la cama del rey
[Kegan Marshall] Nuevo libro de Antonia Fraser sobre las andanzas extramaritales de un rey francés.
‘Love and Louis XIV' es un libro perfecto para leer en cama un largo día de verano -o un corto día de invierno. Yo traté de leerlo en mi escritorio, pero fui inexorablemente empujado al sofá, sin duda gracias al poder de la sugestión. Después de todo, este es un libro lleno de incidentes que toman lugar en los distinguidos aposentos y appartements des bains de palacios reales como los de Saint-Germain y Versailles: las oficinas, de hecho, del Rey Sol, sus mujeres (una oficial, las otras menos oficiales) y sus amantes.
La Francia del siglo diecisiete era un país, nos instruye Fraser al principio, donde las sesiones en el parlamento eran llamadas lit de justice, "tomando el nombre de la cama almohadillada desde la que los monarcas medievales dispensaban justicia". Al mismo tiempo, el intercurso sexual era ampliamente conocido como comercio. Los dormitorios y salas de baño de la realeza eran lugares donde se hacían negocios, tanto públicos como privados, y los choques y conjunciones de estas dos esferas forman la base de la historia de Fraser sobre la exuberancia real.
La historia empieza en un "portentoso castillo" con vista al Sena y a Saint-Germain-en-Laye, donde Ana de Austria, la madre de Luis, se había retirado a la habitación donde daría a luz, acompañada por su médico, el rey y sus cortesanos. La reina de 36 años que se había casado a los catorce, había hasta el momento "soportado 22 años de infértil unión". (Numerosos abortos espontáneos y prolongadas interrupciones de las relaciones maritales habían caracterizado el matrimonio de la "voluptuosa" Ana y del sexualmente "aproblemado" Luis XII). Los nacimientos reales eran, por tradición, eventos públicos, pero este requería la certeza de que el niño no era un substituto de última hora -ni de un niño por una niña, ni de un bebé vivo por uno nacido muerto. Era imperativo tener un heredero, ya que Francia no permitía que las mujeres pudiesen ser monarcas. El destino accedió en la persona de Luis XIV, un niño tan precoz físicamente que nació con dos dientes (lo que fue, especula Fraser, muy inconveniente para sus nodrizas).
Pero el padre de Luis murió antes de que este cumpliera los cinco años, dejando a su hijo convertido en un ‘rey niño' y a su viuda en reina regente hasta que el niño fuera mayor de edad, a los trece. Este período, durante el cual Luis disfrutó del "incondicional amor de su madre" y presenció su muy adecuado liderazgo -a su muerte, la puso "entre los grandes reyes de Francia"-, puede haber creado en él el respeto y confianza con mujeres dinámicas que condujeron a sus "variopintas andanzas sexuales". Su esposa (y prima hermana), la honesta y "aburrida" infanta española María Teresa, era bastante diferente de las inteligentes y enérgicas mujeres que gustaban al apuesto rey -con sus "bellos y largos cabellos rizos" y una figura "descrita como alta, robusta, ancha y sana". Como rey, Luis podía entregarse libremente a la caza de mujeres, y así lo hizo, persiguiendo a una guapa tras otra, casadas o solteras, señoritas de compañía o damas de la corte.
Hay que agradecer a Fraser que permita que sus lectores mantengan separadas todas estas "variopintas" alianzas, mediante sus vivas descripciones de los rasgos, logros y apetitos de las amantes del rey. Nos enteramos de los "cabellos gruesos y trigueños, que caían con natural elegancia sobre sus hombros", de Athénaïs de Rochechouart de Mortemart; de sus ojos "grandes, azules y ligeramente protuberantes"; de su "célebre y devastador ingenio"; y de su fecundidad "parecida a la de Ceres". (En palabras de un contemporáneo, "su pólvora se enciende muy rápidamente"). Luis hizo de Athénaïs su principal amante durante casi una década, proveyéndola de fabulosos apartamentos en Versailles en el mismo piso que la reina y con un castillo propio en Clagny, donde daba empleo a 1.200 jardineros y donde llegó a plantar ocho mil narcisos en una sola estación. Y él utilizó su autoridad real para convertir en nobles con título a los niños que concibieron en la cama equivocada.
