el sexo puesto
[Gonzalo León (enchulado)] Las intimidades del Congreso Nacional de Organizaciones Transfemeninas.
Cerca de 50 transexuales de todo el país debatieron sobre una ley de identidad de género. Carla Antonelli, conocida transgénera española, fue la invitada de honor. El Departamento de Tolerancia y Discriminación del Gobierno, como único auspiciador del evento, aseguró que por el momento la operación de cambio de sexo no será incluida en el Plan Auge. Pero además conocimos a Nancy, Pamela, Ámbar y Paulina.
Antes de llegar al Hotel Windsor, a los pies del cerro Santa Lucía, Paola, la encargada de prensa, me había enviado alguna información sobre este primer Congreso Nacional de Organizaciones Transfemeninas. Dos cosas llamaron mi atención: que estaba auspiciado por el Ministerio Secretaría General de Gobierno y que Paola no era transexual, sino mujer de nacimiento, como la veo ahora, cuando afuera del salón Windsor me estampa un beso en la mejilla.
"Tienes que hablar con una chica que trabaja en un consultorio de Cerro Navia", me advierte, haciendo referencia a la presidenta de uno de los colectivos convocantes, TravesNavia.
Giro mi cabeza y, al lado del ascensor, observo a un mozo con cara de niño que espera estático que su carrito avance milagrosamente. Nadie sabe por el momento si el carrito lo lleva a él, o viceversa.
–¿Cómo se han portado? –pregunto, refiriéndome a la noche anterior.
–¿Ellas? Súper bien –responde, y en el acto Nancy y Kassandra lo flanquean como si fuera el magnate de ‘Playboy'.
Al observar la escena, Álvaro Hoppe dice:
–Una fotito los tres.
Y de inmediato, la corrección se escucha al unísono en todo el hotel:
–¡Las tres!
–¡Clítoris! –repone una a la hora de sonreír para la foto.
Tras el clic o el flash, como le hubiera gustado decir al poeta Tamym Maulén, leo detenidamente un tríptico y me doy cuenta que, aparte del gobierno, aparecen dos colectivos: Amanda Jofré y el ya mencionado TravesNavia. Para los que no saben, Amanda Jofré es una de las tantas víctimas de transgenericidio en las manos de Michelson, un químico vinculado a los servicios de seguridad de Pinochet.
–Funcionamos a través de un sindicato -explica Alejandra Soto, presidenta de este colectivo– para todas aquellas que ejercen el comercio sexual, pero también hay una orgánica para cosas como ésta, cuestión que nos enorgullece.
Nancy, la Revolucionaria
Una de las encargadas de inscribir a la gente que va llegando es Nancy, quien además es presidenta del Centro de Alumnos del Colegio CEIA, de Puente Alto. Nancy luce algunos tatuajes y es más musculosa que sus camaradas.
–Yo estuve en toma –cuenta recordando la marcha de los pingüinos– y mantengo contacto con la Central Cordillera.
–Disculpa, ¿pero vas así al colegio?
–Por supuesto, y en la lista me nombran como mujer.
Nancy reconoce con orgullo haber recibido invitaciones de más de un partido político.
–Pero a mí, en verdad, me interesan los derechos trans –aclara.
Se me olvidaba contarles: aquí hay un lenguaje particular. Por ejemplo, trans no es el adjetivo de alguna fiesta electrónica, sino la abreviación de transgénera o transexual, y peor es una expresión que no necesariamente significa algo bueno o malo. Aquí un ejemplo: "¿Cómo estái, León? ¡Peor!".
Nancy se mueve como una niña: a grandes zancadas; a veces con saltos que, al caer, hacen retumbar el piso del salón. Por eso no extraña su alivio cuando Carla Antonelli, la trans española, hace su aparición.
–¡Puf! ¡Por fin llegó!
La exclamación también encerró cierta incredulidad, ya que el vuelo de Carla se retrasó y llegó a Chile hace sólo dos horas. Pese a ello, luce fresca como un tarrito de crema Lechuga.
La Invitada Especial
Adentro de la sala, los pendones de Traves Concepción, del Sindicato de Trabajadoras Sexuales Afrodita y otros más se multiplican ante mis ojos. La atractiva Carla Antonelli se sienta en una mesa, acompañada de Alejandra Soto, de Organización Amanda Jofré, y Juana Iris, su homóloga de TravesNavia. Es como una cumbre trans.
–Nunca en mi vida he visto tantos colectivos transexuales reunidos –dice Carla a modo de saludo.
Me remonto años atrás, cuando entrevisté al doctor Guillermo MacMillan, padre de un ex compañero de colegio, y que hacía operaciones de cambio de sexo. "Un transexual", explicó una tarde, "es una persona atrapada en un cuerpo de hombre, o viceversa. Es decir, una persona que siente tener el sexo equivocado".
