un presidente asediado y solo
[Peter Baker] Sin embargo, desenvuelto, buscando respuestas y obsesionado con Iraq.
En el nadir de su presidencia, George W. Bush anda a la búsqueda de respuestas. De uno a la vez o en pequeños grupos, lleva a la Casa Blanca a importantes autores, historiadores, filósofos y teólogos para unirse a su búsqueda.
Plantea sus preguntas bebiendo refrescos y agua mineral con gas: ¿Cuál es la naturaleza del bien y del mal en el mundo de después del 11 de septiembre de 2001? ¿Qué lecciones reserva la historia para un presidente que hace frente al revuelo al que hago frente yo? ¿Cómo juzgará la historia lo que hemos hecho? ¿Por qué odia el resto del mundo a Estados Unidos? ¿O sólo me odian a mí?
Estas son las preguntas de un presidente que ha sufrido el derrumbe político más dramático en toda una generación. Aunque no es conocido por su curiosidad intelectual, Bush está invitando a aquellos que sí la tienen, involucrándoles en una exploración filosófica de las tendencias históricas que han enredado a su gobierno. Pese a todos los reveses, sigue inflexible, expresando rara vez dudas sobre su conducción, y sin embargo tratando de entender cómo fue que perdió el rumbo.
Esas sesiones, realizadas usualmente en el Despacho Oval o en los elegantes salones de la mansión del presidente, no aparecen nunca en el programa público del presidente y son en gran parte desconocidas, incluso para muchos de sus empleados. Para algunos de los invitados a hablar, Bush les parece solo, aislado por acontecimientos que están más allá de su control, con asesores de confianza abandonándolo o antiguos amigos volviéndose contra él.
"Siempre se piensa que los primeros ministros y presidentes están constantemente rodeados por funcionarios del gabinete y asesores", dijo Alistair Horne, un historiador británico que se reunió con Bush hace poco. "Pero al final del día están solos. Y son solitarios. Y me di cuenta de eso cuando estuve en la Casa Blanca. Para él debe ser muy difícil para él aguantar todo eso".
También preocupa a los amigos. Atribulado por una implacable guerra, desafiado por la oposición en el Congreso, derrotado hace apenas una semana sobre la inmigración, su última prioridad nacional importante, Bush sigue en gran parte encerrado en su fortaleza de la Avenida de Pensilvania 1600 en el séptimo año de una presidencia que se tornó agria. Todavía viaja, lee discursos ante audiencias amistosas y asiste a cumbres, como las conversaciones de este fin de semana en Kennebunkport con el presidente Vladimir Putin, de Rusia. Pero sale rara vez a cenar fuera, y ya no juega al golf, excepto ocasionalmente en Camp David, donde, como en su rancho en Texas, puede encontrar refugio.
"No sé cómo lo hace para aguantar", dice Donald Burnham Ensenat, amigo durante 43 años que acaba de renunciar como encargado de protocolo en el Departamento de Estado. El representante K. Michael Conaway (republicano de Texas), otro amigo de toda la vida que trabajó anteriormente para Bush, dijo que se veía agotado. "Hay una marcada diferencia en su aspecto físico", dijo Conaway. "Es una carga increíblemente pesada. Cuando pides a hombres y mujeres que corran riesgos, enviándolos a la guerra sabiendo que quizás no vuelvan a casa, eso debe ser una increíble responsabilidad que te echas encima".
De acuerdo a sus amigos y asesores, Bush está obsesionado con Iraq. Un ex ayudante lo fue a ver hace poco para tratar algunos asuntos, y Bush volvía una y otra vez al tema de Iraq en la conversación. Reconoce que su presidencia depende de si Iraq puede ser transformado en dieciocho meses. "Nada importa, excepto la guerra", dijo una persona cercana a Bush. "Eso es todo lo que importa. Todo depende de eso".
Y, sin embargo, Bush no parece un hombre que se lamente de sus aprietos. En público y en privado, de acuerdo a sus amigos íntimos, exhibe una inexorable y optimista energía que ignora las tormentas políticas. Incluso cuando se reúne con académicos para discusiones filosóficas, evita anticipar sus acciones. Todavía se comporta como si fuera señor del universo, incluso si el resto de Washington ya no lo ve así.
"No te da la impresión de que esté agazapado en el búnker", dijo Irwin M. Stelzer, del Instituto Hudson, que fue parte de un grupo de académicos que se reunió con Bush. "Tiene o una confianza extraordinaria en sí mismo o perdió el contacto con la realidad. No puedo determinar cuál de las dos".
Un Desfile de Reveses
La realidad ha sido desmoralizadora por donde se la mire. En tiempos modernos, ningún presidente ha sostenido semejante rechazo de la opinión pública estadounidense. El índice de aprobación de Bush se deslizó por debajo del cincuenta por ciento en la encuesta del Washington Post-ABC News en enero de 2005 y no ha superado ese nivel en los treinta meses que han pasado desde entonces. El último presidente que se atascó por debajo del cincuenta por ciento durante tanto tiempo fue Harry S. Truman. Incluso Richard M. Nixon no descendió por debajo del cincuenta por ciento sino en abril de 1973, dieciséis meses antes de que renunciara.
