peleas de gallos en filipinas
[Paul Watson] No sólo es un deporte de varios siglos de antigüedad, sino además inmensamente popular y rentable.
Ciudad de Quezón, Filipinas. En el centro del cuadrilátero donde Muhammad Ali y Joe Frazier se dieron de puñetazos durante las catorce rondas de la ‘Thrilla in Manila' hace más de tres décadas, otro festival de sangre estaba en pleno desarrollo.
Las movidas más ágiles y los cortes más profundos provocaban gritos de "¡Defiéndete!" y "¡Picotéalo, picotéalo!", de parte de los espectadores que seguían con ansiedad todos sus movimientos, iluminados por las gigantescas imágenes de los marcadores electrónicos de color. La mayoría de ellos empuñaban en sus manos los fajos de billetes apostados al resultado.
Una tras otras, las peleas se prolongaron hasta la madrugada. Varias de ellas no duraron más que unos segundos. Ninguna duró más de diez minutos. La mayoría de los perdedores terminaron muertos en el duro suelo del ring de tierra apisonada. La mayoría de los ganadores apenas podían respirar cuando sus adiestradores se los llevaron bajo el blanco brillo de los focos. Con populares melodías como ‘Let It Be', de los Beatles, como telón de fondo, las cuadrillas de limpieza barrieron y mojaron el ring con una regadera para la siguiente ronda.
Bienvenidos a la World Slasher Cup II, donde los gallos realmente letales son separados de los que no son más que pollos.
Anunciado como el torneo de peleas de gallo más importante del mundo, el premio de 55 mil 500 dólares del derby y el prestigioso título atrajo el mes pasado a numerosos visitantes extranjeros, de Japón, Alemania, y varios estados norteamericanos, incluyendo Alabama, California, Nevada y Pensilvania.
Durante tres noches, cientos de aves de lucha agrupadas en equipos de ocho gallos con nombres como God of War [Dios de la Guerra], Air Assault [Ataque Aéreo], Deep Impact [Impacto Profundo] y Your Future [Tu Futuro] se enfrentaron en una serie de rondas en el Coliseo Araneta. En confusos choques de plumas, gravilla y sangre, se dieron de picotazos y se provocaron profundas heridas con sus navajas de filo de tres pulgadas amarradas a sus patas.
Es un espectáculo muy concurrido, una carnicería de abultadas apuestas que los activistas de los derechos de los animales llaman bárbaros. Pero en la ruidosa multitud de varios miles, los fans se preguntaban qué había de malo en las peleas de gallos cuandos los hombres mismos se golpean entre sí hasta quedar inconscientes en los rings de boxeo con premios de varios millones de dólares y medallas olímpicas.
El millonario agente inmobiliario Jorge Araneta, dueño del coliseo y solemne decano de las peleas de gallo en Filipinas, estuvo en el ring de ‘Thrilla in Manila' de 1975 y tenía un equipo de gallos en la World Slasher Cup de este año. Para él, Ali y Frazier son los que se infligieron las heridas más crueles, no los gallos de pelea, que sólo hicieron lo que saben hacer por instinto.
"Esto es mejor que ver a otros seres humanos sacándose el cerebro a golpes", dijo Araneta, después de que uno de sus pájaros despachara a su rival en algunos minutos. "Después de esa noche, le supliqué a Ali que abandonara el boxeo".
Las peleas de gallo son tan centrales en la cultura filipina que Rolando Blanco, vicepresidente de la Sociedad para la Prevención de la Crueldad contra los Animales del país, tiene pocas esperanzas de convencer al gobierno de que las prohíba.
"¿Cómo podemos combatir contra las peleas de gallo cuando nuestros legisladores son criadores de gallos de pelea?", preguntó.
Los partidarios de su prohibición reconocen que el instinto asesino de los gallos de pelea está inscrito en sus genes, pero dicen que la naturaleza es más comprensiva que los organizadores de peleas de gallo, que arman a los gallos con afiladas navajas y se aseguran de que no puedan escapar del ring. Los pollos no gozan de mucha simpatía en Filipinas.