Carla retoma la palabra y habla sobre la necesidad de que exista en Chile, al igual que en España, una ley de identidad de género.
–Esta ley debe consistir en la posibilidad de cambiarse de nombre y de sexo, sin necesidad de operarse.
En este instante recuerdo que las operaciones de cambio de sexo en Chile están prohibidas por un decreto del Ministerio de Salud. Como adivinándome el pensamiento, Carla agrega:
–En 1983 se consiguió en España la despenalización de las operaciones de cambio de sexo.
Todas escuchan a Carla con atención. Nancy, la revolucionaria, exclama:
–¡Es una poeta de nuestros derechos!
Alguien levanta la mano y argumenta que es difícil que se logre algo, ya que acá las transexuales son tímidas o se expresan mal. Sin lograr contenerse, Alejandra repone:
–Por eso la "traímos" acá.
Uno de los periodistas presentes levanta el dedo y, sin autorización, comienza a hablar:
–Carla, me gustaría que nos contaras de tus inicios, de tu trayectoria; en fin, de cuántos años tienes.
Uno de los transexuales que no está travestido advierte con rabia:
–¡A una dama nunca se le pregunta la edad!
Carla sonríe y responde con vaguedad. Y justo en este momento mi atención se distrae hacia la puerta del salón. Ha pegado un grito un periodista de TVN. Se trata de mi ídolo, Claudio Fariña, a quien admiro de mis tiempos de puto. Aplausos para Carla.
–Está bien rica –me comenta al oído Hoppe, y yo le respondo que todas son reinas. Aplausos desde la galería.
Pamela, la Peluquera
Ha terminado la conferencia de prensa de Carla Antonelli, y me encuentro sentado en las escaleras que conducen hacia las habitaciones donde están hospedadas las chicas. Una rubia temuquense sale a fumar un rato.
–Yo trabajo de peluquera –dice contestando una imaginaria pregunta mía–, pero en este congreso la mayoría se prostituye. Yo también lo hice. Quizá por eso creo que, si te vas a explotar, por lo menos véndete bien. Pero las chicas aquí no entienden eso y lo hacen por cualquier chaucha.
–¿Con quién vives?
–Antes estaba con un empresario argentino, pero nos separamos, y él tiene su pareja mujer. Así es que ahora vivo con mi madre, duermo en la misma pieza con ella y en la misma cama.
Entramos al vacío salón para que Hoppe le tome una foto. Pamela mira a la cámara con coquetería. Mientras Hoppe la acomoda para la pose, yo le pregunto:
–¿Cómo te cae la otra Pamela, la de la tele?
–Conflictiva, pero...
Pamela no termina la respuesta, porque Hoppe, sin querer, ha botado uno de los tantos pendones.
–Estás botando lo poco que hemos conseguido –apunta Pamela.
El Ministerio y las Chicas
Luego de que los chicos del Departamento de Tolerancia y Discriminación, liderados por Fabricio Jiménez, afirmaran que por el momento no está contemplado incluir la operación de cambio de sexo en el Plan Auge, hay un pequeño break, momento preciso que aprovecho para conversar con Paulina, del Sindicato Afrodita de Valparaíso, y Ámbar, del Arcoiris de Antofagasta. Paulina tiene pinta de matea de curso y se dedica al comercio sexual, mientras que Ámbar es como la chacotera y trabaja de secretaria en una imprenta.
–Aunque –puntualiza– cuando estoy de vacaciones también me prostituyo.
–¿Y ahora estái de vacaciones? –pregunta Paulina.
Ámbar ríe. Cuando se repone, pregunto si, como dijo Pamela, se gana tan mal.
–Eso depende –dice Paulina–. Si eres joven, bonita y educada, como yo, te va bien.
–Sí –complementa Ámbar–, en una semana te podís hacer el sueldo mínimo.
Paulina mira a Ámbar, y ahora ambas sueltan otra carcajada.
–¿Querís que te cuente una anécdota? –repone Ámbar agitando los brazos–. Bueno, una noche me recogió un cliente, llegamos al motel: entramos a la pieza y me pidió que lo esperara un rato porque iba al baño, ¿y no sabís na? Regresó vestido de mujer, con tacos y una horrible peluca, y me preguntó cómo se veía.
–Al final, uno termina siendo más macho que varios que andan por ahí –añade Paulina.
Pregunto entonces qué tipo de auto prefieren que las recoja.
–El auto más rasca es el que mejor paga –contesta Ámbar sin ninguna duda, y enseguida agrega–: A propósito, mi habitación es la 34.