Durante gran parte de su reinado, Luis se las ingenió para pasar casi todas las noches con su esposa (con la que concebía religiosamente herederos potenciales al trono), dedicar varias horas a flirtear con su cortesana del momento y todavía dirigir la nación, sin los consejos de un primer ministro. Se requerían impresionantes arreglos logísticos. Fraser explica que cuando el rey, tan dedicado al logro de glorias militares como al respalndor sexual, hacía la guerra para ejercer su "adrenalina territorial", llevaba con él a toda su familia, que a veces equivalía a un harén real. En un triunfante incursión en Flandes en 1670, la "corte itinerante" de Luis incluía a la reina y dos amantes. Veintidós años después, con artritis y usando estimulantes para encender su propia yesca, Luis todavía insistió en llevar con él a "las damas" al sitio de Namur. Ahora, sin embargo, prefería la compañía de la relativamente seria Madame de Maintenon, asesora espiritual y única tutora de sus hijos con Athénaïs, que se convirtió en la segunda esposa de Luis mediante un matrimonio morganático secreto después de la muerte de María Teresa en 1683.
La historia marital, y coital, de la corte francesa de Fraser da una interesante perspectiva a un siglo que sufrió largas y sangrientas guerras en el continente y cambios de mando en casi todos los países, excepto Francia, donde Luis reinó por más de sesenta años. Prácticamente toda Europa era gobernada por un grupo de primos casados entre ellos, aunque los lazos familiares no les impedían hacerse la guerra. Quizás en el frente doméstico algún innato imperativo evolucionista, una conciencia de lo incestuoso de todo esto, llevó a muchos de ellos -no solamente a Luis XIV, sino también a Carlos II de Inglaterra y a un número de "príncipes de sangre"- a cometer adulterios compulsivos como un modo de expandir el acervo genético.
‘Love and Louis XIV' es, sin embargo, escaso de análisis, lo que puede no sorprender en un libro con burlonas notas al pie de página sobre la carta astrológica de Luis o del presunto tamaño de su "cetro". (Era pequeño, de acuerdo a una amante despechada). Fraser se divierte y, a los 74, con una docena de importantes obras historiográficas en su propio librero, ciertamente tiene derecho a divertirse. Pero me habría gustado saber más sobre las mujeres mismas -sobre los sentimientos de las amantes cuando debían marcharse de repente para dar a luz en secreto y volver horas después a sus deberes en la corte; sobre las reacciones de la reina a las uniones impuestas sobre ellos por oportunismo político, y a las aparentemente inevitables infedilidades de sus maridos. Fraser trata estos temas, pero no ofrece ninguna perspectiva interpretativa, como hizo tan convincentemente en ‘The Weaker Vessel', ‘The Warrior Queens' y ‘The Wives of Henry VIII'.
Como escritora de historia, Fraser ha incursionado en todos los géneros -biografías, estudios de grupo, incluso una crónica del infame Complot de la Pólvora de Inglaterra- y lo ha hecho estupendamente. Aunque ‘Love and Louis XIV' no está realmente a la altura de las exigentes normas de síntesis y propulsión narrativa de sus mejores trabajos, el libro es sin embargo entretenido e instructivo. En nuestra época obsesionada por la fama y el sexo, las andanzas extramaritales de los nobles del siglo 17 y la jadeante atención que les prestaba la población, suenan demasiado familiares. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que las cámaras de televisión sean invitadas a las mesas de parto de Angelina y Brad o Britney y K-Fed? Si las principales virtudes de ‘Love and Louis XIV' son sus chispeantes viñetas y agudos bosquejos de los personajes -ningún lector olvidará al nieto de Luis, el Duque de Bourgogne, un hombre que, como lo dice Saint-Simon, había "nacido furioso" y cuyo "método favorito de relajación era romper relojes"-, todavía debemos agradecer a Antonia Fraser por concebir un compañero tan excelente para tenderse en una cama y pensar en Francia.
