados de los chiíes.
"Desde el atentado en Samarra, ha sido cada día peor", dijo Mohammed F. al-Alossi, director general del Banco Iraquí de Inversiones en Oriente Medio, agregando que de los 50 mil millones de dinares de su banco, solamente en los últimos dos meses se han retirado tres mil millones.
Los problemas del banco han tenido un efecto multiplicador. Las compañías iraquíes, que ya estaban luchando por sobrevivir en una economía devastada, no pueden reunir suficiente dinero para pagar sus nóminas salariales, dijo Hashim T. Atrikchi, director suplente de la Federación Iraquí de Industrias y presidente de la Federación Árabe de Fabricantes de Plásticos.
"A menudo los bancos no cuentan con moneda sonante", dijo. "Pueden tardar dos, tres y hasta cinco días en reunir el dinero".
La racha de mala suerte para los bancos privados se remonta al menos a mayo de 2005, cuando tropas estadounidenses e iraquíes allanaron la casa de Saad al-Bunnia, presidente de la Asociación de Bancos Iraquíes y presidente del banco que fue robado el jueves. Durante el allanamiento, los americanos requisaron seis millones de dólares en moneda sonante, aparentemente por sospechas de que el dinero estaba siendo utilizado para financiar la resistencia.
El banco certificó que había pedido a Bunnia que guardara el dinero en su caja fuerte para protegerse de asaltos, dijo el jeque Hathal Yonis Y. Aga, vice-presidente del banco. Pero ha pasado más de un año, y el dinero sigue estando congelado, dijo.
"El problema es que esos fondos pertenecen a nuestros clientes", dijo Aga. "Y esto ha afectado algunas de nuestras transacciones comerciales".
Unos meses después, un grupo de asaltantes se hizo con 600 mil dólares que estaban siendo transportados desde la central del Banco Warka a una de sus filiales, dijo Aga. Y en diciembre, hombres con uniformes de agentes de policía pararon y robaron un coche que transportaba 1.5 millones de dólares, más o menos 2.3 billones de dinares, que pertenecían al Banco de Bagdad, en la autopista que une a la ciudad con la sureña ciudad de Hilla.
Extraordinariamente en esta fase de deterioro de la seguridad en Iraq, gran parte del transporte estaba cubierto por la Compañía de Seguros Al Ameen, dijo su director general Munem al-Khafaji. Todavía más sorprendente, la póliza estaba re-asegurada por firmas aseguradoras europeas, saudíes y kuwaitíes, dijo Khafaji.
Pero la intervención extranjera tenía su precio. Como otras pólizas similares en el resto del mundo, esta cubría robos y daños, pero no actos de guerra ni terrorismo. Khafaji dijo que cualquier pago quedaba en el limbo mientras la investigación rebotaba de un lado a otro entre las agencias policiales y el notoriamente lento ministerio de Justicia.
"Se arrojan la pelota unos a otros", dijo Khafaji, incapaz de reprimir una sonrisa de impotencia. "Durante mucho tiempo", agregó.
Después del robo al Banco de Bagdad, los re-aseguradores extranjeros se negaron a seguir cubriendo los asaltos en Iraq, dijo Khafaji. El director general del banco, Jamil, dijo que el impacto en los negocios había sido devastador: aunque el año pasado él transportó un promedio de cien mil millones de dinares en la ciudad al mes, para esta primavera esa cifra había caído a quince mil millones de dinares debido a que el riesgo de asalto era muy alto.
Eso significa que más y más gente que viene a recoger su dinero, tiene que esperar, dijo Jamil. "Usamos la diplomacia para manejar esta situación", dijo, afable, durante una entrevista en su despacho.
Empleados del banco estiman que este año ha habido un promedio de un asalto importante al mes. Algunos bancos son particularmente desafortunados: apenas una semana antes del asalto del jueves, un grupo de asaltantes trataron de robar el transporte de 500 mil dólares desde el Banco Warka, aunque en ese caso la policía desbarató el intento, dijeron empleados del banco.
Pero los asaltos no son los únicos delitos a los que deben enfrentarse los bancos. En febrero, hombres armados con el uniforme del ejército iraquí secuestraron a Ghalib Kubba, presidente del Banco Internacional Basra, y su hijo Hasán, el gerente ejecutivo del banco.
El rescate: seis millones de dólares, una suma colosal aquí pero que fue determinada, indudablemente, porque los secuestradores sabían que los Kubba eran banqueros. La familia, no el banco, pagó el rescate, dijo Hasán Kubba, pero después su padre y toda la junta directiva del banco huyeron a Siria, desde donde dirigen ahora el banco in absentia.
A pesar de todos estos problemas, nadie sabe de un banco que haya abandonado los negocios y cerrado para siempre, y todavía hay unos pocos que se muestran optimistas de que esta importante institución de una democracia efectiva sobrevivirá y, algún día, florecerá. Los banqueros, después de todo, suben y bajan dependiendo de su capacidad para proyectar confianza en la peor de las condiciones.
Pero no es fácil. Mientras Abadie controla los blancos sacos de dinero que entran y salen del sótano del Banco de Inversiones en Oriente Medio, el director general, Alossi, mira una y otra vez hacia el lado derecho de su escritorio, donde una televisión pasa secuencias de imágenes captadas por las cámaras de seguridad del banco.
Nada hará cerrar las puertas a este banco, excepto la hora habitual de cierre, juró Alossi.
"Si pasara lo peor y vinieran todos a retirar al mismo tiempo el dinero", dijo, "estamos preparados para pagar hasta al último depositante".

Contribuyeron a este reportaje Khalid W. Hassan, Sahar Nageeb, Wisam A. Habeeb y Jane Scott-Long desde Bagdad.

28 de julio de 2006
©new york times
©traducción mQh
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