trampas para financiar la guerra
[Michael Kinsley] ¿Puede el presidente seguir adelante con una guerra que los estadounidenses creen que es un error y debiera terminar?
¿Qué se supone que debes hacer, de acuerdo a los partidarios de la guerra de Iraq, si crees que la guerra terrible error? Supongamos que eres miembro del Congreso, elegido por los electores que también, como la mayoría de los estadounidenses, de acuerdo a las encuestas de opinión, se oponen a la guerra. ¿Puedes emprender alguna acción legítima? ¿O debes simplemente permitir que la guerra siga adelante y dejar que los jóvenes estadounidenses sigan muriendo en lo que crees que es una causa injusta? ¿Qué opciones tienes?
La Constitución dice: "El Congreso tiene la autoridad de declarar... la guerra". Esa autoridad no significa mucho, a menos que también incluya la autoridad de no declararla. Pero los presidentes de los dos partidos han usurpado los poderes bélicos del Congreso, y los normalmente "estrictos construccionistas" del partido republicano llevan en esto la delantera. El Congreso se ha limitado a mirar, sin hacer demasiado -¿pero qué podía hacer? Como se dice que comentó Stalin sobre los consejos militares del Vaticano: "¡El Papa! ¿Pero cuántas divisiones tiene?"
La semana pasada el presidente Bush se dignó a firmar un proyecto de ley autorizando cien billones de dólares para su guerra, pero sólo después de que se borrara del proyecto todo calendario o criterios o fechas límites serias para la retirada de las tropas. Hubo una época, hacia 1999, en que los republicanos consideraban el colmo de la ingenuidad, irresponsabilidad e indiferencia sobre el destino de los soldados estadounidenses destinar tropas a acciones en un país extranjero sin lo que entonces se llamaba una "estrategia de salida". Eso era cuando el presidente era un demócrata. Ahora se considera el colmo de la ingenuidad, irresponsabilidad e indiferencia sobre el destino de los soldados estadounidenses sugerir la posibilidad de una estrategia de salida que no sea una victoria. Si lo haces, es que traicionas a las tropas. Y como no se ve ninguna victoria en las cartas, tampoco hay una estrategia de salida.
Y pobre del político que sugiera que esperar la victoria total puede no ser la única alternativa -en el caso de que la democracia, la prosperidad, la paz y la fraternidad no florezcan en Iraq la próxima semana. Los senadores Hillary Clinton y Barack Obama se opusieron al proyecto de financiamiento de la guerra porque carecía incluso del comedido calendario de la primera versión del proyecto de ley que vetó Bush.
Por esto se echó el senador John McCain a derramar lágrimas de cocodrilo. Despilfarrando un poco más de su capital como héroe de guerra, McCain estuvo a punto de acusar de traición a los dos principales candidatos demócratas a la presidencia: "Me decepcionó mucho ver al senador Obama y a la senadora Clinton acoger la política de rendirse". El ex gobernador de Massachusetts, Mitt Romney, que no se sabe que sepa algo de política exterior, ni siquiera que le interese (a menos que se cuente su ‘misión' en Francia después de la universidad, cuando trató de convertir a los franceses al cuaquerismo), atribuyó los votos que obtuvieron Clinton y Obama a "una visión del mundo sin experiencia en cuanto a seguridad nacional".
Un confuso editorial del Wall Street Journal la semana pasada trataba este punto de cómo en nuestra democracia podía un representante electo oponerse legítimamente a la guerra. Empezaba acusando a la presidente del Senado, Nancy Peloso, y al líder de la mayoría del Senado, Harry Reid, de cobardía. Afirman "oponerse a la guerra y que quieren terminarla, pero sin embargo se niegan a utilizar el control del dinero para ponerle fin".
Así que existe, como se ve, el poder del dinero. El Congreso puede impedir el financiamiento de una guerra que la gente no quiere. En relación con esto, los lectores más viejos recordarán el caso Irán-Contras, en el que las fuentes de dinero querían continuar la guerra contrarrevolucionaria en Nicaragua sin que se enterara el Congreso. Este caso contó con la entusiasta aprobación del Wall Street Journal, aunque es difícil cortar fondos que no sabes que existen.
