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círculo íntimo de al-qaeda 2


[Robert F. Worth] Orígenes del movimiento yihadista.
La mayoría de las versiones sobre los orígenes de al-Qaeda empiezan con la invasión soviética de Afganistán en 1979. Ese acontecimiento y sus repercusiones han sido descritos tan a menudo en los últimos cinco años que han adquirido la cualidad de un macabro cuento con moraleja, invocado usualmente para ilustrar la fatal ignorancia de Estados Unidos sobre el grupo musulmán anticomunista que estaba apoyando. Fue en Afganistán que Osama bin Laden, el hijo de un magnate de la construcción saudí, puso primero a prueba sus ideas sobre la yihad, junto a guerreros afganos financiados por la CIA. La guerra de una década con los comunistas soviéticos y sus protegidos afganos despertó al mundo musulmán y fomentó la idea de que una banda de fanáticos podía derrotar a una superpotencia. Sus veteranos formaron rápidamente un fondo común de reclutas para el movimiento yihadista internacional. Y fue a Afganistán que retornó bin Laden en 1996 después de permanecer durante cuatro años en Sudán, dependiendo de los talibanes para su protección y construyendo y convirtiendo lentamente su organización en un frente terrorista global que atacaría a Estados Unidos.
El otro punto de partida mencionado frecuentemente es Arabia Saudí, la tierra de bin Laden, y el país que lleva el peso de la responsabilidad por exportar y financiar a la tendencia más extremadamente conservadora del islam conocida como el wahhabismo. No sólo bin Laden sino quince de los diecinueve secuestradores implicados en los atentados contra el World Trade Center eran de Arabia Saudí. Wright enfatiza la hostilidad de bin Laden hacia la familia real saudí durante y después de la Guerra del Golfo -cuando el régimen invitó al país a los infieles soldados norteamericanos- y el respaldo que él y algunos de sus colegas recibieron de poderosos saudíes, como el príncipe Turki, que fue el jefe de la inteligencia saudí de 1977 a 2001 y es ahora el embajador saudí ante Estados Unidos.
Wright piensa que los orígenes egipcios de al-Qaeda son igualmente importantes. El radical egipcio Sayyid Qutb (1906-1966), con el que Wright empieza su libro, es el santo patrono del moderno movimiento yihadista, y la fuente de algunos de sus principios centrales. Fue Qutb el que introdujo entre los árabes modernos el concepto, conocido como takfir, gracias al cual los musulmanes pueden eludir la prohibición coránica de matar a otros musulmanes, declarando apóstatas a sus enemigos. La idea se remonta a los primeros días del islam. Pero Qutb lo revivió, junto con la idea de que la yihad -la lucha, tal como él la veía, para remodelar la sociedad contemporánea de acuerdo a la ley musulmana- es una de las ideas centrales del islam. Desde el 2003, los terroristas sunníes afiliados a al-Qaeda, han invocado el principio takfir tan a menudo que los ahora los chiíes de Iraq se refieren a ellos habitualmente como takfiris.
La fuerte influencia de Qutb sobre el movimiento yihadista más amplio ha sido a menudo destacada desde el 2001, incluyendo a Wright mismo en The New Yorker. Pero Wright amplía su interpretación con nuevos materiales, principalmente sobre la estadía de dos años de Qutb en Estados Unidos entre 1948 y 1950. Escribe, por ejemplo, que Greeley, Colorado -donde Qutb pasó seis meses estudiando en el Colorado State College of Education- estaba lejos de ser la desenfrenada metrópolis que uno imagina a partir de las furiosas recriminaciones de Qutb contra la libertad sexual y la ausencia de piedad entre los norteamericanos. Fue fundada como una colonia de abstinentes y en esa época seguía siendo un lugar donde los lugareños eran creyentes practicantes, tenían un enorme respeto por los valores familiares y eran inusualmente bien educados. Gran parte de lo que Qutb vio en Estados Unidos podría haber atraído a un musulmán estricto; y la gente que lo conoció, observa Wright, lo recuerda como una persona amable, nunca crítico. Pero la universidad misma era progresista, con un alto porcentaje de alumnas. De acuerdo a Wright, Qutb quedó profundamente perturbado por sus encuentros con jóvenes mujeres con francas opiniones liberales sobre su propio lugar en la sociedad y sus relaciones con los hombres. Como sus descendientes ideológicos en al-Qaeda, llegó a odiar a Estados Unidos porque representaba el modo de vida moderno que estaba seduciendo a gente de su propio país hacia el laicismo y alejándolo del tipo de estado teocrático con el que soñaba, en el que los valores islámicos conservadores se impondrían sobre todos los aspectos de la vida.
