Blogia
mQh

espía doble del opus dei


[Desson Thomson] ‘Breach' explora nuevo ángulo en la historia del topo del FBI, pero seis años después el misterio de por qué lo hizo sigue intacto.
¿Por qué el más importante cazador de espías del FBI -un guerrero de la Guerra Fría que profesó su amor por Dios, la familia, la patria y J. Edgar Hoover- vendió a los rusos los secretos más delicados del país?
Es una pregunta que sigue sin respuesta en Washington, la ciudad donde Robert Hanssen fue detenido el 8 de febrero de 2001, por la peor filtración de seguridad en la historia del FBI.
Desde entonces ha desconcertado no sólo a su familia, amigos y colegas, sino también un número incontable de autores, psicólogos forenses, criminalistas y analistas de inteligencia. Y, además, esa pregunta se agrava por el enigma de Hanssen mismo: un agente del contraespionaje que durante 22 años entregó materiales clasificados a los gobiernos rusos y soviéticos sin ser detectado; un devoto de la orden católica Opus Dei, que invitaba a un amigo a observarlo cuando hacía el amor con su mujer; que compró un Mercedes-Benz para una striptisera de Washington; y que estaba obsesionado por la pornografía.
Seis años después de la captura de Hanssen, una nueva película se vuelve a hacer esa desconcertante pregunta con una historia previamente desconocida: la de Eric O'Neill, un operativo de vigilancia de 27 años cuyo trabajo era vigilar estrechamente a Hannsen mientras el FBI actuaba para atraparlo. La historia de O'Neill no aparece en ninguno de los varios libros que se escribieron sobre Hanssen desde su captura porque -hasta hace poco- el FBI le prohibió hablar públicamente.
Dirigida por Billy Ray, ‘Breach' no ofrece revelaciones del estilo de ‘Rosebud' para explicar la traición de Hanssen. Pero coloca al público en la misma desconcertante situación en la que se encontró O'Neill mismo (Ryan Phillippe) en enero de 2001: posando como el ayudante de oficina de Hanssen (Chris Cooper), ganándose su confianza e informando sobre todos sus movimientos hasta que el agente doble cometió el error crucial que provocó su detención. Hanssen fue arrestado un mes más tarde, después de meter una bolsa para la basura llena de materiales clasificados debajo de una pasarela en el Parque Foxstone en el condado de Fairfax -una ‘remesa' de espías destinada a sus contactos rusos.
"Creo que debe haber unas 500 historias que se pueden contar sobre Hanssen", reconoce Ray. "Después de todo, había quinientos agentes trabajando en ese caso. Pero de los quinientos, sólo había uno que pasaba encerrado con él en el mismo cuarto todos los días: Eric".
Hanssen, que cumple 63 años en abril, pasará el resto de su vida en la cárcel federal Supermax en Florence, Colorado. Sólo después de reconocerse culpable en 2002 -y después de la mayoría de la media docena de libros publicados sobre el caso- O'Neill fue finalmente autorizado a contar su historia. Y llevó su proyecto de ‘Breach' a Hollywood.
Lo que explica por qué el Eric O'Neill verdadero y Ray llegan a estar juntos en un restaurante -justo al otro lado de la calle de la sede del FBI- para revisar el incomprensible acertijo que es Robert Hanssen.
Los dos reconocen que ellos están contando sólo una pequeña parte de la historia y concuerdan en que, en términos de explicar los motivos de Hanssen, ‘Breach' sólo puede ofrecer conjeturas informadas. Pero eso es lo más cerca que pueden hacer para invocar al espía, insiste Ray, que ha leído todas las investigaciones disponibles sobre Hanssen y puede recitar de memoria las teorías existentes sobre él.
"Su padre dijo que él era un perdedor", empieza Ray. "No quería quedar mal ante su esposa. Estaba indignado porque lo habían pasado por alto en los ascensos. Los rusos lo trataban como si fuera James Bond y eso fue lo que lo hizo actuar".
Pero Ray, cuya película de 2003 ‘El precio de la verdad' [Shattered Glass] exploraba los motivos de otro intrigante de Washington, el periodista embaucador Stephen Glass, tiene su propia interpretación.
"La verdad es que no lo conocemos", dice Ray, 43, de aspecto juvenil y voz suave. "¿Y, por último, importa por qué hizo lo que hizo? Su mujer tendrá que pensar por qué hizo lo que hizo. Pero yo no gasté demasiado tiempo pensando en esto. Creo que Chris Cooper pasó un tiempo pensando en esto. ¿Por qué escribió Stephen Glass todo esos artículos falsos que escribió? Te puedo ofrecer cincuenta razones -todas totalmente válidas. Pero a fin de cuentas, lo hizo. Y yo creo que, en última instancia, eres lo que haces".
Para Ray, lo esencial era que Hanssen "carecía de timón moral. Carecía de esa parte de las reacciones instintivas que te dice: ‘No puedo hacer esto. Es ilegal. Es inmoral, peligroso y equivocado'".
"Creo que el timón moral estaba ahí, pero simplemente lo ignoraba", contrarresta O'Neill, un hombre pulcro y de ojos brillantes de 33 años, ahora abogado de contratos del gobierno en Washington. "Sabía lo que era correcto, pero se inventaba excusas. Y debido a que su religión era tan importante en su vida -y él sabía que estaba haciendo cosas inmorales, dañando a otros-, creía de sí mismo que era malo y que estaba condenado".
