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hospitales bajo fuego


[Amit R. Paley] Los nuevos campos de la muerte. Instalaciones médicas se convierten en blanco de milicianos chiíes.
Bagdad, Iraq. En una ciudad con pocos refugios de verdad contra la violencia religiosa -no hay oficinas del gobierno, ni bases militares, ni siquiera mezquitas que ofrezcan protección-, hay un lugar que siempre emerge como un refugio seguro: los hospitales.
Así que Mounthir Abbas Saud, cuyo brazo derecho y mandíbula fueron arrancados por la explosión de un coche bomba hace seis meses, debe haber pensado que lo peor ya había pasado cuando llegó al Hospital Ibn al-Nafis, un importante centro médico de aquí.
En realidad, apenas había empezado. Pocos días después, cuando se recuperaba en el establecimiento, un grupo de milicianos chiíes armados arrastraron hacia fuera por el pasillo al albañil sunní de 43 años, arrancándole bruscamente las agujas intravenosas y un tubo respiratorio que tenía conectado al cuerpo, y más tarde lo agujerearon a balazos, contaron miembros de su familia.
Las autoridades dicen que no se trata de un incidente aislado. En estos días en Bagdad, ni siquiera los hospitales son seguros. Cada vez más, sunníes enfermos y heridos son secuestrados de los hospitales públicos administrados por el ministerio de Salud en manos de chiíes y más tarde asesinados, de acuerdo a parientes, familiares de las víctimas, médicos y funcionarios de gobierno.
Como resultado, más y más iraquíes están evitando los hospitales, haciendo cada vez más difícil conservar la vida en una ciudad donde la muerte está en todas partes. Víctimas de balazos son tratadas ahora en salas de emergencia improvisadas instaladas en casas particulares. Las mujeres que dan a luz son sacadas a hurtadillas de Bagdad y llevadas a clínicas más seguras en las provincias.
En la mayoría de los casos, dicen familiares y trabajadores de hospitales, el motivo de los secuestros no parece ser más que la afiliación religiosa. Debido a que los hospitales públicos son controlados por chiíes, los asesinatos han hecho aumentar las preguntas sobre si el personal de los hospitales ha permitido el ingreso de escuadrones de la muerte chiíes a sus instalaciones para asesinar a árabes sunníes.
"Preferimos morir antes que ir al hospital", dijo Abu Nasr, 25, primo de Saud y ex guardia de seguridad de al-Madaan, un suburbio de Bagdad. "Nunca volveré a un hospital. Nunca. Los hospitales se han convertido en campos de la muerte".
Tres funcionarios del ministerio de Salud, que hablaron a condición de conservar el anonimato por temor a ser asesinados por hablar sobre el tema públicamente, confirmaron que las milicias chiíes han atacado a sunníes al interior de hospitales. Adel Muhsin Abdullah, el inspector general del ministerio, dijo que sus investigaciones de las quejas sobre secuestros en los hospitales no han resultado en pruebas concluyentes. "Pero no niego que pueden estar ocurriendo", dijo.
De acuerdo a pacientes y familiares de las víctimas, el grupo más importante responsable del secuestro de sunníes en los hospitales, es el Ejército Mahdi, una milicia controlada por el clérigo chií antinorteamericano Moqtada al-Sáder, que ha infiltrado a las fuerzas de seguridad iraquíes y varios ministerios del gobierno. El ministro de Salud, Ali al-Shimari, pertenece al movimiento político de Sáder. Hoy en Bagdad es a menudo imposible identificar si un funcionario de gobierno es también miembro de una milicia, que es a menudo el caso.
"Cuando no llevan sus uniformes, son gente de Sáder", dijo Abu Mahdi, otro de los primos de Saud. "Cuando los llevan, son gente del ministerio del Interior, o del de Salud".
Abdullah dijo que sólo un pequeño porcentaje de los 30 mil empleados del ministerio de Salud son miembros conocidos del Ejército Mahdi. Pero reconoció que el porcentaje de miembros de la milicia entre el personal de las fuerzas de seguridad de la dependencia, unos 15 mil hombres, puede ser mucho más alto.
