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los desvergonzados ricos de rusia


[Jeffrey Fleishman] Cuando las esculturas en hielo y el caviar no son suficientes, buscan al ‘productor' de emociones -para hacer de vagabundos o putas por un día.
Moscú, Rusia. Flotando en la nieve en sus todoterrenos con las ventanillas opacas, forrados en chucherías y susurrando sus temores de perderlo todo, los ricos rusos creen a veces que su imaginación no es tan escandalosa como sus cuentas bancarias en el extranjero.
Así que buscan a Sergei Knyazev. Lo llaman el ‘productor'. A él le encanta decir eso; incluso lo ha impreso en relieve en su tarjeta de visita. Pero en realidad es más un psicólogo convertido en oportunista, dispuesto a ayudar a "los sobrecargados ricos a liberarse del peso y obligaciones del dinero".
"Simplemente no saben cómo relajarse", dice. "Yo les ayudo. Yo soy escandalosamente caro. Esta gente no confía en nada que no sea caro".
Ser mercenario y auténtico en el mismo aliento es refrescante, y tenebroso. Pero esta es Rusia, el hogar el multimillonarios y egos desenfrenados, un neurótico paisaje con aroma de champaña y esmoquin negro, diamantes, aparatos y armas descontroladas entre las clases adineradas con sus grandes perros y guardaespaldas.
Knyazev empezó de manera muy convencional, organizando hace algunos años fiestas y banquetes para el circuito de las esculturas en hielo y caviar. Pero ¿cuántas mesas largas, manteles bordados, cristales aflautados y retratos vanidosos debe soportar un multimillonario? Tejiendo negocios capitalistas y embolsándose las ganancias del petróleo y el gas, los nuevos oligarcas ansiaban más. Querían ser asombrados; querían que sus lentejuelas repiquetearan.
"Ahora hago espectáculos de todo tipo, desde lo más exótico hasta lo realmente indecente. ¿De cuáles quieres hablar?"
De lo realmente indecente, por supuesto. Pero no vayamos tan rápido.
"Una vez tuve un cliente que le hizo dos veces avances a una chica y fue rechazado las dos veces. No quería ser rechazado una tercera vez, así que me vino a ver. Era muy rico, de una familia rusa antigua. La chica se llamaba Olga. Descubrí dónde vivía. Era una casa nueva, y el terreno no había sido ajardinado. Así que una noche, mientras ella dormía, lo convertimos en un gran jardín con bellas flores formando su nombre, con letras realmente grandes. La ‘O' era tan grande que podías meter dos coches dentro de ella.
"En la mañana el chico estaba parado en el jardín con una orquesta. Tocaron una serenata... Ella miró por la ventana. Se casaron tres meses después".
Encantadora, la historia de Olga, muy ‘Algo para recordar' [Sleepless in Seattle], pero ¿no tienes una historia más picante?
Knyazev sonríe, con un malicioso brillo en sus dientes. Es una sonrisa de suficiencia que dice: "¿Quieres oír más? Tengo un buen montón de historias".
"Invento juegos. A veces disfrazo a mis clientes de vagabundos y los llevo a la estación de trenes. Tienen que mendigar. El que recoja la mayor cantidad de monedas en la mañana, gana", dice. "Las esposas de estos hombres de negocios querían sus propios juegos. Así que pusimos a algunas de ellas a trabajar de camareras en un restaurante. La que recibiera la mayor cantidad de propinas, ganaba. A veces actuaban como estriptiseras y contábamos cuál de ellas ganaba más dinero".
Baja la vista, se rasca su delgada barba de chivo, reflexiona: "Algunas mujeres ricas quieren hacer de prostitutas. Yo organizo eso. Por supuesto, no llegan hasta el fin. Paramos antes de eso... Pero, sí, algunas lo harán hasta el final".
Hace una pausa, agregando, en su mejor interpretación de Sigmund Freud: "¿Por qué quieren hacer todas esas cosas? Tienen miedo de que algún día terminen como mendigos, putas, porque los negocios de muchos de ellos no son limpios".