"Nuestras leyes de protección de los animales tienen que ver principalmente con las especies en peligro de extinción y con los animales más grandes, como perros, gatos, caballos, ballenas y águilas", dijo Blanco.
Los filipinos ya montaban peleas de gallo cuando Hernando de Magallanes llegó a sus costas en 1521. Este año más de cinco millones de gallos se enfrentarán en el corral, dice Manny Berbano, editor de la elegante revista Pit games y director del Centro Nacional de Adiestramiento de Aves [National Gamefowl Training Center].
Con seis canales de televisión nacional dedicados al deporte, los filipinos pueden disfrutar de la carnicería desde la comodidad de sus casas casi todas las noches de la semana.
Con las peleas de gallo, la economía filipina obtiene beneficios de más de mil millones de dólares al año, en apuestas, granjas de crianza y empresas de piensos y fármacos, incluyendo esteroides, que dan volumen a los pájaros dos años antes de que despierten sus instintos asesinos, calculó Berbano.
En los puestos en el coliseo, los apostadores -llamados kristos, según la palabra en tagalog para Cristo- reciben probablemente más de cuatrocientos mil dólares en apuestas en una sola noche de la Slasher Cup II, dijo.
Un rechoncho ex ejecutivo de Coca-Cola, Berbano es la menos chillona contraparte filipina de Don King. Es el evangelista de las peleas de gallo. Una de las diapositivas de Berbano invoca las palabras de Abraham Lincoln, de una cita resucitada en 1963 en defensa del deporte en un tribunal de Oklahoma.
"Mientras Dios Todopoderoso permita que hombres inteligentes, creados a su imagen y semejanza, peleen en público y se maten unos a otros mientras el resto del mundo observa complaciente, no seré yo quien prive a los pollos del mismo privilegio", dijo Lincoln un siglo antes a los americanos que exigían la prohibición de las peleas de gallo en el estado.
Dejando las palabras de Lincoln a un lado, los enemigos del deporte han mantenido su campaña a favor de la prohibición total durante más de un siglo, y ahora Louisiana es el último bastión legal de las peleas de gallo en Estados Unidos.
A medida que los corrales de peleas se fueron cerrando en Estados Unidos, los criadores estadounidenses continuaron produciendo aves con pedigrí, conservando las estirpes que se remontan a Inglaterra e Irlanda del siglo diecinueve. Algunos ganaron millones de dólares exportando gallos de pelea a países como Filipinas y México, donde el deporte todavía es legal y enormemente popular.
Berbano pagó orgullosamente a un criador de Alabama cinco mil dólares por un gallo de una antigua casta de campeones, un Sweater Yellow Legged Hatch de pura sangre.
El mes pasado, el presidente Bush firmó una ley que convierte en delito el transporte entre estados, o la exportación, de perros y gallos usados para pelear. La pena es de hasta tres años de cárcel, y multas de hasta 250 mil dólares.
La Sociedad Protectora de Animales de Estados Unidos dice que ayudará a impedir que los criadores norteamericanos exporten animales de pelea y "pone bastante presión sobre las líneas aéreas para detener el transporte de gallos hacia destinaciones con peleas de gallo".
Atlantan Johnnie Phillips fue uno de al menos diecisiete norteamericanos con gallos en el torneo de la Slasher Cup de este año. Calvo, y con fuertes antebrazos tatuados, el jubilado empleado de la AT&T aprendió a amar el deporte gracias a su padre, cuando era niño en una granja de Alabama.
Phillips, 61, dice que no entiende por qué quiere el gobierno prohibir que los gallos hagan lo que hacen por instinto, cuando además no sirven para mucho más -especialmente como comida.
"A los tres meses es como chupar cuero", dijo.
