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secuelas permanentes de la guerra


[Sudarsan Raghavan] Juventud iraquí quedará con cicatrices permanentes de la guerra. Terrible impacto psicológico en los niños.
Bagdad, Iraq. Marwa Hussein miró cuando un grupo de hombres armados irrumpieron en su casa y ejecutaron a sus padres. Después de eso, su tío la llevó al orfelinato de Alwiya, un recinto cercado por altas murallas en el centro de Bagdad, con un patio de cemento. Eso ocurrió haces más de dos años, y para Marwa, 13, tímida y delgada, con ojos color nuez y largo cabello castaño, el recuerdo de los últimos momentos de sus padres no la abandona nunca.
"Los mataron", dijo, su voz apagándose, sentada en su estrecha cama de mantas rosadas. Por sus mejillas empezaron a caer las lágrimas. Mientras la asistente social, Maysoon Tahsin, la consolaba, otras huérfanas en la habitación, donde duermen doce niñas, miraban con expresiones de gravedad.
La guerra de Iraq se está cobrando un enorme y en gran parte ignorado precio psicológico en niños y jóvenes, que tendrá consecuencias a largo plazo, dijeron asistentes sociales, psiquiatras, maestros y socorristas en entrevistas en todo Bagdad y en la vecina Jordania.
"Con los recursos limitados que tenemos, el impacto en la sociedad va a ser muy negativo", dijo Haider Abdul Muhsin, uno de los escasos psiquiatras infantiles. "Esta generación será una generación muy violenta, mucho peor que durante el régimen de Saddam Hussein".
Desde la invasión norteamericana de 2003, cuatro millones de iraquíes, la mitad de ellos niños, han abandonado sus casas, de acuerdo al Fondo de Naciones Unidas para la Infancia. Muchos estos siendo asesinados en esos santuarios -en los patios, en las canchas de fútbol y en las escuelas. A medida que el caos se prolonga, bandas de delincuentes secuestran frecuentemente a niños para pedir rescate. La violencia ha dejado decenas de miles de huérfanos.
Marwa enfrenta su situación cuidando de sus hermanas, Aiyah, 9, y Sura, 7, dijo Tahsin. Marwa las ayuda en sus deberes y en el baño. En el patio de recreo, las custodia.
"Está tratando de asumir el papel de su madre", dijo Tahsin, que ha trabajado como asistente social en los últimos quince años. "Pero aunque trata de llenar esa laguna, tiene una profunda necesidad de apoyo emocional".

