teatros de bagdad
[Joshua Partlow] Otra víctima de la guerra. Quedan pocos, y las reposiciones de películas antiguas no atraen más que a magras audiencias.
Bagdad, Iraq. Él era un libidinoso agente de modelaje, con miedo a comprometerse. Ella era una profesora de tango que buscaba amor. Pero todas sus penas se olvidan en la escena final, cuando él la coge de la mano y la pregunta: "¿Bailamos?", mientras la cámara se aleja paulatinamente de sus alegres bodas egipcias.
"No, no era muy buena", dice desdeñosamente Thiah Isan, cuando se encienden las luces del teatro más grande de Bagdad, al término de la reciente matiné de ‘The Ladder and the Snake' [La Escalera y la Culebra], una película egipcia. "Es una historia de amor -un chico conoce a una niña, ella quiere casarse, él no".
"Siempre me siento solo", agrega.
En la capital de este país en guerra, donde los días laten con la percusión de atentados con bomba y tiroteos y las noches se pasan encerradas debido al toque de queda válido en toda la ciudad. Los cinéfilos que quedan en Bagdad son almas solitarias. Las funciones en el cavernoso teatro Semiramis, con sus 1.800 butacas de terciopelo rojo y dos balcones, atrae apenas a once personas, todas sentadas aparte.
"La gente como yo empezamos a sentirnos avergonzados de venir aquí. Debido a la situación de violencia, piensan que eres una persona despreocupada si vienes al cine en estas condiciones", dijo Ali Hussein, 40, vendedor mayorista de cosméticos y desempleado desde que se incendiara su oficina hace seis meses. "Pero alguna gente se siente más segura aquí que en las cafeterías y restaurantes, que sufren atentados".
La mayoría de los teatros populares de la ciudad en el pasado, han cerrado sus puertas por la ausencia de público. Los que siguen abiertos ahorran dinero exhibiendo las mismas películas. Como con el arte y la música y el teatro en Bagdad, ir al cine es un lujo cultural que está perdiendo la batalla con los asesinatos que ocurren día a día.
"En Iraq hay más historias dignas de ser contadas en películas, que petróleo", dijo Ziad Turkey, el camarógrafo de ‘Underexposure', el primer largometraje iraquí de después de la invasión. "Pero no tenemos público. Todo lo que tenemos, los teatros, son apenas edificios. No son teatros".
En Semiramis, en el centro de Bagdad, los cinéfilos acostumbraban a hacer cola en la calle de Sadoun para entrar a ver una de las siete películas diarias, dijo un empleado que tuvo miedo de dar su nombre. Ahora, además de la película egipcia, hay otras tres opciones: ‘Operación Trueno' [Thunderbolt], con Jackie Chan, ‘Héroe', de Jet Li, y ‘Scream', de Wes Craven, que parece ahora tan apropiada para Bagdad. Todas fueron lanzadas antes de la invasión norteamericana de 2003. Los dueños ya no tienen el dinero para importar las últimas películas.
Así que Semiramis muestra una y otra vez unas sesenta películas. Antes abría hasta medianoche; hoy, cierra las dos y media de la tarde. Sólo tres de sus diez empleados conservan sus trabajos.
"Ahora, nadie tiene ganas de mirar una película, ni siquiera en la televisión, porque tienes la cabeza en otra parte y estás cansado", dijo un empleado. "De aquí a uno o dos meses, cerraremos definitivamente. ¿Qué otra cosa podemos hacer? A fin de año en Iraq no habría ningún teatro".
La industria cinematográfica iraquí ha estado languideciendo durante años, primero por la censura del presidente Saddam Hussein, luego bajo el embargo internacional de después de la Guerra del Golfo Pérsico, que prohibió las importaciones de equipos cinematográficos. La guerra de tres años y la creciente violencia religiosa han hecho el resto.
"No tenemos norte, somos impotentes. A nadie le preocupa la creatividad artística. La cosa más importantes es la absurda actividad religiosa, y la actividad de matar", dice Qasim Sabti, pintor y dueño de Galería Diálogo al norte de Bagdad, uno de los pocos lugares de encuentro de artistas, actores y escritores. "Ahora sólo existe el negro. No hay colores. Nadie cree en el futuro".
