la matanza de haditha
[Tony Perry] Surgen detalles de la matanza de Haditha. Vistas y entrevistas entregan una imagen más clara de ese día en Iraq cuando los marines de Camp Pendleton mataron a 24 civiles.
Haditha, Iraq. El día en el que se produciría el caso más importante de atrocidades cometidas por tropas norteamericanas en Iraq simplemente empezó.
El 19 de noviembre de 2003, una patrulla de marines salieron antes del alba para llevar comida caliente y un aparato para cambiar códigos a una avanzada a unos kilómetros de distancia. Planeaban volver cuando el sol apenas empezara a elevarse sobre el río Eúfrates.
Los marines de la Kilo Company, Tercer Batallón, Primer Regimiento, habían llegado a Haditha seis semanas antes, desde Camp Pendleton. En ese momento, habían pocos indicios de actividad insurgente, y los marines habían allanado decenas de casas sin encontrar resistencia armada ni bajas.
Sin embargo, casi quinientos marines del batallón que los precedió habían muerto o quedado gravemente heridos en la zona que Estados Unidos llama la Tríada: Haditha, Barwanah y Haqkaniya. El año anterior, insurgentes en Haditha habían matado salvajemente a decenas de iraquíes acusados de colaborar con las tropas norteamericanas.
Dos días antes del convoy del 19 de noviembre, oficiales de inteligencia habían advertido que combatientes extranjeros que habían entrado desde Siria estaban montando una emboscada contra los marines en Haditha, a unos 130 kilómetros de la frontera, y que probablemente se ocultarían detrás de civiles.
Algunos de los doce marines en la misión de esa mañana no habían participado nunca en combate. Otros eran veteranos de los cruentos enfrentamientos casa en casa el año pasado, en Faluya.
El sargento Frank D. Wuterich, jefe de la patrulla, no había estado nunca en combate, pero había impresionado a sus superiores como un líder natural y maduro. Era aparentemente contradictorio: un hombre de 25 años con cara de niño y maneras sencillas, y ominosos tatuajes en los antebrazos.
Después de una larga sesión informativa sobre la ruta, los peligros y tácticas a emplear en caso de ataque, Wuterich dijo, simplemente: "Vamos a hacerlo, marines".
Con esa clásica orden, el convoy de cuatro vehículos dejó la Base Firme Sparta a eso de las seis de la mañana, avanzando por un ancho camino que los marines habían bautizado la Ruta de la Castaña.
Antes de que saliera el sol, un marine y 24 civiles iraquíes encontrarían la muerte. Diecinueve meses más tarde, tres reclutas rasos hacen frente a cargos de homicidio y cuatro oficiales están acusados de abandono de deberes.
En Camp Pendleton ya se han iniciado las vistas preliminares para determinar si los casos deberían o no ser referidos a corte marcial. Esas vistas y entrevistas en Haditha y Estados Unidos han sacado a la luz muchos y nuevos detalles sobre lo que ocurrió ese día.
No Veía al Cuarto Vehículo
El terreno de Haditha es ideal para la guerra de guerrillas. Sus calles escalonadas descendiendo hacia el Eúfrates proporcionan un buen punto de ventaja para francotiradores. Muchas casas tienen sólidas paredes de calicanto en el frontis y en la parte de atrás, perfectas para espiar furtivamente a los convoyes que pasan y luego ocultarse para evitar ser visto, una táctica que los marines llaman ‘fisgonear'.
Cuando los marines entraron a la ruta, escudriñaron el camino y los patios cercanos, a la búsqueda de explosivos y francotiradores. No vieron nada.
La operación transcurrió sin problemas y los marines empezaron a volver a eso de las siete de la mañana, poco después de la salida del sol. Con ellos viajaban varios soldados iraquíes que debían participar en patrullas conjuntas.
El convoy descendió lentamente hacia la Calle del Río y luego giró hacia la Ruta de la Castaña. Cerca de la intersección de la Ruta de la Castaña y el camino que los marines llaman Ruta de la Víbora, estalló una tremenda explosión debajo del último vehículo, un Humvee.
"No veo al cuarto vehículo, no veo al cuarto vehículo", chilló el cabo Justin L. Sharrat, un veterano de Faluya que tripulaba la torreta del primer vehículo.
"El cuarto vehículo ha sido impactado, T.J. esta muerto", chilló el cabo René Rodríguez.
T.J. era el cabo Miguel Terrazas, 20, un marine alegre y fanfarrón. Era de El Paso, pero sus amigos lo llamaban T.J. en referencia a los agitados momentos que habían compartido en Tijuana.
La explosión lo mató instantáneamente. Partes de su torso fueron arrojadas a cien metros del Humvee en llamas. Sus piernas cercenadas quedaron en el asiento del conductor.
El cabo James Crossan, 20, y el cabo Salvador Guzmán, 19, estaban heridos: Crossan había sido expulsado por la puerta de la derecha y estaba inmovilizado debajo de los escombros de metal. Brian Whitt, un ayudante médico de la Armada, corrió hacia él llevándole morfina.