Los sondeos reflejan el segundo término de Bush, una tenaz secuencia de malas noticias. La seguridad social. El huracán Katrina. Harriet E. Miers. Dubai Ports World. El accidente de caza del vicepresidente Cheney. Jack Abramoff, Tom DeLay y Mark Foley. Las elecciones legislativas. I. Lewis ‘Scooter' Libby, Alberto Gonzales y Paul D. Wolfowitz. La inmigración. Y eclipsando todo esto, la guerra de Iraq, ahora más prolongada que la intervención de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial.
Desde que ganara la reelección hace dos años y medio, Bush ha tenido pocos días de buenas noticias, y estas noticias no han durado mucho tiempo. Los iraquíes se mancharon los dedos en las urnas para establecer una democracia, pero eligieron a un gobierno que funciona mal, fracturado por el conflicto sectario. Las tropas norteamericanas eliminaron a Abu Musab al-Zarqawi, el cabecilla de al Qaeda en Iraq, pero la violencia sólo se hizo peor. Se condenó a Saddam Hussein, pero su ejecución fue arruinada por los ultrajes que fueron filmados. Quizás la única victoria importante pura de este segundo mandato de Bush fue la confirmación de dos jueces de la Corte Suprema, que ya han empezado a mover a la corte hacia la derecha.
Otros presidentes han sucumbido ante la presión. Lyndon B. Johnson vivía atormentado por los manifestantes contra la guerra de Vietnam, que gritaban frente a su ventana: "Hey, hey, LBJ, ¿a cuántos chicos mataste hoy?" Nixon nadó en un mar de autocompasión durante Watergate, hablándole a pinturas y pidiéndole una vez a Henry Kissinger que rezara con él. Bill Clinton echaba humo frente a sus enemigos y guardó profundos reproches durante su guerra contra la impugnación.
Pero si Bush se descarga así, no lo sabe nadie. Kissinger, que asesora a Bush, dijo que el presidente no le ha pedido nunca que se arrodille junto a él en el Despacho Oval. "Lo encuentro sereno", dijo Kissinger. "Sé que el presidente Johnson despotricaba contra su destino. No es el caso de Bush. Cree que está haciendo lo que debe hacer, y parece estar en paz consigo mismo".
Bush ha prácticamente renunciado a ganar conversos durante su mandato y en lugar de eso espera ser vindicado después de su muerte. "Cree ser víctima de la fatalidad", dijo el representante Peter T. King (republicano de Nueva York), que pasó hace poco un día viajando con Bush. "Lo único que puede hacer, es seguir haciéndolo lo mejor que puede, y la gente va a decidir de aquí a cien años si lo hizo bien o mal. No posee ningún falso sentimiento machista. No está ensimismado. Lo encuentro asombrosamente tranquilo".
De cierto modo, Bush se protege a sí mismo de las críticas. Pese a lo que cree la opinión pública, lee los diarios, pero mira poco televisión y no pasa demasiado tiempo en su sala de medios. "Se mantiene alejado de las cosas extremas de su vida", dijo Conaway, el congresista. "No mira Leno y Letterman. No se expone demasiado tiempo a ese tipo de materiales. Posee el terrible talento de no mirar en el espejo retrovisor".
El representante Jack Kingston (republicano de Georgia), que asistió a una sesión legislativa con Bush el mes pasado, dijo que su naturaleza impenetrable funciona de dos maneras. "Las cosas que lo hacen impopular son también las que lo ayudan a soportar la presión", dijo Kingston. "Es testarudo. Es fiel a su filosofía".
Reprendido por Su Propia Gente
La legendaria lealtad del equipo de Bush, sin embargo, se ha deshilachado mucho más de lo se puede creer. La disputa sobre si Gonzales debía seguir siendo ministro ha dejado al descubierto una profunda grieta. Bush sigue convencido de que su viejo amigo no hizo nada éticamente reprensible cuando despidió a los fiscales, y el asesor Karl Rove rechaza enfadado lo que considera una caza de brujas de inspiración demócrata, de acuerdo a funcionarios de la Casa Blanca. Sin embargo, más allá de su círculo íntimo, es difícil encontrar a un funcionario actual o pasado del gobierno que piense que Gonzales debe quedarse.
"No logro entender por qué Al Gonzales sigue ahí", dijo un importante ex asesor, que, como otros, sólo habló a condición de conservar el anonimato. "No se trata de él. Se trata del cargo y de quién tiene la capacidad de dirigir el ministerio". El ex asesor dijo que toda vez que se encuentra con ex secretarios de gabinete, "universalmente lo primero que sale de sus bocas" es asombro por el hecho de que Gonzales todavía siga ahí.