Testigos de la Guerra
Chico y flaco con la mandíbula cuadrada, Abdul Muhsin empezó a trabajar con niños solamente el año pasado. Como muchos otros de la sesentena de psiquiatras que todavía viven en Iraq, antes de la invasión sólo trataba a adultos. Entonces, dijo, los niños con problemas psicológicos eran una rareza.
En su austera oficina en el Hospital Psiquiátrico Ibn Rushed, donde guardias armados cachean a los pacientes a la entrada, hojeó un gordo libro de pacientes. En los últimos seis meses, ha tratado 280 niños y adolescentes con problemas psicológicos, la mayoría de ellos entre seis y dieciséis años. En su clínica privada, el año pasado vio a más de 650 pacientes.
El año pasado, en una encuesta de la Organización Mundial de la Salud de seiscientos niños de entre tres y diez años en Bagdad, el 47 por ciento dijo que habían sufrido un acontecimiento traumático en los últimos dos años. De este grupo, el 14 por ciento presentaba síntomas de trastorno de estrés post-traumático. En un segundo estudio de 1090 adolescentes en la norteña ciudad de Mosul, el 30 por ciento mostraba síntomas de ese trastorno.
Hoy, las armas de juguete son los artículos que más se venden en los mercados locales, y, en la calle, los niños juegan entre vehículos blindados donde camiones cargados de hombres armados enmascarados son una vista común. Un día hace poco, un grupo de niños estaba jugando cerca de un blindado iraquí pintado de camuflaje aparcado en el elegante barrio de Karrada. Un niño cogió un grueso palo y lo colocó sobre su hombro derecho, como si estuviera manejando un lanzagranadas. Apuntó a los coches que pasaban, pretendiendo que los hacía explotar. Dos soldados apuntaron a los niños y se echaron a reír.
Muchos de los niños que son pacientes de Absul Muhsin han presenciado asesinatos. Tienen problemas de ansiedad y sufren de depresión. Algunos tienen pesadillas recurrentes y mojan la cama. Otros tienen problemas de aprendizaje, en la escuela. Los niños iraquíes, dijo, muestran síntomas parecidos a los de niños en otras zonas bélicas, como el Líbano, Sudán y los territorios palestinos.
Esta mañana, Muhammad Amar, 4, tenía una expresión ausente en su suave y redonda cara enmarcada por bucles de pelo negro. Cuando hace siete meses cayeran sobre su casa proyectiles de mortero, el miedo le impidió gritar. "Se quedó inerte, en shock. Se paralizó", dijo su padre, Amar Jabur, parado en el soleado patio de Ibn Rushed. Muhammad está mostrando signos de epilepsia y tuvo un ataque leve la noche anterior.
Abdul Muhsin dijo que cree que puede haber un vínculo entre las explosiones y el ataque, y recomendó un escáner del cerebro para desechar otras causas. La violencia, como mínimo ha empeorado la condición del niño.
Después de la visita, Jabur mira a su taciturno hijo. "Es posible, por el miedo", dijo. "Nosotros los adultos tenemos miedo de lo que está pasando en Iraq. ¿Crees que no afectaría a los niños?"
Hace tres meses, Abdul Muhsin trató su caso más terrible. Una niña de trece había sido secuestrada en el barrio Mansour de Bagdad, y retenida durante una semana en una casa con otras quince niñas. Algunas fueron violadas frente a ella, otra fue matada a tiros. La niña fue liberada después de que sus padres pagaran seis mil dólares de rescate. Pero todavía está ensimismada en la experiencia.
"Estaba en un estado terrible", dijo Abdul Mushin. "Gritaba. Atacaba a sus padres, verbal y físicamente".
Él y otros especialistas en niños dicen que casi el ochenta por ciento de los niños traumatizados no son tratados nunca debido al estigma que envuelve esas afecciones.
"Nuestra sociedad se niega a asistir al psiquiatra", dijo Abdul Sattar Sahib, pediatra en el Hospital General Sáder en Ciudad Sáder.
Muchos niños viven en zonas remotas o peligrosas, cercenada de Bagdad por los insurgentes, atentados y puestos de control. "Algunos padres sólo me llaman por teléfono y yo trato de asesorarles", dijo Abdul Muhsin.
En el Hospital General Sáder, llegan para tratamiento unos 250 niños al día, casi el doble que el año pasado. "Sólo tratamos a los primeros veinte niños, y además se nos acaban los medicamentos", dijo Sahib. El hospital no cuenta con un psicólogo infantil.

Padres Perdidos
En el orfelinato, Dina Shadi duerme a unos metros de Marwa Hussein. Dina, 12, recibió hace dos llamadas telefónicas de familiares. Se enteró de que su hermano de diecisiete había muerto y que su tía había sido secuestrada y ejecutada.
"Se derrumbó completamente", contó Tahsin.
"Ese día no me pude controlar. Lloré", dijo Tahsin, con la voz quebrada. "Hay mucha tristeza aquí. Hagas lo que hagas por esos niños, nunca podrás remplazar la ternura de sus padres".
"Ahora Dina teme que la vuelvan a llamar para darle malas noticias. Tiene una imagen muy negra del futuro. Le teme más y más al futuro".
Funcionarios de Naciones Unidas calculan que decenas de miles de niños han perdido a uno o sus dos padres en la guerra el año pasado. Si esta tendencia continúa, las cifras aumentarán este año, dijo Claire Hajaj, portavoz de UNICEF en Amán, Jordania.
Mientras muchos niños en el orfelinato han perdido a uno o a los dos padres, otros han sido abandonados y enviados aquí porque sus padres ya no pueden ocuparse de ellos.
"La tragedia es que hay un aumento en el número de niños que están perdiendo a sus padres, y una reducción en la capacidad del gobierno, la comunidad e incluso la familia, de hacerse cargo de los niños separados y huérfanos, debido a la violencia, la inseguridad, las limpiezas sectarias, el estrés y las penurias económicas", dijo Hajaj. "Estos niños son definitivamente los más vulnerables".
Han explotado bombas cerca de Alwiya, y el sonido de las balaceras es frecuente. Siempre existe la posibilidad de un ataque. En enero, cayeron proyectiles de mortero en una escuela de Bagdad, matando a cinco niñas.
Tahsin todavía tenía otra tarea que terminar este día. Tenía que informar a dos hermanas sin hijos que su padre, un camionero sunní, no vendría a verlas. Había sido secuestrado por milicianos chiíes en un puesto de control falso, y ejecutado.