A medida que los activistas de los derechos animales imponen la prohibición de las peleas de gallo en más estados, mantener la delantera con respecto a la ley se ha convertido en parte del deporte para fanáticos como Phillips. Fue detenido por un delito menor junto a otras 65 personas cuando la policía allanó un corral de peleas en Ohio en 1972.
"Fue un sábado noche y llegaron con un bus escolar para llevarnos al tribunal", recordó. Phillips salió de la cárcel local después de pagar una fianza de cincuenta dólares, y después de pagar la multa, le devolvieron quince dólares.
Algunos estados son más severos en su represión de las peleas de gallo en estos días, pero en dieciséis estados al sur y al oeste es todavía solamente una falta.
Phillips se dedicaba a la crianza de gallos en una granja de catorce hectáreas, hasta que la vendió hace cinco años. Ganó su cuota de torneos, pero nunca los suficientes como para poder vivir de las apuestas en los circuitos. Tiene miedo de que nuevas prohibiciones terminen con líneas consanguíneas de siglos de antigüedad.
"Si los gallos no pelean, se van cuesta abajo", dijo. "Para que se mantengan sanos, es necesario que peleen. Así se reconocen los que son buenos".
Aquí en el Coliseo Araneta, el estadio donde se han realizado algunos de los espectáculos más importantes de Filipinas, incluyendo una misa del Papa Juan Pablo II, ricos y pobres rugen y gimen con los estrepitosos ataques, y callan cuando un gallo ganador piensa su última movida.
En las alas, cintas adhesivas sujetan las navajas llamadas tari a las patas de los gallos; las espuelas más blandas con las que nacieron para atacar habían sido recortadas para formar redondeados nudos y hacer hueco para las hojas de acero reforzadas con aleaciones como el titanio y el cobalto.
Cada nuevo competidor, también esquilado de cresta y zarzo, era acunado como si se tratara de un frágil bebé en los brazos de los criadores en el oscuro pasillo hacia el corral de pelea. Una enorme estatua de madera del Cristo crucificado, decorado con fragantes guirlandas de jazmín, miraba desde un extremo.
Gallos de fogueo, conocidos como heaters [fogueadores], picotean a los gallos de pelea para irritarlos, mientras los adiestradores de gallos los sujetan por las plumas de la cola y los apostadores y kristos hacen señas con las manos y se gritan unos a otros como frenéticos operadores de piso durante un derrumbe de la bolsa.
En los últimos segundos antes del timbre inicial, un enfermero de blanco limpia con un algodón el cogote de cada combatiente para asegurarse de que no hubiera ningún truco sucio, como plumas empapadas con cianuro. Luego se desvainan los tari de los gallos, y un ayudante del corral limpia cada navaja con gaza empapada en alcohol.
Cebados en sangre, los gallos fueron soltados a cada lado de las dos líneas centrales. Algunos cacarearon mientras la multitud rugía. Otros se lanzaron directamente a matar, aleteando por encima de sus rivales, dando navajazos salvajemente.
Cuando los rivales yacían resollando en el suelo, el sentenciador los recogía suavemente por las plumas del cogote manteniendo un brazo de distancia y los ponía frente a frente, esperando que uno de ellos diera los dos picotazos de rigor para declarar victoria. En algunas peleas ninguno de los gallos tuvo la fuerza suficiente, o la voluntad, para hacer eso, y el sentenciador declaró empate. Y los apostadores gemían.
A las cuatro de la mañana de la última noche, finalmente concluyó la World Slasher Cup 2007 con un récord de siete victorias y un empate del gallo número ocho de Wilson Ong, un hombre de negocios filipino.
Su gallo murió poco después de picotear dos veces al fláccido y ensangrentado retador. El adiestrador Alfred Pangilinan, 36, puso con cuidado al ganador muerto en sus brazos para el largo viaje a casa en Guagua, una ciudad a ochenta kilómetros al norte de Manila.
Allá, al borde de una granja de gallos de pelea, en un cementerio de campeones, Pangilinan hizo un hoyo profundo y enterró al pájaro.