"Ayúdame, doctor", dijo Crossan, apenas consciente. Tanto Guzmán como Crossan sobrevivirían.
Wuterich tomó el control. Llamó a Sparta para informar que los marines habían hecho "contacto con el enemigo".
En Sparta, otro grupo, llamado para formar una unidad de reacción rápida, estaba esperando, preparado para correr en ayuda de la patrulla que había salido. El teniente primero William Kallop, comandante de pelotón, formaba parte de esa unidad. Se trataba de la primera experiencia de combate de Kallop, de 24 años.
Entretanto, un sedán Opel blanco se acercó a la escena del estallido, con cinco jóvenes iraquíes en su cabina.
Los marines gritaron al coche que parara y apuntaron sus M-16 contra el parabrisas. El coche paró, y los cinco hombres descendieron.
Hasta este momento, los detalles de ese día no están en discusión. Pero a partir de este punto, surgirían muchas preguntas.
Los marines acribillaron a balazos a los cinco iraquíes. Wuterich dijo esa noche a sus superiores que los cinco habían tratado de huir. Según las reglas de combate de los marines, si algún sospechoso de terrorismo escapa de la escena de un ataque, estos pueden dispararle, incluso por la espalda.
Wuterich dijo que él y el sargento Sanick P. Dela Cruz, 23, dispararon contra los cinco porque sospechaban que eran espías o incluso los operativos responsables de la explosión.
Durante meses, Dela Cruz respaldó la declaración de Wuterich. Pero entonces fue acusado de homicidio y los fiscales le ofrecieron retirar los cargos a cambio de sus declaraciones. En una audiencia en Camp Pendleton a principios de mayo, entregó una nueva versión.
Los cinco estaban parados, sin moverse, con sus dedos entrelazados detrás de sus cuellos, cuando Wuterich empezó a disparar, dijo. "Ellos estaban simplemente parados, mirando, con las manos arriba", declaró.
Dela Cruz admitió que él había "rociado de balas" los cuerpos cuando estaban en el suelo, y entonces, en un ataque de rabia, había orinado sobre ellos. Dijo que Wuterich le dijo que mintiera y dijera que los soldados iraquíes que estaban siendo transportados por la patrulla habían matado a los cinco.
Kallop llegó minutos después del asesinato de los cinco iraquíes. No preguntó por qué los marines habían disparado.
"Estaban pasando cosas y yo no iba a decir: ‘Paren las rotativas. Cuéntenme todo paso por paso'", dijo Kallop, cuando declaró este mes a cambio de inmunidad.
Kallop dijo que Wuterich le había contado que habían sido atacados desde el sur y que dio la orden de allanar una hilera de casas a unos cien metros al otro lado de un sitio eriazo.
"Decidí que lo más probable era que estuviésemos siendo atacados desde las casas y le dije al sargento Wuterich que ‘limpiara el sur'", dijo Kallop.
Si la patrulla de Wuterich fue realmente atacada después de la explosión de la bomba, sigue siendo un misterio. Algunos marines dijeron a los investigadores que oyeron disparos, otros dijeron que no habían oído nada.
Kallop se agachó detrás de un Humvee para protegerse. Wuterich y dos veteranos de Faluya -Sharrat, 21,y el cabo Stephen B. Tatum, 24- se dirigieron hacia las casas.
"No se veía que estuviesen afligidos", dijo Kallop. "Estaban manejándose como les enseñamos a hacerlo".
¿Dónde Están los Tipos Malos?
Wuterich y Tatum contaron más tarde a sus superiores que cuando entraron a la primera casa, oyeron el sonido de una AK-47 cuando está siendo amartillada para disparar y respondieron lanzando granadas y disparando sus M-16. Dijeron que vieron pasar a un insurgente de la primera casa a la segunda, y lo atacaron con más granadas y tiros.
Quince minutos después, en su interior yacían quince civiles muertos, incluyendo a tres mujeres y siete niños.
Las piernas de un anciano fueron cercenadas por una granada. Otro hombre recibió un tiro en el ojo. Un niño murió decapitado por las balas o la explosión de una granada. Varias víctimas estaban aparentemente sentadas con su espalda contra la pared cuando fueron matadas, determinaron más tarde los investigadores.
Algunos de los niños muertos, de edades de los dos a los trece años, estaban en una cama. Las mujeres habían tratado de protegerlos con sus cuerpos. Una niña adolescente fue matada de un balazo en la cabeza.
Sólo después de que terminaran los tiros se acercó Kallop a las casas, acompañado por el cabo Héctor Salinas, miembro de la patrulla de Wuterich. Kallop declaró que se sintió consternado cuando no encontró armas en las casas y que ninguno de los hombres llevara el tipo de ropa militar que usan los rebeldes.
"Miré al cabo Salinas y le dije: ‘¿Qué mierda es esto? ¿Dónde están los tipos malos?'", dijo Kallop. "Él estaba tan sorprendido como yo".
Sin embargo, Kallop hizo pocas preguntas a Wuterich y los otros. "Quizás porque quería terminar lo que estaba haciendo y luego volver al asunto cuando tuviera oportunidad", dijo.