Cuando el actor Basher Al Majed, 44, firmó para el reparto de ‘Ahlamm', para el papel de un obsesionado ex soldado iraquí que recorre los pasillos de un manicomio bagdadí y las calles destruidas por la guerra, se dio cuenta de que podría estar poniendo en peligro su vida.
"No firmé tanto un contrato con el director para ser el actor de la película, como mi propio certificado de muerte", dice.
Mientras filmaban una escena, los helicópteros norteamericanos pululaban por encima de sus cabezas. Temiendo un ataque, el equipo se despojó de sus ropas blancas y escribieron en el suelo con grandes caracteres en inglés: "We are a film crew" [Somos un equipo de filmación], contó Majed. Cuando llevaban tres meses filmando, fueron secuestrados por hombres armados en Bagdad. Al sonidista le pegaron un balazo en la pierna, dijo Majed. El equipo pasó una semana en cautiverio antes de ser entregados a soldados norteamericanos en el Aeropuerto Internacional de Bagdad y fueran posteriormente dejados en libertad.
‘Ahlaam' fue desarrollada en Beirut, montada en Londres y ha sido exhibida en varios festivales de cine, aunque nunca en Iraq. En el Festival Internacional de Cine de Brooklyn este años, Majed ganó el premio al mejor actor, un galardón del que se enteró después de buscar en internet, porque no pudo salir de Iraq para asistir al festival.
Majed, que pasó doce años como preso político durante el régimen de Saddam Hussein, está estudiando ahora en la Facultad de Bellas Artes de Bagdad. Dijo que ha estado leyendo otro guión iraquí. pero no sabe si es posible filmar en Bagdad.
"La idea de llevar una cámara cinematográfica en las calles ardiendo de Bagdad es considerado un suicidio", dijo.
El desolado paisaje recreativo en que se encuentran los iraquíes afecta todos los proyectos artísticos. Para muchos vecinos, la violencia y el toque de queda nocturno significa que quedarse en casa mirando programas de televisión por satélite es la alternativa más segura. Mientras Hussein fomentaba un clima intelectualmente represivo, su gobierno pagaba a los artistas para ayudarles a producir, un beneficio que ha desaparecido.
El artista Qasim Sabti, 53, lleva más de un año sin abrir una exposición en su galería, y recurre a la venta de su trabajo en internet, a clientes de fuera de Iraq.
"Existe un proverbio árabe: ‘El agua estancada se pudre rápido'", dice. "Y nosotros hemos empezado a pudrirnos -los artistas han empezado a vivir en un espacio muy limitado".
Sabti habló en el arbolado patio de su galería, mientras otros artistas bebían té de limón en mesas de plástico blancas debajo de unos ventiladores que giraban lentamente. La proximidad de su galería a la embajada turca es su única protección, dijo.
"Necesitamos un diálogo especial, un mensaje especial, para contar lo que ha pasado aquí", dijo. "Por medio del arte, de la cultura, del deporte, no de los asesinatos. No somos beduinos del desierto, no somos guardas del petróleo, somos la gente de los dos ríos".
En otra mesa se encontraba Karim Wasfi, director de la Orquesta Sinfónica Nacional Iraquí e hijo de una de las estrellas de cine más famosas de Iraq. Su orquesta ha debido pasar por penurias semejantes: salas de concierto destruidas, funciones suspendidas, músicos que no llegan a los ensayos. Pero sigue teniendo esperanzas, e incluso planes para empezar una serie semanal de conciertos.
"Odio usar las artes y la cultura como herramientas, pero son herramientas, sabes, considerando la situación actual. Y quiero usar eso para dar algo de esperanza y participar de algún modo en el cultivo del refinamiento de la sociedad", dijo Wasfi, un violonchelista educado en la Escuela de Música de la Universidad de Indiana. "La gente está hambrienta de arte, lo necesitan, están ansiosos de incorporarse al proceso. Incluso si es sólo participando, asistiendo, siendo parte del público, viniendo y escuchando música".
