murió kurt waldheim
[Tracy Wilkinson] El ex secretario general de Naciones Unidas que ocultó su pasado nazi. A los 88.
Murió el jueves Kurt Waldheim, el erudito diplomático que sirvió como secretario general de Naciones Unidas y presidente de Austria, pero descendió del podio mundial como paria después de que se revelara su pasado nazi. Tenía 88 años.
La prensa austriaca informó que Waldheim, que fue hospitalizado el mes pasado con una infección calenturienta, murió de insuficiencia cardiaca en Viena.
La acusación que definió el legado y memoria de un diplomático de toda la vida se construyó en torno a una borrosa fotografía en blanco y negro que mostraba al joven Waldheim -alto, delgado y en uniforme- cuando peleaba en una unidad del ejército nazi que fue acusada de atrocidades en tiempos de guerra en los Balcanes. Otras piezas de evidencia incluyeron bitácoras e informes de inteligencia, presuntamente con su firma, describiendo masivas deportaciones de judíos griegos a campos de exterminio.
La controversia en torno a Waldheim fue particularmente problemática para Austria, obligándola a un tardío reconocimiento de la complicidad del país en los crímenes nazis. Austria se había presentado como una víctima del Tercer Reich, antes que como su colaboradora, mucho después de que Alemania empezara a pagar reparaciones y a prohibir a los grupos neo-nazis.
El desconocimiento inicial de Waldheim de su pasado nazi y su ofuscación reflejaron las de su país. Y aunque el escándalo en torno a él levantó nuevas y ponzoñosas nubes de antisemitismo, cuando finalmente abandonó la vida pública, caído en desgracia, Austria también empezó un lento proceso de reconocimiento de sus pecados.
Waldheim se había elevado al pináculo de la diplomacia internacional y era candidato a la presidencia de Austria cuando su pasado finalmente le alcanzó. Ganó las elecciones de 1986, y menos de un año después el gobierno de Estados Unidos le prohibió formalmente la entrada al país, mencionando evidencias que demostraban que había "colaborado o participado" en la persecución de prisioneros aliados, miembros de la resistencia yugoslava, judíos y otros civiles. La prohibición norteamericana no se levantó nunca.
Durante gran parte de su adultez, Waldheim afirmó que había sido enrolado en el ejército alemán después de que Alemania ocupara Austria, pero que pasó gran parte de la guerra en una facultad de derecho en Viena debido a una herida de metralla que sufrió en el Frente Oriental en 1941. Esa afirmación la repitió en dos autobiografías y repetidas veces ante periodistas. Finalmente, sin embargo, se vio obligado a reconocer que continuó formando parte de las fuerzas armadas como oficial de la inteligencia, y que había estado estacionado, de 1942 a 1945, en Grecia y Yugoslavia, sitios donde tomaron lugar algunas de las masacres más horrorosas de la guerra.
Sin embargo, continuó negando toda participación en crímenes de guerra. Sólo después de que una comisión formada por eminentes historiadores concluyera en 1988 que Waldheim sabía de las deportaciones y otras atrocidades y no había hecho nada para impedirlas, el ex secretario general de Naciones Unidas admitió que sabía lo que estaba haciendo el régimen nazi. Pero incluso entonces evadió toda responsabilidad moral.
"Deducir que ese conocimiento constituye algún tipo de delito es simplemente incorrecto", dijo a un periodista de la televisión austriaca.
Casi diez años más tarde, aceptó que mentir sobre su pasado había sido un error. Más allá de eso, sin embargo, continuó negando toda participación activa en las masivas ejecuciones y abusos y responsabilizó de su caída a una conspiración de los judíos americanos.
"Como miembro del ejército alemán hice lo que fue necesario para sobrevivir el día, el sistema, la guerra -ni más ni menos", escribió en su libro de 1966, ‘The Answer'.
