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puño de hierro de china


[Fred Hiatt] Pekín acosa a disidentes, incluso en Estados Unidos.
No es un secreto que en los últimos años, China ha intensificado su represión de las libertades políticas, religiosas y de prensa, y que sólo ha recibido tímidas objeciones del mundo exterior.
Menos sabido es que China se siente tan atrevida que también está persiguiendo descaradamente a sus disidentes en los suburbios de Washington, D.C.
Preguntadle a Rebiya Kadeer, que ahora vive en el condado de Fairfax. En abril, el nieto de Kadeer observó a cuatro hombres filmando con cámaras de video y tomando fotografías del apartamento de planta baja de la familia desde un coche aparcado fuera. Llamó a su madre, que apuntó el número de la matrícula. Kadder se lo pasó al diputado Frank Wolf (republicano de Virginia), que acudió al FBI, que a su vez determinó que tres de los cuatro hombres en el coche alquilado eran agentes chinos.
Por supuesto, la vigilancia y la intimidación son lo menos que el régimen chino ha hecho a Kadeer. Fue víctima de un misterioso accidente en enero, cuando el agresor huyó; sus hijos que están en China han sido golpeados y encarcelados; ella misma pasó casi seis años en la cárcel.
Lo que nos lleva a esta pregunta: ¿Por qué despertaría esta abuela de sesenta años y chispeante sonrisa, semejante miedo y odio entre los poderosos gobernantes comunistas de Pekín? ¿Y qué nos dice eso sobre la naturaleza del régimen que albergará las Olimpíadas de aquí a dos años?
Estas preguntas se han reactualizado porque Rebiya Kadeer ha sido nominada para el Premio Nobel de la Paz, cuyo galardonado será anunciado esta semana. Por supuesto, decenas de personas son nominadas todos los años, pero la mera mención ha enfurecido tanto a los funcionarios chinos que incluso han amenazado a funcionarios noruegos con graves consecuencias si Kadeer llegara a ganarlo.
¿Quién es ella? Es una ex lavandera, mujer de negocios autodidacta, madre de once hijos, miembro de la minoría turca conocida como uighures que viven en el remoto occidente de China. En los años noventa, el régimen chino la instaló en el parlamento nacional, donde ella se comportó como si las virtuosas leyes chinas sobre derechos étnicos y autonomía debiesen ser implementadas.
Descubrió todo lo contrario, y en 1999 fue encarcelada por entregar ‘secretos de estado' a extranjeros. Los ‘secretos' eran recortes de diarios. Fue dejada en libertad anticipadamente de su condena a ocho años de cárcel el año pasado y exiliada en Estados Unidos, a condición de que se mantuviera callada.
"Yo asentí, por temor a que me dejaran salir", me dijo cuando la entrevisté la semana pasada. "No tenía alternativa. Pero cuando salí, no pude callar en defensa de mi pueblo".
Su pueblo consiste de unos nueve millones de uighures y dos millones en otros lugares, la mayor parte en Asia Central. Como los tibetanos, han sido sometidos durante décadas a una fuerte represión que los ha dejado, como grupo, "casi en estado comatoso", dijo Kadeer. Abortos forzados; niños separados de sus familias para ser educados en lo que ella llama "China continental"; la historia falsificada; la lengua nativa desfavorecida; trabajos y recursos naturales entregados a los chinos étnicos -la historia suena familiar.
La represión se intensificó en 1997, dice Kadeer, cuando el gobierno chino decidió que su creciente poderío le permitía incluso dejar de hablar sobre la pretensión de autonomía. Empeoró después de los atentados del 11 de septiembre de 2001. Los uighres son musulmanes, y entre ellos hay unos pocos separatistas violentos; los chinos se aprovecharon de la ‘guerra contra el terrorismo' para encarcelar como terroristas a pacíficos uighures.
Ahora Kadeer ha sido llamada terrorista, aunque un despacho oficial en junio delató la verdadera objeción de los chinos. Kadeer "prometió no participar en ninguna actividad que pusiera en peligro la seguridad de la República Popular de China", se quejaba la nota, pero "inmediatamente después de llegar al extranjero, abandonó la pretensión" y se unió activamente a las fuerzas pro-democracia. Kadeer, en otras palabras, es una amenaza porque es una efectiva y convincente portavoz de su causa.
Hace diez años, cuando Kadeer todavía creía en el sistema chino, los funcionarios estadounidenses también creían: las relaciones, el comercio y la creciente prosperidad conducirían a la apertura y a la libertad política, decía la teoría.
En lugar de eso, como se observaba en una rara carta abierta al presidente Hu Jintao, firmada por 54 expertos en China de todo el mundo el 29 de septiembre, ha habido un "agudo aumento de las represalias oficiales" contra defensores de los derechos humanos y sus familias "mediante persistentes acosos, relegaciones, detenciones, arrestos y encarcelamientos".
Incluso en el condado de Fairfax.

fredhiatt@washpost.com

9 de octubre de 2006
©washington post
©traducción mQh
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