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¿terrorista o víctima no tan inocente?


[Tim Golden] Un ex detenido de Guantánamo cuenta su versión.
Cuando el presidente Bush ordenó el año pasado la liberación de Moazzam Begg del campo de prisioneros de Guantánamo, dijeron funcionarios estadounidenses, lo hizo desdeñando las objeciones del Pentágono, la CIA y el FBI -todos los cuales advirtieron que Begg todavía podía ser un peligroso terrorista.
Pero los funcionarios estadounidenses pueden no haber imaginado en qué tipo de adversario se convertiría Begg en la guerra de percepción que es ahora el principal frente en la campaña estadounidense contra el terrorismo.
"El problema aquí es: Aplicad la ley", dijo Begg a una audiencia a principios de la primavera en el Festival Literario de Oxford en Inglaterra, una de las muchas paradas de su extensa gira de charlas. "Si yo he cometido un delito, decimos, es algo que se resuelve en los tribunales. Después de todo eso, si no pueden demostrar nada en tribunales, es que son unos caradura".
Con un nuevo libro sobre su experiencia y una avalancha de atención de la prensa, Begg, 37, británico de origen paquistaní, ha disfrutado en los últimos meses de un poco de fama en su país natal.
Grupos de derechos humanos han saludado su valentía. Estudiantes universitarios lo han invitado a hablar. Los periodistas han aceptado, en general de buenas a primeras sus alegatos de que es inocente, de que fue capturado injustamente y detenido arbitrariamente. Después de los tres suicidios en Guantánamo el sábado pasado, Begg se convirtió instantáneamente en un muy solicitado comentarista de los diarios británicos y de los reporteros de televisión.
La respetuosa recepción de Begg -al que el Pentágono todavía retrata como terrorista- es una de las muchas señales de la menguante credibilidad de la política de secuestros de Washington en el extranjero y especialmente en países europeos que son estrechos aliados de Estados Unidos en la lucha contra el terrorismo.
Un largometraje británico que será lanzado en Estados Unidos el 23 de junio, ‘Camino a Guantánamo', describe a otro grupo de ex detenidos como hombres inocentes y bondadosos que fueron cruelmente maltratados por sus carceleros estadounidenses. El fiscal general británico, Peter Goldsmoth, dijo hace poco que la prisión era "inaceptable" y que debería ser cerrada.
Si Begg es la amenaza potencial que reclama el Pentágono o el hombre inofensivo que profesa ser, no puede ser dilucidado con las evidencias disponibles. Pero el misterio convierte a Begg en uno de los casos de estudio más intrigantes en la división transatlántica sobre las políticas de detención.
Él y otro británico, Feroz Abbasi, pertenecen al primer grupo de seis detenidos de Guantánamo que en 2003 fueron considerados por Bush como aptos para ser juzgados por comisiones militares allá. Funcionarios del Pentágono dicen que Begg siguió cursos de adiestramiento en tres campos terroristas, estuvo "asociado" con toda una gama de operativos de Al Qaeda y estaba dispuesto a pelear contra las fuerzas estadounidenses en Afganistán, pero huyó hacia las montañas de Tora Bora cuando colapsaron las líneas talibanes.
La negativa del gobierno británico a aceptar los tribunales de Guantánamo, en los que los derechos de debido proceso son fuertemente limitados, obligó finalmente a los estadounidenses a dejar de lado el procesamiento de Begg y Abbasi. Funcionarios dijeron que ellos y otros dos británicos fueron finalmente enviados a casa en enero de 2005, después de que Bush desechara la opinión de la mayoría de sus asesores de seguridad nacional como un favor al primer ministro Tony Blair, que estaba entonces siendo criticado duramente por su apoyo a la guerra contra Iraq.
Ahora, el gobierno de Bush se encuentra en la incómoda posición de insistir en el peligro que representa el hombre que acaba de dejar en libertad. "Tiene vínculos fuertes y prolongados con el terrorismo: como simpatizante, como reclutador, como financista y como combatiente", dijo un portavoz del ministerio de Defensa, Bryan Whitman.