La Francia del siglo diecisiete era un país, nos instruye Fraser al principio, donde las sesiones en el parlamento eran llamadas lit de justice, "tomando el nombre de la cama almohadillada desde la que los monarcas medievales dispensaban justicia". Al mismo tiempo, el intercurso sexual era ampliamente conocido como comercio. Los dormitorios y salas de baño de la realeza eran lugares donde se hacían negocios, tanto públicos como privados, y los choques y conjunciones de estas dos esferas forman la base de la historia de Fraser sobre la exuberancia real.
La historia empieza en un "portentoso castillo" con vista al Sena y a Saint-Germain-en-Laye, donde Ana de Austria, la madre de Luis, se había retirado a la habitación donde daría a luz, acompañada por su médico, el rey y sus cortesanos. La reina de 36 años que se había casado a los catorce, había hasta el momento "soportado 22 años de infértil unión". (Numerosos abortos espontáneos y prolongadas interrupciones de las relaciones maritales habían caracterizado el matrimonio de la "voluptuosa" Ana y del sexualmente "aproblemado" Luis XII). Los nacimientos reales eran, por tradición, eventos públicos, pero este requería la certeza de que el niño no era un substituto de última hora -ni de un niño por una niña, ni de un bebé vivo por uno nacido muerto. Era imperativo tener un heredero, ya que Francia no permitía que las mujeres pudiesen ser monarcas. El destino accedió en la persona de Luis XIV, un niño tan precoz físicamente que nació con dos dientes (lo que fue, especula Fraser, muy inconveniente para sus nodrizas).
Pero el padre de Luis murió antes de que este cumpliera los cinco años, dejando a su hijo convertido en un ‘rey niño' y a su viuda en reina regente hasta que el niño fuera mayor de edad, a los trece. Este período, durante el cual Luis disfrutó del "incondicional amor de su madre" y presenció su muy adecuado liderazgo -a su muerte, la puso "entre los grandes reyes de Francia"-, puede haber creado en él el respeto y confianza con mujeres dinámicas que condujeron a sus "variopintas andanzas sexuales". Su esposa (y prima hermana), la honesta y "aburrida" infanta española María Teresa, era bastante diferente de las inteligentes y enérgicas mujeres que gustaban al apuesto rey -con sus "bellos y largos cabellos rizos" y una figura "descrita como alta, robusta, ancha y sana". Como rey, Luis podía entregarse libremente a la caza de mujeres, y así lo hizo, persiguiendo a una guapa tras otra, casadas o solteras, señoritas de compañía o damas de la corte.
Hay que agradecer a Fraser que permita que sus lectores mantengan separadas todas estas "variopintas" alianzas, mediante sus vivas descripciones de los rasgos, logros y apetitos de las amantes del rey. Nos enteramos de los "cabellos gruesos y trigueños, que caían con natural elegancia sobre sus hombros", de Athénaïs de Rochechouart de Mortemart; de sus ojos "grandes, azules y ligeramente protuberantes"; de su "célebre y devastador ingenio"; y de su fecundidad "parecida a la de Ceres". (En palabras de un contemporáneo, "su pólvora se enciende muy rápidamente"). Luis hizo de Athénaïs su principal amante durante casi una década, proveyéndola de fabulosos apartamentos en Versailles en el mismo piso que la reina y con un castillo propio en Clagny, donde daba empleo a 1.200 jardineros y donde llegó a plantar ocho mil narcisos en una sola estación. Y él utilizó su autoridad real para convertir en nobles con título a los niños que concibieron en la cama equivocada.