Entonces Wuterich, Sharratt y Salinas decidieron ‘limpiar' las casas al lado norte del cruce.
Sharratt dijo que los hombres habían sido vistos fisgoneando sobre una muralla. Eso, dijo, fue suficiente para indicar que tenían intenciones hostiles.
En la primera casa, fueron recibidos por mujeres y niños, dijo Sharratt. Pero en la segunda, dijo, oyó el sonido de una AK-47 y vio a un hombre con una AK-47 en el pasillo.
"Salté hacia atrás y choqué con el sargento Wuterich", dijo. "Después de eso, mi adiestramiento se hizo cargo de todo lo que me habían enseñado mis sargentos y jefes de patrulla".
Dijo que su ametralladora se atascó, así que sacó su pistola de 9 milímetros y empezó a disparar.
"Cuando se me acabaron las municiones, grité: ‘Me voy', y el sargento Wuterich entró al cuarto y también vació su M-16 disparando contra los hombres", dijo Sharratt.
Cuatro hermanos iraquíes yacían muertos: tres en el suelo, uno en el clóset. Los tres habían recibido impactos en la cabeza. El hermano en el clóset fue matado por disparos de un M-16.
Sharratt dijo que recogió los AK-47 que tenían los muertos y se los entregó a Tatum.
Aunque hay documentos de que dos AK-47 fueron requisados ese día cerca de la Ruta de la Castaña y de la Víbora, el marine asignado a recoger las armas capturadas declaró que él no sabía si habían sido incautadas como dijo Sharratt, o si provenían de algún otro lugar.
Los familiares de los hermanos muertos dijeron a los investigadores que vieron a los marines empujar a los cuatro en un cuarto en la parte de atrás de la casa y luego oyeron los disparos. Wuterich y Sharratt han negado su versión; Sharratt pasó un detector de mentiras sobre el tema, de acuerdo a documentos presentados en su vista preliminar.
Llega el Comandante
El teniente coronel Jeffrey Chessani, comandante del Tercer Batallón, se encontraba en su centro de mando en la Presa de Haditha, de diez pisos, a veinte kilómetros de distancia, oyendo los informes de radio desde la escena.
Sus acciones, y las de sus colegas oficiales en las próximas horas, pondrían en cuestión la posición de los comandantes marines sobre los homicidios. ¿Estaban encubriendo a sus hombres o estaban simplemente tratando de sobrevivir un día caótico y violento?
Chessani estaba en su tercer período en Iraq. Había servido como segundo comandante de batallón en el asalto de Faluya en abril de 2004 y luego como oficial de operaciones en la batalla de noviembre de 2004 en esa ciudad, ganándose en las dos ocasiones altas calificaciones de sus superiores.
Ahora Chessani tenía su propio batallón y sus tropas hacían "contacto" por primera vez en Haditha. Chessani ordenó el lanzamiento de un vehículo de vigilancia aérea no tripulado llamado Scan-Eagle.
Para cuando el vehículo estaba listo para volar, la acción en la Ruta de la Castaña y de la Víbora ya había terminado. Cuando Chessani y otros oficiales miraban el vuelo en pantallas gigantes, el Scan-Eagle envió imágenes de otro combate, una intensa balacera en un palmar a unos mil metros del cruce.
La batalla estaba indecisa. Los marines enviados como refuerzos habían sido emboscados. Los rebeldes estaban bien armados, y disparaban sus AK-47 y lanzaban granadas.
Los rebeldes corrían de un lugar a otro. Uno fue divisado cuando entraba a una casa, para volver a salir tras cambiarse ropa y con un bebé.
Los marines asintieron: un típico truco de los insurgentes, ocultarse detrás de mujeres y niños. Asumieron que los insurgentes habían utilizado la misma táctica cuando atacaron a los marines en la Ruta de la Castaña y de la Víbora después del atentado que mató a Terrazas.
Esa explosión "fue el evento catastrófico que desencadenó lo que pasó ese día", dijo el comandante Sam Carrasco, el oficial de operaciones del batallón. Los marines lo terminaron con una explosión propia: colocaron una bomba de 225 kilos en una casa en el palmar.
Chessani llegó al palmar en la tarde. Nueve de sus marines habían sido heridos en el lugar, pero ninguno fatalmente. Inspeccionó los escombros y revisó los lugares donde habían sido heridos los marines.
Pero cuando sugirió ir a las casas donde Wuterich y su patrulla habían matado a los civiles, el sargento mayor Edward Sax, el soldado raso más de más edad del batallón, observó que se estaba haciendo tarde y advirtió contra "quedarse fuera de la alambrada" después de la puesta del sol.
Además, todo lo que tenían que saber sobre el tiroteo en la Ruta de la Castaña y de la Víbora ya lo sabían, dijo Sax. Los insurgentes habían atacado y los marines respondieron el fuego. El par se marchó a Sparta y luego volvieron a los cuarteles del batallón en la presa.
Al anochecer, el análisis de Chessani estaba listo. Sus marines, decidió, habían sufrido un "ataque complejo y coordinado" que empezó con el estallido de la bomba que mató a Terrazas, el tipo de emboscada que sus oficiales de inteligencia les habían advertido que podían sufrir.