En entrevistas en Gran Bretaña y en su tomo de memorias, que será publicado en Estados Unidos el 11 de septiembre como ‘Enemy Combatant: My Imprisonment at Guantánamo, Bagram and Kandahar', Begg negó que hubiese apoyado alguna vez el terrorismo, que se hubiese asociado a sabiendas con miembros de Al Qaeda o que tomara las armas contra Estados Unidos. Más bien, se presenta a sí mismo como evidencia de la ampia red americana que ha atrapado a muchos musulmanes que nunca han amenazado los intereses de Estados Unidos.

Un Aire Profesional
Un hombre pequeño, de voz suave, de aire profesional, Begg se ha destacado entre otros antiguos prisioneros en parte por su tono.

Mientras otros han contado (y en algunos casos, vendido) a la prensa británica escabrosas historias sobre interrogadores norteamericanos que los tentaban con prostitutas y los torturaban para que confesaran, Begg evita la palabra tortura. Dice que fue maltratado, a veces, y sometido a prolongados períodos de aislamiento. Pero no desdeña contar a sus audiencias sobre su amistad con algunos de los gendarmes de la policía militar y muestra una tolerancia que parece incompatible con el odio de los militantes con los que lo vinculan funcionarios americanos.
Un entrevistador británico describió a Begg como "devastadoramente razonable".
De los casi 20 oficiales militares y agentes de inteligencia que fueron entrevistados sobre Begg, ninguno pensaba que hubiera sido capturado injustamente. Pero algunos dijeron que dudaban que pudiera estar vinculado con acciones terroristas. En Bagram, donde fue retenido durante once meses, los interrogadores lo apodaban Hemigway.
"No creo que haya sido el cerebro de los atentados del 11 de septiembre, pero tampoco creo que sea inocente", dijo Christopher Hogan, ex interrogador militar que supervisó las primeras rondas de interrogatorios de Begg, pero aclaró que él no tuvo acceso a informes de inteligencia secretos de Estados Unidos y Gran Bretaña. "Lo comparamos con alguien que fue a España durante la guerra civil -más un romántico que una especie de combatiente ideológicamente inflexible".
Como otros militares y agentes de inteligencia familiarizados con los interrogatorios de Begg, Hogan también lo describió como inusualmente comunicativo. "Nos daba normalmente excelentes informaciones", dijo.
Sin embargo, si Begg es un personaje más ambiguo de lo que quiere hacer creer el Pentágono, la historia de su vida antes de que fuera secuestrado en Pakistán en enero de 2002 es también más complicada que la versión que ha presentado, y está llena de interrogantes.
Como otros muchos en Europa que simpatizaron con los militantes musulmanes en los años noventa, Begg es hijo de inmigrantes que se asentaron en un barrio obrero donde las dificultades económicas nutren los prejuicios raciales.
Durante la escuela secundaria en Birmingham, la capital industrial de las Midlands inglesas, integró una banda de adolescentes predominantemente sudasiáticos que se unieron para hacer frente a los skinheads, punk rockers y otros grupos xenófobos. Begg, de 1.61 metros, era el más chico de la pandilla; dice que rara vez participaba en peleas.
Pero gran parte de su formación no se ajustaba al esquema. Su familia era relativamente acomodada y liberal. Su padre, un musulmán nacido en India, era un gerente de banco que escribía poesía en urdu. Envió a Moazzam y a su hermano a una escuela primaria judía, donde llevaban americanas con la estrella de David.

Inspirado por los Muyahedines
El interés de Moazzam por el islam se despertó durante un viaje que hizo con familiares a Pakistán y Arabia Saudí a fines de su adolescencia.
En una segunda visita a Pakistán a fines de 1993, escribe, cruzó hacia Afganistán con unos jóvenes paquistaníes y visitó un campo donde rebeldes muyahedines se estaban adiestrando para luchar contra el gobierno afgano pro-soviético.
Inspirado por el compromiso de los guerrilleros, se dedicó a ayudar a los musulmanes asediados en Bosnia y Herzegovina. Dice que viajó unas nueve o diez veces a los Balcanes, con una pequeña organización de ayuda, Convoy of Merci. Pero el fundador del grupo, Asad Khan, dice que no recuerda a Begg.
Funcionarios del ministerio de Defensa dijeron que uno de los antiguos asociados de Begg era Omar Saeed Sheikh, que participó como voluntario en un viaje del Convoy en 1993. Sheikh fue condenado más tarde por el secuestro de turistas occidentales en India y puede ser condenado a muerte en Pakistán por el asesinato del corresponsal del Wall Street Journal, Daniel Pearl. Begg insiste en que no conoció a Sheikh.