Tras su retorno a Egipto, Qutb se convirtió en un intelectual radical de la Hermandad Musulmana; tuvo frecuentes conflictos con el régimen secular de Nasser, al que quería derrocar. Escribió sus dos libros más importantes durante su estancia en la cárcel a fines de los años cincuenta y, en 1966, fue ejecutado, presuntamente por participar en una conspiración para montar un golpe. Debido a sus influyentes escritos fue inmediatamente celebrado como mártir de la causa islamista. El heredero más directo de Qutb, y el personaje con el retrato más completamente logrado del libro de Wright, es Ayman al-Zawahiri. Aunque provenía de una familia acomodada, Zawahiri creció oyendo historias pías sobre el martirologio de Qutb de boca de un tío que había sido un protegido de Qutb.
A diferencia de bin Laden, muestra Wright, de niño Zawahiri era una excelente alumno y era capaz de una estricta autodisciplina. A los quince, el año en que Qutb fue ejecutado, colaboró en la formación de una célula clandestina para derrocar al gobierno laico egipcio e imponer en Egipto la ley islámica restaurando el califato, el gobierno de los clérigos musulmanes designados, que fue abolido en 1924. Más tarde, en los años setenta, mientras estudiaba medicina en la Universidad de El Cairo, Zawahiri fusionó su célula con varias otras células islamitas egipcias para formar un grupo llamado al-Yihad. Después de que los miembros de al-Yihad asesinaran al presidente egipcio Anwar Sadat en 1981, Zawahiri -entonces un médico practicante- fue arrestado y pasó tres años en una cárcel egipcia. Como muchos de sus compañeros, fue torturado, una experiencia que, según sugiere Wright, lo afectó profundamente y aceleró su transformación en un violento extremista.
Sin embargo, como la mayoría de los yihadistas, Zawahiri era estrictamente circunscrito en sus ambiciones. Los movimientos islamistas, en su mayor parte, habían estado tratando de derrocar, en el mundo musulmán, a gobiernos que consideraban decadentes y ateos y remplazarlos por las teocracias. En 1995 Zawahiri publicó un artículo titulado ‘El camino a Jerusalén pasa por El Cairo'. En casa, incluso la guerra en Israel era un tema secundario.
Al-Qaeda mismo había limitado sus objetivos cuando se fundó en Pakistán en 1988. En esa época, bin Laden y otros fundadores querían una fuerza yihadista internacional, principalmente para luchar contra los comunistas en Afganistán y otros países asiáticos musulmanes. De ahí el nuevo nombre del grupo, que quiere decir ‘base sólida' o ‘base militar' de la anhelada sociedad islámica. Los nuevos miembros hicieron un juramento de lealtad a bin Laden rellenando varios certificados por triplicado, y jurando no revelar los secretos. A cambio, recibían un salario de mil dólares al mes, un billete ida-y-vuelta al año para salir de vacaciones durante un mes y un seguro médico. El grupo tenía una constitución, un reglamento, y campos de adiestramiento. Sin embargo, durante años, sus objetivos estuvieron flojamente definidos. Algunos de sus miembros querían derrocar a gobiernos árabes, pero el tema de atacar a Occidente apareció recién a mediados de los años noventa.
¿Por qué, entonces, decidió al-Qaeda atacar a Estados Unidos? De acuerdo a algunas versiones, desde que Sayyid Qutb visitara Estados Unidos, muchos musulmanes conocían al Occidente cristiano -y Estados Unidos en particular- como la fuente cultural y filosófica de todo lo que odiaban con más intensidad y el patrocinador de sus enemigos laicos en casa. El apoyo de Estados Unidos a Israel profundizó su posición, así como la invasión norteamericana de Iraq en 1991 y el despliegue de tropas estadounidenses en Arabia Saudí, el que era considerado como una violación de los lugares sagrados.
A mediados de los años noventa, los movimientos yihadistas locales en Oriente Medio estaban desorientados. Es verdad que el movimiento revolucionario islamita logró imponerse en Sudán después de 1989 y que el gobierno talibán llegó al poder en Afganistán en 1996. Pero aparte esos logros en la periferia de la región, los yihadistas no habían logrado instalar ni un solo grupo musulmán revolucionario en el poder a pesar de años de esfuerzos. Los gobiernos de Egipto y Argelia estaban reprimiendo brutalmente a los veteranos de la yihad afgana y muchos se apartaron de las acciones. A diferencia de todos los demás, los líderes de al-Qaeda han sentido la necesidad de imponer un propósito unificado y un programa sobre los beligerantes guerreros sagrados que formaban su base. "Con un enemigo cercano imbatible en su propio territorio, la única solución era empezar una yihad contra el enemigo lejano", escribe Daniel Benjamin y Steven Simo en ‘The Age of Sacred Terror' [3], una conclusión aceptada por muchos otros.