Lo que había oído de los marines hacía sentido en ese esquema: Los iraquíes en el Opel habían intentado huir, les estaban disparando desde las casas, encontraron armas en el coche y en las casas, los marines que allanaban las casas fueron atacados por insurgentes armados con AK-47.
"La investigación no hace parte de nuestro léxico", dijo el teniente primero Adam Mathes, segundo comandante de la Kilo Company. "Creemos que estábamos en una situación en que eran ellos o nosotros".
Los investigadores y fiscales finalmente declararían falsas todas las afirmaciones que Chessani había aceptado como hechos sin cuestionar nada. No se encontraron armas cerca del coche, no había cartuchos de balas de AK-47 en las casas, y no se encontraron huellas de que los insurgentes hubiesen disparado contra ellos, de acuerdo a las declaraciones.
Reviviendo el Día
En la noche, cuando los marines se reorganizaban en Sparta, los oficiales y soldados rasos de más edad se concentraron en tratar de ayudar a los marines más jóvenes a superar la violencia del incidente en el que habían participado. Algunos marines tenían lágrimas en los ojos. Otros estaban escribiendo cartas a sus familias; otros simplemente estaban sentados en silencio.
"Teníamos que prepararnos para el día siguiente, para salir nuevamente", dijo Kallop.
Tarde esa noche, Kallop se preguntó en voz alta si la orden que le había dado a Wuterich de limpiar el sur había sido interpretada en el sentido de que podían emplear las tácticas utilizadas en Faluya.
"Dijo que no sabía si cuando había dicho que limpiaran las casas... les había dado orden de matar a todo el mundo", declaró Mathes.
Los oficiales ordenaron a los marines que recogieran los cuerpos de las tres casas cerca de Ruta de la Castaña y de la Víbora a la morgue de la ciudad. Batallones previos habían dejado los cuerpos de los iraquíes que habían matado, en los lugares donde habían caído.
"Somos mejores que eso; nosotros despejamos", dijo Mathes.
Los marines que rechazaron la idea de retirar los cuerpos fueron hechos callar y volver al trabajo. Los iraquíes en la morgue vomitaron cuando vieron a los niños muertos.
Incluso antes de que los cuerpos fueran retirados, los oficiales estaban rellenando con sus superiores los informes exigidos en los cuarteles del regimiento y de la división, sobre las muertes civiles. Ninguno ofrecía una versión completa.
Un informe, con la firma de Chessani, indicaba incorrectamente que Chessani había revisado la escena de muerte de los civiles. El informe, enviado a eso de la medianoche, no mencionaba que los civiles eran miembros de una misma familia que habían muerto en su propia casa, ni mencionaba las dudas que había expresado Kallop al respecto.
El 22 de noviembre, el general de división Richard Huck, entonces comandante de la 2a División de Infantería, llegó a Haditha. Le complació que las muertes civiles estuvieran relacionadas con una situación de combate, y que las informaciones que recibió entregaran una "secuencia de eventos plausible".
Pero a fines de enero, la versión oficial estaba siendo puesta en duda, primero por el ayuntamiento de Haditha, que decía que los marines habían "ejecutado" a los civiles, y luego por un periodista de la revista Time que entrevistó a los iraquíes que habían sobrevivido.
El coronel de ejército Gregory Watt fue asignado para hacer un rápido examen. Carrasco, el oficial de operaciones del batallón, habló con Chessani y le sugirió que el Cuerpo de Marines podría considerar la realización de una investigación propia.
Chessani, que estaba sentado detrás de su escritorio, se volvió y reaccionó con una inusual enfado. "¡Mis hombres no son asesinos!", gritó. Más tarde se excusó por su estallido, pero no cambió de opinión.
A principios de marzo, Watt recomendó la intervención del Servicio de Investigaciones Criminales [NCIS] de la Armada.
Adoraba a Sus Marines
Los agentes del NCIS tomaron los pasos investigativos más simples que los marines no lograron tomar: entrevistar a los testigos iraquíes, examinar los impactos de bala, revisar los informes de las autopsias y las fotografías de los cuerpos. Pusieron en duda los informes de los marines rasos que dijeron que habían disparado en defensa propia.
Cuando el batallón volvió a Camp Pendleton un mes más tarde, Chessani, que había sido nominado para una Estrella de Bronce y parecía encaminado a convertirse en general, fue relevado del mando junto con uno de sus subordinados, el capitán Lucas M. McConnell, el comandante de la Kilo Company.
En diciembre, el Cuerpo de Marines acusó de homicidio a Wuterich, Sharratt, Tatum y Dela Cruz. Chessani; McConnell; el teniente primero Andrew A. Grayson, oficial de inteligencia; y el capitán Randy W. Stone, abogado del batallón, fueron acusados de abandono de deberes por no investigar si se había cometido un crimen de guerra.
Los cargos contra Dela Cruz fueron retirados a cambio de su testimonio. La vista por el artículo 23, similar a la vista preliminar, está en vías de ejecución en los otros casos. En cada uno de ellos, un oficial de la vista recomendará al teniente general James N. Mattis, comandante del Comando Central de la Infantería de Marines, si el caso debe o no ser llevado a corte marcial, retirado o considerado para medidas disciplinarias administrativas.