Hay algunas notorias lagunas en las memorias de Begg. El libro no menciona que cuando estaba trabajando como intérprete en una oficina de la seguridad social del gobierno en 1994, él y un amigo fueron arrestados y acusados del desfalco de la agencia. La policía encontró una mira infrarroja, un chaleco antibalas y lo que los informes de prensa llamaron "literatura extremista" en casa de Begg.
Los cargos en su contra fueron desechados por falta de pruebas, pero su amigo, Shahid A. Butt se declaró culpable y cumplió dieciocho meses en prisión. Butt fue condenado más tarde con otros siete británicos de tramar un atentado terrorista en Yemen, donde está cumpliendo una sentencia de cinco años.
A principios de 1998, Begg, para entonces casado, con dos hijos chicos, se mudó con su familia a Peshawar, Pakistán, en la frontera con Afganistán. Describe este período como idílico, con paseos vespertinos por el parque local y una rápida visita a otro campo de adiestramiento en Afganistán, dirigido este por kurdos iraquíes. Él y su mujer se relacionaban primariamente con miembros de la pequeña comunidad paquistaní de la ciudad, así como con algunos veteranos árabes y afganos de la guerra santa anti-soviética.
Pero el libro no menciona a un amigo paquistaní, Khalil Deek, que también vivía en Peshawar en la época. La comisión estadounidense del 11 de septiembre de 2001 describió a Deek, un americano naturalizado, como un asociado de Abu Zubaydah, teniente de Al Qaeda de origen palestino que estaba también en Peshawar entonces, reclutando nuevos operativos y enviándolos a campos de adiestramiento afganos.
Un funcionario del contraterrorismo norteamericano que empezó a seguir a Begg en 1999, dijo que la CIA y el servicio de inteligencia británico M15, sospechaban que Begg estaba trabajando con Deek para producir una versión en CD-ROM del manual terrorista ‘Enciclopedia de la Yihad', que Deek dio a los palestinos que tramaban, con Zubaydah, cometer atentados con bomba contra sitios turísticos en Jordania.
Funcionarios de la inteligencia americana dijeron también que Deek ayudó a facilitar el transporte a Jordania de algunos operativos de la trama frustrada, pero que después de estar detenido en Jordania durante diecisiete meses, fue dejado en libertad sin cargos.
Begg reconoció en una entrevista que se había reunido con Deek en Bosnia y que más tarde invirtió con él en un pequeño negocio de venta de ropa tradicional paquistaní. Pero dijo que no se había reunido nunca con Abu Zubaydah -algo que los funcionarios del Pentágono dicen que sí admitió ante sus interrogadores estadounidenses.
También negó una afirmación de Whitman, el portavoz del Pentágono, de que a principios de 1998 pasó cinco días en Derunta, un conocido campo de adiestramiento de Al Qaeda en Afganistán, aprendiendo a usar venenos y explosivos.
Dos funcionarios del ministerio de Defensa leyeron a un periodista lo que dijeron que era dos largas declaraciones juradas que hizo Begg al FBI, admitiendo que había ayudado a la yihad en Chechenia y Cachemir, conocía a media docena de figuras de Al Qaeda y había seguido cursos de adiestramiento en Derunta y otros dos campos afganos.
Begg dijo que nunca contó nada semejante al FBI, pero que sí firmó unos documentos durante su detención porque temía por su vida.
Tras volver a Birmingham en el verano de 1998, él y un amigo abrieron una librería musulmana, que describió como un lugar de encuentros de jóvenes musulmanes, incluyendo a algunos que más tarde pelearon en la guerra separatista de Cachemira.
Begg recibió una primera visita de un funcionario del M15 poco después de que abriera la tienda. Un año más tarde, a fines de 1999, decenas de agentes de policía revisaron la librería y casa de Begg. Fueron allanadas nuevamente en febrero de 2000, y Begg fue arrestado bajo la Ley de Prevención del Terrorismo, pero fue dejado rápidamente en libertad sin cargos.