Algunos ayudantes creen que Bush se niega a aceptar la realidad. "El presidente piensa que abandonar a los amigos es un signo de debilidad", dijo un exasperado alto funcionario. "El cambio muestra debilidad. Hacer lo que todo el mundo sabe que tienes que hacer, es debilidad". Otro antiguo asesor dijo que independientemente de cuánta gente consulta Bush, él sólo escucha a dos o tres.
Más allá de Gonzales, el descontento con la presidencia de Bush es más amplio y más profundo entre los legisladores republicanos, algunos de los cuales hierven de furia. "Nuestros miembros simplemente quieren que este período termine de una vez", dijo un republicano de la Cámara que se reunión con Bush hace poco. "La gente está cansada de él". El círculo íntimo de Bush sigue estando fuertemente precintado, dijo el legislador. "No hay nadie que capaz de decirle: ‘Señor presidente, esto tiene usted que hacerlo. En esto, usted está equivocado'. No hay ninguna supervisión adulta. Es como si no se diera cuenta. Quizás es un mecanismo de defensa".
Los ayudantes dicen que ellos desafían a Bush. El jefe de gabinete de la Casa Blanca, Joshua B. Bolten, tuvo lo que un colega llamó "un montón de serias discusiones" con el presidente después de las elecciones de noviembre para obligarlo a reconocer que su estrategia para la guerra de Iraq había fracasado. Bolten organizó reuniones de modo que Bush pudiera oír a críticos de sus políticas y le envió materiales escritos que enfatizaban la necesidad de un cambio, dijo el colega. Eso provocó la decisión de enviar más tropas.
Incluso si trata de evitar el sonido ambiente de la prensa, Bush no puede evitar las críticas. Un grupo de republicanos moderados le dijo francamente durante una reunión en la Casa Blanca hace poco que se había convertido en un lastre para el partido. Y cuando el presidente invitó a la locutora de radio conservadora, Laura Ingraham, para un paseo en bicicleta el mes pasado, ella le reprendió por su posición sobre la inmigración.
La impopularidad de Bush parece limitar sus opciones de adónde ir. Rechazó una invitación de los Washington Nationals para el primer lanzamiento el Día de Apertura, argumentando que tenía un programa muy abultado. El ex dueño del equipo de béisbol organizó en su lugar una ceremonia cerrada con un equipo de fútbol americano en el Salón Este, donde nadie abuchearía. Cuando empezó la temporada de graduaciones, se mantuvo alejado de las grandes universidades, leyendo discursos en un instituto universitario en Florida y en una pequeña escuela religiosa en Pensilvania, dirigida por un antiguo asesor. Pero incluso entonces fue recibido con protestas de parte de estudiantes y docentes.
Buscando las Lecciones de la Historia
En medio del tumulto, el presidente ha buscado refugio en la historia. El año pasado leyó tres libros sobre George Washington, leyó sobre la guerra de independencia de Argelia y la explotación del Congo, y últimamente ha estado hojeando ‘Troublesome Young Men', el relato de Lynne Olson sobre los diputados conservadores que llevaron a Winston Churchill al poder. Bush adora a Churchill y tiene un busto de él en el Despacho Oval.
Después de leer ‘A History of the English-Speaking Peoples Since 1900', de Andrew Roberts, Bush invitó al autor y una docena de académicos a hablar sobre las lecciones. "¿Qué puedo aprender del pasado?", preguntó Bush a Roberts, de acuerdo a Stelzer, el académico del Instituto Hudson, que era uno de los invitados.
Stelzer dijo que Bush le pareció más penetrante de lo que esperaba. La conversación giró sobre historia y religión y se tocaron algunos temas sensibles para un presidente que tiene problemas con su legado. "Me preguntó: ‘¿Cree usted que nuestra impopularidad en el exterior se debe a mi personalidad?' Y se echó a reír. "Le dije: ‘En parte'. Y se echó a reír nuevamente".
Gran parte de la conversación se concentró en la naturaleza del bien y del mal, un tema eterno en Bush, que retrata la lucha contra los extremistas musulmanes en términos de blanco y negro. Michael Novak, un teólogo que participó, dijo que estaba claro que Bush soporta sus dificultades porque se ve a sí mismo realizando el trabajo del Señor.
"Tiene una fe muy fuerte", dijo Novak, académico del American Enterprise Institute. "La fe en sí misma no es suficiente porque hay un montón de gente que tienen fe, pero el corazón débil. Pero su fe es muy fuerte. Busca orientación, como cualquier otro presidente, en la oración. Y eso significa que está tratando de asegurarse de que lo que hace, es lo correcto. Y si tienes esa disposición de ánimo, ninguna crítica te perturba demasiado. Porque estás respondiendo ante Dios".
Horne, el historiador británico, se encontró con Bush en otra ocasión después de que Kissinger diera al presidente un ejemplar de ‘A Savage War of Peace', el libro de Horne sobre la derrota de los franceses en Argelia en el siglo veinte. Bush invitó a Horne. Hablaron sobre los paralelos y diferencias entre Argelia e Iraq mientras Bush buscaba alguna idea que pudiera aplicar a su propia situación.
