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guantánamo, un símbolo fétido


[Joseph Margulies] La prisión norteamericana en el extranjero engendra terroristas y debe ser cerrada cuanto antes.
De vez en vez, episodios aparentemente no relacionados entre sí revelan alguna verdad importante. Es el caso de tres sucesos sobre los que se informó en las últimas tres semanas. El primero ocurrió el miércoles, cuando otro recluso se suicidó en Bahía Guantánamo -es el cuarto suicidio desde que se abriera la base. Como acostumbran, los militares no dijeron nada y se negaron a contar cómo el prisionero, que era un árabe saudí, finalmente logró escapar de Cuba.
Pero sabemos cómo han ocurrido estas cosas en el pasado. El año pasado, tres prisioneros de la base se colgaron con tiras de tela, que habían hecho con jirones de ropa y sábanas. Todos se habían metido una bola de tela en la boca, aparentemente para ahogar todo ruido involuntario antes de morir.
Dejaron cartas de suicidio que no han sido comunicadas al público. Uno de los tres prisioneros, Yassar Talal al Zahrani, de Arabia Saudí, tenía 21 cuando murió, y 17 cuando llegó a la base. Otro, Manu Shaman Turki al Habardi al Utaybi, también de Arabia Saudí, sería dejado pronto en libertad. El Pentágono se ha negado a decir si el prisionero sabía que su liberación era inminente cuando se mató.
Después de la primera banda de suicidios, el Pentágono juró que no los habría más y tomó medidas enérgicas, que traen a la mente la sardónica advertencia de que "los azotes continuarán hasta que mejore la moral". Se reforzaron dramáticamente las medidas de seguridad. Hoy, la mayoría de los prisioneros -incluso aquellos que serán dejados en libertad- son retenidos en una nueva prisión de máxima seguridad. Pasan interminables horas encerrados en jaulas de cemento, sin ver, ni oír ni tocar a otros seres humanos.
El gobierno concluyó que casi la mitad de los prisioneros en Guantánamo no representan ninguna amenaza ni para Estados Unidos ni para sus aliados. La mayor parte del resto son retenidos sobre la base de confesiones hechas en innumerables interrogatorios en los últimos cinco años. Y eso nos lleva al segundo suceso reciente. El jueves, el New York Times informó sobre un importante estudio del Intelligence Science Board, un grupo de expertos encargados de asesorar a la comunidad de inteligencia de Estados Unidos sobre técnicas de interrogatorio.
Para los que han estado atentos a estos desarrollos, los hallazgos eran previsibles: Las técnicas agresivas de interrogatorio adoptadas por el gobierno después del 11 de septiembre de 2001 son "anticuadas, poco profesionales e infiables", como lo dijo el Times. Esas técnicas son una reliquia de un pasado felizmente descartado, abandonado no por sentimientos de culpa sino debido a una "crítica más práctica". No hay evidencias de su efectividad. El doctor Randy Borum, un asesor del ministerio de Defensa, observó: "Existe la creencia, disfrazada a menudo como sentido común, de que mientras más dolor se haga sufrir a alguien, más probable es que confiese". Pero existen muy pocas evidencias para sustentarla.
Por supuesto, a la mayoría de la gente estos asuntos simplemente no les interesan. Para ellos son cosas tan distantes como Darfur, tan remotas como la antigüedad clásica.
Pero de hecho no están tan alejadas como parecen, lo que nos lleva al tercer suceso. El 15 de mayo, Sir Rchard Dearlove, el ex director del M16, el servicio de inteligencia británico, pronunció un importante discurso en Londres. Dearlove dirigió la agencia de 1999 a 2004, y fue un temprano partidario de la respuesta del gobierno a los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Pero hace poco Dearlove concluyó que era hora de una "reformulación estratégica". Nuestros métodos se han convertido en contraproducentes. Al Qaeda y sus virales vástagos están prosperando, y la posición de Gran Bretaña y Estados Unidos es ahora "estratégicamente débil". El problema, de acuerdo a Dearlove, es que nuestros métodos crean más terrorismo del que previenen, y para al Qaeda "se ha hecho más fácil reclutar sus soldados de a pie".
Dearlove entiende lo que el presidente no es capaz de comprender. Nuestras políticas han dado a los terroristas herramientas preciosas en su lucha contra nosotros. Hemos convertido en reclutas potenciales a innumerables árabes y musulmanes. Mientras continúen aplicándose nuestras políticas, su indignación se profundiza, intensificándose en una rabia cada vez más desafiante y comprensible.
Eso explica por qué la secretaria de estado Condeleezza Rice y el ministro de Defensa Robert M. Gates han llamado a cerrar el símbolo más perdurable de esas políticas: la cárcel de Bahía Guantánamo. También ellos entienden lo que el presidente no puede entender: La cárcel engendra terrorismo. Es un fétido y canceroso símbolo de arrogancia y hegemonía, una amenaza no solamente para Estados Unidos sino también para nuestros aliados más estrechos en todo el mundo.
De estas tres historias surge una sola verdad: es hora de que cerremos la cárcel de Guantánamo.

El autor es profesor de derecho de la Facultad de Leyes de la Universidad de Northwestern y autor de ‘Guantanamo and the Abuse of Presidential Power'.

8 de junio de 2007
2 de junio de 2007
©los angeles times
©traducción mQh
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