El mes pasado, los fiscales instaron a que el caso de Chessani sea llevado a juicio para demostrar que "el Cuerpo de Marines se puede investigar a sí mismo". Dicen que Chessani, ahora de 43, había reaccionado como reaccionaría un padre incapaz de creer que sus hijos hubiesen hecho algo malo.
El teniente coronel Sean Sullivan, el fiscal jefe, dijo: "El comandante del batallón estimaba tanto a sus marines, tenía tanta fe en ellos que no podía creer que habían asesinado a civiles".
El 19 de noviembre de 2003, una patrulla de marines salieron antes del alba para llevar comida caliente y un aparato para cambiar códigos a una avanzada a unos kilómetros de distancia. Planeaban volver cuando el sol apenas empezara a elevarse sobre el río Eúfrates.
Los marines de la Kilo Company, Tercer Batallón, Primer Regimiento, habían llegado a Haditha seis semanas antes, desde Camp Pendleton. En ese momento, habían pocos indicios de actividad insurgente, y los marines habían allanado decenas de casas sin encontrar resistencia armada ni bajas.
Sin embargo, casi quinientos marines del batallón que los precedió habían muerto o quedado gravemente heridos en la zona que Estados Unidos llama la Tríada: Haditha, Barwanah y Haqkaniya. El año anterior, insurgentes en Haditha habían matado salvajemente a decenas de iraquíes acusados de colaborar con las tropas norteamericanas.
Dos días antes del convoy del 19 de noviembre, oficiales de inteligencia habían advertido que combatientes extranjeros que habían entrado desde Siria estaban montando una emboscada contra los marines en Haditha, a unos 130 kilómetros de la frontera, y que probablemente se ocultarían detrás de civiles.
Algunos de los doce marines en la misión de esa mañana no habían participado nunca en combate. Otros eran veteranos de los cruentos enfrentamientos casa en casa el año pasado, en Faluya.
El sargento Frank D. Wuterich, jefe de la patrulla, no había estado nunca en combate, pero había impresionado a sus superiores como un líder natural y maduro. Era aparentemente contradictorio: un hombre de 25 años con cara de niño y maneras sencillas, y ominosos tatuajes en los antebrazos.
Después de una larga sesión informativa sobre la ruta, los peligros y tácticas a emplear en caso de ataque, Wuterich dijo, simplemente: "Vamos a hacerlo, marines".
Con esa clásica orden, el convoy de cuatro vehículos dejó la Base Firme Sparta a eso de las seis de la mañana, avanzando por un ancho camino que los marines habían bautizado la Ruta de la Castaña.
Antes de que saliera el sol, un marine y 24 civiles iraquíes encontrarían la muerte. Diecinueve meses más tarde, tres reclutas rasos hacen frente a cargos de homicidio y cuatro oficiales están acusados de abandono de deberes.
En Camp Pendleton ya se han iniciado las vistas preliminares para determinar si los casos deberían o no ser referidos a corte marcial. Esas vistas y entrevistas en Haditha y Estados Unidos han sacado a la luz muchos y nuevos detalles sobre lo que ocurrió ese día.
No Veía al Cuarto Vehículo
El terreno de Haditha es ideal para la guerra de guerrillas. Sus calles escalonadas descendiendo hacia el Eúfrates proporcionan un buen punto de ventaja para francotiradores. Muchas casas tienen sólidas paredes de calicanto en el frontis y en la parte de atrás, perfectas para espiar furtivamente a los convoyes que pasan y luego ocultarse para evitar ser visto, una táctica que los marines llaman ‘fisgonear'.
Cuando los marines entraron a la ruta, escudriñaron el camino y los patios cercanos, a la búsqueda de explosivos y francotiradores. No vieron nada.
La operación transcurrió sin problemas y los marines empezaron a volver a eso de las siete de la mañana, poco después de la salida del sol. Con ellos viajaban varios soldados iraquíes que debían participar en patrullas conjuntas.
El convoy descendió lentamente hacia la Calle del Río y luego giró hacia la Ruta de la Castaña. Cerca de la intersección de la Ruta de la Castaña y el camino que los marines llaman Ruta de la Víbora, estalló una tremenda explosión debajo del último vehículo, un Humvee.
"No veo al cuarto vehículo, no veo al cuarto vehículo", chilló el cabo Justin L. Sharrat, un veterano de Faluya que tripulaba la torreta del primer vehículo.
"El cuarto vehículo ha sido impactado, T.J. esta muerto", chilló el cabo René Rodríguez.
T.J. era el cabo Miguel Terrazas, 20, un marine alegre y fanfarrón. Era de El Paso, pero sus amigos lo llamaban T.J. en referencia a los agitados momentos que habían compartido en Tijuana.
La explosión lo mató instantáneamente. Partes de su torso fueron arrojadas a cien metros del Humvee en llamas. Sus piernas cercenadas quedaron en el asiento del conductor.