"Sé que mi chelo probablemente no impedirá los coches bomba", dijo. "Pero todavía pienso que el sonido del chelo, y el sonido de la orquesta, y el civilizado sonido de la música, deberían ser más fuertes que el ruido de los coches bomba".
"No, no era muy buena", dice desdeñosamente Thiah Isan, cuando se encienden las luces del teatro más grande de Bagdad, al término de la reciente matiné de ‘The Ladder and the Snake' [La Escalera y la Culebra], una película egipcia. "Es una historia de amor -un chico conoce a una niña, ella quiere casarse, él no".
"Siempre me siento solo", agrega.
En la capital de este país en guerra, donde los días laten con la percusión de atentados con bomba y tiroteos y las noches se pasan encerradas debido al toque de queda válido en toda la ciudad. Los cinéfilos que quedan en Bagdad son almas solitarias. Las funciones en el cavernoso teatro Semiramis, con sus 1.800 butacas de terciopelo rojo y dos balcones, atrae apenas a once personas, todas sentadas aparte.
"La gente como yo empezamos a sentirnos avergonzados de venir aquí. Debido a la situación de violencia, piensan que eres una persona despreocupada si vienes al cine en estas condiciones", dijo Ali Hussein, 40, vendedor mayorista de cosméticos y desempleado desde que se incendiara su oficina hace seis meses. "Pero alguna gente se siente más segura aquí que en las cafeterías y restaurantes, que sufren atentados".
La mayoría de los teatros populares de la ciudad en el pasado, han cerrado sus puertas por la ausencia de público. Los que siguen abiertos ahorran dinero exhibiendo las mismas películas. Como con el arte y la música y el teatro en Bagdad, ir al cine es un lujo cultural que está perdiendo la batalla con los asesinatos que ocurren día a día.
"En Iraq hay más historias dignas de ser contadas en películas, que petróleo", dijo Ziad Turkey, el camarógrafo de ‘Underexposure', el primer largometraje iraquí de después de la invasión. "Pero no tenemos público. Todo lo que tenemos, los teatros, son apenas edificios. No son teatros".
En Semiramis, en el centro de Bagdad, los cinéfilos acostumbraban a hacer cola en la calle de Sadoun para entrar a ver una de las siete películas diarias, dijo un empleado que tuvo miedo de dar su nombre. Ahora, además de la película egipcia, hay otras tres opciones: ‘Operación Trueno' [Thunderbolt], con Jackie Chan, ‘Héroe', de Jet Li, y ‘Scream', de Wes Craven, que parece ahora tan apropiada para Bagdad. Todas fueron lanzadas antes de la invasión norteamericana de 2003. Los dueños ya no tienen el dinero para importar las últimas películas.
Así que Semiramis muestra una y otra vez unas sesenta películas. Antes abría hasta medianoche; hoy, cierra las dos y media de la tarde. Sólo tres de sus diez empleados conservan sus trabajos.
"Ahora, nadie tiene ganas de mirar una película, ni siquiera en la televisión, porque tienes la cabeza en otra parte y estás cansado", dijo un empleado. "De aquí a uno o dos meses, cerraremos definitivamente. ¿Qué otra cosa podemos hacer? A fin de año en Iraq no habría ningún teatro".
La industria cinematográfica iraquí ha estado languideciendo durante años, primero por la censura del presidente Saddam Hussein, luego bajo el embargo internacional de después de la Guerra del Golfo Pérsico, que prohibió las importaciones de equipos cinematográficos. La guerra de tres años y la creciente violencia religiosa han hecho el resto.
"No tenemos norte, somos impotentes. A nadie le preocupa la creatividad artística. La cosa más importantes es la absurda actividad religiosa, y la actividad de matar", dice Qasim Sabti, pintor y dueño de Galería Diálogo al norte de Bagdad, uno de los pocos lugares de encuentro de artistas, actores y escritores. "Ahora sólo existe el negro. No hay colores. Nadie cree en el futuro".
Cuando el actor Basher Al Majed, 44, firmó para el reparto de ‘Ahlamm', para el papel de un obsesionado ex soldado iraquí que recorre los pasillos de un manicomio bagdadí y las calles destruidas por la guerra, se dio cuenta de que podría estar poniendo en peligro su vida.