Horne no es un partidario de Buh pero, sin embargo, se quedó impresionado con la tranquilidad del presidente. "Fue muy amistoso, estaba muy relajado", dijo Horne. "Dios mío, se veía bien. Se veía como si viniera llegando de un crucero en el Caribe. Se veía como si nada le preocupara en el mundo. Es asombroso".
Seguidores Perdidos
Mientras Bush entra en el crepúsculo de su presidencia, la Casa Blanca se ve cada vez más vacía. Uno tras otro, los asesores que se habían quedado con él, se están encaminando hacia la puerta. Andrew H. Card Jr., su jefe de gabinete durante más de cinco años, renunció el año pasado. Y ahora su consejero Dan Bartlett, su asesor durante catorce años, también lo deja.
Card y Bartlett fueron los asesores que más tiempo pasaron junto a Bush. Bolten, que remplazará a Card, y Ed Gillespie, el sucesor de Bartlett, decidieron no dedicarle demasiado tiempo, dejando al presidente sin su constante presencia. Otros que se han retirado han atacado públicamente al presidente. Bush se sintió particularmente herido, dijeron amigos, cuando el estratega de la reelección Matthew Dowd, lo desaprobó.
Bush busca consuelo con sus viejos amigos de Texas y de la Universidad de Yale, organizando un picnic anual en el verano y una fiesta de Navidad. Invita a amigos a la Casa Blanca o al rancho en Crawford. Pero esas experiencias son extrañamente impersonales. "Pueden ser como clínicas", dijo un amigo que habló a condición de conservar el anonimato. "Estás allá y es un evento muy controlado -se sirve los tragos a las siete, a las siete y media viene la cena, y a las nueve estás de regreso en tu hotel".
Bush sale rara vez de la Casa Blanca para asistir a veladas en Washington, aunque en los últimos tiempos ha tratado de salir más, asistiendo el mes pasado a cenar en casa de dos viejos amigos, el abogado Jim Langdon y el asesor de presupuesto, Clay Johnson III. Bush evita hablar de política en esos momentos. Busca signos de normalidad, preguntando como marchan los negocios o sobre amigos mutuos. "Quiere saber si has pescado algo", dijo Robert McCleskeu, un amigo desde la escuela primaria.
Bush también enfrenta la estrés con disciplina, rutina y ejercicios. En un día normal, se despierta a las cinco de la mañana, llega al Despacho Oval a las seis y media, y sale a las cuatro y media para sesenta minutos de ejercicio. Vuelve al trabajo por un rato antes de retirarse a su residencia, a las nueve y media. Durante los fines de semana, hace paseos en bicicleta de dos horas en las instalaciones del Servicio Secreto en Beltsville, en compañía de gente como Card o Alexander Ellis IV, un joven primo.
Sus amigos dicen que esto no lo convierte en ignorante de sus problemas. "No hay ninguna duda de que está total y completamente consciente de todas las circunstancias en las que se encuentra", dijo un amigo cercano. "No hay nada de lo que no esté consciente -de cómo es percibido, de cómo es percibido su pueblo, de los problemas de su pueblo. Está muy al tanto de todo lo que ocurre... En algún lugar en su mente hay una autopsia bastante completa".
Sin embargo, Bush puede parecer desconectado. Cuando viajó a Nueva York para visitar una escuela de Harlem y promover su programa de educación, llevó consigo a congresistas de Nueva York en Air Force One, incluyendo al demócrata Charles B. Rangel, presidente del Comité de Medios y Arbitrios de la Cámara. La Casa Blanca se encontraba en medio de duras negociaciones con Rangel sobre los pactos comerciales. Pero Bush no trató de llegar a un acuerdo con Rangel, dedicándose en su lugar a hablar de béisbol. "Habló un montón sobre los Rangers", dijo Rangel. "Yo no sabía de qué diablos me estaba hablando".
Sin embargo, ese viaje demostró que Bush no puede ignorar sus cargas. King, el viejo congresista republicano, lo introdujo en los camerinos a un soldado herido en un ojo. A Bush se le llenaron los ojos de lágrimas y le pidió al joven que se sacara las gafas oscuras para mirar su herida, recordó King. "El instinto humano es mirar hacia otro lado cuando alguien tiene una herida grave", dijo King. "Él, en cambio, le pidió que se sacara las gafas. En realidad le tocó el ojo un poco. Era como si tuviera que sentirlo para poder enfrentarlo".
Cuando volvían a Washington unas horas después, con las pantallas de televisión a bordo de Air Force One sintonizadas para el partido de los New York Mets, King caviló que Bush debía estar sintiendo el peso de su cargo.
"Mi mujer lo adora, pero no sabe cómo no despierta usted en las mañanas y dice: ‘Ya me cansé. Me marcho'", le dijo King.
"¿Piensa eso?", le dijo Bush. "Ponla al teléfono".
