blando prejuicio sobre iraq
Si Bush sigue oponiéndose a la retirada de las tropas de Iraq, el congreso deberá buscar nuevas maneras para obligarlo a obedecer.
Sea por ciega lealtad o ciego rechazo, la mayoría de los republicanos en el congreso están preparados para respaldad el veto del presidente Bush al proyecto de ley sobre el presupuesto para Iraq. Ahora es esencial que la versión revisada no impida exigir al primer ministro de Iraq, Nuri Kamal al-Maliki, que tome finalmente las cruciales medidas de reconciliación nacional que se ha pasado esquivando el último año. Y debe quedar claro que el apoyo norteamericano a sus fracasos -y los de Bush- está menguando a pasos acelerados.
Que Maliki debe frenar el derramamiento de sangre en Iraq no es un misterio para nade. Las fuerzas de seguridad iraquíes deben terminar con su apoyo de las milicias chiíes. Los ingresos por el petróleo iraquí deben ser distribuidos equitativamente. Las leyes antibaazistas que están siendo utilizadas para negar empleo y oportunidades políticas a los árabes sunníes deben ser reformuladas para atacar solamente a los responsables de crímenes cometidos durante la era de Saddam Hussein.
Sin estos pasos, Maliki y sus aliados no pueden ni siquiera mínimamente reclamar que constituyen un verdadero gobierno nacional. Tomándolos, existe al menos una posibilidad de que los iraquíes puedan reunir suficiente fuerza para contener el caos cuando, como es inevitable, las fuerzas norteamericanas empiecen a marcharse. Bush reconoce que estos parámetros son importantes. Sin embargo, rechaza insistir, o dejar que el congreso insista ante Bagdad que debe alcanzarlos o hacer frente a las consecuencias. Toda vez que Bagdad fracasa en una prueba, Bush reduce las exigencias y pospone las fechas de su cumplimiento, en un tipo de destructiva negación de lo que Bush llamó, en otro contexto, el blando prejuicio de las bajas expectativas.
Consideremos la campaña de seguridad en Bagdad. La semana pasada, el Washington Post informó que la oficina de Maliki había contribuido a instigar el despido de altos funcionarios de la seguridad iraquí por haberse opuesto agresivamente a una poderosa milicia chií. Después de apostar tantas vidas americanas, la disponibilidad de combate del ejército norteamericano y lo que queda de su propia credibilidad en esta sangrienta campaña para controlar la capital, es incomprensible que Bush permita el que el líder iraquí la socave.
Luego está el interminable culebrón que se supone que debe producir algún día una distribución justa de los ingresos por el petróleo. El gobierno de Bush destapó prematuramente las botellas de champaña en febrero cuando el gabinete de Maliki accedió con un borrador preliminar. Ahora, en mayo, no hay distribución, no hay legislación e incluso el acuerdo preliminar está empezando a desmoronarse. El partido árabe sunní dominante en el gabinete de Maliki amenaza ahora con retirar a sus ministros, declarando que ha "perdido la esperanza" de que el líder iraquí se ocupe seriamente de las preocupaciones sunníes.
Bush, en contraste, que ve "signos de esperanza" en la situación de la seguridad bagdadí, insta a los norteamericanos a dar más tiempo a sus decepcionantes políticas y parece ofenderse de que el congreso quiera exigir responsabilidades a Bagdad y la Casa Blanca.
La versión final del proyecto de presupuesto de la guerra debería incluir parámetros explícitos y un calendario para los iraquíes, incluso si Bush no permite que el congreso los refuerce con un calendario claro de la retirada norteamericana. Si Maliki y Bush todavía no lo entienden, el congreso tendrá que buscar nuevas maneras para implementarlos, y reforzarlas con una mayoría a prueba de vetos.
Que Maliki debe frenar el derramamiento de sangre en Iraq no es un misterio para nade. Las fuerzas de seguridad iraquíes deben terminar con su apoyo de las milicias chiíes. Los ingresos por el petróleo iraquí deben ser distribuidos equitativamente. Las leyes antibaazistas que están siendo utilizadas para negar empleo y oportunidades políticas a los árabes sunníes deben ser reformuladas para atacar solamente a los responsables de crímenes cometidos durante la era de Saddam Hussein.
Sin estos pasos, Maliki y sus aliados no pueden ni siquiera mínimamente reclamar que constituyen un verdadero gobierno nacional. Tomándolos, existe al menos una posibilidad de que los iraquíes puedan reunir suficiente fuerza para contener el caos cuando, como es inevitable, las fuerzas norteamericanas empiecen a marcharse. Bush reconoce que estos parámetros son importantes. Sin embargo, rechaza insistir, o dejar que el congreso insista ante Bagdad que debe alcanzarlos o hacer frente a las consecuencias. Toda vez que Bagdad fracasa en una prueba, Bush reduce las exigencias y pospone las fechas de su cumplimiento, en un tipo de destructiva negación de lo que Bush llamó, en otro contexto, el blando prejuicio de las bajas expectativas.
Consideremos la campaña de seguridad en Bagdad. La semana pasada, el Washington Post informó que la oficina de Maliki había contribuido a instigar el despido de altos funcionarios de la seguridad iraquí por haberse opuesto agresivamente a una poderosa milicia chií. Después de apostar tantas vidas americanas, la disponibilidad de combate del ejército norteamericano y lo que queda de su propia credibilidad en esta sangrienta campaña para controlar la capital, es incomprensible que Bush permita el que el líder iraquí la socave.
Luego está el interminable culebrón que se supone que debe producir algún día una distribución justa de los ingresos por el petróleo. El gobierno de Bush destapó prematuramente las botellas de champaña en febrero cuando el gabinete de Maliki accedió con un borrador preliminar. Ahora, en mayo, no hay distribución, no hay legislación e incluso el acuerdo preliminar está empezando a desmoronarse. El partido árabe sunní dominante en el gabinete de Maliki amenaza ahora con retirar a sus ministros, declarando que ha "perdido la esperanza" de que el líder iraquí se ocupe seriamente de las preocupaciones sunníes.
Bush, en contraste, que ve "signos de esperanza" en la situación de la seguridad bagdadí, insta a los norteamericanos a dar más tiempo a sus decepcionantes políticas y parece ofenderse de que el congreso quiera exigir responsabilidades a Bagdad y la Casa Blanca.
La versión final del proyecto de presupuesto de la guerra debería incluir parámetros explícitos y un calendario para los iraquíes, incluso si Bush no permite que el congreso los refuerce con un calendario claro de la retirada norteamericana. Si Maliki y Bush todavía no lo entienden, el congreso tendrá que buscar nuevas maneras para implementarlos, y reforzarlas con una mayoría a prueba de vetos.
8 de mayo de 2007
7 de mayo de 2007
©new york times
©traducción mQh
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