Demasiado Lejos
Whitman, del ministerio de Defensa, dijo que el gobierno británico mencionó "los vínculos probados o sospechados de Begg con personas que han sido arrestadas o condenadas por delitos terroristas en todo el mundo",
incluyendo a Richard C. Reid,
que fue más tarde condenado por tratar de hacer explotar un vuelo transatlántico con una bomba en un zapato. Begg dijo que nunca se reunió con Reid ni con los otros dos hombres, Ibn al-Shekh al-Libi y Abu Qatada, con los cuales lo vinculan funcionarios del Pentágono.
"Hasta este momento había pensado que todo era simplemente un error estúpido", escribió Begg sobre el interés en sus actividades mostrado por los servicios de inteligencia, "pero ahora me daba cuenta que estaban yendo demasiado lejos".
Dijo en una entrevista que antes del 11 de septiembre de 2001 no había oído hablar nunca de Al Qaeda. Dijo que sabía algo sobre Osama bin Laden, pero en general estaba de acuerdo con los que veían el conflicto entre bin Laden y Estados Unidos como contraproducente para los musulmanes. Dijo que se oponía a los atentados contra civiles, aunque justificaba los ataques de los yihadistas contra "objetivos militares" en "tiempos de guerra".
En julio de 2001, poco más de un año después de su breve detención, Begg se mudó con esposa e hijos a Afganistán. A pesar de la reputación de los talibanes como parias internacionales por su tratamiento de las mujeres y su acogida de Al Qaeda, los Begg vieron Afganistán como un magnífico y barato lugar donde formar una familia. Las memorias describen el trabajo de los Begg en proyectos de caridad y su fascinación con Kabul. Pero sin televisión, escribe, no captó la enormidad de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Sólo cuando las bombas y los misiles de crucero empezaron a impactar el 17 de octubre se dio cuenta de que "era tiempo de marcharse".
Pero, dijo, se separó de su familia y volvió a reunirse con ellos sólo después de cruzar la frontera con Pakistán. Llevaban sólo un par de meses en Islamabad cuando, el 31 de enero de 2002, agentes de la inteligencia paquistaní y de la CIA irrumpieron en su casa, pusieron una capucha en su cabeza y se lo llevaron.
Las memorias de Begg cuentan la odisea de tres años desde una casa de seguridad en Pakistán a un campo de prisioneros en Kandahar, Pakistán, a la principal cárcel militar en la Base Aérea de Bagram y finalmente a Guantánamo. Describe interminables y repetitivos interrogatorios, con soldados pidiendo a veces información sobre acontecimientos que tuvieron lugar después de su secuestro.
Incluso hoy, dice, las acusaciones en su contra siguen siendo enervantemente vagas.
"No hay una acusación específica; no hay cargos específicos", dice en una de las entrevistas. "¿A quién recluté? ¿Cuándo los recluté? ¿Quién les dijo todo esto? ¿Dónde está la información que lo corrobora: nombres, fechas, lugares?"
Después de repetidas peticiones sobre Begg de parte del New York Times, funcionarios del Pentágono ofrecieron algunas informaciones que dijeron que había sido desclasificadas de archivos de inteligencia. Whitman dijo que los documentos mostraban que Begg era "un simpatizante, un reclutador y un financista" de los terroristas. Pero los funcionarios no presentaron nada que corroborara esas aserciones, excepto fragmentos que leyeron de declaraciones del FBI.
Sin embargo, Begg no ha sido olvidado por el gobierno. A principios de año, la funcionaria de la diplomacia pública del ministerio de Relaciones Exteriores, Colleen P. Graffy, desafió a sus partidarios diciendo: "Guantánamo no es un balneario, pero tampoco un inhumano campo de torturas". La poco conocida Oficina de Contra-desinformación del ministerio también ha refutado las afirmaciones de Begg.
Pero otros funcionarios estadounidenses dijeron que su secreto sobre los detenidos era en parte responsable de que la aceptara como creíble la versión de Begg de los acontecimientos.
"Tratar de convencer al mundo de la conveniencia de detener a gente en Guantánamo ha sido la historia de nuestras vidas", dijo un funcionario de gobierno en Washington, que pidió no ser mencionado debido a que critica las políticas del gobierno. "Ha sido difícil convencer a las dependencias del gobierno de entregar suficiente información al público que demuestre que individuos como Begg representan una verdadera amenaza".

15 de junio de 2006
©new york times
©traducción mQh
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