King marcó, pero estaba puesto el contestador. Bush le dejó un mensaje. "Estoy bien. No te preocupes por mí".
Plantea sus preguntas bebiendo refrescos y agua mineral con gas: ¿Cuál es la naturaleza del bien y del mal en el mundo de después del 11 de septiembre de 2001? ¿Qué lecciones reserva la historia para un presidente que hace frente al revuelo al que hago frente yo? ¿Cómo juzgará la historia lo que hemos hecho? ¿Por qué odia el resto del mundo a Estados Unidos? ¿O sólo me odian a mí?
Estas son las preguntas de un presidente que ha sufrido el derrumbe político más dramático en toda una generación. Aunque no es conocido por su curiosidad intelectual, Bush está invitando a aquellos que sí la tienen, involucrándoles en una exploración filosófica de las tendencias históricas que han enredado a su gobierno. Pese a todos los reveses, sigue inflexible, expresando rara vez dudas sobre su conducción, y sin embargo tratando de entender cómo fue que perdió el rumbo.
Esas sesiones, realizadas usualmente en el Despacho Oval o en los elegantes salones de la mansión del presidente, no aparecen nunca en el programa público del presidente y son en gran parte desconocidas, incluso para muchos de sus empleados. Para algunos de los invitados a hablar, Bush les parece solo, aislado por acontecimientos que están más allá de su control, con asesores de confianza abandonándolo o antiguos amigos volviéndose contra él.
"Siempre se piensa que los primeros ministros y presidentes están constantemente rodeados por funcionarios del gabinete y asesores", dijo Alistair Horne, un historiador británico que se reunió con Bush hace poco. "Pero al final del día están solos. Y son solitarios. Y me di cuenta de eso cuando estuve en la Casa Blanca. Para él debe ser muy difícil para él aguantar todo eso".
También preocupa a los amigos. Atribulado por una implacable guerra, desafiado por la oposición en el Congreso, derrotado hace apenas una semana sobre la inmigración, su última prioridad nacional importante, Bush sigue en gran parte encerrado en su fortaleza de la Avenida de Pensilvania 1600 en el séptimo año de una presidencia que se tornó agria. Todavía viaja, lee discursos ante audiencias amistosas y asiste a cumbres, como las conversaciones de este fin de semana en Kennebunkport con el presidente Vladimir Putin, de Rusia. Pero sale rara vez a cenar fuera, y ya no juega al golf, excepto ocasionalmente en Camp David, donde, como en su rancho en Texas, puede encontrar refugio.
"No sé cómo lo hace para aguantar", dice Donald Burnham Ensenat, amigo durante 43 años que acaba de renunciar como encargado de protocolo en el Departamento de Estado. El representante K. Michael Conaway (republicano de Texas), otro amigo de toda la vida que trabajó anteriormente para Bush, dijo que se veía agotado. "Hay una marcada diferencia en su aspecto físico", dijo Conaway. "Es una carga increíblemente pesada. Cuando pides a hombres y mujeres que corran riesgos, enviándolos a la guerra sabiendo que quizás no vuelvan a casa, eso debe ser una increíble responsabilidad que te echas encima".
De acuerdo a sus amigos y asesores, Bush está obsesionado con Iraq. Un ex ayudante lo fue a ver hace poco para tratar algunos asuntos, y Bush volvía una y otra vez al tema de Iraq en la conversación. Reconoce que su presidencia depende de si Iraq puede ser transformado en dieciocho meses. "Nada importa, excepto la guerra", dijo una persona cercana a Bush. "Eso es todo lo que importa. Todo depende de eso".
Y, sin embargo, Bush no parece un hombre que se lamente de sus aprietos. En público y en privado, de acuerdo a sus amigos íntimos, exhibe una inexorable y optimista energía que ignora las tormentas políticas. Incluso cuando se reúne con académicos para discusiones filosóficas, evita anticipar sus acciones. Todavía se comporta como si fuera señor del universo, incluso si el resto de Washington ya no lo ve así.
"No te da la impresión de que esté agazapado en el búnker", dijo Irwin M. Stelzer, del Instituto Hudson, que fue parte de un grupo de académicos que se reunió con Bush. "Tiene o una confianza extraordinaria en sí mismo o perdió el contacto con la realidad. No puedo determinar cuál de las dos".
Un Desfile de Reveses
La realidad ha sido desmoralizadora por donde se la mire. En tiempos modernos, ningún presidente ha sostenido semejante rechazo de la opinión pública estadounidense. El índice de aprobación de Bush se deslizó por debajo del cincuenta por ciento en la encuesta del Washington Post-ABC News en enero de 2005 y no ha superado ese nivel en los treinta meses que han pasado desde entonces. El último presidente que se atascó por debajo del cincuenta por ciento durante tanto tiempo fue Harry S. Truman. Incluso Richard M. Nixon no descendió por debajo del cincuenta por ciento sino en abril de 1973, dieciséis meses antes de que renunciara.
