el rey ha muerto, viva el rey
[Joe Heim] Casi tres décadas después de su muerte, Elvis no solamente vive: además reina supremo.
Eclipsando por igual a presidentes y estrellas del pop, Elvis Presley es demostrativamente la figura más reconocida de la historia de Estados Unidos. Así que no debería sorprender a nadie que cuando el primer ministro japonés Junichiro Koizumi viajó a Estados Unidos en junio, prefiriera visitar no Monticello, el Monte Vernon o Hyde Park, sino Graceland, la mansión de Memphis donde Presley pasó la mayor parte de su vida adulta. Era, dijo Koizumi, "un sueño que se hacía realidad". ¿Todavía piensas que la impresión que causaba el Rey no sería duradera?
Charles Ponce De León emprende un desganado intento de develar el mito de Presley en su ‘Fortunate Son: The Life of Elvis Presley', una biografía con un pesado cuerpo de notas que se lee menos como una convincente y nueva interpretación de la superestrella que como una entrada demasiada larga de Wikipedia. Extrayendo gran parte de su material de los dos tomos de la seminal biografía de Peter Guralnik (‘Último Tren a Memphis') [Last Train to Memphis: The Rise of Elvis Presley and Careless Love: The Unmaking of Elvis Presley'], el libro es una síntesis de un territorio que ha sido cubierto en otras innúmeras publicaciones.
A pesar de su tono algo académico, no tiene ninguna proposición central, y Ponce De León tiende a las afirmaciones grandilocuentes de una variedad demasiado obvia: "Elvis Presley puede haber sido un individuo aparte. Pero también fue un producto de la historia, de un tiempo y lugar específicos".
Pero quizás la carencia más seria del libro es que fue escrito sin pasión. Nunca tienes la impresión de que Ponce De León entiende la importancia de Presley de algún modo visceral. Él, simplemente, cubre los aspectos básicos, explicando los acontecimientos importantes en la vida del cantante, incluyendo sus primeros días en Tupelo, Mississippi, los problemas económicos que llevaron a sus padres a Memphis, la temprana manía por Elvis, los años en el ejército, sus películas generalmente malas, los cargamentos de mujeres, las medicinas, el derroche y, por último, el triste, triste fin. Si no sabías nada sobre Elvis, este volumen ensamblado a toda prisa pero objetivo, no es el peor lugar donde empezar. Pero Guralnik ya lo había hecho mucho mejor, y con más sentimiento.
Una lectura mucho más satisfactoria es ‘Me and a Guy Named Elvis'. Su autor, Jerry Schilling, fue durante largo tiempo un confidente del Rey y miembro de la Mafia de Memphis, el nombre con que se conoce al grupo de los amigos íntimos más antiguos de Presley.
Schilling tenía 12 cuando conoció al desconocido Presley, entonces de 19, jugando fútbol americano en un parque de Memphis, y acompañó al Rey en su meteórico ascenso y en su problemático y doloroso ocaso. Al principio, nos recuerda, con una sorprendente intensidad, haber oído el número cover de Presley, ‘That's Alright Mama', de Arthur Crudup, tocado por primera vez en la radio: "Sonaba duro a veces, y cantó con una increíble seguridad, pero también había un ligero temblor en su voz, del tipo que te seduce. Oyéndolo, te provocaba una sonrisa, y un requiebro".
Al final, mirando a las miles de personas de todos los grupos sociales haciendo la cola para pagar sus respetos a Presley, Schilling se da cuenta de que "su música ha unido la música gospel, los blues, el country y R&B en un solo sonido... Su muerte ha logrado lo siempre quiso hacer en vida: unirnos".
Schilling tiene un montón de razones para estar agradecido con Presley. Después de todo, la estrella le regaló la casa donde todavía vive y lo colmó con tantas joyas y coches que el tipo no sabía qué hacer con ellos. Pero es un narrador fiable y reconoce de buena gana en el libro que, además de ser increíblemente generoso, amable y de risa fácil, su gran amigo era también taciturno, hiper competitivo y ocasionalmente poco razonable. En una emotiva serie de historias, hace revivir a Presley en un retrato íntimo que coloca a los lectores junto al cantante en sus buenos momentos (llevando a Priscilla a toda prisa al hospital para que pariera a Lisa Marie, encontrándose con los Beatles, enseñando kárate a Liza Minnelli) y en sus peores (un contrito Elvis admitiendo ante Schilling que había tenido una aventura amorosa con su novia, un Elvis sobrecargado de drogas pidiéndole que lo ayudara a levantarse del suelo, un furioso Elvis tratando de matar por encargo al novio de Priscilla).
Ciertamente, sin embargo, la historia más extraña de todas, es el legendario ‘fin de semana perdido' en 1970, cuando Presley se escabulló de Graceland sin decírselo a nadie, se reunió con Schillig en Los Angeles y voló con él a Washington, donde la mera resolución de Presley le consiguió un encuentro con el presidente Nixon en la Oficina Ovalada. (La foto de los dos es ahora legendaria, pero como señala Schillig en su libro, la historia del encuentro de Elvis con Nixon no se publicó sino casi un año más tarde, cuando apareció en una columna en este diario).
Más que nada, esta emocionante y bien contada memoria resuena con el espíritu de la verdadera amistad, aunque una que ha debido soportar las presiones del estrellato del siglo 20 y la frustración de lo que pudo haber sido. Presley puede haber acabado por sus excesos, pero el autor argumenta convincentemente que su amigo recurrió a las drogas porque no pudo satisfacer sus ambiciones como artista. "Las pastillas que tomaba eran Band-Aids", escribe Schilling. "Lo que a Elvis Presley le quitó la vida fue su desilusión creativa".
