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fanáticos en bicicleta


[William Grimes] Asesinatos políticos en Holanda. Chocando contra los límites en un país otrora tolerante.
Hay dos asesinatos en ‘Murder in Amsterdam'. El primero ocurrió el 6 de mayo de 2002, cuando un partidario de los derechos de los animales mató a balazos, por razones aún oscuras, a Pim Fortuyn, un carismático político con un programa populista que combinaba el conservadurismo de ley y orden, el rechazo de la inmigración y el movimiento de liberación homosexual. Casi un año y medio después, un joven holandés musulmán, hijo de padres marroquíes, indignado por una película que criticaba al islam, asesinó al cineasta y provocador Theo van Gogh a plena luz del día. Como un gesto de despedida, clavó con un cuchillo un manifiesto en el cuerpo aún tembloroso de su víctima. Todo fue, como lo dijo el primer ministro de los Países Bajos, "muy poco holandés".
Bueno, quizás fue más holandés de lo que parecía, propone Ian Buruma en su sagaz y sutil investigación de las tensiones y resentimientos subyacentes a dos de los acontecimientos más estremecedores de la historia reciente de Holanda. En primer lugar, los dos asesinos llegaron al sitio del suceso en bicicleta. Más seriamente, los dos asesinatos representan el tipo de batalla campal moral que puede ser considerada como una especialidad holandesa. Los asesinatos fueron, en cierto sentido, ‘asesinatos por principios'.
Buruma escribe: "Es característico del calvinismo sostener demasiado rígidamente sus principios morales, y esto puede ser considerado tanto un vicio como una virtud de los holandeses".
Buruma se ha especializado en el estudio de culturas extranjeras, normalmente asiáticas, en libros como ‘God's Dust: A Modern Asian Journey' e ‘La creación de Japón' [Inventing Japan]. Los asesinatos de van Gogh y Fortuyn lo llevaron a un lugar inesperado: su propio país.
Buruma creció en La Haya, pero el país al que retornó en este libro es prácticamente irreconocible para él, transformado por grandes contingentes de inmigrantes musulmanes de Turquía y Marruecos. El experimento multicultural, a pesar de las liberales políticas de inmigración del gobierno y generosos servicios sociales, no ha resultado bien y Buruma quiere saber por qué.
No hay una respuesta simple, descubre el autor mientras entrevista a asistentes sociales, historiadores, políticos y escritores, algunos holandeses, otros inmigrantes o hijos de inmigrantes. Sin embargo, hay prometedoras rutas por explorar, lo que hace de manera económica y sugerente. Describe la evolución de Holanda de un país somnoliento y racialmente homogéneo a un refugio multicultural para inmigrantes, muchos musulmanes. También incursiona en las historias personales de las víctimas y sus asesinos, tratando de exponer las averías sociales que llevaron a los asesinatos. El tema en común es la inmigración y sus desencantos, según huéspedes y anfitriones por igual.
El inverosímil Fortuyn se nutrió de una profunda ansiedad pública sobre la inmigración, la globalización y el carácter nacional. Personalmente escandaloso, arrojaba insultos contra el liberalismo holandés, ridiculizando su tolerancia hacia las prácticas culturales musulmanas que consideraba contradictorias con la libertad social.
Van Gogh, un tábano social que se describía a sí mismo como el loco nacional del pueblo, se dedicaba a insultar al islam, del mismo modo que se esforzaba por insultar a la clase política y en realidad a todo lo que estuviera a su alcance: una vez llamó a Jesús "ese pescado podrido de Nazaret". Cometió un error de cálculo cuando, con la inmigrante somalí Ayaan Hirsi Ali, dirigió la película ‘Submission', en la que se proyectan, sobre cuerpos femeninos desnudos, versos del Corán sobre el rol de las mujeres.
Los holandeses, escribe Buruma, disfrutan de la ironía, y quizás debido a que su vida política es tan aburrida, gozan con las afirmaciones escandalosas. Esta inclinación no es compartida por los inmigrantes musulmanes del país. "Esa fue la increíble ironía de su vida", escribe Buruma. "Van Gogh, más que ningún otro, había llamado la atención sobre los peligros de las violentas pasiones religiosas, y sin embargo se comportaba como si estas no implicasen nada para él".
Holandés por educación, Buruma logra reconocer los matices y hebras históricas que otros escritores pudieron haber fácilmente pasado por alto. Sostiene que el argumento sobre la inmigración no puede ser entendido sin considerar la larga sombra de la Segunda Guerra Mundial y Ana Frank. Cuestiones sobre la identidad nacional, la raza y la tolerancia están realmente muy recargadas. "Nunca más, decían los bien intencionados defensores del ideal multicultural, debe Holanda traicionar a una minoría religiosa", escribe Buruma.
Esa minoría hierve. En particular, a los hijos de bereberes pobres de Marruecos, a menudo analfabetos, no les ha ido demasiado bien en Holanda, y Buruma, con gran finura, explora la sensación de postergación y alienación cultural de Muhammad Bouyeri, el asesino de van Gogh, y otros jóvenes musulmanes atraídos por el fundamentalismo islámico. Para los productos de rígidas sociedades tribales, la libertad holandesa ha demostrado a menudo ser opresiva, y aquí Buruma sugiere que el islam quizás no sea lo principal.
"Más pertinente", escribe, "es la cuestión de la autoridad, de no perder la cara en una familia en la que el padre apenas puede dar orientación, y en una sociedad en la que para un joven marroquí es más fácil obtener un subsidio que respeto".
Fortuyn ofrecía una solución simple. Los extranjeros que no aceptaran los valores holandeses, deberían marcharse. Absolutistas de la ilustración como Hirsi Ali y van Gogh sufrían ataques de apoplejía ante cualquier asomo de apaciguar o acomodarse con los musulmanes sobre, digamos, los derechos homosexuales o los derechos de las mujeres, y no estaban solos.
"Encuentro terrible que debamos ofrecer seguridad social o subsidios a personas que se niegan a darle la mano a una mujer", le dice a Buruma una feminista de izquierda.
Dos asesinatos han dejado a los ciudadanos de dos culturas, que viven en el mismo país, observándose mutuamente por sobre una brecha y preguntándose cómo seguir adelante. Buruma no está seguro, y al final desaparece en una nube de humos retóricos. Trazadas las líneas de la batalla, expresa la esperanza de que la razón y la moderación prevalecerán en ambos campos. Los sentimientos suenan dulces en los oídos sintonizados con esa frecuencia particular. La pregunta es cómo transmitírselos a fanáticos en bicicleta.

Libro reseñado
Murder in Amsterdam. The Death of Theo van Gogh and the Limits of Tolerance
Ian Buruma
278 pp.
The Penguin Press
$24.95

14 de septiembre de 2006
©new york times
©traducción mQh
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