"No firmé tanto un contrato con el director para ser el actor de la película, como mi propio certificado de muerte", dice.
Mientras filmaban una escena, los helicópteros norteamericanos pululaban por encima de sus cabezas. Temiendo un ataque, el equipo se despojó de sus ropas blancas y escribieron en el suelo con grandes caracteres en inglés: "We are a film crew" [Somos un equipo de filmación], contó Majed. Cuando llevaban tres meses filmando, fueron secuestrados por hombres armados en Bagdad. Al sonidista le pegaron un balazo en la pierna, dijo Majed. El equipo pasó una semana en cautiverio antes de ser entregados a soldados norteamericanos en el Aeropuerto Internacional de Bagdad y fueran posteriormente dejados en libertad.
‘Ahlaam' fue desarrollada en Beirut, montada en Londres y ha sido exhibida en varios festivales de cine, aunque nunca en Iraq. En el Festival Internacional de Cine de Brooklyn este años, Majed ganó el premio al mejor actor, un galardón del que se enteró después de buscar en internet, porque no pudo salir de Iraq para asistir al festival.
Majed, que pasó doce años como preso político durante el régimen de Saddam Hussein, está estudiando ahora en la Facultad de Bellas Artes de Bagdad. Dijo que ha estado leyendo otro guión iraquí. pero no sabe si es posible filmar en Bagdad.
"La idea de llevar una cámara cinematográfica en las calles ardiendo de Bagdad es considerado un suicidio", dijo.
El desolado paisaje recreativo en que se encuentran los iraquíes afecta todos los proyectos artísticos. Para muchos vecinos, la violencia y el toque de queda nocturno significa que quedarse en casa mirando programas de televisión por satélite es la alternativa más segura. Mientras Hussein fomentaba un clima intelectualmente represivo, su gobierno pagaba a los artistas para ayudarles a producir, un beneficio que ha desaparecido.
El artista Qasim Sabti, 53, lleva más de un año sin abrir una exposición en su galería, y recurre a la venta de su trabajo en internet, a clientes de fuera de Iraq.
"Existe un proverbio árabe: ‘El agua estancada se pudre rápido'", dice. "Y nosotros hemos empezado a pudrirnos -los artistas han empezado a vivir en un espacio muy limitado".
Sabti habló en el arbolado patio de su galería, mientras otros artistas bebían té de limón en mesas de plástico blancas debajo de unos ventiladores que giraban lentamente. La proximidad de su galería a la embajada turca es su única protección, dijo.
"Necesitamos un diálogo especial, un mensaje especial, para contar lo que ha pasado aquí", dijo. "Por medio del arte, de la cultura, del deporte, no de los asesinatos. No somos beduinos del desierto, no somos guardas del petróleo, somos la gente de los dos ríos".
En otra mesa se encontraba Karim Wasfi, director de la Orquesta Sinfónica Nacional Iraquí e hijo de una de las estrellas de cine más famosas de Iraq. Su orquesta ha debido pasar por penurias semejantes: salas de concierto destruidas, funciones suspendidas, músicos que no llegan a los ensayos. Pero sigue teniendo esperanzas, e incluso planes para empezar una serie semanal de conciertos.
"Odio usar las artes y la cultura como herramientas, pero son herramientas, sabes, considerando la situación actual. Y quiero usar eso para dar algo de esperanza y participar de algún modo en el cultivo del refinamiento de la sociedad", dijo Wasfi, un violonchelista educado en la Escuela de Música de la Universidad de Indiana. "La gente está hambrienta de arte, lo necesitan, están ansiosos de incorporarse al proceso. Incluso si es sólo participando, asistiendo, siendo parte del público, viniendo y escuchando música".
"Sé que mi chelo probablemente no impedirá los coches bomba", dijo. "Pero todavía pienso que el sonido del chelo, y el sonido de la orquesta, y el civilizado sonido de la música, deberían ser más fuertes que el ruido de los coches bomba".
Saad al-Izzi contribuyó a este reportaje.
15 de agosto de 2006
©washington post
©traducción mQh
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