Inmovilizado, no sé qué decir, así es que enloquezco por unos segundos. Cuando vuelvo en mí, recuerdo a ese travesti que en plena calle Tenderini se acercó para decirme que lo haría gratis: me bajó los pantalones, y con las dos lucas que me quedaban en el bolsillo trasero, arrancó hacia la Alameda. No guardé rencor porque, como dijo Tennessee Williams, "siempre he estado a merced de la bondad de los desconocidos".
Antes de llegar al Hotel Windsor, a los pies del cerro Santa Lucía, Paola, la encargada de prensa, me había enviado alguna información sobre este primer Congreso Nacional de Organizaciones Transfemeninas. Dos cosas llamaron mi atención: que estaba auspiciado por el Ministerio Secretaría General de Gobierno y que Paola no era transexual, sino mujer de nacimiento, como la veo ahora, cuando afuera del salón Windsor me estampa un beso en la mejilla.
"Tienes que hablar con una chica que trabaja en un consultorio de Cerro Navia", me advierte, haciendo referencia a la presidenta de uno de los colectivos convocantes, TravesNavia.
Giro mi cabeza y, al lado del ascensor, observo a un mozo con cara de niño que espera estático que su carrito avance milagrosamente. Nadie sabe por el momento si el carrito lo lleva a él, o viceversa.
–¿Cómo se han portado? –pregunto, refiriéndome a la noche anterior.
–¿Ellas? Súper bien –responde, y en el acto Nancy y Kassandra lo flanquean como si fuera el magnate de ‘Playboy'.
Al observar la escena, Álvaro Hoppe dice:
–Una fotito los tres.
Y de inmediato, la corrección se escucha al unísono en todo el hotel:
–¡Las tres!
–¡Clítoris! –repone una a la hora de sonreír para la foto.
Tras el clic o el flash, como le hubiera gustado decir al poeta Tamym Maulén, leo detenidamente un tríptico y me doy cuenta que, aparte del gobierno, aparecen dos colectivos: Amanda Jofré y el ya mencionado TravesNavia. Para los que no saben, Amanda Jofré es una de las tantas víctimas de transgenericidio en las manos de Michelson, un químico vinculado a los servicios de seguridad de Pinochet.
–Funcionamos a través de un sindicato -explica Alejandra Soto, presidenta de este colectivo– para todas aquellas que ejercen el comercio sexual, pero también hay una orgánica para cosas como ésta, cuestión que nos enorgullece.
Nancy, la Revolucionaria
Una de las encargadas de inscribir a la gente que va llegando es Nancy, quien además es presidenta del Centro de Alumnos del Colegio CEIA, de Puente Alto. Nancy luce algunos tatuajes y es más musculosa que sus camaradas.
–Yo estuve en toma –cuenta recordando la marcha de los pingüinos– y mantengo contacto con la Central Cordillera.
–Disculpa, ¿pero vas así al colegio?
–Por supuesto, y en la lista me nombran como mujer.
Nancy reconoce con orgullo haber recibido invitaciones de más de un partido político.
–Pero a mí, en verdad, me interesan los derechos trans –aclara.
Se me olvidaba contarles: aquí hay un lenguaje particular. Por ejemplo, trans no es el adjetivo de alguna fiesta electrónica, sino la abreviación de transgénera o transexual, y peor es una expresión que no necesariamente significa algo bueno o malo. Aquí un ejemplo: "¿Cómo estái, León? ¡Peor!".
Nancy se mueve como una niña: a grandes zancadas; a veces con saltos que, al caer, hacen retumbar el piso del salón. Por eso no extraña su alivio cuando Carla Antonelli, la trans española, hace su aparición.
–¡Puf! ¡Por fin llegó!
La exclamación también encerró cierta incredulidad, ya que el vuelo de Carla se retrasó y llegó a Chile hace sólo dos horas. Pese a ello, luce fresca como un tarrito de crema Lechuga.
La Invitada Especial
Adentro de la sala, los pendones de Traves Concepción, del Sindicato de Trabajadoras Sexuales Afrodita y otros más se multiplican ante mis ojos. La atractiva Carla Antonelli se sienta en una mesa, acompañada de Alejandra Soto, de Organización Amanda Jofré, y Juana Iris, su homóloga de TravesNavia. Es como una cumbre trans.
–Nunca en mi vida he visto tantos colectivos transexuales reunidos –dice Carla a modo de saludo.
Me remonto años atrás, cuando entrevisté al doctor Guillermo MacMillan, padre de un ex compañero de colegio, y que hacía operaciones de cambio de sexo. "Un transexual", explicó una tarde, "es una persona atrapada en un cuerpo de hombre, o viceversa. Es decir, una persona que siente tener el sexo equivocado".
Carla retoma la palabra y habla sobre la necesidad de que exista en Chile, al igual que en España, una ley de identidad de género.
–Esta ley debe consistir en la posibilidad de cambiarse de nombre y de sexo, sin necesidad de operarse.