Charles Ponce De León emprende un desganado intento de develar el mito de Presley en su ‘Fortunate Son: The Life of Elvis Presley', una biografía con un pesado cuerpo de notas que se lee menos como una convincente y nueva interpretación de la superestrella que como una entrada demasiada larga de Wikipedia. Extrayendo gran parte de su material de los dos tomos de la seminal biografía de Peter Guralnik (‘Último Tren a Memphis') [Last Train to Memphis: The Rise of Elvis Presley and Careless Love: The Unmaking of Elvis Presley'], el libro es una síntesis de un territorio que ha sido cubierto en otras innúmeras publicaciones.
A pesar de su tono algo académico, no tiene ninguna proposición central, y Ponce De León tiende a las afirmaciones grandilocuentes de una variedad demasiado obvia: "Elvis Presley puede haber sido un individuo aparte. Pero también fue un producto de la historia, de un tiempo y lugar específicos".
Pero quizás la carencia más seria del libro es que fue escrito sin pasión. Nunca tienes la impresión de que Ponce De León entiende la importancia de Presley de algún modo visceral. Él, simplemente, cubre los aspectos básicos, explicando los acontecimientos importantes en la vida del cantante, incluyendo sus primeros días en Tupelo, Mississippi, los problemas económicos que llevaron a sus padres a Memphis, la temprana manía por Elvis, los años en el ejército, sus películas generalmente malas, los cargamentos de mujeres, las medicinas, el derroche y, por último, el triste, triste fin. Si no sabías nada sobre Elvis, este volumen ensamblado a toda prisa pero objetivo, no es el peor lugar donde empezar. Pero Guralnik ya lo había hecho mucho mejor, y con más sentimiento.
Una lectura mucho más satisfactoria es ‘Me and a Guy Named Elvis'. Su autor, Jerry Schilling, fue durante largo tiempo un confidente del Rey y miembro de la Mafia de Memphis, el nombre con que se conoce al grupo de los amigos íntimos más antiguos de Presley.
Schilling tenía 12 cuando conoció al desconocido Presley, entonces de 19, jugando fútbol americano en un parque de Memphis, y acompañó al Rey en su meteórico ascenso y en su problemático y doloroso ocaso. Al principio, nos recuerda, con una sorprendente intensidad, haber oído el número cover de Presley, ‘That's Alright Mama', de Arthur Crudup, tocado por primera vez en la radio: "Sonaba duro a veces, y cantó con una increíble seguridad, pero también había un ligero temblor en su voz, del tipo que te seduce. Oyéndolo, te provocaba una sonrisa, y un requiebro".
Al final, mirando a las miles de personas de todos los grupos sociales haciendo la cola para pagar sus respetos a Presley, Schilling se da cuenta de que "su música ha unido la música gospel, los blues, el country y R&B en un solo sonido... Su muerte ha logrado lo siempre quiso hacer en vida: unirnos".
Schilling tiene un montón de razones para estar agradecido con Presley. Después de todo, la estrella le regaló la casa donde todavía vive y lo colmó con tantas joyas y coches que el tipo no sabía qué hacer con ellos. Pero es un narrador fiable y reconoce de buena gana en el libro que, además de ser increíblemente generoso, amable y de risa fácil, su gran amigo era también taciturno, hiper competitivo y ocasionalmente poco razonable. En una emotiva serie de historias, hace revivir a Presley en un retrato íntimo que coloca a los lectores junto al cantante en sus buenos momentos (llevando a Priscilla a toda prisa al hospital para que pariera a Lisa Marie, encontrándose con los Beatles, enseñando kárate a Liza Minnelli) y en sus peores (un contrito Elvis admitiendo ante Schilling que había tenido una aventura amorosa con su novia, un Elvis sobrecargado de drogas pidiéndole que lo ayudara a levantarse del suelo, un furioso Elvis tratando de matar por encargo al novio de Priscilla).
Ciertamente, sin embargo, la historia más extraña de todas, es el legendario ‘fin de semana perdido' en 1970, cuando Presley se escabulló de Graceland sin decírselo a nadie, se reunió con Schillig en Los Angeles y voló con él a Washington, donde la mera resolución de Presley le consiguió un encuentro con el presidente Nixon en la Oficina Ovalada. (La foto de los dos es ahora legendaria, pero como señala Schillig en su libro, la historia del encuentro de Elvis con Nixon no se publicó sino casi un año más tarde, cuando apareció en una columna en este diario).
Más que nada, esta emocionante y bien contada memoria resuena con el espíritu de la verdadera amistad, aunque una que ha debido soportar las presiones del estrellato del siglo 20 y la frustración de lo que pudo haber sido. Presley puede haber acabado por sus excesos, pero el autor argumenta convincentemente que su amigo recurrió a las drogas porque no pudo satisfacer sus ambiciones como artista. "Las pastillas que tomaba eran Band-Aids", escribe Schilling. "Lo que a Elvis Presley le quitó la vida fue su desilusión creativa".
Libros reseñados:
Fortunate Son. The Life of Elvis Presley
Charles L. Ponce De Leon
Hill and Wang
242 pp.
$26
Me and a Guy Named Elvis. My Lifelong Friendship with Elvis Presley
Jerry Schilling con Chuck Crisafulli
Gotham
351 pp.
$26
20 de agosto de 2006
©washington post
©traducción mQh
1 comentario
Jose Manuel -