Kurt Waldheim nació en un pueblo en las afueras de Viena el 21 de diciembre de 1981, el primogénito de un inspector de escuela católico y conservador. Pese a sus humildes orígenes, Waldheim pudo ingresar a la universidad, donde estudió derecho y diplomacia en Viena. Fue entonces que las tropas de Hitler invadieron y anexaron Austria en la Anschluss de 1938.
El padre de Waldheim, Walther, fue encarcelado durante un breve período por sus opiniones anti-nazis y despedido de su trabajo. Investigaciones posteriores demostraron que Kurt Waldheim, a pesar de sus reclamos de que nunca perteneció a una organización nazi, aparentemente se unió a una asociación de estudiantes nazi tres semanas después de la anexión y luego ingresó en las filas de los camisas marrones, un grupo paramilitar nazi. Waldheim contó a un entrevistador que se había incorporado a ese grupo solamente para proteger a su familia, una táctica adoptada por muchos que vivieron la ocupación nazi.
En 1939 Waldheim se alistó en la Wehrmacht alemana. Como se sabe ahora, peleó en el Frente Oriental hasta que fue herido en diciembre de 1941. Tras su recuperación, volvió al servicio activo en la primavera de 1942 y fue transferido al servicio del general Alexander Lohr, un austriaco que dirigió una serie de brutales campañas contra la resistencia yugoslava y envió a cerca de cuarenta mil judíos griegos a Auschwitz. Los hombres de Lohr exterminaron pueblos enteros. Después de la guerra, Lohr fue condenado y ejecutado como criminal de guerra.
La participación precisa de Waldheim en estas brutalidades sería un tema de debate e investigación durante años. Inmediatamente después de la guerra una comisión aliada para crímenes de guerra recomendó procesarlo como criminal de guerra. Por la razón que fuese, él y otros miles de oficiales nazis eludieron su procesamiento en el caos de la Europa de posguerra.
Los aliados otorgaron a Austria una especie de salvoconducto, que la libró de pagar reparaciones y sufrir otros castigos impuestos a Alemania.
Así, aparentemente libre de toda culpa, al finalizar la guerra Waldheim entró al servicio diplomático austriaco. Talentoso y ambicioso, ascendió rápidamente y para 1955, cuando terminó la ocupación aliada de Austria, fue enviado a Naciones Unidas, ocupando un escaño en la institución a la que sería asignado repetidas veces en una larga carrera diplomática que incluyó un período de dos años como ministro de relaciones exteriores de Austria.
Pese a la resistencia de China como nuevo miembro, Waldheim fue elegido secretario general de Naciones Unidas y asumió el cargo en 1972. Fue elegido para un segundo término en 1976 y pudo haber ganado todavía un tercero si China no hubiese insistido en instalar a un candidato del Tercer Mundo, dando su respaldo al último sucesor de Waldheim, el peruano Javier Pérez de Cuellar.
Aparte la oposición de China, Waldheim atraía a las superpotencias rivales -Estados Unidos y la Unión Soviética- que lo veían como no ideológico y poco controvertido. O, como dijeron sus críticos de entonces, complaciente y pasivo.
"Estoy feliz de no ser un cometa intelectual", dijo Waldheim a un grupo de periodistas reunidos en su opulento apartamento en la Quinta Avenida, en Manhattan, cuando fue elegido por primera vez para dirigir Naciones Unidas.
"No creo que se puedan resolver los problemas de Naciones Unidas de esa manera. Lo que necesita Naciones Unidas es un enfoque tranquilo", dijo. "Un cabeza caliente no serviría para nada en esta situación. Un secretario general que fuese un activista no duraría más de un año".
En esos días, antes del oprobio del escándalo, Waldheim fue a menudo caracterizado como un "diplomático elegante". En la compañía de su vivaz esposa, la ex Elisabeth Ritschl, era el epítome de la aristocracia del Viejo Mundo, un galante caballero con trajes hechos a medida que besaba a las mujeres en la mano, se destacaba en el circuito de cócteles y banquetes y rebosaba un obsequioso encanto.
