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archivo con historias


[Anne Applebaum] Esta semana debiese abrirse al público y a los investigadores el importante archivo de los horrores del nazismo, Bad Arolsen.
Cualquiera que haya tenido alguna vez la fortuna de trabajar en archivos viejos sabe las sorpresas que guarda. Una carpeta gorda y poco atractiva puede, con paciencia, entregar todo un tesoro de interesantes detalles; una pila de papeles amarillentos puede contener la solución de un viejo enigma. Hace poco, un archivista aficionado tropezó con cartas de Otto Frank, el padre de Ana Frank, en una colección de documentos que habían estado acumulando polvo en el Instituto de Investigación Judía YIVO durante treinta años -demostrando que allá había todavía más que aprender sobre una de las víctimas más famosas del Holocausto, incluso en el centro de la Ciudad de Nueva York.
Por increíble que parezca, podría haber todavía muchas más sorpresas por descubrir si se considera que el más grande, definitivo y de lejos más inaccesible de los archivos del Holocausto todavía tiene que abrir sus puertas a los investigadores y al público en general. Conocido oficialmente como el Servicio Internacional de Búsquedas, este archivo contiene carpetas sobre más de diecisiete millones de personas que pasaron por los campos de concentración y campos de trabajos forzados del Tercer Reich, incluyendo Dachau y Buchenwald, así como en los campos de personas desplazadas que surgieron en toda Europa después de la guerra. En 1955, las potencias aliadas depositaron estos archivos en Bad Arolsen, Alemania. Legalmente, fueron mantenidos bajo la protección de un tratado firmado por once países. En la práctica, estuvieron bajo la gestión día a día del Comité Internacional de la Cruz Roja CICR.
Y allá se quedaron, casi enteramente bajo llave. Los investigadores externos no eran admitidos en los archivos Bad Arolsen. Las víctimas que pedían documentos eran inscritas en listas de espera que duraban décadas. Durante muchos años el director de los archivos -un empleado suizo del CICR cuyos motivos siguen siendo misteriosos- lograron bloquear todos los esfuerzos internacionales para abrir un poco más el archivo. Contó con la colaboración de los gobiernos alemán e italiano, probablemente porque son los que más temían que esos documentos produjesen una nueva marejada de reclamos de compensación. También lo ayudó el hecho de que es difícil que una comisión de once país haga demasiado en cualquier sentido, especialmente si se trata de una comisión que sólo se reúne una vez al año.
Pero las cosas cambiaron este verano pasado: La comisión finalmente decidió modificar el tratado y hacer copias digitales de los documentos para ponerlos a disposición de los países miembros. Bajo una considerable presión internacional, el gobierno alemán cambió de opinión. La digitalización ya está en camino. Y sin embargo, aunque los miembros de la comisión se reúnen esta semana en Holanda, supuestamente para afinar los detalles finales, todavía no sabemos si terminarán pronto este proceso.
¿Cómo puede ocurrir algo así sesenta y dos años después del fin de la Segunda Guerra Mundial? ¿A quién le podía interesar mantener inaccesibles los archivos del Holocausto? Es solamente justo decir que algunos de los problemas son puramente técnicos: Aunque Estados Unidos, Israel, Polonia y Luxemburgo han ratificado los cambios necesarios en el tratado, Francia, por ejemplo, ha tenido problemas en ratificar el tratado en un año de elecciones. Otras preocupaciones pueden ser más substantivas: Algunos sospechan que los italianos lo están retrasando porque temen que los archivos revelen cuántos nazis escaparon cruzando Italia después de la guerra. Sin embargo, otros -incluyendo posiblemente a los alemanes- sencillamente, en palabras de Arthur Berger, del Museo Memorial del Holocausto, en Washington, "no entienden la urgencia" del tema.
Y "urgencia" es la palabra correcta: Cientos de miles de personas están todavía esperando consultar esos documentos, y están muriendo todos los días. Si las discusiones terminan bien esta semana, las copias digitales de los documentos estarán disponibles para que algunos las puedan consultar, en sus propios países, más tarde este año. Si no, quizás no los consulten nunca.
Inesperadamente, la urgencia es también política. Vivimos en un mundo en el que el presidente de Irán puede atraer a Teherán a un montón de prominentes que niegan el Holocausto, y un mundo en el que algunos de esos personajes apuntan al continuado cierre del archivo Bad Arolsen como prueba de que los Aliados quieren ocultar al mundo la "verdad" sobre el Holocausto. Aunque es tentador, como he escrito antes, tratar los acontecimientos de hace 62 años como historia trillada, eso sería un error.
De hecho, es precisamente debido a que muchos de los protagonistas ya han muerto, precisamente debido a que todo el mundo asume que ya se ha escrito todo y precisamente debido a que el Holocausto se ha convertido en algo tan completamente institucionalizado, que este archivo debe abrirse. Los países europeos que se reúnen esta semana deben abrir el archivo para asegurarse de que una nueva generación, y todas las futuras generaciones, sean capaces de redescubrir los hechos por sí mismos.

applebaumanne@yahoo.com

9 de marzo de 2007
6 de marzo de 2007
©washington post
©traducción mQh
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