Pero ¿qué pasa si tú, como miembro del Congreso, intentas utilizar el poder del bolsillo? Los senadores Clinton, Obama y Chris Dodd (que también es candidato a la presidencia) votaron contra el proyecto de financiamiento final porque se habían eliminado de él todo calendario y fechas límites significativas para que el presidente Bush pudiera firmarlo. El editorial del Wall Street Journal acusa a esos tres senadores demócratas de "votar para ablandar a las tropas estadounidenses en medio de una difícil misión". Si esto fuera verdad en relación con la votación de la semana pasada, entonces también será siempre verdad de todo intento de poner fin a una guerra cortando su financiamiento. A menos que el Journal esté a favor de debilitar a las tropas estadounidenses, esto convierte el ‘poder del bolsillo' en algo inútil.
Los partidarios de la guerra actual que disfrutan del espectáculo de ver a los opositores de la guerra atrapados en este laberinto de leyes y lógica debieran mejor esperar que toda acción militar decidida por un presidente sea tan maravillosa para ellos como la guerra de Iraq. Porque no hay nada específico sobre la guerra en esta argumentación. Sería igualmente válido si se tratara de la invasión de Canadá o del bombardeo aéreo de Portugal. El presidente puede hacerlo, si quiera, y nadie puede oponerse a ello, legítimamente hablando.
Por supuesto, el presidente es elegido, y en ese sentido está actuando como delegado de los ciudadanos cuando decide implicar a nuestro país en una guerra. ¿Correcto? Bueno, no tanto. Dejemos de lado las irregularidades de la elección de 2000. Cuando este presidente fue candidato a la presidencia por primera vez, hizo campaña con un programa que criticaba a su predecesor por haber actuado militarmente (en Kosovo y Somalia) sin una estrategia de salida. Se burlaba de la idea de tratar de establecer la democracia en países lejanos. Denunciaba el uso de los soldados estadounidenses para construir naciones. En 2000, si buscabas una manera de expresar tu desaprobación de las políticas y prejuicios que más tarde nos hicieron meternos en Iraq, la respuesta más evidente habría sido que tenías que votar por George W. Bush.
Jaque, y mate.
La Constitución dice: "El Congreso tiene la autoridad de declarar... la guerra". Esa autoridad no significa mucho, a menos que también incluya la autoridad de no declararla. Pero los presidentes de los dos partidos han usurpado los poderes bélicos del Congreso, y los normalmente "estrictos construccionistas" del partido republicano llevan en esto la delantera. El Congreso se ha limitado a mirar, sin hacer demasiado -¿pero qué podía hacer? Como se dice que comentó Stalin sobre los consejos militares del Vaticano: "¡El Papa! ¿Pero cuántas divisiones tiene?"
La semana pasada el presidente Bush se dignó a firmar un proyecto de ley autorizando cien billones de dólares para su guerra, pero sólo después de que se borrara del proyecto todo calendario o criterios o fechas límites serias para la retirada de las tropas. Hubo una época, hacia 1999, en que los republicanos consideraban el colmo de la ingenuidad, irresponsabilidad e indiferencia sobre el destino de los soldados estadounidenses destinar tropas a acciones en un país extranjero sin lo que entonces se llamaba una "estrategia de salida". Eso era cuando el presidente era un demócrata. Ahora se considera el colmo de la ingenuidad, irresponsabilidad e indiferencia sobre el destino de los soldados estadounidenses sugerir la posibilidad de una estrategia de salida que no sea una victoria. Si lo haces, es que traicionas a las tropas. Y como no se ve ninguna victoria en las cartas, tampoco hay una estrategia de salida.
Y pobre del político que sugiera que esperar la victoria total puede no ser la única alternativa -en el caso de que la democracia, la prosperidad, la paz y la fraternidad no florezcan en Iraq la próxima semana. Los senadores Hillary Clinton y Barack Obama se opusieron al proyecto de financiamiento de la guerra porque carecía incluso del comedido calendario de la primera versión del proyecto de ley que vetó Bush.