El cabo James Crossan, 20, y el cabo Salvador Guzmán, 19, estaban heridos: Crossan había sido expulsado por la puerta de la derecha y estaba inmovilizado debajo de los escombros de metal. Brian Whitt, un ayudante médico de la Armada, corrió hacia él llevándole morfina.
"Ayúdame, doctor", dijo Crossan, apenas consciente. Tanto Guzmán como Crossan sobrevivirían.
Wuterich tomó el control. Llamó a Sparta para informar que los marines habían hecho "contacto con el enemigo".
En Sparta, otro grupo, llamado para formar una unidad de reacción rápida, estaba esperando, preparado para correr en ayuda de la patrulla que había salido. El teniente primero William Kallop, comandante de pelotón, formaba parte de esa unidad. Se trataba de la primera experiencia de combate de Kallop, de 24 años.
Entretanto, un sedán Opel blanco se acercó a la escena del estallido, con cinco jóvenes iraquíes en su cabina.
Los marines gritaron al coche que parara y apuntaron sus M-16 contra el parabrisas. El coche paró, y los cinco hombres descendieron.
Hasta este momento, los detalles de ese día no están en discusión. Pero a partir de este punto, surgirían muchas preguntas.
Los marines acribillaron a balazos a los cinco iraquíes. Wuterich dijo esa noche a sus superiores que los cinco habían tratado de huir. Según las reglas de combate de los marines, si algún sospechoso de terrorismo escapa de la escena de un ataque, estos pueden dispararle, incluso por la espalda.
Wuterich dijo que él y el sargento Sanick P. Dela Cruz, 23, dispararon contra los cinco porque sospechaban que eran espías o incluso los operativos responsables de la explosión.
Durante meses, Dela Cruz respaldó la declaración de Wuterich. Pero entonces fue acusado de homicidio y los fiscales le ofrecieron retirar los cargos a cambio de sus declaraciones. En una audiencia en Camp Pendleton a principios de mayo, entregó una nueva versión.
Los cinco estaban parados, sin moverse, con sus dedos entrelazados detrás de sus cuellos, cuando Wuterich empezó a disparar, dijo. "Ellos estaban simplemente parados, mirando, con las manos arriba", declaró.
Dela Cruz admitió que él había "rociado de balas" los cuerpos cuando estaban en el suelo, y entonces, en un ataque de rabia, había orinado sobre ellos. Dijo que Wuterich le dijo que mintiera y dijera que los soldados iraquíes que estaban siendo transportados por la patrulla habían matado a los cinco.
Kallop llegó minutos después del asesinato de los cinco iraquíes. No preguntó por qué los marines habían disparado.
"Estaban pasando cosas y yo no iba a decir: ‘Paren las rotativas. Cuéntenme todo paso por paso'", dijo Kallop, cuando declaró este mes a cambio de inmunidad.
Kallop dijo que Wuterich le había contado que habían sido atacados desde el sur y que dio la orden de allanar una hilera de casas a unos cien metros al otro lado de un sitio eriazo.
"Decidí que lo más probable era que estuviésemos siendo atacados desde las casas y le dije al sargento Wuterich que ‘limpiara el sur'", dijo Kallop.
Si la patrulla de Wuterich fue realmente atacada después de la explosión de la bomba, sigue siendo un misterio. Algunos marines dijeron a los investigadores que oyeron disparos, otros dijeron que no habían oído nada.
Kallop se agachó detrás de un Humvee para protegerse. Wuterich y dos veteranos de Faluya -Sharrat, 21,y el cabo Stephen B. Tatum, 24- se dirigieron hacia las casas.
"No se veía que estuviesen afligidos", dijo Kallop. "Estaban manejándose como les enseñamos a hacerlo".
¿Dónde Están los Tipos Malos?
Wuterich y Tatum contaron más tarde a sus superiores que cuando entraron a la primera casa, oyeron el sonido de una AK-47 cuando está siendo amartillada para disparar y respondieron lanzando granadas y disparando sus M-16. Dijeron que vieron pasar a un insurgente de la primera casa a la segunda, y lo atacaron con más granadas y tiros.
Quince minutos después, en su interior yacían quince civiles muertos, incluyendo a tres mujeres y siete niños.
Las piernas de un anciano fueron cercenadas por una granada. Otro hombre recibió un tiro en el ojo. Un niño murió decapitado por las balas o la explosión de una granada. Varias víctimas estaban aparentemente sentadas con su espalda contra la pared cuando fueron matadas, determinaron más tarde los investigadores.
Algunos de los niños muertos, de edades de los dos a los trece años, estaban en una cama. Las mujeres habían tratado de protegerlos con sus cuerpos. Una niña adolescente fue matada de un balazo en la cabeza.
Sólo después de que terminaran los tiros se acercó Kallop a las casas, acompañado por el cabo Héctor Salinas, miembro de la patrulla de Wuterich. Kallop declaró que se sintió consternado cuando no encontró armas en las casas y que ninguno de los hombres llevara el tipo de ropa militar que usan los rebeldes.
"Miré al cabo Salinas y le dije: ‘¿Qué mierda es esto? ¿Dónde están los tipos malos?'", dijo Kallop. "Él estaba tan sorprendido como yo".