Los sondeos reflejan el segundo término de Bush, una tenaz secuencia de malas noticias. La seguridad social. El huracán Katrina. Harriet E. Miers. Dubai Ports World. El accidente de caza del vicepresidente Cheney. Jack Abramoff, Tom DeLay y Mark Foley. Las elecciones legislativas. I. Lewis ‘Scooter' Libby, Alberto Gonzales y Paul D. Wolfowitz. La inmigración. Y eclipsando todo esto, la guerra de Iraq, ahora más prolongada que la intervención de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial.
Desde que ganara la reelección hace dos años y medio, Bush ha tenido pocos días de buenas noticias, y estas noticias no han durado mucho tiempo. Los iraquíes se mancharon los dedos en las urnas para establecer una democracia, pero eligieron a un gobierno que funciona mal, fracturado por el conflicto sectario. Las tropas norteamericanas eliminaron a Abu Musab al-Zarqawi, el cabecilla de al Qaeda en Iraq, pero la violencia sólo se hizo peor. Se condenó a Saddam Hussein, pero su ejecución fue arruinada por los ultrajes que fueron filmados. Quizás la única victoria importante pura de este segundo mandato de Bush fue la confirmación de dos jueces de la Corte Suprema, que ya han empezado a mover a la corte hacia la derecha.
Otros presidentes han sucumbido ante la presión. Lyndon B. Johnson vivía atormentado por los manifestantes contra la guerra de Vietnam, que gritaban frente a su ventana: "Hey, hey, LBJ, ¿a cuántos chicos mataste hoy?" Nixon nadó en un mar de autocompasión durante Watergate, hablándole a pinturas y pidiéndole una vez a Henry Kissinger que rezara con él. Bill Clinton echaba humo frente a sus enemigos y guardó profundos reproches durante su guerra contra la impugnación.
Pero si Bush se descarga así, no lo sabe nadie. Kissinger, que asesora a Bush, dijo que el presidente no le ha pedido nunca que se arrodille junto a él en el Despacho Oval. "Lo encuentro sereno", dijo Kissinger. "Sé que el presidente Johnson despotricaba contra su destino. No es el caso de Bush. Cree que está haciendo lo que debe hacer, y parece estar en paz consigo mismo".
Bush ha prácticamente renunciado a ganar conversos durante su mandato y en lugar de eso espera ser vindicado después de su muerte. "Cree ser víctima de la fatalidad", dijo el representante Peter T. King (republicano de Nueva York), que pasó hace poco un día viajando con Bush. "Lo único que puede hacer, es seguir haciéndolo lo mejor que puede, y la gente va a decidir de aquí a cien años si lo hizo bien o mal. No posee ningún falso sentimiento machista. No está ensimismado. Lo encuentro asombrosamente tranquilo".
De cierto modo, Bush se protege a sí mismo de las críticas. Pese a lo que cree la opinión pública, lee los diarios, pero mira poco televisión y no pasa demasiado tiempo en su sala de medios. "Se mantiene alejado de las cosas extremas de su vida", dijo Conaway, el congresista. "No mira Leno y Letterman. No se expone demasiado tiempo a ese tipo de materiales. Posee el terrible talento de no mirar en el espejo retrovisor".
El representante Jack Kingston (republicano de Georgia), que asistió a una sesión legislativa con Bush el mes pasado, dijo que su naturaleza impenetrable funciona de dos maneras. "Las cosas que lo hacen impopular son también las que lo ayudan a soportar la presión", dijo Kingston. "Es testarudo. Es fiel a su filosofía".
Reprendido por Su Propia Gente
La legendaria lealtad del equipo de Bush, sin embargo, se ha deshilachado mucho más de lo se puede creer. La disputa sobre si Gonzales debía seguir siendo ministro ha dejado al descubierto una profunda grieta. Bush sigue convencido de que su viejo amigo no hizo nada éticamente reprensible cuando despidió a los fiscales, y el asesor Karl Rove rechaza enfadado lo que considera una caza de brujas de inspiración demócrata, de acuerdo a funcionarios de la Casa Blanca. Sin embargo, más allá de su círculo íntimo, es difícil encontrar a un funcionario actual o pasado del gobierno que piense que Gonzales debe quedarse.
"No logro entender por qué Al Gonzales sigue ahí", dijo un importante ex asesor, que, como otros, sólo habló a condición de conservar el anonimato. "No se trata de él. Se trata del cargo y de quién tiene la capacidad de dirigir el ministerio". El ex asesor dijo que toda vez que se encuentra con ex secretarios de gabinete, "universalmente lo primero que sale de sus bocas" es asombro por el hecho de que Gonzales todavía siga ahí.
Algunos ayudantes creen que Bush se niega a aceptar la realidad. "El presidente piensa que abandonar a los amigos es un signo de debilidad", dijo un exasperado alto funcionario. "El cambio muestra debilidad. Hacer lo que todo el mundo sabe que tienes que hacer, es debilidad". Otro antiguo asesor dijo que independientemente de cuánta gente consulta Bush, él sólo escucha a dos o tres.
