las castañas en el fuego
[E. J. Dionne Jr.] Bush ya no cuenta con la mayoría silenciosa de 2003. Ahora la mayoría silenciosa lo rechaza.
Lo que podría ser el factor más importante en las elecciones de 2006 se pasa por alto porque no es visible: Los republicanos no pueden tratar de adular a la ‘mayoría silenciosa' partidaria de la guerra de Iraq, porque la mayoría de los norteamericanos, tanto silenciosa como ruidosamente, consideran que la guerra fue un error.
Los partidarios del presidente Bush han descrito a los que se oponen a la guerra como blandos con el terrorismo. Ayer, el vice-presidente Cheney acusó a los demócratas de "resignación y fatalismo". Pero las acusaciones no han caído en buena tierra porque la mayoría de los norteamericanos no están de acuerdo con la premisa que asocia la guerra contra el terrorismo con la guerra de Iraq.
Y no se puede culpar de los fracasos en Iraq a una elite liberal que presuntamente contiene a nuestros generales, sino a la selección de civiles por un gobierno conservador. Esos civiles y sus aliados fuera del gobierno, son cada vez más criticados por jefes militares y de los servicios de inteligencia por su deficiente planificación, análisis erróneos y expectativas poco realistas.
Además, el tono de la oposición a la guerra es bastante diferente del tenor de algunas secciones del movimiento contra la Guerra de Vietnam. La reacción ante los "manifestantes hippies", como se decía entonces, permitió al presidente Richard Nixon poner a la sacrificada y patriota ‘mayoría silenciosa' -fue una de las frases más potentes políticamente de su presidencia- contra los privilegiados, los jóvenes y la prensa, a los que su vice-presidente Spiro Agnew caracterizó como "snobs decadentes" y "activistas charlatanes y pesimistas".
Como observó el historiador y biógrafo de Nixon, Stephen Ambrose, pequeñas minorías -"no constituían ni el uno por ciento de los manifestantes", escribió sobre una manifestación de 1969- "ondeaban banderas del Viet Cong... e incluso quemaron banderas norteamericanas" y fueron "imanes para las cámaras de televisión". Fueron utilizados para representar a todo el movimiento.
En contraste, los críticos de la guerra de Iraq, profundamente influidos por el clima de solidaridad nacional tras el 11 de septiembre de 2001, han sido resueltamente patriotas y pro-fuerzas armadas. A menudo han acusado al gobierno por ofrecer muy poco a las tropas norteamericanas en cuanto a armaduras corporales y vehículos blindados, y por maltratar a los veteranos.
Entre los críticos más visibles de la política del gobierno han estado generales, veteranos, padres con hijos e hijas en las fuerzas armadas y realistas en política exterior que se consideran a sí mismos moderados o incluso opositores conservadores a lo que ven como una dirección demasiado radical del gobierno.
Es por esto que la noticia del fin de semana sobre el Estimado Nacional de Inteligencia en Iraq es especialmente problemática para las posibilidades electorales republicanas. Constatando que la guerra de Iraq ha estimulado el terrorismo global y engendrado una nueva generación de extremistas musulmanes, el informe preparado por dieciséis servicios de inteligencia del gobierno socava el argumento central del gobierno de que la guerra de Iraq ha hecho de Estados Unidos un país más seguro.
Ahora no hay modo de desechar esa conclusión como partidistas, izquierdista o no patriótica. Que funcionarios de alto nivel del gobierno hayan presentado sus críticas sobre el impacto de la guerra hace difícil que los republicanos puedan rechazar las conclusiones de los críticos como reproches motivados por sus opciones políticas.
No es una sorpresa que el gobierno insistiera inmediatamente en que los nuevos informes de prensa "no eran representativos de todo el documento", en palabras de un portavoz de la Casa Blanca. La frase fue un clásico ejemplo de negación, una respuesta defensiva de un gobierno que ha tratado, con algún éxito, de mantenerse a la ofensiva en el tema del terrorismo.
La convencional, y correcta opinión de las elecciones de otoño es que Iraq es un tema de los demócratas y la más amplia guerra contra el terrorismo un tema republicano. Es por eso que demócratas como el líder de la minoría en el senado, Harry Red, estaban ansiosos que caracterizar el informe como un comentario sobre los "repetidos errores del presidente en Iraq y su testarudo empecinamiento en mantener el curso", como dijo Reid el domingo.
Pero debajo de la versión convencional hay una verdad más reveladora: que en los últimos cuatro años, el peso de la prueba de la guerra de Iraq ha sido puesta de cabeza.
Durante la campaña de las elecciones de 2002 -antes de que empezara la guerra-, los candidatos demócratas en todo el país eludieron el debate sobre Iraq y temían a las preguntas sobre las opciones de Bush en cuanto a la seguridad nacional. En 2006 es el gobierno el que está tratando de mantener a Iraq fuera de la campaña y de llevar el debate público hacia cualquier lugar para no rendir cuentas sobre las decisiones tomadas en cuanto a la guerra que ahora tantos estadounidenses lamentan. Ahora no hay una mayoría silenciosa dispuesta a sacarle las castañas del fuego.
