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secuestrado por la cia


[Khaled El-Masri] Después de perder en tribunales, un hombre secuestrado por la CIA pregunta por qué Estados Unidos no admite su error.
El día de vísperas de Noche Vieja de 2003 fui detenido en la frontera de Serbia y Macedonia por la policía de este último país que concluyó erróneamente que yo estaba viajando con un pasaporte alemán falso. Me tuvieron incomunicado durante más de tres semanas. Luego fui entregado a la CIA, fui desnudado, golpeado violentamente, provisto de un pañal; me inyectaron drogas, me encadenaron al suelo de un avión y me llevaron a Afganistán, donde fui encerrado en un nauseabundo calabozo durante más de cuatro meses.
Mucho después de que el gobierno norteamericano se diera cuenta de que yo era un hombre completamente inocente, me vendaron los ojos, me subieron a un avión, me llevaron a Europa y me dejaron en un cerro en Albania -sin que nadie me diera alguna explicación ni me ofreciera excusas por la pesadilla que había tenido que sufrir.
Mi historia es conocida. Ha sido contada literalmente en cientos de artículos de diarios y en telediarios -muchos de ellos basándose en fuentes del propio gobierno norteamericano. Ha sido el tema de numerosas investigaciones e informes de organismos intergubernamentales, incluyendo al Parlamento Europeo. Hace poco, fiscales de mi propio país, Alemania, han presentado cargos contra trece agentes de la CIA y contratistas por su participación en mi secuestro, maltratos y detención. Aunque nunca lo pude haber imaginado y ciertamente nunca quise que me ocurriera, me he convertido en la cara pública del programa de ‘entregas extraordinarias' de la CIA.
¿Por qué, entonces, insiste el gobierno norteamericano en que mi calvario es un secreto de estado? Esto es algo que está más allá de mi comprensión. En diciembre de 2005, con la ayuda de la Unión Americana de Libertades Civiles, demandé al ex director de la CIA, George Tenet, y a otros agentes y contratistas de la CIA por su participación en mi secuestro, torturas y detención arbitraria. Sobre todo, lo que quiero con esa demanda es un reconocimiento público por parte del gobierno norteamericano de que yo era inocente, una víctima por error de su programa de entregas, y quiero que se me ofrezcan excusas por lo que obligaron a soportar. Sin esta vindicación, me ha sido imposible volver a una vida normal.
El gobierno norteamericano no niega que fui secuestrado erróneamente. En lugar de eso, ha alegado en tribunales que mi caso debe ser desechado porque todo litigio en torno a mis demandas expondría secretos de estado y pondría en peligro la seguridad norteamericana, aunque el presidente Bush haya explicado al mundo el programa de detención de la CIA, y a pesar de que mis acusaciones han sido corroboradas por testigos oculares y otras evidencias. Para mi sorpresa y estupor, el mayo pasado el juez de un tribunal federal accedió al alegato del gobierno y desechó mi caso. Y luego, el viernes, la Corte de Apelaciones del Cuarto Distrito mantuvo esa decisión. Parece que el único lugar en el mundo donde mi caso no puede ser discutido es en un tribunal norteamericano.
Yo no entablé esta demanda para perjudicar a Estados Unidos. La entablé porque quiero saber por qué Estados Unidos quiso destruirme. No entiendo por qué el país más fuerte del planeta cree que el reconocimiento de un error puede amenazar su seguridad. ¿No es más probable que mostrar al mundo que Estados Unidos no quiere ofrecer justicia a una víctima inocente de sus programas antiterroristas, cause más daño a la imagen y seguridad de Estados Unidos en todo el mundo?

Viajé a Estados Unidos en noviembre pasado por primera vez para oír a mis abogados defender mi caso ante la corte de apelaciones de Richmond, Vancouver, y para reunirme con miembros del congreso y sus asistentes en el Capitolio. (Es obvio que el gobierno norteamericano no me considera una amenaza a su seguridad, pues de otro modo no me habría permitido entrar al país, mucho menos compartir la misma habitación con jueces federales y miembros del congreso).
Aunque no entendí todos los argumentos de los abogados, me impresionó la dignidad de los procedimientos y el respeto por la ley que he siempre asociado con Estados Unidos. Me decepciona profundamente descubrir que este mismo sistema jurídico me niega la posibilidad de defender mi caso.
Si el poder judicial norteamericano me hubiese tratado justamente, quizás no habríamos llegado al punto en que fiscales alemanes estén presentando cargos criminales contra ciudadanos norteamericanos.
Durante mi visita de noviembre, muchos norteamericanos me ofrecieron sus disculpas personales por la brutalidad que se había cometido contra mí en su nombre. Vi en sus rostros al verdadero Estados Unidos, un Estados Unidos que no teme a enemigos desconocidos y que entiende el alcance y poder de la justicia. Ese es la América que, espero, me verá algún día como ser humano, no como un secreto de estado.

Khaled el-Masri, ciudadano alemán nacido en el Líbano, era un vendedor de coches antes de su detención en diciembre de 2003.

5 de marzo de 2007
3 de marzo de 2007
©los angeles times
©traducción mQh
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