Las movidas más ágiles y los cortes más profundos provocaban gritos de "¡Defiéndete!" y "¡Picotéalo, picotéalo!", de parte de los espectadores que seguían con ansiedad todos sus movimientos, iluminados por las gigantescas imágenes de los marcadores electrónicos de color. La mayoría de ellos empuñaban en sus manos los fajos de billetes apostados al resultado.
Una tras otras, las peleas se prolongaron hasta la madrugada. Varias de ellas no duraron más que unos segundos. Ninguna duró más de diez minutos. La mayoría de los perdedores terminaron muertos en el duro suelo del ring de tierra apisonada. La mayoría de los ganadores apenas podían respirar cuando sus adiestradores se los llevaron bajo el blanco brillo de los focos. Con populares melodías como ‘Let It Be', de los Beatles, como telón de fondo, las cuadrillas de limpieza barrieron y mojaron el ring con una regadera para la siguiente ronda.
Bienvenidos a la World Slasher Cup II, donde los gallos realmente letales son separados de los que no son más que pollos.
Anunciado como el torneo de peleas de gallo más importante del mundo, el premio de 55 mil 500 dólares del derby y el prestigioso título atrajo el mes pasado a numerosos visitantes extranjeros, de Japón, Alemania, y varios estados norteamericanos, incluyendo Alabama, California, Nevada y Pensilvania.
Durante tres noches, cientos de aves de lucha agrupadas en equipos de ocho gallos con nombres como God of War [Dios de la Guerra], Air Assault [Ataque Aéreo], Deep Impact [Impacto Profundo] y Your Future [Tu Futuro] se enfrentaron en una serie de rondas en el Coliseo Araneta. En confusos choques de plumas, gravilla y sangre, se dieron de picotazos y se provocaron profundas heridas con sus navajas de filo de tres pulgadas amarradas a sus patas.
Es un espectáculo muy concurrido, una carnicería de abultadas apuestas que los activistas de los derechos de los animales llaman bárbaros. Pero en la ruidosa multitud de varios miles, los fans se preguntaban qué había de malo en las peleas de gallos cuandos los hombres mismos se golpean entre sí hasta quedar inconscientes en los rings de boxeo con premios de varios millones de dólares y medallas olímpicas.
El millonario agente inmobiliario Jorge Araneta, dueño del coliseo y solemne decano de las peleas de gallo en Filipinas, estuvo en el ring de ‘Thrilla in Manila' de 1975 y tenía un equipo de gallos en la World Slasher Cup de este año. Para él, Ali y Frazier son los que se infligieron las heridas más crueles, no los gallos de pelea, que sólo hicieron lo que saben hacer por instinto.
"Esto es mejor que ver a otros seres humanos sacándose el cerebro a golpes", dijo Araneta, después de que uno de sus pájaros despachara a su rival en algunos minutos. "Después de esa noche, le supliqué a Ali que abandonara el boxeo".
Las peleas de gallo son tan centrales en la cultura filipina que Rolando Blanco, vicepresidente de la Sociedad para la Prevención de la Crueldad contra los Animales del país, tiene pocas esperanzas de convencer al gobierno de que las prohíba.
"¿Cómo podemos combatir contra las peleas de gallo cuando nuestros legisladores son criadores de gallos de pelea?", preguntó.
Los partidarios de su prohibición reconocen que el instinto asesino de los gallos de pelea está inscrito en sus genes, pero dicen que la naturaleza es más comprensiva que los organizadores de peleas de gallo, que arman a los gallos con afiladas navajas y se aseguran de que no puedan escapar del ring. Los pollos no gozan de mucha simpatía en Filipinas.
"Nuestras leyes de protección de los animales tienen que ver principalmente con las especies en peligro de extinción y con los animales más grandes, como perros, gatos, caballos, ballenas y águilas", dijo Blanco.