Más allá de Gonzales, el descontento con la presidencia de Bush es más amplio y más profundo entre los legisladores republicanos, algunos de los cuales hierven de furia. "Nuestros miembros simplemente quieren que este período termine de una vez", dijo un republicano de la Cámara que se reunión con Bush hace poco. "La gente está cansada de él". El círculo íntimo de Bush sigue estando fuertemente precintado, dijo el legislador. "No hay nadie que capaz de decirle: ‘Señor presidente, esto tiene usted que hacerlo. En esto, usted está equivocado'. No hay ninguna supervisión adulta. Es como si no se diera cuenta. Quizás es un mecanismo de defensa".
Los ayudantes dicen que ellos desafían a Bush. El jefe de gabinete de la Casa Blanca, Joshua B. Bolten, tuvo lo que un colega llamó "un montón de serias discusiones" con el presidente después de las elecciones de noviembre para obligarlo a reconocer que su estrategia para la guerra de Iraq había fracasado. Bolten organizó reuniones de modo que Bush pudiera oír a críticos de sus políticas y le envió materiales escritos que enfatizaban la necesidad de un cambio, dijo el colega. Eso provocó la decisión de enviar más tropas.
Incluso si trata de evitar el sonido ambiente de la prensa, Bush no puede evitar las críticas. Un grupo de republicanos moderados le dijo francamente durante una reunión en la Casa Blanca hace poco que se había convertido en un lastre para el partido. Y cuando el presidente invitó a la locutora de radio conservadora, Laura Ingraham, para un paseo en bicicleta el mes pasado, ella le reprendió por su posición sobre la inmigración.
La impopularidad de Bush parece limitar sus opciones de adónde ir. Rechazó una invitación de los Washington Nationals para el primer lanzamiento el Día de Apertura, argumentando que tenía un programa muy abultado. El ex dueño del equipo de béisbol organizó en su lugar una ceremonia cerrada con un equipo de fútbol americano en el Salón Este, donde nadie abuchearía. Cuando empezó la temporada de graduaciones, se mantuvo alejado de las grandes universidades, leyendo discursos en un instituto universitario en Florida y en una pequeña escuela religiosa en Pensilvania, dirigida por un antiguo asesor. Pero incluso entonces fue recibido con protestas de parte de estudiantes y docentes.
Buscando las Lecciones de la Historia
En medio del tumulto, el presidente ha buscado refugio en la historia. El año pasado leyó tres libros sobre George Washington, leyó sobre la guerra de independencia de Argelia y la explotación del Congo, y últimamente ha estado hojeando ‘Troublesome Young Men', el relato de Lynne Olson sobre los diputados conservadores que llevaron a Winston Churchill al poder. Bush adora a Churchill y tiene un busto de él en el Despacho Oval.
Después de leer ‘A History of the English-Speaking Peoples Since 1900', de Andrew Roberts, Bush invitó al autor y una docena de académicos a hablar sobre las lecciones. "¿Qué puedo aprender del pasado?", preguntó Bush a Roberts, de acuerdo a Stelzer, el académico del Instituto Hudson, que era uno de los invitados.
Stelzer dijo que Bush le pareció más penetrante de lo que esperaba. La conversación giró sobre historia y religión y se tocaron algunos temas sensibles para un presidente que tiene problemas con su legado. "Me preguntó: ‘¿Cree usted que nuestra impopularidad en el exterior se debe a mi personalidad?' Y se echó a reír. "Le dije: ‘En parte'. Y se echó a reír nuevamente".
Gran parte de la conversación se concentró en la naturaleza del bien y del mal, un tema eterno en Bush, que retrata la lucha contra los extremistas musulmanes en términos de blanco y negro. Michael Novak, un teólogo que participó, dijo que estaba claro que Bush soporta sus dificultades porque se ve a sí mismo realizando el trabajo del Señor.
"Tiene una fe muy fuerte", dijo Novak, académico del American Enterprise Institute. "La fe en sí misma no es suficiente porque hay un montón de gente que tienen fe, pero el corazón débil. Pero su fe es muy fuerte. Busca orientación, como cualquier otro presidente, en la oración. Y eso significa que está tratando de asegurarse de que lo que hace, es lo correcto. Y si tienes esa disposición de ánimo, ninguna crítica te perturba demasiado. Porque estás respondiendo ante Dios".
Horne, el historiador británico, se encontró con Bush en otra ocasión después de que Kissinger diera al presidente un ejemplar de ‘A Savage War of Peace', el libro de Horne sobre la derrota de los franceses en Argelia en el siglo veinte. Bush invitó a Horne. Hablaron sobre los paralelos y diferencias entre Argelia e Iraq mientras Bush buscaba alguna idea que pudiera aplicar a su propia situación.