Wright no está de acuerdo. La decisión de al-Qaeda de atacar a Estados Unidos, propone, surgió en gran parte de la influencia mutua y colaboración de sus dos cabecillas, Zawahiri y bin Laden, a mediados de los años noventa. Zawahiri, a pesar de sus capacidades técnicas y organizativas, era raro y llevaba gafas, reservado y arrogante. De acuerdo a Wright, uno de los compañeros de célula de Zawahiri en Egipto observó poco después de conocerlo, que había "algo raro" en él. Le dijo a Zawahiri: "Si eres miembro de otro grupo, no puedes ser el jefe". Esas palabras fueron proféticas. La organización egipcia de Zawahiri, al-Yihad, sufrió repetidos reveces. Para cuando se unió a bin Laden en Afganistán a mediados de los noventa, al-Yihad se había fragmentado, era detestada por todo el mundo, y se dispersó.
Bin Laden, en cambio, era elegante y atractivo, y alto (aunque Wright insiste en que era de un metro ochenta, y no un metro noventa y ocho, como han reportado otros). Como heredero de la más rica familia saudí, tenía el dinero y los contactos de los que carecía Zawahiri. Su intensa piedad parece haber encendido el respeto por otros hombres desde temprana edad. Además, su experiencia en Arabia Saudí, Afganistán y Sudán y su enraizado odio de Estados Unidos le había dado más ambiciones internacionales para el movimiento yihadista. Mientras Zawahiri era disciplinado y concentrado, bin Laden era torpe y a veces parecía fallar como líder. Pero bin Laden tenía un carisma natural y seducía al público de un modo que serviría para al-Qaeda.
Zawahiri y bin Laden eran algo más que un buen equipo. Se formaron mutuamente. Cuando se conocieron en Afganistán a mediados de los años ochenta, bin Laden, en la versión de Wright, era más un voluntario que un terrorista, y un rico joven saudí que repartía nueces y chocolates a los combatientes árabes que le insistían que debía pensarse a sí mismo como un soldado. Zawahiri le introdujo también a la táctica de los atentados suicidas de al-Qaeda, convenciendo a sus líderes que la práctica era aceptable de acuerdo al derecho islámico. Por su parte, bin Laden tenía un informe anhelo de castigar a Occidente, exacerbado por su indignación por la decisión del gobierno saudí de permitir bases militares estadounidenses en la península árabe en 1991. Llevó a Zawahiri de vuelta a Afganistán a mediados de los años noventa, y sus organizaciones, al-Yihad y al-Qaeda, se fusionaron formalmente en junio de 2001.
Para entonces, el campaña de al-Qaeda contra Occidente ya estaba en camino. Las primeras incursiones empezaron en 1993, cuando, aparentemente, bin Laden envió un pequeño contingente de hombres a pelear contra las tropas norteamericanas en Somalia. También es posible que haya contribuido a financiar el atentado de 1993 contra el World Trade Center, cuyo cerebro fue Ramzi Yousef (cuyo tío, Khalid Shaikh Muhammad sería uno de los principales arquitectos de los atentados del 11 de septiembre). De acuerdo al príncipe Turki, ex ministro de inteligencia saudí, el primer ataque terrorista de al-Qaeda fue el atentado con bomba de noviembre de 1995 contra el edificio de la Guardia Nacional Saudí en Riyad, en el que murieron cinco estadounidenses.
Un año más tarde, el grupo se hizo público cuando bin Laden lanzó su ‘Declaración de guerra contra los ocupantes norteamericanos de la tierra de los dos santuarios'. En 1998, pocos meses antes de los devastadores ataques contra dos embajadas norteamericanas en Kenia y Tanzania, amplió ese mensaje, haciendo un llamado al asesinato de "los norteamericanos y sus aliados, civiles y militares" en todo el mundo.
Los dos hombres pueden ser vistos, propone Wright, uno como el irritable ideólogo y el otro como el carismático soñador, cuyas sensibilidades y capacidades combinadas produjeron algo nuevo. Como escribe Wright: "La dinámica de la relación entre los dos convirtieron a Zawahiri y bin Laden en personas que no habrían existido nunca individualmente; además, la organización que crearían, al-Qaeda, sería un vector de esas fuerzas, una egipcia, saudí la otra. Los dos harían compromisos para adaptar sus objetivos al otro; como resultado, al-Qaeda optaría por un solo sendero: el de la yihad global".
La tesis de Wright no es completamente original. Tanto Fawaz Gerges como el abogado egipcio Montasser al-Zayyat han escrito sobre la influencia mutua de bin Laden y Zawahiri al explicar el cambio hacia blancos estadounidenses. Pero lo mencionan como un factor entre otros. Más convincentemente que los otros autores que he leído, Wright ha sido capaz de reconstruir retratos detallados de los dos hombres y los efectos de su amistad sobre los objetivos más amplios del movimiento yihadista.

Notas
[3] Random House, 2002, p. 120.

Libro reseñado:
The Looming Tower: Al-Qaeda and the Road to 9/11
Lawrence Wright
Knopf
469 pp.
$27.95

10 de octubre de 2006
©new york review of books
©traducción mQh
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