Un relato publicado en Los Angeles Times en 1971 describe a Waldheim como "un diplomático conservador a la hora de vestirse, de maneras elegantes y el colmo de la discreción".
Durante su mandato, cosechó elogios por su conducción de las negociaciones para organizar un misión de paz de Naciones Unidas después de la guerra árabe-israelí de 1973 y durante un poco exitoso intento de mediar en la crisis de los rehenes en Teherán en 1980, desafió a una indignada turba de iraníes que blandían piernas de madera y muñones, que eran, se decía, víctimas de torturas durante el reinado del Shah Mohammed Reza Pahlavi).
Pero para muchos críticos, Waldheim personificaba su opinión de Naciones Unidas como un organismo desdentado o una débil herramienta en manos de las potencias dominantes.
Incapaz de ganar un tercer término como secretario general, Waldheim dejó Naciones Unidas en 1982 y trabajó como profesor invitado de diplomacia en la Universidad de Georgetown en Washington durante los siguientes dos años.
En 1985 lanzó su candidatura por la presidencia de Austria, una posición en gran parte ceremonial pero que sin embargo quería arrebatar de manos del Partido Socialista, que la llevaba ocupando hacía dieciséis años.
Luego, en marzo en 1986, durante la campaña, empezaron a circular demoledoras revelaciones. El Congreso Judío Mundial y una revista de investigaciones austriaca, publicaron documentos que detallaban la participación de Waldheim en organizaciones nazis y su servicio militar en los Balcanes. La biografía oficial de Waldheim, que había defendido con tanta aplicación durante años, era un mentira.
Waldheim no puso en duda la autenticidad de los documentos y trató de explicar sus acciones como decisiones difíciles que uno debe tomar durante un reinado de terror para poder sobrevivir y proteger su familia y futuro. Y se retrató a sí mismo como víctima de una campaña de desprestigio orquestada por fuerzas foráneas.
Aparentemente se ganó la simpatía del electorado austriaco y fue elegido presidente con el 54 por ciento de los votos. Su elección provocó un escándalo internacional, especialmente cuando el Congreso Judío Mundial y la prensa norteamericana y europea continuaron publicando nuevas revelaciones sobre el pasado de Waldheim.
Se informó, por ejemplo, que había recibido una condecoración especial en 1942 de parte de Ustasha, el régimen marioneta nazi en Croacia, por "conducta valerosa" durante la brutal represión de la guerrilla y de civiles en Bosnia. (En esa época, Croacia y Bosnia eran parte de Yugoslavia).
Un año después de las primeras revelaciones, el ministerio de Justicia de Estados Unidos dio el inusual paso de colocar el nombre del presidente de Austria en ese momento en una ‘lista bajo observación', prohibiéndolo la entrada a Estados Unidos.
Entre los hechos en los que estuvo implicado, dijeron funcionarios estadounidenses, se encuentra el transporte de civiles a campos de trabajos forzados nazis, la deportación de los judíos de las islas griegas y de Banja Luka, en la parte serbia de Bosnia, a campos de exterminio; las ejecuciones de rehenes en acciones de represalia; la aprobación y difusión de propaganda llamando al exterminio de los judíos.
El gobierno austriaco, con la esperanza de mitigar el escándalo, nombró una comisión histórica especial para revisar las evidencias contra Waldheim. Su informe de 1988 concluyó que "participó repetidas veces en acciones ilegales [de los nazis] facilitando con ello su ejecución" y no hizo nada para impedirlo.
Un estrecho aliado político de Waldheim desechó la comisión por estar llena de enemigos de Waldheim -"judíos y socialistas"- y por tanto no fiable. La comisión no dijo que Waldheim participara personalmente en las matanzas, y el ex secretario general se apoyó en este punto para afirmar que en lo esencial había sido exonerado.
Pero para la mayor parte del resto del mundo, Waldheim estaba arruinado y desacreditado. Él, y por extensión toda Austria, fue aislado y excluido. Algunos países se negaron a tener algo que ver con él y fue despojado de numerosas funciones ceremoniales.