Horne no es un partidario de Buh pero, sin embargo, se quedó impresionado con la tranquilidad del presidente. "Fue muy amistoso, estaba muy relajado", dijo Horne. "Dios mío, se veía bien. Se veía como si viniera llegando de un crucero en el Caribe. Se veía como si nada le preocupara en el mundo. Es asombroso".
Seguidores Perdidos
Mientras Bush entra en el crepúsculo de su presidencia, la Casa Blanca se ve cada vez más vacía. Uno tras otro, los asesores que se habían quedado con él, se están encaminando hacia la puerta. Andrew H. Card Jr., su jefe de gabinete durante más de cinco años, renunció el año pasado. Y ahora su consejero Dan Bartlett, su asesor durante catorce años, también lo deja.
Card y Bartlett fueron los asesores que más tiempo pasaron junto a Bush. Bolten, que remplazará a Card, y Ed Gillespie, el sucesor de Bartlett, decidieron no dedicarle demasiado tiempo, dejando al presidente sin su constante presencia. Otros que se han retirado han atacado públicamente al presidente. Bush se sintió particularmente herido, dijeron amigos, cuando el estratega de la reelección Matthew Dowd, lo desaprobó.
Bush busca consuelo con sus viejos amigos de Texas y de la Universidad de Yale, organizando un picnic anual en el verano y una fiesta de Navidad. Invita a amigos a la Casa Blanca o al rancho en Crawford. Pero esas experiencias son extrañamente impersonales. "Pueden ser como clínicas", dijo un amigo que habló a condición de conservar el anonimato. "Estás allá y es un evento muy controlado -se sirve los tragos a las siete, a las siete y media viene la cena, y a las nueve estás de regreso en tu hotel".
Bush sale rara vez de la Casa Blanca para asistir a veladas en Washington, aunque en los últimos tiempos ha tratado de salir más, asistiendo el mes pasado a cenar en casa de dos viejos amigos, el abogado Jim Langdon y el asesor de presupuesto, Clay Johnson III. Bush evita hablar de política en esos momentos. Busca signos de normalidad, preguntando como marchan los negocios o sobre amigos mutuos. "Quiere saber si has pescado algo", dijo Robert McCleskeu, un amigo desde la escuela primaria.
Bush también enfrenta la estrés con disciplina, rutina y ejercicios. En un día normal, se despierta a las cinco de la mañana, llega al Despacho Oval a las seis y media, y sale a las cuatro y media para sesenta minutos de ejercicio. Vuelve al trabajo por un rato antes de retirarse a su residencia, a las nueve y media. Durante los fines de semana, hace paseos en bicicleta de dos horas en las instalaciones del Servicio Secreto en Beltsville, en compañía de gente como Card o Alexander Ellis IV, un joven primo.
Sus amigos dicen que esto no lo convierte en ignorante de sus problemas. "No hay ninguna duda de que está total y completamente consciente de todas las circunstancias en las que se encuentra", dijo un amigo cercano. "No hay nada de lo que no esté consciente -de cómo es percibido, de cómo es percibido su pueblo, de los problemas de su pueblo. Está muy al tanto de todo lo que ocurre... En algún lugar en su mente hay una autopsia bastante completa".
Sin embargo, Bush puede parecer desconectado. Cuando viajó a Nueva York para visitar una escuela de Harlem y promover su programa de educación, llevó consigo a congresistas de Nueva York en Air Force One, incluyendo al demócrata Charles B. Rangel, presidente del Comité de Medios y Arbitrios de la Cámara. La Casa Blanca se encontraba en medio de duras negociaciones con Rangel sobre los pactos comerciales. Pero Bush no trató de llegar a un acuerdo con Rangel, dedicándose en su lugar a hablar de béisbol. "Habló un montón sobre los Rangers", dijo Rangel. "Yo no sabía de qué diablos me estaba hablando".
Sin embargo, ese viaje demostró que Bush no puede ignorar sus cargas. King, el viejo congresista republicano, lo introdujo en los camerinos a un soldado herido en un ojo. A Bush se le llenaron los ojos de lágrimas y le pidió al joven que se sacara las gafas oscuras para mirar su herida, recordó King. "El instinto humano es mirar hacia otro lado cuando alguien tiene una herida grave", dijo King. "Él, en cambio, le pidió que se sacara las gafas. En realidad le tocó el ojo un poco. Era como si tuviera que sentirlo para poder enfrentarlo".
Cuando volvían a Washington unas horas después, con las pantallas de televisión a bordo de Air Force One sintonizadas para el partido de los New York Mets, King caviló que Bush debía estar sintiendo el peso de su cargo.
"Mi mujer lo adora, pero no sabe cómo no despierta usted en las mañanas y dice: ‘Ya me cansé. Me marcho'", le dijo King.
"¿Piensa eso?", le dijo Bush. "Ponla al teléfono".
King marcó, pero estaba puesto el contestador. Bush le dejó un mensaje. "Estoy bien. No te preocupes por mí".
3 de julio de 2007
©washington post
©traducción mQh
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