Durante gran parte de su reinado, Luis se las ingenió para pasar casi todas las noches con su esposa (con la que concebía religiosamente herederos potenciales al trono), dedicar varias horas a flirtear con su cortesana del momento y todavía dirigir la nación, sin los consejos de un primer ministro. Se requerían impresionantes arreglos logísticos. Fraser explica que cuando el rey, tan dedicado al logro de glorias militares como al respalndor sexual, hacía la guerra para ejercer su "adrenalina territorial", llevaba con él a toda su familia, que a veces equivalía a un harén real. En un triunfante incursión en Flandes en 1670, la "corte itinerante" de Luis incluía a la reina y dos amantes. Veintidós años después, con artritis y usando estimulantes para encender su propia yesca, Luis todavía insistió en llevar con él a "las damas" al sitio de Namur. Ahora, sin embargo, prefería la compañía de la relativamente seria Madame de Maintenon, asesora espiritual y única tutora de sus hijos con Athénaïs, que se convirtió en la segunda esposa de Luis mediante un matrimonio morganático secreto después de la muerte de María Teresa en 1683.
La historia marital, y coital, de la corte francesa de Fraser da una interesante perspectiva a un siglo que sufrió largas y sangrientas guerras en el continente y cambios de mando en casi todos los países, excepto Francia, donde Luis reinó por más de sesenta años. Prácticamente toda Europa era gobernada por un grupo de primos casados entre ellos, aunque los lazos familiares no les impedían hacerse la guerra. Quizás en el frente doméstico algún innato imperativo evolucionista, una conciencia de lo incestuoso de todo esto, llevó a muchos de ellos -no solamente a Luis XIV, sino también a Carlos II de Inglaterra y a un número de "príncipes de sangre"- a cometer adulterios compulsivos como un modo de expandir el acervo genético.
‘Love and Louis XIV' es, sin embargo, escaso de análisis, lo que puede no sorprender en un libro con burlonas notas al pie de página sobre la carta astrológica de Luis o del presunto tamaño de su "cetro". (Era pequeño, de acuerdo a una amante despechada). Fraser se divierte y, a los 74, con una docena de importantes obras historiográficas en su propio librero, ciertamente tiene derecho a divertirse. Pero me habría gustado saber más sobre las mujeres mismas -sobre los sentimientos de las amantes cuando debían marcharse de repente para dar a luz en secreto y volver horas después a sus deberes en la corte; sobre las reacciones de la reina a las uniones impuestas sobre ellos por oportunismo político, y a las aparentemente inevitables infedilidades de sus maridos. Fraser trata estos temas, pero no ofrece ninguna perspectiva interpretativa, como hizo tan convincentemente en ‘The Weaker Vessel', ‘The Warrior Queens' y ‘The Wives of Henry VIII'.
Como escritora de historia, Fraser ha incursionado en todos los géneros -biografías, estudios de grupo, incluso una crónica del infame Complot de la Pólvora de Inglaterra- y lo ha hecho estupendamente. Aunque ‘Love and Louis XIV' no está realmente a la altura de las exigentes normas de síntesis y propulsión narrativa de sus mejores trabajos, el libro es sin embargo entretenido e instructivo. En nuestra época obsesionada por la fama y el sexo, las andanzas extramaritales de los nobles del siglo 17 y la jadeante atención que les prestaba la población, suenan demasiado familiares. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que las cámaras de televisión sean invitadas a las mesas de parto de Angelina y Brad o Britney y K-Fed? Si las principales virtudes de ‘Love and Louis XIV' son sus chispeantes viñetas y agudos bosquejos de los personajes -ningún lector olvidará al nieto de Luis, el Duque de Bourgogne, un hombre que, como lo dice Saint-Simon, había "nacido furioso" y cuyo "método favorito de relajación era romper relojes"-, todavía debemos agradecer a Antonia Fraser por concebir un compañero tan excelente para tenderse en una cama y pensar en Francia.
Megan Marshall ha escrito ‘The Peabody Sisters: Three Women Who Ignited American Romanticism'.
Libro reseñado:
Love and Louis XIV. The Women in the Life of the Sun King
Antonia Fraser
Ilustrado
388 pp.
Nan A. Talese/Doubleday
$32.50
15 de octubre de 2006
©new york times
©traducción mQh
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