Por esto se echó el senador John McCain a derramar lágrimas de cocodrilo. Despilfarrando un poco más de su capital como héroe de guerra, McCain estuvo a punto de acusar de traición a los dos principales candidatos demócratas a la presidencia: "Me decepcionó mucho ver al senador Obama y a la senadora Clinton acoger la política de rendirse". El ex gobernador de Massachusetts, Mitt Romney, que no se sabe que sepa algo de política exterior, ni siquiera que le interese (a menos que se cuente su ‘misión' en Francia después de la universidad, cuando trató de convertir a los franceses al cuaquerismo), atribuyó los votos que obtuvieron Clinton y Obama a "una visión del mundo sin experiencia en cuanto a seguridad nacional".
Un confuso editorial del Wall Street Journal la semana pasada trataba este punto de cómo en nuestra democracia podía un representante electo oponerse legítimamente a la guerra. Empezaba acusando a la presidente del Senado, Nancy Peloso, y al líder de la mayoría del Senado, Harry Reid, de cobardía. Afirman "oponerse a la guerra y que quieren terminarla, pero sin embargo se niegan a utilizar el control del dinero para ponerle fin".
Así que existe, como se ve, el poder del dinero. El Congreso puede impedir el financiamiento de una guerra que la gente no quiere. En relación con esto, los lectores más viejos recordarán el caso Irán-Contras, en el que las fuentes de dinero querían continuar la guerra contrarrevolucionaria en Nicaragua sin que se enterara el Congreso. Este caso contó con la entusiasta aprobación del Wall Street Journal, aunque es difícil cortar fondos que no sabes que existen.
Pero ¿qué pasa si tú, como miembro del Congreso, intentas utilizar el poder del bolsillo? Los senadores Clinton, Obama y Chris Dodd (que también es candidato a la presidencia) votaron contra el proyecto de financiamiento final porque se habían eliminado de él todo calendario y fechas límites significativas para que el presidente Bush pudiera firmarlo. El editorial del Wall Street Journal acusa a esos tres senadores demócratas de "votar para ablandar a las tropas estadounidenses en medio de una difícil misión". Si esto fuera verdad en relación con la votación de la semana pasada, entonces también será siempre verdad de todo intento de poner fin a una guerra cortando su financiamiento. A menos que el Journal esté a favor de debilitar a las tropas estadounidenses, esto convierte el ‘poder del bolsillo' en algo inútil.
Los partidarios de la guerra actual que disfrutan del espectáculo de ver a los opositores de la guerra atrapados en este laberinto de leyes y lógica debieran mejor esperar que toda acción militar decidida por un presidente sea tan maravillosa para ellos como la guerra de Iraq. Porque no hay nada específico sobre la guerra en esta argumentación. Sería igualmente válido si se tratara de la invasión de Canadá o del bombardeo aéreo de Portugal. El presidente puede hacerlo, si quiera, y nadie puede oponerse a ello, legítimamente hablando.
Por supuesto, el presidente es elegido, y en ese sentido está actuando como delegado de los ciudadanos cuando decide implicar a nuestro país en una guerra. ¿Correcto? Bueno, no tanto. Dejemos de lado las irregularidades de la elección de 2000. Cuando este presidente fue candidato a la presidencia por primera vez, hizo campaña con un programa que criticaba a su predecesor por haber actuado militarmente (en Kosovo y Somalia) sin una estrategia de salida. Se burlaba de la idea de tratar de establecer la democracia en países lejanos. Denunciaba el uso de los soldados estadounidenses para construir naciones. En 2000, si buscabas una manera de expresar tu desaprobación de las políticas y prejuicios que más tarde nos hicieron meternos en Iraq, la respuesta más evidente habría sido que tenías que votar por George W. Bush.
Jaque, y mate.
13 de junio de 2007
2 de junio de 2007
©washington post
©traducción mQh
0 comentarios