Sin embargo, Kallop hizo pocas preguntas a Wuterich y los otros. "Quizás porque quería terminar lo que estaba haciendo y luego volver al asunto cuando tuviera oportunidad", dijo.
Entonces Wuterich, Sharratt y Salinas decidieron ‘limpiar' las casas al lado norte del cruce.
Sharratt dijo que los hombres habían sido vistos fisgoneando sobre una muralla. Eso, dijo, fue suficiente para indicar que tenían intenciones hostiles.
En la primera casa, fueron recibidos por mujeres y niños, dijo Sharratt. Pero en la segunda, dijo, oyó el sonido de una AK-47 y vio a un hombre con una AK-47 en el pasillo.
"Salté hacia atrás y choqué con el sargento Wuterich", dijo. "Después de eso, mi adiestramiento se hizo cargo de todo lo que me habían enseñado mis sargentos y jefes de patrulla".
Dijo que su ametralladora se atascó, así que sacó su pistola de 9 milímetros y empezó a disparar.
"Cuando se me acabaron las municiones, grité: ‘Me voy', y el sargento Wuterich entró al cuarto y también vació su M-16 disparando contra los hombres", dijo Sharratt.
Cuatro hermanos iraquíes yacían muertos: tres en el suelo, uno en el clóset. Los tres habían recibido impactos en la cabeza. El hermano en el clóset fue matado por disparos de un M-16.
Sharratt dijo que recogió los AK-47 que tenían los muertos y se los entregó a Tatum.
Aunque hay documentos de que dos AK-47 fueron requisados ese día cerca de la Ruta de la Castaña y de la Víbora, el marine asignado a recoger las armas capturadas declaró que él no sabía si habían sido incautadas como dijo Sharratt, o si provenían de algún otro lugar.
Los familiares de los hermanos muertos dijeron a los investigadores que vieron a los marines empujar a los cuatro en un cuarto en la parte de atrás de la casa y luego oyeron los disparos. Wuterich y Sharratt han negado su versión; Sharratt pasó un detector de mentiras sobre el tema, de acuerdo a documentos presentados en su vista preliminar.
Llega el Comandante
El teniente coronel Jeffrey Chessani, comandante del Tercer Batallón, se encontraba en su centro de mando en la Presa de Haditha, de diez pisos, a veinte kilómetros de distancia, oyendo los informes de radio desde la escena.
Sus acciones, y las de sus colegas oficiales en las próximas horas, pondrían en cuestión la posición de los comandantes marines sobre los homicidios. ¿Estaban encubriendo a sus hombres o estaban simplemente tratando de sobrevivir un día caótico y violento?
Chessani estaba en su tercer período en Iraq. Había servido como segundo comandante de batallón en el asalto de Faluya en abril de 2004 y luego como oficial de operaciones en la batalla de noviembre de 2004 en esa ciudad, ganándose en las dos ocasiones altas calificaciones de sus superiores.
Ahora Chessani tenía su propio batallón y sus tropas hacían "contacto" por primera vez en Haditha. Chessani ordenó el lanzamiento de un vehículo de vigilancia aérea no tripulado llamado Scan-Eagle.
Para cuando el vehículo estaba listo para volar, la acción en la Ruta de la Castaña y de la Víbora ya había terminado. Cuando Chessani y otros oficiales miraban el vuelo en pantallas gigantes, el Scan-Eagle envió imágenes de otro combate, una intensa balacera en un palmar a unos mil metros del cruce.
La batalla estaba indecisa. Los marines enviados como refuerzos habían sido emboscados. Los rebeldes estaban bien armados, y disparaban sus AK-47 y lanzaban granadas.
Los rebeldes corrían de un lugar a otro. Uno fue divisado cuando entraba a una casa, para volver a salir tras cambiarse ropa y con un bebé.
Los marines asintieron: un típico truco de los insurgentes, ocultarse detrás de mujeres y niños. Asumieron que los insurgentes habían utilizado la misma táctica cuando atacaron a los marines en la Ruta de la Castaña y de la Víbora después del atentado que mató a Terrazas.
Esa explosión "fue el evento catastrófico que desencadenó lo que pasó ese día", dijo el comandante Sam Carrasco, el oficial de operaciones del batallón. Los marines lo terminaron con una explosión propia: colocaron una bomba de 225 kilos en una casa en el palmar.
Chessani llegó al palmar en la tarde. Nueve de sus marines habían sido heridos en el lugar, pero ninguno fatalmente. Inspeccionó los escombros y revisó los lugares donde habían sido heridos los marines.
Pero cuando sugirió ir a las casas donde Wuterich y su patrulla habían matado a los civiles, el sargento mayor Edward Sax, el soldado raso más de más edad del batallón, observó que se estaba haciendo tarde y advirtió contra "quedarse fuera de la alambrada" después de la puesta del sol.
Además, todo lo que tenían que saber sobre el tiroteo en la Ruta de la Castaña y de la Víbora ya lo sabían, dijo Sax. Los insurgentes habían atacado y los marines respondieron el fuego. El par se marchó a Sparta y luego volvieron a los cuarteles del batallón en la presa.