Los filipinos ya montaban peleas de gallo cuando Hernando de Magallanes llegó a sus costas en 1521. Este año más de cinco millones de gallos se enfrentarán en el corral, dice Manny Berbano, editor de la elegante revista Pit games y director del Centro Nacional de Adiestramiento de Aves [National Gamefowl Training Center].
Con seis canales de televisión nacional dedicados al deporte, los filipinos pueden disfrutar de la carnicería desde la comodidad de sus casas casi todas las noches de la semana.
Con las peleas de gallo, la economía filipina obtiene beneficios de más de mil millones de dólares al año, en apuestas, granjas de crianza y empresas de piensos y fármacos, incluyendo esteroides, que dan volumen a los pájaros dos años antes de que despierten sus instintos asesinos, calculó Berbano.
En los puestos en el coliseo, los apostadores -llamados kristos, según la palabra en tagalog para Cristo- reciben probablemente más de cuatrocientos mil dólares en apuestas en una sola noche de la Slasher Cup II, dijo.
Un rechoncho ex ejecutivo de Coca-Cola, Berbano es la menos chillona contraparte filipina de Don King. Es el evangelista de las peleas de gallo. Una de las diapositivas de Berbano invoca las palabras de Abraham Lincoln, de una cita resucitada en 1963 en defensa del deporte en un tribunal de Oklahoma.
"Mientras Dios Todopoderoso permita que hombres inteligentes, creados a su imagen y semejanza, peleen en público y se maten unos a otros mientras el resto del mundo observa complaciente, no seré yo quien prive a los pollos del mismo privilegio", dijo Lincoln un siglo antes a los americanos que exigían la prohibición de las peleas de gallo en el estado.
Dejando las palabras de Lincoln a un lado, los enemigos del deporte han mantenido su campaña a favor de la prohibición total durante más de un siglo, y ahora Louisiana es el último bastión legal de las peleas de gallo en Estados Unidos.
A medida que los corrales de peleas se fueron cerrando en Estados Unidos, los criadores estadounidenses continuaron produciendo aves con pedigrí, conservando las estirpes que se remontan a Inglaterra e Irlanda del siglo diecinueve. Algunos ganaron millones de dólares exportando gallos de pelea a países como Filipinas y México, donde el deporte todavía es legal y enormemente popular.
Berbano pagó orgullosamente a un criador de Alabama cinco mil dólares por un gallo de una antigua casta de campeones, un Sweater Yellow Legged Hatch de pura sangre.
El mes pasado, el presidente Bush firmó una ley que convierte en delito el transporte entre estados, o la exportación, de perros y gallos usados para pelear. La pena es de hasta tres años de cárcel, y multas de hasta 250 mil dólares.
La Sociedad Protectora de Animales de Estados Unidos dice que ayudará a impedir que los criadores norteamericanos exporten animales de pelea y "pone bastante presión sobre las líneas aéreas para detener el transporte de gallos hacia destinaciones con peleas de gallo".
Atlantan Johnnie Phillips fue uno de al menos diecisiete norteamericanos con gallos en el torneo de la Slasher Cup de este año. Calvo, y con fuertes antebrazos tatuados, el jubilado empleado de la AT&T aprendió a amar el deporte gracias a su padre, cuando era niño en una granja de Alabama.
Phillips, 61, dice que no entiende por qué quiere el gobierno prohibir que los gallos hagan lo que hacen por instinto, cuando además no sirven para mucho más -especialmente como comida.
"A los tres meses es como chupar cuero", dijo.
A medida que los activistas de los derechos animales imponen la prohibición de las peleas de gallo en más estados, mantener la delantera con respecto a la ley se ha convertido en parte del deporte para fanáticos como Phillips. Fue detenido por un delito menor junto a otras 65 personas cuando la policía allanó un corral de peleas en Ohio en 1972.
"Fue un sábado noche y llegaron con un bus escolar para llevarnos al tribunal", recordó. Phillips salió de la cárcel local después de pagar una fianza de cincuenta dólares, y después de pagar la multa, le devolvieron quince dólares.