Aprendiendo a Odiar
En una escuela básica en el barrio de Zayuna de Bagdad, tres maestros estaban en la oficina del director quejándose de que la guerra sectaria había afectado sus clases. Un cuarto de sus estudiantes se habían marchado a zonas más seguras. Algunos padres tenían demasiado miedo de algún ataque como para enviar a sus hijos a la escuela.
"Ahora, cuando entran a la escuela, los alumnos se preguntan si son sunníes o chiíes", dijo Nagher Ziad Salih, 37, directora de la escuela.
"Ayer, salí a dar un paseo con mi nieto de seis. Me preguntó: "¿Esta es una calle sunní o chií?", contó Um Amil, que pidió que no publicáramos su nombre completo por miedo a convertirse en un blanco. "Le dije: ‘Todos somos musulmanes'. Pero insistía en que quería saber si la calle era sunní o chií".
"¿Cómo será este niño, cuando crezca?", se preguntó.
Salih dijo que los niños que riñen en el patio ahora invocan los nombres de grupos armados. "Un niño dirá: ‘Voy a buscar al Ejército Mahdi, para que se venguen'", dijo. "El otro niño dirá: ‘Mi tío es la resistencia sunní y él se encargará de ti'".
La tercera maestra, Um Hanim, quiso decir algo.
"¿Qué irá a pasar con un niño cuyo padre haya sido matado por un chií o sunní?", dijo, insistiendo igualmente en no usar su nombre completo. "Va a sentir rencor".
Los psiquiatras infantiles están observando que la división sectaria ha empezado a afectar a sus jóvenes pacientes. Mohammed Quraeshi, doctor en el Ibn Rushed, recordó el día en que trató a dos niños -uno de seis, otro de nueve- que sufrían de ansiedad.
"Los otros niños de la escuela los molestaban. Querían saber si eran sunníes o chiíes", dijo Quraeshi. "Es demasiado terrible pensar que les pueda pasar eso a su edad".

Oscuro Deseo de Venganza
Yasser Laith, 20, pequeño, con una delgada perilla y de fría mirada, no puede dormir por la noche. Cuando un proyectil se incrustó en la casa de la familia en el barrio de mayoría sunní de Adhamiya, en noviembre, se arrastró hasta la cocina y se acurrucó de miedo.
"Siempre que oigo una explosión, me pongo a temblar", masculló Laith, mientras esperaba en el hospital Ibn Rushed una entrega de medicamentos anti-psicóticos para diez días.
Otro día estalló una intensa batalla en su calle, y helicópteros de combate norteamericanos empezaron a sobrevolar la zona. Laith cogió su rifle de asalto AK-47, corrió a su tejado y empezó a disparar en el aire.
"Mi padre se avergonzó de mí. Yo quería demostrar que yo era tan bueno como cualquier otro", dijo Laith con una sonrisa lunática. "Después de eso me sentí bien".
Hoy, toma pastillas que lo ayudan a controlar su violencia, para que deje de golpear a sus hermanas más jóvenes o maltratar a sus padres. Varios de sus amigos, dijo, se habían incorporado a la resistencia sunní. También le tentó la idea, especialmente después de saber que uno de sus amigos había sido asesinado por el Ejército Mahdi.
"Tenía ganas de vengarme", dijo Laith, volviendo a reír.
Cuando Laith salió del cuarto para ir a los servicios, su madre Sahira Asadallah, 57, dijo que tenía miedo de que su hijo cometiera un crimen o se metiera a un grupo rebelde. Se preguntaba cuánto tiempo tendría Laith que estar medicado, para responderse ella misma: "Sólo terminará cuando termine la guerra".

28 de junio de 2007
©washington post
©traducción mQh
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