"No tenemos cómo saber si están o no relacionados con Sáder", dijo Abdullah. "Si no tienen antecedentes criminales, los contratamos".
Las crecientes sospechas de los sunníes con respecto a los empleados de hospitales es quizás la ilustración más elocuente de su extendida desconfianza del gobierno chií. Suhaib al-Obeidi, 35, dueño de un supermercado en el barrio predominantemente sunní de Adamiyah, dijo que perdió lo que le quedaba de confianza en el gobierno durante un roce con la muerte en un hospital hace dos semanas.
Una tranquila mañana de semana, cuando Obeidi descargaba latas de pollo y botellas de Pepsi de una camioneta frente a su tienda, estalló un tiroteo en la calle y una ráfaga de balas impactó su cuerpo -primero en su hombro derecho, luego en su espalda. Cuando trataba de escapar arrastrándose, otra bala le perforó su pierna. Un amigo colocó su ensangrentado cuerpo en un taxi y lo llevó al cercano hospital de al-Nuuman.
Pero cuando llegaron, un médico amigo les advirtió que el Ejército Mahdi iba en camino del hospital para secuestrar a sunníes, dijo Obeidi. Así que escaparon hacia otro hospital, la Ciudad Médica en el barrio de Bab al-Muadam, para ser tratado.
"¡Dígame dónde vive!", les gritó una enfermera de Ciudad Médica a los pacientes, recuerda Obeidi, mientras el personal trasladaba a los vecinos de zonas sunníes a áreas separadas del hospital.
Momentos después, vio a tropas del Ejército Mahdi llevarse a cinco hombres sunníes esposados que estaban donando sangre -incluyendo al amigo que lo había llevado al hospital, contó Obeidi. Un médico sunní le acercó a él y le dijo que si no escapaba, lo matarían inmediatamente.
Sólo cubierto por su ropa interior y algunos vendajes que le había puesto el doctor sobre sus heridas, Obeidi escapó en taxi a la casa de parientes políticos en el exclusivo barrio de Mansour. Estuvo una hora en cama esperando al doctor sunní que debía visitarlo desde el hospital. La cama estaba tan empapada de sangre que su familia la arrojó más tarde a la basura.
"Estuvo a sólo minutos de la muerte", dijo el doctor, que llegó a la casa una hora después. El doctor, uno de los pocos sunníes en Ciudad Médica, pidió que no se mencionara su nombre porque pensaba que podría poner en peligro su vida.
En el interior de una clínica ilegal en un deslucido edificio de apartamentos, el doctor operó a Obeidi durante varias horas. Pero Obeidi no ha podido seguir el tratamiento; juró no volver a poner sus pies en un hospital, incluso si se encontraba mortalmente herido o enfermo.
"Prefiero ir a la farmacia y tomar medicinas al azar", dijo.

La reluctancia de los sunníes a entrar a hospitales está haciendo cada vez más difícil estimar el número de bajas causadas por la violencia religiosa. Durante un reciente ataque contra peregrinos chiíes, un importate líder político sunní acusó al gobierno chií de ignorar el alto número de sunníes que murieron o resultaron heridos en el estallido, aunque no pudo proporcionar una estimación general de las bajas sunníes.
"La situación es tan mala que la gente está siendo tratada en sus casas, cuando han sido atacados por milicianos chiíes", dijo el funcionario Alaa Makki, líder del Partido Islámico Iraquí, parte del bloque sunní en el parlamento. "La terrible verdad es que la mayoría de los hospitales son controlados por esas milicias".
Qasim Yahya, portavoz del ministro de Salud, dijo que no había oído nunca las acusaciones de que pacientes sunníes estaban siendo secuestrados en hospitales por milicias chiíes y fuerzas de seguridad iraquíes.
"Somos el ministerio de Salud para todo Iraq. No sólo para los sunníes o los chiíes, sino para todo el mundo", dijo Yahya. "Si explota un coche bomba, ¿nos preguntamos quién es chií o sunní? No. Tratamos a todas las víctimas, independientemente del grupo religioso al que pertenezcan".
Sahib al-Amiri, uno de los cabecillas del movimiento Sáder, dijo: "Esas cosas que se dicen en las calles de Bagdad no son verdad. El único papel del Ejército Mahdi es luchar contra los insurgentes sunníes y proteger a los chiíes".