Continuó conservando algunos amigos importantes, que a su vez sufrieron igualmente por su asociación. Nada menos que Simon Wiesenthal, el famoso cazador de nazis de Viena, se negó a llamar a Waldheim un criminal de guerra, aunque estaba seguro de que Waldheim sabía más de lo que había admitido. Esa posición le ganó a Wiesenthal el repudio de muchos grupos judíos.
Y su compatriota austriaco, Arnold Schwarzenegger invitó a Waldeim a su boda con Maria Shriver en 1986, un mes después de se hiciera público el pasado de Waldheim. Waldheim mismo no asistió, pero envió un presente, llevando a Schwarzenegger hiciera lo que los participantes describieron como un brindis muy emocional en honor a Waldheim. (Más tarde, cuando era candidato a gobernador de California, ayudantes de Schwarzenegger dijeron que se había dado cuenta de que la invitación y el brindis había sido un error "estúpido", un error que -si hubiera sabido entonces lo que supo después- no habría cometido. Pero este jueves el despacho del gobernador no comentó el deceso de Waldheim).
El Papa Juan Pablo II recibió a Waldheim en el Vaticano con ocasión del primer viaje del presidente austriaco fuera del país, un reconocimiento que provocaría más tarde una indignación generalizada en todo el mundo judío y en Washington.
Waldheim capeó las protestas en el extranjero, los llamados a su renuncia en casa e incluso la ducha fría de algunos miembros de su propio partido político. Se negó a renunciar, pero finalmente, reconociendo "años de tribulaciones, dificultades y desilusiones", decidió no presentarse a las elecciones por un segundo término de seis años.
La polémica en torno a mí dentro y fuera de Austria, me ha dolido", dijo. "Pese a eso, he tratado de permanecer fiel a mis valores y de servir a mi patria".
Se retiró en 1992. Jamás volvería a asumir una función pública fuera de Austria.
El nuevo secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, viajó a Viena y se reunió con Waldheim en febrero; los ayudantes de Ban se apresuraron a describir la visita como "privada y personal".
Le sobreviven su esposa, Elisabeth, y tres hijos.
La prensa austriaca informó que Waldheim, que fue hospitalizado el mes pasado con una infección calenturienta, murió de insuficiencia cardiaca en Viena.
La acusación que definió el legado y memoria de un diplomático de toda la vida se construyó en torno a una borrosa fotografía en blanco y negro que mostraba al joven Waldheim -alto, delgado y en uniforme- cuando peleaba en una unidad del ejército nazi que fue acusada de atrocidades en tiempos de guerra en los Balcanes. Otras piezas de evidencia incluyeron bitácoras e informes de inteligencia, presuntamente con su firma, describiendo masivas deportaciones de judíos griegos a campos de exterminio.
La controversia en torno a Waldheim fue particularmente problemática para Austria, obligándola a un tardío reconocimiento de la complicidad del país en los crímenes nazis. Austria se había presentado como una víctima del Tercer Reich, antes que como su colaboradora, mucho después de que Alemania empezara a pagar reparaciones y a prohibir a los grupos neo-nazis.
El desconocimiento inicial de Waldheim de su pasado nazi y su ofuscación reflejaron las de su país. Y aunque el escándalo en torno a él levantó nuevas y ponzoñosas nubes de antisemitismo, cuando finalmente abandonó la vida pública, caído en desgracia, Austria también empezó un lento proceso de reconocimiento de sus pecados.
Waldheim se había elevado al pináculo de la diplomacia internacional y era candidato a la presidencia de Austria cuando su pasado finalmente le alcanzó. Ganó las elecciones de 1986, y menos de un año después el gobierno de Estados Unidos le prohibió formalmente la entrada al país, mencionando evidencias que demostraban que había "colaborado o participado" en la persecución de prisioneros aliados, miembros de la resistencia yugoslava, judíos y otros civiles. La prohibición norteamericana no se levantó nunca.