Algunos estados son más severos en su represión de las peleas de gallo en estos días, pero en dieciséis estados al sur y al oeste es todavía solamente una falta.
Phillips se dedicaba a la crianza de gallos en una granja de catorce hectáreas, hasta que la vendió hace cinco años. Ganó su cuota de torneos, pero nunca los suficientes como para poder vivir de las apuestas en los circuitos. Tiene miedo de que nuevas prohibiciones terminen con líneas consanguíneas de siglos de antigüedad.
"Si los gallos no pelean, se van cuesta abajo", dijo. "Para que se mantengan sanos, es necesario que peleen. Así se reconocen los que son buenos".
Aquí en el Coliseo Araneta, el estadio donde se han realizado algunos de los espectáculos más importantes de Filipinas, incluyendo una misa del Papa Juan Pablo II, ricos y pobres rugen y gimen con los estrepitosos ataques, y callan cuando un gallo ganador piensa su última movida.
En las alas, cintas adhesivas sujetan las navajas llamadas tari a las patas de los gallos; las espuelas más blandas con las que nacieron para atacar habían sido recortadas para formar redondeados nudos y hacer hueco para las hojas de acero reforzadas con aleaciones como el titanio y el cobalto.
Cada nuevo competidor, también esquilado de cresta y zarzo, era acunado como si se tratara de un frágil bebé en los brazos de los criadores en el oscuro pasillo hacia el corral de pelea. Una enorme estatua de madera del Cristo crucificado, decorado con fragantes guirlandas de jazmín, miraba desde un extremo.
Gallos de fogueo, conocidos como heaters [fogueadores], picotean a los gallos de pelea para irritarlos, mientras los adiestradores de gallos los sujetan por las plumas de la cola y los apostadores y kristos hacen señas con las manos y se gritan unos a otros como frenéticos operadores de piso durante un derrumbe de la bolsa.
En los últimos segundos antes del timbre inicial, un enfermero de blanco limpia con un algodón el cogote de cada combatiente para asegurarse de que no hubiera ningún truco sucio, como plumas empapadas con cianuro. Luego se desvainan los tari de los gallos, y un ayudante del corral limpia cada navaja con gaza empapada en alcohol.
Cebados en sangre, los gallos fueron soltados a cada lado de las dos líneas centrales. Algunos cacarearon mientras la multitud rugía. Otros se lanzaron directamente a matar, aleteando por encima de sus rivales, dando navajazos salvajemente.
Cuando los rivales yacían resollando en el suelo, el sentenciador los recogía suavemente por las plumas del cogote manteniendo un brazo de distancia y los ponía frente a frente, esperando que uno de ellos diera los dos picotazos de rigor para declarar victoria. En algunas peleas ninguno de los gallos tuvo la fuerza suficiente, o la voluntad, para hacer eso, y el sentenciador declaró empate. Y los apostadores gemían.
A las cuatro de la mañana de la última noche, finalmente concluyó la World Slasher Cup 2007 con un récord de siete victorias y un empate del gallo número ocho de Wilson Ong, un hombre de negocios filipino.
Su gallo murió poco después de picotear dos veces al fláccido y ensangrentado retador. El adiestrador Alfred Pangilinan, 36, puso con cuidado al ganador muerto en sus brazos para el largo viaje a casa en Guagua, una ciudad a ochenta kilómetros al norte de Manila.
Allá, al borde de una granja de gallos de pelea, en un cementerio de campeones, Pangilinan hizo un hoyo profundo y enterró al pájaro.
paul.watson@latimes.com
19 de junio de 2007
15 de junio de 2007
©los angeles times
©traducción mQh
3 comentarios
tulio rengifo -
GALLO DE LINEA -
LA UNICA REVELACION EN UNA PELEA DE GALLOS ES QUE EXISTEN Y DEBEMOS MANTENER LA RAZA PARA QUE NO SE EXTINGA Y ¿COMO SE LOGRA ESO? PUES HACIENDOLOS PELEAR.
AMEN
trino alfa -