Irónicamente, ‘Breach' es también fascinante por lo que no dice, y por cómo estas historias -encontradas en numerosos artículos y en libros documentales como ‘Spy: The Inside Story of How the FBI's Robert Hanssen Betrayed America', de David Wise, y ‘The Bureau and the Mole', de David A. Vise- plantean interrogantes todavía más desconcertantes sobre Hanssen.
"A fin de cuentas, ¿quién conoce el alma de un espía doble?", se pregunta el autor de ‘Spy', Wise. "¿Sabe un espía qué lo impulsa a traicionarlo todo: a su mujer, a su país, a sí mismo? Es un asunto complicado".
En el caso de Hanssen, mientras más cosas descubren estos escritores, más siniestro y más elusivo se vuelve el espía.
En un artículo de 2001, el autor de asuntos de espionaje James Bamford, que conoció personalmente a Hanssen, recuerda que a Hanssen "le gustaba hablar de la inmoralidad del aborto y de los peligros de la Paternidad Planificada". Y cuando Bamford finalmente accede, a petición de Hanssen, a asistir a una de las reuniones del Opus Dei, el hombre del FBI "se deleitaba en esa sociedad cerrada de creyentes devotos, como un hermano de una fraternidad dando la mano según un ritual secreto".
Pero "oculto en lo más profundo de esa fachada devota y anticomunista", escribió Bamford en el New York Time Magazine, "había una psiquis desconcertante, bifurcada. Un doctor Yekyll y míster Hanssen".
Un hombre solitario, alto y melancólico -apodado el ‘empresario de pompas fúnebres' por los oscuros trajes que llevaba siempre-, Hanssen llevó una misteriosa doble vida en prácticamente todas las facetas de su vida. Como director de la unidad soviética del FBI, estaba a cargo de desenmascarar a espías enemigos, pero, de acuerdo a documentos judiciales, libros e informes publicados, se estima que durante 22 años recibió 1.4 millones de dólares por entregar materiales clasificados a los regímenes soviéticos y rusos.
(Esos materiales incluían detalles de los planes de contingencia del gobierno norteamericano para sobrevivir un ataque nuclear, las identidades de agentes soviéticos que trabajaban para Washington, y la existencia de un túnel de espionaje de varios millones de dólares construido debajo de la embajada soviética aquí).
Hanssen se escabullía temprano del trabajo para poder asistir a las manifestaciones contra el aborto, pero no tuvo escrúpulos para enviar a tres hombres a la muerte -agentes dobles rusos cuyas identidades vendió a Moscú. Y de acuerdo al libro de Vise, Hanssen no trabajó nunca tanto para los enemigos de su país que cuando entregó informaciones comprometedoras para el gobierno de Clinton sobre el intento de encubrimiento de las contribuciones financieras de la China comunista.
"Tienes que entender que él estaba compartimentado", dice Vise. "¿Cómo, si no, podía estar casado y ser padre, ir a misa todos los días y cometer traición al mismo tiempo?"
De acuerdo a los libros de Wise y Vise y otros, Hanssen pasaba parte de su tiempo secular en ‘clubes de caballeros' en el centro de Washington. Trabó amistad con varias striptiseras, incluyendo a Priscilla Sue Galey, a la colmó de varios miles de dólares en dinero y joyas. (Es a ella a quien le compró el Mercedes).
En una ocasión llevó a Galey a Hong Kong, mientras asistía a una conferencia del FBI allá. Sin embargo, para su sorpresa, Hanssen nunca intentó acostarse con ella. Él estaba, le dijo, tratando de acercarla a Dios. Sin embargo, nunca informó a su esposa Bonnie sobre su trabajo como misionero.
La película sólo alude a esto, pero en la mayoría de los libros sobre Hanssen, este reservó la peor traición a su mujer, Bonnie -la que, por las condiciones de su pensión, no puede hablar sobre su marido con periodistas. Aparentemente la adoraba, pero sin embargo difundió materiales sobre sus relaciones sexuales en internet, e incluso instaló una cámara de vigilancia secreta en su dormitorio -sin que ella lo supiera- de modo que un amigo de su infancia pudiera mirarlos cuando hacían el amor durante sus visitas.
Este hombre terriblemente reservado también quería ser descubierto, dice Vise; "de otro modo, a sus ojos, el mundo nunca tendría la posibilidad de ver lo demoníacamente inteligente que era, logrando evitar que lo descubrieran durante dos décadas".
Eso estaba claro para O'Neill ese día de enero de 2001, cuando entró a la oficina de Hanssen para empezar su misión clandestina. Como muestra la película, su nuevo jefe lo instruyó de inmediato sobre el tipo de espía al que había que buscar. Sería en "el peor lugar posible", tratando de causar el mayor daño y por el mejor arreglo económico.
"Y ahí estaba él", dice O'Neill. "Al otro lado del escritorio, sentado en el peor lugar posible, con acceso a todo. Así que empecé esa relación pensando: ‘¿Estamos jugando al gato y al ratón? ¿Quién es el gato, quién el ratón? ¿Es simplemente mi tutor o me está diciendo: ‘Sé lo que está pasando. A ver si puedes descubrirme. No puedes, porque no eres más que un estúpido cadete'".
Pero O'Neill tuvo la última palabra en ese crisol de relación. El día del inminente arresto de Hanssen, sabiendo que nunca lo volvería a ver libre, O'Neill se despidió de él de otro modo que como acostumbraba.
"Le dije: ‘¿Jefe?" Se volvió y me dijo: ‘¿Sí?' Le dije: ‘Lo alcanzaré más tarde'".

15 de febrero de 2007
©washington post
©traducción mQh
rss

0 comentarios