El tipo es maravilloso, un astuto destello de luz, un símbolo de la nueva Rusia. Knyazev maduró, hablando económicamente, a fines de los ochenta, cuando el presidente ruso Mikhail S. Gorbachev introdujo las reformas conocidas como perestroika. Fue una época de cigarros y sueños. Abrió una cafetería de estudiantes, una academia privada y una agencia publicitaria en Siberia. Más tarde se trasladó a Moscú, donde fundó el club de striptease Empire of Passion y contrató a una ex bailarina del Bolshoi para que diera clases de baile.
Lo interesante sobre Knyazev, 44, es que te preguntas dónde traza la frontera entre la fantasía y la realidad. Se codea con los ricos, pero en su habitación no hay arañas, ni copias de Botticelli, y en realidad se parece a la oficina de un dentista -un largo pasillo, puertas cerradas, voces apagadas. Su traje de rayas diplomáticas es fino, pero no es un Armani. Te da la impresión de ser introducido en una red de origami meticulosamente armados.
"Conozco a Sergei Knyazev y he oído sus historias sobre juegos estrambóticos que inventa para los hombres de negocio ricos. ¿Qué puedo decirte?", dice Konstantin N. Borovoi, fundador de la bolsa de Moscú y presidente del Partido por la Libertad Económica. "No hay modo de verificar eso porque él no revela los nombres de sus clientes. Pero, realmente, algunas de sus historias son difíciles de creer. Todo lo que te puedo decir es que Knyazev ciertamente no carece de imaginación".
El secreto engendra misticismo. Descubrir quién es quién, o, todavía más importante, quién está haciendo qué, es difícil, de todos modos. Este es un país donde las tarjetas de crédito se demoraron décadas en llegar, donde el dinero era sacado ilegalmente del país hacia bancos extranjeros. Hoy las investigaciones económicas terminan a menudo en laberintos, y muchas empresas recurren a chequeos de antecedentes delictuales y a la página web Kompromat.ru [materiales comprometedores], un matorral de rumores y chismes sobre los ricos y poderosos.
"No revelo los nombres de mis clientes", dice Knyazev.
Su lista potencial rebosa de posibilidades. La persona más rica de Rusia, Oleg Deripaska, un magnante del aluminio de 39 años, tiene una fortuna calculada en 21.2 billones de dólares, de acuerdo a la revista Finans. Siete de los diez multimillonarios más importantes nacieron en los años sesenta, en su mayoría jóvenes que encontraron fortuna hace una década o algo así en el hipnótico boom de las privatizaciones que mezclaban una ruda elegancia, cuentas bancarias secretas y audaces empresarios, como Mikhail Khodorkovsky, que cayó en desgracia con el Kremlin y ahora está en una cárcel siberiana condenado por evasión de impuestos y fraude.

En estos días, el nuevo dinero busca el anticuado respeto. Los banqueros todavía son asesinados a balazos y los hombres de negocios tienden a desaparecer, pero el tenor es decididamente más suave a medida que, al menos, se construye una facha de legitimidad en torno a las compañías petrolíferas y de gas, mineras y otras. Sin embargo, el consumo conspicuo impera; el ingreso nacional promedio mensual es de unos 330 dólares, pero eso no impide las lujosas excentricidades de los ricos.
Como Knyazev y su séquito en la ciudad, Irina Volskaya está acostumbrada a las peticiones estrafalarias. Dirige la oficina rusa de Quintessentially, un servicio de conserjería mundial cuyos fundadores incluyen al sobrino de Camilla Parker Bowles. Con botas color bronce y camafeo, Volskaya es un modelo de tranquilidad y confianza, una mujer acostumbrada a tratar con billeteras abultadas y mal genio.
"Una vez llamó un ruso un 26 de diciembre", dice. "Estaba en una fiesta y quería 150 cerdos de plata para celebrar el año nuevo. Era un problema, porque habíamos vendido todo. Pero no era el único problema. También quería 150 cerdos vivos para regalar a cada uno de sus invitados. Encontrar 150 cochinillos rosados un 26 de diciembre es todo un reto... Sin embargo, no tenemos límites. Una de nuestras reglas es no decir nunca no".
Luego había ese millonario en el avión. "El cliente llama: ‘Sabes, estoy en mi jet justo sobre un país europeo y el aeropuerto está cerrado. Por favor ayúdame'. Pero, realmente, ¿qué podías decir? El aeropuerto está cerrado para todo el mundo. Pero lo ayudamos. Una persona en un país llamó a otra en otro país. Es todo asunto de conexiones".

A Knyazev no le gusta ser menos. Tiene otra historia.
"Nuestro cliente tenía una hijita", dice. "Cumplía años en siete días y quería algo especial. Así que hicimos un árbol mágico que crecería dos metros por día hasta su cumpleaños.
"En las mañanas ella se asomaba a ser si había crecido. Teníamos que traer cada noche un árbol más grande. Usamos siete árboles, y el día de su cumpleaños el árbol estaba lleno de piñas y naranjas".
Sin embargo, su historia favorita se basa en la película ‘The Game', en la que Michael Douglas hace de un hombre muy rico con una vida fútil. Su hermano le pide una fantasía, un thriller psicológico de un juego que, una vez empezado, no se puede controlar ni predecir.
El juego de Knyazev incluía a un magnate de la construcción, drogas plantadas, una detención falsa, actores, coches de policía, una cárcel, una reunión en el Kremlin y una carta falsa escrita por la reina de Inglaterra. Costes: 300 mil dólares.
¿Está Knyazev contando la verdad?
Esa es la extraña, cautivante belleza de la nueva Rusia.
"Mi país, tengo que decir, es rico en personalidades. Nuestro pueblo ha sido siempre interesante y original", dice Knyazev. "Y ahora viene la época en que esas personalidades pueden expresarse".

jeffrey.fleishman@latimes.com

2 de marzo de 2007
27 de febrero de 2007
©los angeles times
©traducción mQh
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