Durante gran parte de su adultez, Waldheim afirmó que había sido enrolado en el ejército alemán después de que Alemania ocupara Austria, pero que pasó gran parte de la guerra en una facultad de derecho en Viena debido a una herida de metralla que sufrió en el Frente Oriental en 1941. Esa afirmación la repitió en dos autobiografías y repetidas veces ante periodistas. Finalmente, sin embargo, se vio obligado a reconocer que continuó formando parte de las fuerzas armadas como oficial de la inteligencia, y que había estado estacionado, de 1942 a 1945, en Grecia y Yugoslavia, sitios donde tomaron lugar algunas de las masacres más horrorosas de la guerra.
Sin embargo, continuó negando toda participación en crímenes de guerra. Sólo después de que una comisión formada por eminentes historiadores concluyera en 1988 que Waldheim sabía de las deportaciones y otras atrocidades y no había hecho nada para impedirlas, el ex secretario general de Naciones Unidas admitió que sabía lo que estaba haciendo el régimen nazi. Pero incluso entonces evadió toda responsabilidad moral.
"Deducir que ese conocimiento constituye algún tipo de delito es simplemente incorrecto", dijo a un periodista de la televisión austriaca.
Casi diez años más tarde, aceptó que mentir sobre su pasado había sido un error. Más allá de eso, sin embargo, continuó negando toda participación activa en las masivas ejecuciones y abusos y responsabilizó de su caída a una conspiración de los judíos americanos.
"Como miembro del ejército alemán hice lo que fue necesario para sobrevivir el día, el sistema, la guerra -ni más ni menos", escribió en su libro de 1966, ‘The Answer'.
Kurt Waldheim nació en un pueblo en las afueras de Viena el 21 de diciembre de 1981, el primogénito de un inspector de escuela católico y conservador. Pese a sus humildes orígenes, Waldheim pudo ingresar a la universidad, donde estudió derecho y diplomacia en Viena. Fue entonces que las tropas de Hitler invadieron y anexaron Austria en la Anschluss de 1938.
El padre de Waldheim, Walther, fue encarcelado durante un breve período por sus opiniones anti-nazis y despedido de su trabajo. Investigaciones posteriores demostraron que Kurt Waldheim, a pesar de sus reclamos de que nunca perteneció a una organización nazi, aparentemente se unió a una asociación de estudiantes nazi tres semanas después de la anexión y luego ingresó en las filas de los camisas marrones, un grupo paramilitar nazi. Waldheim contó a un entrevistador que se había incorporado a ese grupo solamente para proteger a su familia, una táctica adoptada por muchos que vivieron la ocupación nazi.
En 1939 Waldheim se alistó en la Wehrmacht alemana. Como se sabe ahora, peleó en el Frente Oriental hasta que fue herido en diciembre de 1941. Tras su recuperación, volvió al servicio activo en la primavera de 1942 y fue transferido al servicio del general Alexander Lohr, un austriaco que dirigió una serie de brutales campañas contra la resistencia yugoslava y envió a cerca de cuarenta mil judíos griegos a Auschwitz. Los hombres de Lohr exterminaron pueblos enteros. Después de la guerra, Lohr fue condenado y ejecutado como criminal de guerra.
La participación precisa de Waldheim en estas brutalidades sería un tema de debate e investigación durante años. Inmediatamente después de la guerra una comisión aliada para crímenes de guerra recomendó procesarlo como criminal de guerra. Por la razón que fuese, él y otros miles de oficiales nazis eludieron su procesamiento en el caos de la Europa de posguerra.
Los aliados otorgaron a Austria una especie de salvoconducto, que la libró de pagar reparaciones y sufrir otros castigos impuestos a Alemania.
Así, aparentemente libre de toda culpa, al finalizar la guerra Waldheim entró al servicio diplomático austriaco. Talentoso y ambicioso, ascendió rápidamente y para 1955, cuando terminó la ocupación aliada de Austria, fue enviado a Naciones Unidas, ocupando un escaño en la institución a la que sería asignado repetidas veces en una larga carrera diplomática que incluyó un período de dos años como ministro de relaciones exteriores de Austria.
