miedo en moscú
[Anne Applebaum] ¿Está el Kremlin detrás del asesinato de Anna Politkovskaya?
No era carismática, no llenaba los salones de conferencias y tampoco lo hacía muy bien en los programas de entrevistas. Sin embargo, en momentos de su asesinato en Moscú el sábado, Anna Politkovskaya estaba en el pináculo de su influencia. Una de las periodistas mejores conocidas de Rusia y una de las periodistas rusas mejor conocidas en el mundo, era la prueba -y siempre se necesita más- de que no hay nada tan poderoso como la palabra escrita.
El tema de los escritos de Politkovskaya era Rusia misma, y en particular lo que ella llamaba la ‘guerra sucia' de Chechenia. Mucho después de que el cuerpo de prensa internacional hubiese abandonado Chechenia -para la mayoría de nosotros era demasiado peligroso, demasiado complicado, demasiado oscuro-, ella siguió contando sobrecogedoras historias: Sobre el coronel del ejército ruso que rescató a 89 ancianos de entre las ruinas de Grozny, pero que no recibió medallas por ello, o el escolar checheno que enfermó por las secuelas de la tortura, pero que no recibió ninguna compensación. Típico de sus libros y artículos eran las laboriosas descripciones de cómo trataba, y fracasaba invariablemente, de obtener alguna explicación de autoridades rusas hostiles y evasivas. Al mismo tiempo, tampoco tenía paciencia para la franja fanática del movimiento independentista checheno.
En los últimos años Politkovskaya recibió decenas de galardones internacionales. En casa era amenazada, arrestada y una vez casi asesinada con veneno por las mismas autoridades rusas que se negaban a responder a sus preguntas. El único reconocimiento oficial de su condición fue ambiguo: En 2002, cuando los rebeldes chechenos tomaron un teatro moscovita, fue llamada para ayudar a negociar la liberación de los rehenes. No logró salvar sus vidas, y ahora ella también está muerta.
Es verdad que, desde el 2000 cuando el presidente Vladimir Putin asumió el poder, Politkovskaya no es la primera periodista rusa en ser asesinada en turbias circunstancias. Entre los peores crímenes -todos, por supuesto, no resueltos- se encuentran los asesinatos de dos periodistas de provincia, de la ciudad de Togliatti, probablemente por investigar a la mafia local; el de Paul Klebnikov, el editor estadounidense de la edición rusa de la revista Forbes, probablemente por saber demasiado sobre los oligarcas rusos; y el de un reportero de un canal de televisión de Marmansk, que criticaba a los políticos locales.
Sin embargo, el asesinato de Politkovskaya marca un nuevo punto decisivo. No hubo ningún intento de encubrir el asesinato como robo o accidente: Su asesino le disparó no solamente a plena luz del día, sino que además dejó su cuerpo en el ascensor de su edificio de apartamentos, junto al arma que usó para asesinarla -una práctica normal de los arrogantes sicarios moscovitas. Tampoco se puede atribuir su asesinato fácilmente a remotas autoridades provinciales o a la mafia criminal: Los empresarios locales no tenían motivos para asesinarla -pero los oficiales del ejército, la policía e incluso el Kremlin sí los tenían. Mientras que los ladrones locales habrían tratado de cubrir sus huellas, el asesino de Politkovskaya, como otros muchos asesinos rusos, no le tiene miedo a la ley.
Por supuesto, si este asesinato se ajusta al esquema normal en Rusia, no se detendrá nunca a ningún sospechoso y el asesino no será juzgado nunca. Pero a largo plazo, la investigación criminal no es lo más importante. Después de todo, quienquiera que sea el que apretó el gatillo -o le pagó a alguien para hacerlo- ya ha ganado una victoria importante. Como bien lo demuestra la historia rusa (y de Europa del Este), no siempre es necesario matar a millones de personas para asustar a las otras: Unos pocos asesinatos oportunos en el lugar correcto son habitualmente suficientes. Desde la detención del magnate del petróleo Mikhail Khodorkovsky en 2003, ningún otro oligarca ruso ha siquiera intentado sonar políticamente independiente. Tras el asesinato de Politkovskaya el sábado, es difícil imaginar que los periodistas rusos sigan en grandes números sus pasos en Grozny.
Ya hay nerviosismo: Apenas horas después de que la noticia de la muerte de Politkovskaya se hiciera pública, un amigo preocupado me envió un enlace a un espeluznante sitio ruso en la web que exhibe fotografías de ‘enemigos del pueblo' -todos ellos periodistas y activistas de derechos humanos rusos, algunos de ellos bastante conocidos. Sobre las fotografías se encuentra la fecha de nacimiento y una fecha, se implica, que será la de su muerte dentro de poco. Ese tipo de cosas hará que muchos, probablemente la mayoría de los rusos lo piensen dos veces antes de criticar al Kremlin por algo.
Y de momento hay un montón de cosas que criticar. Con las crisis que se cuecen en Irán, Iraq y Cores del Norte, pocos han tenido tiempo de observar la reciente escalada de la disputa política entre Rusia y Georgia, o de ponderar las consecuencias políticas de la creciente dependencia europea del gas ruso, o de preocuparse de temas menores como el deterioro de la libertad de prensa en Rusia. Críticos de los escritos de Anna Politkovskaya se quejaban a veces de que su melancolía podía ser abrumadora: Era una de esas periodistas que veía signos de catástrofe en todo. Sin embargo, me es difícil no escribir sobre su asesinato con el mismo tono de tristeza que ella hubiera usado. Se parece tanto al tipo de historias que hubiera escrito ella misma.