En este instante recuerdo que las operaciones de cambio de sexo en Chile están prohibidas por un decreto del Ministerio de Salud. Como adivinándome el pensamiento, Carla agrega:
–En 1983 se consiguió en España la despenalización de las operaciones de cambio de sexo.
Todas escuchan a Carla con atención. Nancy, la revolucionaria, exclama:
–¡Es una poeta de nuestros derechos!
Alguien levanta la mano y argumenta que es difícil que se logre algo, ya que acá las transexuales son tímidas o se expresan mal. Sin lograr contenerse, Alejandra repone:
–Por eso la "traímos" acá.
Uno de los periodistas presentes levanta el dedo y, sin autorización, comienza a hablar:
–Carla, me gustaría que nos contaras de tus inicios, de tu trayectoria; en fin, de cuántos años tienes.
Uno de los transexuales que no está travestido advierte con rabia:
–¡A una dama nunca se le pregunta la edad!
Carla sonríe y responde con vaguedad. Y justo en este momento mi atención se distrae hacia la puerta del salón. Ha pegado un grito un periodista de TVN. Se trata de mi ídolo, Claudio Fariña, a quien admiro de mis tiempos de puto. Aplausos para Carla.
–Está bien rica –me comenta al oído Hoppe, y yo le respondo que todas son reinas. Aplausos desde la galería.
Pamela, la Peluquera
Ha terminado la conferencia de prensa de Carla Antonelli, y me encuentro sentado en las escaleras que conducen hacia las habitaciones donde están hospedadas las chicas. Una rubia temuquense sale a fumar un rato.
–Yo trabajo de peluquera –dice contestando una imaginaria pregunta mía–, pero en este congreso la mayoría se prostituye. Yo también lo hice. Quizá por eso creo que, si te vas a explotar, por lo menos véndete bien. Pero las chicas aquí no entienden eso y lo hacen por cualquier chaucha.
–¿Con quién vives?
–Antes estaba con un empresario argentino, pero nos separamos, y él tiene su pareja mujer. Así es que ahora vivo con mi madre, duermo en la misma pieza con ella y en la misma cama.
Entramos al vacío salón para que Hoppe le tome una foto. Pamela mira a la cámara con coquetería. Mientras Hoppe la acomoda para la pose, yo le pregunto:
–¿Cómo te cae la otra Pamela, la de la tele?
–Conflictiva, pero...
Pamela no termina la respuesta, porque Hoppe, sin querer, ha botado uno de los tantos pendones.
–Estás botando lo poco que hemos conseguido –apunta Pamela.
El Ministerio y las Chicas
Luego de que los chicos del Departamento de Tolerancia y Discriminación, liderados por Fabricio Jiménez, afirmaran que por el momento no está contemplado incluir la operación de cambio de sexo en el Plan Auge, hay un pequeño break, momento preciso que aprovecho para conversar con Paulina, del Sindicato Afrodita de Valparaíso, y Ámbar, del Arcoiris de Antofagasta. Paulina tiene pinta de matea de curso y se dedica al comercio sexual, mientras que Ámbar es como la chacotera y trabaja de secretaria en una imprenta.
–Aunque –puntualiza– cuando estoy de vacaciones también me prostituyo.
–¿Y ahora estái de vacaciones? –pregunta Paulina.
Ámbar ríe. Cuando se repone, pregunto si, como dijo Pamela, se gana tan mal.
–Eso depende –dice Paulina–. Si eres joven, bonita y educada, como yo, te va bien.
–Sí –complementa Ámbar–, en una semana te podís hacer el sueldo mínimo.
Paulina mira a Ámbar, y ahora ambas sueltan otra carcajada.
–¿Querís que te cuente una anécdota? –repone Ámbar agitando los brazos–. Bueno, una noche me recogió un cliente, llegamos al motel: entramos a la pieza y me pidió que lo esperara un rato porque iba al baño, ¿y no sabís na? Regresó vestido de mujer, con tacos y una horrible peluca, y me preguntó cómo se veía.
–Al final, uno termina siendo más macho que varios que andan por ahí –añade Paulina.
Pregunto entonces qué tipo de auto prefieren que las recoja.
–El auto más rasca es el que mejor paga –contesta Ámbar sin ninguna duda, y enseguida agrega–: A propósito, mi habitación es la 34.
Inmovilizado, no sé qué decir, así es que enloquezco por unos segundos. Cuando vuelvo en mí, recuerdo a ese travesti que en plena calle Tenderini se acercó para decirme que lo haría gratis: me bajó los pantalones, y con las dos lucas que me quedaban en el bolsillo trasero, arrancó hacia la Alameda. No guardé rencor porque, como dijo Tennessee Williams, "siempre he estado a merced de la bondad de los desconocidos".
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Nokitel -
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