Pese a la resistencia de China como nuevo miembro, Waldheim fue elegido secretario general de Naciones Unidas y asumió el cargo en 1972. Fue elegido para un segundo término en 1976 y pudo haber ganado todavía un tercero si China no hubiese insistido en instalar a un candidato del Tercer Mundo, dando su respaldo al último sucesor de Waldheim, el peruano Javier Pérez de Cuellar.
Aparte la oposición de China, Waldheim atraía a las superpotencias rivales -Estados Unidos y la Unión Soviética- que lo veían como no ideológico y poco controvertido. O, como dijeron sus críticos de entonces, complaciente y pasivo.
"Estoy feliz de no ser un cometa intelectual", dijo Waldheim a un grupo de periodistas reunidos en su opulento apartamento en la Quinta Avenida, en Manhattan, cuando fue elegido por primera vez para dirigir Naciones Unidas.
"No creo que se puedan resolver los problemas de Naciones Unidas de esa manera. Lo que necesita Naciones Unidas es un enfoque tranquilo", dijo. "Un cabeza caliente no serviría para nada en esta situación. Un secretario general que fuese un activista no duraría más de un año".
En esos días, antes del oprobio del escándalo, Waldheim fue a menudo caracterizado como un "diplomático elegante". En la compañía de su vivaz esposa, la ex Elisabeth Ritschl, era el epítome de la aristocracia del Viejo Mundo, un galante caballero con trajes hechos a medida que besaba a las mujeres en la mano, se destacaba en el circuito de cócteles y banquetes y rebosaba un obsequioso encanto.
Un relato publicado en Los Angeles Times en 1971 describe a Waldheim como "un diplomático conservador a la hora de vestirse, de maneras elegantes y el colmo de la discreción".
Durante su mandato, cosechó elogios por su conducción de las negociaciones para organizar un misión de paz de Naciones Unidas después de la guerra árabe-israelí de 1973 y durante un poco exitoso intento de mediar en la crisis de los rehenes en Teherán en 1980, desafió a una indignada turba de iraníes que blandían piernas de madera y muñones, que eran, se decía, víctimas de torturas durante el reinado del Shah Mohammed Reza Pahlavi).
Pero para muchos críticos, Waldheim personificaba su opinión de Naciones Unidas como un organismo desdentado o una débil herramienta en manos de las potencias dominantes.
Incapaz de ganar un tercer término como secretario general, Waldheim dejó Naciones Unidas en 1982 y trabajó como profesor invitado de diplomacia en la Universidad de Georgetown en Washington durante los siguientes dos años.
En 1985 lanzó su candidatura por la presidencia de Austria, una posición en gran parte ceremonial pero que sin embargo quería arrebatar de manos del Partido Socialista, que la llevaba ocupando hacía dieciséis años.
Luego, en marzo en 1986, durante la campaña, empezaron a circular demoledoras revelaciones. El Congreso Judío Mundial y una revista de investigaciones austriaca, publicaron documentos que detallaban la participación de Waldheim en organizaciones nazis y su servicio militar en los Balcanes. La biografía oficial de Waldheim, que había defendido con tanta aplicación durante años, era un mentira.
Waldheim no puso en duda la autenticidad de los documentos y trató de explicar sus acciones como decisiones difíciles que uno debe tomar durante un reinado de terror para poder sobrevivir y proteger su familia y futuro. Y se retrató a sí mismo como víctima de una campaña de desprestigio orquestada por fuerzas foráneas.
Aparentemente se ganó la simpatía del electorado austriaco y fue elegido presidente con el 54 por ciento de los votos. Su elección provocó un escándalo internacional, especialmente cuando el Congreso Judío Mundial y la prensa norteamericana y europea continuaron publicando nuevas revelaciones sobre el pasado de Waldheim.