Pero los familiares de pacientes sunníes cuentan otra historia sobre los hospitales. En el caso de Mounthir Abbas Saud, una visita al hospital desencadenó una cadena de acontecimientos que gatilló un drama de seis meses de duración en el que murieron dos de sus primos y dos más están desaparecidos.
Comenzó con cigarrillos. Cuando el 27 de febrero Saud iba por la calle en el barrio de Karrada con la idea de comprar una cajetilla de cigarrillos, estalló un potente coche bomba que le arrancó el brazo derecho de su cuerpo, le borró gran parte de la cara y le dejó el intestino lleno de metralla.
Su diagnóstico era sombrío. Saud sólo podía respirar a través de un tubo que debía ser limpiado varias veces a la hora. Su familia llegó en tropel a Ibn al-Nafis para ocuparse de él.
Dos semanas más tarde, cuando el primo de Saud, Hazim Aboud Saud, volvió al hospital después de una salida para comprar medicinas para su pariente herido, vio que el hospital estaba rodeado de milicianos armados con ametralladoras pesadas, dijo la familia. Observó cómo los milicianos sacaban del edificio a su primo, todavía gravemente herido -simplemente arrastrándolo por el suelo, en lugar de usar una camilla. Los milicianos arrojaron a Saud, a su hermano Khodair y a un primo, Abil Aboud Saud, en una ambulancia y se alejaron.
"Estaban gritando: ‘¡No hemos hecho nada malo! ¿Por qué nos hacen esto?'", dijo Abu Nasr. "Les rogaron que los dejaron cuidar propiamente a mi primo herido".
Unos días después, encontraron el cuerpo agujereado de balas de Mounthir en Ciudad Sáder, un barrio chií controlado por el Ejército Mahdi. Tenía la boca llena de tierra.
Cuando los milicianos se dieron cuenta de que Hazim Saud, uno de los primos, un taxista de 32 años, había presenciado los secuestros, también lo secuestraron rápidamente, contó su familia. Su cuerpo fue encontrado el 27 de marzo con sus manos -rotas y moradas- atadas a su espalda y una bolsa de plástico en la cabeza. El certificado de defunción decía que había sido asfixiado.
Pero la familia conservaba la esperanza de que los dos hombres secuestrados con Mounthir Saud, Khodair y Adil Saud, todavía estuvieran en vida. Cuando otro primo, Haithem Ali Abbas, un juez de Bagdad, recibió una llamada del ministerio del Interior chií diciéndole que habían sido localizados, se apresuró a la sede del ministerio para recogerlos. Milicianos desconocidos lo mataron a balazos poco después de llegar.
El sufrimiento se extiende incluso a los que no se atreven a acercarse a un hospital. Abu Youssef, primo de Mounthir Saud que tiene un tumor del tamaño de un guisante en su pie derecho, ahora camina cojeando y con un agudo dolor porque le da terror visitar a un médico. Otro pariente con una afección que la provoca una sobreproducción de células sanguíneas, dejó a seguir su tratamiento.
Una mañana de semana hace poco, Abu Nasr estaba en un tranquilo restaurante en el centro de Bagdad y sacó un arrugado sobre lleno de certificados de defunción y fotografías de sus parientes asesinados hace poco. Suspirando pesadamente y mirando frecuentemente el suelo de tierra, dijo que rogaba que alguien rescatara a su país de la violencia religiosa que lo está asolando.
"No nos interesa si el gobierno es chií, sunní, estadounidense o iraní. Todo lo que queremos es seguridad", dijo. "Pero ahora nadie en el gobierno representa eso".
Cuando se le preguntó si acaso Iraq ya está viviendo una guerra civil, dijo: "Por supuesto. Los chiíes quieren matar a los sunníes".
"¿Qué va a pasar con nosotros?", dijo, apretando una pequeña foto de su primo muerto, Mounthir. "¿Qué va a pasar con este país?"

Saad Sarhan en Najaf contribuyó a este reportaje.

29 de agosto de 2006
©washington post
©traducción mQh
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