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juzgados en el banquillo 6


[William Glaberson] En pequeños tribunales orales de Nueva York abundan los abusos de la ley y de poder. Poder y prejuicios.
Pocos de los que llegaron a su juzgado le dijeron a Donald R. Roberts que estaba equivocado. Robusto ex guardabosques, estaba trabajando como chofer de un camión de una compañía de gasolina cuando fue nombrado juez de paz de Malone, cerca de la frontera canadiense, en 1993. Cuando fue cesado cinco años después, la Comisión Encargada de la Conducta Judicial lo despidió con una hiriente descripción: "un juez con prejuicios, mezquino y matón".
Fue el juez Robert el que declaró que las mujeres necesitaban "una buena paliza". Ya había tenido conflictos con el fiscal de distrito del condado por su resistencia a emitir órdenes de protección.
Cuando un vecino del pueblo pidió que el dentista que lo había demandado fuera obligado a acercarse al juzgado a demostrar sus acusaciones, el juez Roberts le dijo al hombre, que tenía un apellido hispano: "Tú no eres de aquí y no es así como hacemos las cosas aquí". El juez no mencionó que el demandante era su propio dentista.
En Nueva York un argumento corriente a favor de los juzgados es que los jueces locales conocen a la gente y sus problemas. Pero eso mismo puede ser un problema cuando los jueces utilizan esos conocimientos para favorecer a sus amigos y avasallar al resto.
"Tienen sus propios feudos", dice Laurie Shanks, profesora en la Facultad de Leyes de Albany. "Algunos son déspotas benevolentes, pero siguen siendo déspotas".
Una y otra vez, según muestran los archivos de la comisión, los jueces han presidido casos en los que estaban implicadas sus propias familias.
En este departamento, Pamela L. Kadur puede sustentar un récord. Como juez de paz en Root, al occidente de Schenectady, presidió al menos siete casos que implicaban a familiares suyos, que fueron a menudo tratados con indulgencia, declaró la comisión cuando ordenó su despido en 2003. Según la comisión, la jueza Kadur trató un caso de exceso de velocidad de su propio hijo en la cocina de su casa, y luego trató de encubrir la relación de parentesco en los libros escribiendo mal su apellido.
Un juez de toda la vida de un pueblo cerca de Albany dejaba que un amigo que poseía una autoescuela se sentara a su lado en el estrado; cuando el juez resolvía que alguien debía seguir un curso de conducción, sólo aceptaba la autoescuela de su amigo. Otro juez, en el condado de Rensselaer, dijo al chofer acusado de conducir en estado de ebriedad que no le retiraría el carné de conducir porque "no puedo hacerle eso a un colega camionero".
Históricamente muchos jueces han sido agentes de policía, y los abogados se quejan de que muchos de ellos favorecen indebidamente a la policía y a los fiscales.
Algunos jueces, inseguros sobre la ley, han llegado a descansar demasiado en las autoridades. Elaine M. Rider, que presidía en Waterville, cerca de Utica, dijo "realmente no tengo tiempo para resolver esto" cuando un acusado alegó que la evidencia había sido obtenida ilegalmente. Así que hizo que el fiscal redactara su decisión, dijo la comisión.
Pero uno de los prejuicios más corrientes en los archivos de la comisión es mucho más elemental, y también se puede encontrar a menudo en los suburbios de las grandes ciudades con tribunales de aspecto oficial y abogados en el estrado.
En sus veinte de años en el oficio en Haverstraw, en el condado de Rockland al norte de Nueva York, el juez Ralph T. Romano, llamaba la atención por su opinión sobre las mujeres, según muestran archivos del estado. En el juicio de un hombre acusado en 1977 de haber golpeado a su mujer en la cara con un teléfono, se rió y preguntó: "¿Qué hay de malo en ello?" En el juicio de una mujer por cargos de que había abusado sexualmente de un niño de doce, el juez preguntó a la sala: "¿Dónde estaban estas chicas cuando yo tenía doce?"
Al otro lado de Hudson, Joseph Cerbone, el juez de Mount Kisco, con el violín en miniatura, convenció a una joven mujer de que retirara su acusación contra el hijo de una pareja para la que había trabajado. Dijo a la comisión que aunque no creía en la opinión del juez de que el hijo era un "tipo decente" que había "cometido un error", ella no tenía alternativa.
"Sentí que no había nadie que me apoyara, nadie que me ayudara", dijo. "Y cuando el juez me llamó por teléfono pensé que quizás cometería un error si no retiraba los cargos".
Pero el daño humano puede ser mucho peor en una pequeña comunidad donde el juez a menudo es el funcionario local más poderoso.
En sus once años como juez de Dannemora, en el condado North, Thomas R. Buckey tenía su propio tratamiento especial para acusados sin demasiado dinero: Aunque fueran declarados inocentes, los obligaba a realizar trabajos comunitarios para pagar a los abogados nombrados por el juzgado, aunque los abogados defensores y el fiscal de distrito le recordaran durante años que la ley garantizaba un abogado sin coste alguno.
"Lo único inconstitucional de esto", dijo a la comisión cuando fue despedido en 2000, "es que esos aprovechados lo quieren todo gratis".
Encarceló en dos ocasiones a David Velie, un chico de 19 acusado de un delito menor, aunque la ley establece que debía dejarle en libertad con fianza. En una entrevista, Buckley explicó que el joven había sido un alborotador "desde su nacimiento".
Como otros muchos jueces de pueblo chico, dijo que muchas de sus decisiones eran soluciones prácticas. "Tienes que usar tu propio juicio", dijo. "Es por eso que nos llaman jueces. La ley no siempre es correcta".
Algunos vecinos dicen que debido a que la ley no les protegía, vivían con miedo. Debra E. Bordeau, la vecina del juez, dijo que se escondió cuando el juez la amenazó con meterla en la cárcel por una riña por su perro, el que ordenó que fuera matado.
Y Carson F. Arnold Sr., un contratista de un pueblo cercano, fue encarcelado durante cinco días después de que una mujer que conocía al juez Buckley se quejara de que Arnold la había amenazado, dijo la comisión. No hubo juicio. El juez simplemente le dijo a Arnold que se callara, y lo sentenció sin posibilidad de fianza.
"¿Durante cuántos años trató así a la gente?", preguntó Arnold en una entrevista. "¿Cuántos debieron soportar sus acciones?"

Jo Craven McGinty contribuyó a este reportaje.

25 de septiembre de 2006
©new york times
©traducción mQh
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