Se informó, por ejemplo, que había recibido una condecoración especial en 1942 de parte de Ustasha, el régimen marioneta nazi en Croacia, por "conducta valerosa" durante la brutal represión de la guerrilla y de civiles en Bosnia. (En esa época, Croacia y Bosnia eran parte de Yugoslavia).
Un año después de las primeras revelaciones, el ministerio de Justicia de Estados Unidos dio el inusual paso de colocar el nombre del presidente de Austria en ese momento en una ‘lista bajo observación', prohibiéndolo la entrada a Estados Unidos.
Entre los hechos en los que estuvo implicado, dijeron funcionarios estadounidenses, se encuentra el transporte de civiles a campos de trabajos forzados nazis, la deportación de los judíos de las islas griegas y de Banja Luka, en la parte serbia de Bosnia, a campos de exterminio; las ejecuciones de rehenes en acciones de represalia; la aprobación y difusión de propaganda llamando al exterminio de los judíos.
El gobierno austriaco, con la esperanza de mitigar el escándalo, nombró una comisión histórica especial para revisar las evidencias contra Waldheim. Su informe de 1988 concluyó que "participó repetidas veces en acciones ilegales [de los nazis] facilitando con ello su ejecución" y no hizo nada para impedirlo.
Un estrecho aliado político de Waldheim desechó la comisión por estar llena de enemigos de Waldheim -"judíos y socialistas"- y por tanto no fiable. La comisión no dijo que Waldheim participara personalmente en las matanzas, y el ex secretario general se apoyó en este punto para afirmar que en lo esencial había sido exonerado.
Pero para la mayor parte del resto del mundo, Waldheim estaba arruinado y desacreditado. Él, y por extensión toda Austria, fue aislado y excluido. Algunos países se negaron a tener algo que ver con él y fue despojado de numerosas funciones ceremoniales.
Continuó conservando algunos amigos importantes, que a su vez sufrieron igualmente por su asociación. Nada menos que Simon Wiesenthal, el famoso cazador de nazis de Viena, se negó a llamar a Waldheim un criminal de guerra, aunque estaba seguro de que Waldheim sabía más de lo que había admitido. Esa posición le ganó a Wiesenthal el repudio de muchos grupos judíos.
Y su compatriota austriaco, Arnold Schwarzenegger invitó a Waldeim a su boda con Maria Shriver en 1986, un mes después de se hiciera público el pasado de Waldheim. Waldheim mismo no asistió, pero envió un presente, llevando a Schwarzenegger hiciera lo que los participantes describieron como un brindis muy emocional en honor a Waldheim. (Más tarde, cuando era candidato a gobernador de California, ayudantes de Schwarzenegger dijeron que se había dado cuenta de que la invitación y el brindis había sido un error "estúpido", un error que -si hubiera sabido entonces lo que supo después- no habría cometido. Pero este jueves el despacho del gobernador no comentó el deceso de Waldheim).
El Papa Juan Pablo II recibió a Waldheim en el Vaticano con ocasión del primer viaje del presidente austriaco fuera del país, un reconocimiento que provocaría más tarde una indignación generalizada en todo el mundo judío y en Washington.
Waldheim capeó las protestas en el extranjero, los llamados a su renuncia en casa e incluso la ducha fría de algunos miembros de su propio partido político. Se negó a renunciar, pero finalmente, reconociendo "años de tribulaciones, dificultades y desilusiones", decidió no presentarse a las elecciones por un segundo término de seis años.
La polémica en torno a mí dentro y fuera de Austria, me ha dolido", dijo. "Pese a eso, he tratado de permanecer fiel a mis valores y de servir a mi patria".
Se retiró en 1992. Jamás volvería a asumir una función pública fuera de Austria.
El nuevo secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, viajó a Viena y se reunió con Waldheim en febrero; los ayudantes de Ban se apresuraron a describir la visita como "privada y personal".
Le sobreviven su esposa, Elisabeth, y tres hijos.
tracy.wilkinson@latimes.com
20 de junio de 2007
15 de junio de 2007
©los angeles times
©traducción mQh
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