Los partidarios del presidente Bush han descrito a los que se oponen a la guerra como blandos con el terrorismo. Ayer, el vice-presidente Cheney acusó a los demócratas de "resignación y fatalismo". Pero las acusaciones no han caído en buena tierra porque la mayoría de los norteamericanos no están de acuerdo con la premisa que asocia la guerra contra el terrorismo con la guerra de Iraq.
Y no se puede culpar de los fracasos en Iraq a una elite liberal que presuntamente contiene a nuestros generales, sino a la selección de civiles por un gobierno conservador. Esos civiles y sus aliados fuera del gobierno, son cada vez más criticados por jefes militares y de los servicios de inteligencia por su deficiente planificación, análisis erróneos y expectativas poco realistas.
Además, el tono de la oposición a la guerra es bastante diferente del tenor de algunas secciones del movimiento contra la Guerra de Vietnam. La reacción ante los "manifestantes hippies", como se decía entonces, permitió al presidente Richard Nixon poner a la sacrificada y patriota ‘mayoría silenciosa' -fue una de las frases más potentes políticamente de su presidencia- contra los privilegiados, los jóvenes y la prensa, a los que su vice-presidente Spiro Agnew caracterizó como "snobs decadentes" y "activistas charlatanes y pesimistas".
Como observó el historiador y biógrafo de Nixon, Stephen Ambrose, pequeñas minorías -"no constituían ni el uno por ciento de los manifestantes", escribió sobre una manifestación de 1969- "ondeaban banderas del Viet Cong... e incluso quemaron banderas norteamericanas" y fueron "imanes para las cámaras de televisión". Fueron utilizados para representar a todo el movimiento.
En contraste, los críticos de la guerra de Iraq, profundamente influidos por el clima de solidaridad nacional tras el 11 de septiembre de 2001, han sido resueltamente patriotas y pro-fuerzas armadas. A menudo han acusado al gobierno por ofrecer muy poco a las tropas norteamericanas en cuanto a armaduras corporales y vehículos blindados, y por maltratar a los veteranos.
Entre los críticos más visibles de la política del gobierno han estado generales, veteranos, padres con hijos e hijas en las fuerzas armadas y realistas en política exterior que se consideran a sí mismos moderados o incluso opositores conservadores a lo que ven como una dirección demasiado radical del gobierno.
Es por esto que la noticia del fin de semana sobre el Estimado Nacional de Inteligencia en Iraq es especialmente problemática para las posibilidades electorales republicanas. Constatando que la guerra de Iraq ha estimulado el terrorismo global y engendrado una nueva generación de extremistas musulmanes, el informe preparado por dieciséis servicios de inteligencia del gobierno socava el argumento central del gobierno de que la guerra de Iraq ha hecho de Estados Unidos un país más seguro.
Ahora no hay modo de desechar esa conclusión como partidistas, izquierdista o no patriótica. Que funcionarios de alto nivel del gobierno hayan presentado sus críticas sobre el impacto de la guerra hace difícil que los republicanos puedan rechazar las conclusiones de los críticos como reproches motivados por sus opciones políticas.
No es una sorpresa que el gobierno insistiera inmediatamente en que los nuevos informes de prensa "no eran representativos de todo el documento", en palabras de un portavoz de la Casa Blanca. La frase fue un clásico ejemplo de negación, una respuesta defensiva de un gobierno que ha tratado, con algún éxito, de mantenerse a la ofensiva en el tema del terrorismo.
La convencional, y correcta opinión de las elecciones de otoño es que Iraq es un tema de los demócratas y la más amplia guerra contra el terrorismo un tema republicano. Es por eso que demócratas como el líder de la minoría en el senado, Harry Red, estaban ansiosos que caracterizar el informe como un comentario sobre los "repetidos errores del presidente en Iraq y su testarudo empecinamiento en mantener el curso", como dijo Reid el domingo.
Pero debajo de la versión convencional hay una verdad más reveladora: que en los últimos cuatro años, el peso de la prueba de la guerra de Iraq ha sido puesta de cabeza.
Durante la campaña de las elecciones de 2002 -antes de que empezara la guerra-, los candidatos demócratas en todo el país eludieron el debate sobre Iraq y temían a las preguntas sobre las opciones de Bush en cuanto a la seguridad nacional. En 2006 es el gobierno el que está tratando de mantener a Iraq fuera de la campaña y de llevar el debate público hacia cualquier lugar para no rendir cuentas sobre las decisiones tomadas en cuanto a la guerra que ahora tantos estadounidenses lamentan. Ahora no hay una mayoría silenciosa dispuesta a sacarle las castañas del fuego.
postchat@aol.com
26 de septiembre de 2006
©washington post
©traducción mQh
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