El tema de los escritos de Politkovskaya era Rusia misma, y en particular lo que ella llamaba la ‘guerra sucia' de Chechenia. Mucho después de que el cuerpo de prensa internacional hubiese abandonado Chechenia -para la mayoría de nosotros era demasiado peligroso, demasiado complicado, demasiado oscuro-, ella siguió contando sobrecogedoras historias: Sobre el coronel del ejército ruso que rescató a 89 ancianos de entre las ruinas de Grozny, pero que no recibió medallas por ello, o el escolar checheno que enfermó por las secuelas de la tortura, pero que no recibió ninguna compensación. Típico de sus libros y artículos eran las laboriosas descripciones de cómo trataba, y fracasaba invariablemente, de obtener alguna explicación de autoridades rusas hostiles y evasivas. Al mismo tiempo, tampoco tenía paciencia para la franja fanática del movimiento independentista checheno.
En los últimos años Politkovskaya recibió decenas de galardones internacionales. En casa era amenazada, arrestada y una vez casi asesinada con veneno por las mismas autoridades rusas que se negaban a responder a sus preguntas. El único reconocimiento oficial de su condición fue ambiguo: En 2002, cuando los rebeldes chechenos tomaron un teatro moscovita, fue llamada para ayudar a negociar la liberación de los rehenes. No logró salvar sus vidas, y ahora ella también está muerta.
Es verdad que, desde el 2000 cuando el presidente Vladimir Putin asumió el poder, Politkovskaya no es la primera periodista rusa en ser asesinada en turbias circunstancias. Entre los peores crímenes -todos, por supuesto, no resueltos- se encuentran los asesinatos de dos periodistas de provincia, de la ciudad de Togliatti, probablemente por investigar a la mafia local; el de Paul Klebnikov, el editor estadounidense de la edición rusa de la revista Forbes, probablemente por saber demasiado sobre los oligarcas rusos; y el de un reportero de un canal de televisión de Marmansk, que criticaba a los políticos locales.
Sin embargo, el asesinato de Politkovskaya marca un nuevo punto decisivo. No hubo ningún intento de encubrir el asesinato como robo o accidente: Su asesino le disparó no solamente a plena luz del día, sino que además dejó su cuerpo en el ascensor de su edificio de apartamentos, junto al arma que usó para asesinarla -una práctica normal de los arrogantes sicarios moscovitas. Tampoco se puede atribuir su asesinato fácilmente a remotas autoridades provinciales o a la mafia criminal: Los empresarios locales no tenían motivos para asesinarla -pero los oficiales del ejército, la policía e incluso el Kremlin sí los tenían. Mientras que los ladrones locales habrían tratado de cubrir sus huellas, el asesino de Politkovskaya, como otros muchos asesinos rusos, no le tiene miedo a la ley.
Por supuesto, si este asesinato se ajusta al esquema normal en Rusia, no se detendrá nunca a ningún sospechoso y el asesino no será juzgado nunca. Pero a largo plazo, la investigación criminal no es lo más importante. Después de todo, quienquiera que sea el que apretó el gatillo -o le pagó a alguien para hacerlo- ya ha ganado una victoria importante. Como bien lo demuestra la historia rusa (y de Europa del Este), no siempre es necesario matar a millones de personas para asustar a las otras: Unos pocos asesinatos oportunos en el lugar correcto son habitualmente suficientes. Desde la detención del magnate del petróleo Mikhail Khodorkovsky en 2003, ningún otro oligarca ruso ha siquiera intentado sonar políticamente independiente. Tras el asesinato de Politkovskaya el sábado, es difícil imaginar que los periodistas rusos sigan en grandes números sus pasos en Grozny.
Ya hay nerviosismo: Apenas horas después de que la noticia de la muerte de Politkovskaya se hiciera pública, un amigo preocupado me envió un enlace a un espeluznante sitio ruso en la web que exhibe fotografías de ‘enemigos del pueblo' -todos ellos periodistas y activistas de derechos humanos rusos, algunos de ellos bastante conocidos. Sobre las fotografías se encuentra la fecha de nacimiento y una fecha, se implica, que será la de su muerte dentro de poco. Ese tipo de cosas hará que muchos, probablemente la mayoría de los rusos lo piensen dos veces antes de criticar al Kremlin por algo.
Y de momento hay un montón de cosas que criticar. Con las crisis que se cuecen en Irán, Iraq y Cores del Norte, pocos han tenido tiempo de observar la reciente escalada de la disputa política entre Rusia y Georgia, o de ponderar las consecuencias políticas de la creciente dependencia europea del gas ruso, o de preocuparse de temas menores como el deterioro de la libertad de prensa en Rusia. Críticos de los escritos de Anna Politkovskaya se quejaban a veces de que su melancolía podía ser abrumadora: Era una de esas periodistas que veía signos de catástrofe en todo. Sin embargo, me es difícil no escribir sobre su asesinato con el mismo tono de tristeza que ella hubiera usado. Se parece tanto al tipo de historias que hubiera escrito ella misma.
applebaumanne@yahoo.com
9 de octubre de 2006
©washington post
©traducción mQh
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