Al anochecer, el análisis de Chessani estaba listo. Sus marines, decidió, habían sufrido un "ataque complejo y coordinado" que empezó con el estallido de la bomba que mató a Terrazas, el tipo de emboscada que sus oficiales de inteligencia les habían advertido que podían sufrir.
Lo que había oído de los marines hacía sentido en ese esquema: Los iraquíes en el Opel habían intentado huir, les estaban disparando desde las casas, encontraron armas en el coche y en las casas, los marines que allanaban las casas fueron atacados por insurgentes armados con AK-47.
"La investigación no hace parte de nuestro léxico", dijo el teniente primero Adam Mathes, segundo comandante de la Kilo Company. "Creemos que estábamos en una situación en que eran ellos o nosotros".
Los investigadores y fiscales finalmente declararían falsas todas las afirmaciones que Chessani había aceptado como hechos sin cuestionar nada. No se encontraron armas cerca del coche, no había cartuchos de balas de AK-47 en las casas, y no se encontraron huellas de que los insurgentes hubiesen disparado contra ellos, de acuerdo a las declaraciones.
Reviviendo el Día
En la noche, cuando los marines se reorganizaban en Sparta, los oficiales y soldados rasos de más edad se concentraron en tratar de ayudar a los marines más jóvenes a superar la violencia del incidente en el que habían participado. Algunos marines tenían lágrimas en los ojos. Otros estaban escribiendo cartas a sus familias; otros simplemente estaban sentados en silencio.
"Teníamos que prepararnos para el día siguiente, para salir nuevamente", dijo Kallop.
Tarde esa noche, Kallop se preguntó en voz alta si la orden que le había dado a Wuterich de limpiar el sur había sido interpretada en el sentido de que podían emplear las tácticas utilizadas en Faluya.
"Dijo que no sabía si cuando había dicho que limpiaran las casas... les había dado orden de matar a todo el mundo", declaró Mathes.
Los oficiales ordenaron a los marines que recogieran los cuerpos de las tres casas cerca de Ruta de la Castaña y de la Víbora a la morgue de la ciudad. Batallones previos habían dejado los cuerpos de los iraquíes que habían matado, en los lugares donde habían caído.
"Somos mejores que eso; nosotros despejamos", dijo Mathes.
Los marines que rechazaron la idea de retirar los cuerpos fueron hechos callar y volver al trabajo. Los iraquíes en la morgue vomitaron cuando vieron a los niños muertos.
Incluso antes de que los cuerpos fueran retirados, los oficiales estaban rellenando con sus superiores los informes exigidos en los cuarteles del regimiento y de la división, sobre las muertes civiles. Ninguno ofrecía una versión completa.
Un informe, con la firma de Chessani, indicaba incorrectamente que Chessani había revisado la escena de muerte de los civiles. El informe, enviado a eso de la medianoche, no mencionaba que los civiles eran miembros de una misma familia que habían muerto en su propia casa, ni mencionaba las dudas que había expresado Kallop al respecto.
El 22 de noviembre, el general de división Richard Huck, entonces comandante de la 2a División de Infantería, llegó a Haditha. Le complació que las muertes civiles estuvieran relacionadas con una situación de combate, y que las informaciones que recibió entregaran una "secuencia de eventos plausible".
Pero a fines de enero, la versión oficial estaba siendo puesta en duda, primero por el ayuntamiento de Haditha, que decía que los marines habían "ejecutado" a los civiles, y luego por un periodista de la revista Time que entrevistó a los iraquíes que habían sobrevivido.
El coronel de ejército Gregory Watt fue asignado para hacer un rápido examen. Carrasco, el oficial de operaciones del batallón, habló con Chessani y le sugirió que el Cuerpo de Marines podría considerar la realización de una investigación propia.
Chessani, que estaba sentado detrás de su escritorio, se volvió y reaccionó con una inusual enfado. "¡Mis hombres no son asesinos!", gritó. Más tarde se excusó por su estallido, pero no cambió de opinión.
A principios de marzo, Watt recomendó la intervención del Servicio de Investigaciones Criminales [NCIS] de la Armada.
Adoraba a Sus Marines
Los agentes del NCIS tomaron los pasos investigativos más simples que los marines no lograron tomar: entrevistar a los testigos iraquíes, examinar los impactos de bala, revisar los informes de las autopsias y las fotografías de los cuerpos. Pusieron en duda los informes de los marines rasos que dijeron que habían disparado en defensa propia.
Cuando el batallón volvió a Camp Pendleton un mes más tarde, Chessani, que había sido nominado para una Estrella de Bronce y parecía encaminado a convertirse en general, fue relevado del mando junto con uno de sus subordinados, el capitán Lucas M. McConnell, el comandante de la Kilo Company.
En diciembre, el Cuerpo de Marines acusó de homicidio a Wuterich, Sharratt, Tatum y Dela Cruz. Chessani; McConnell; el teniente primero Andrew A. Grayson, oficial de inteligencia; y el capitán Randy W. Stone, abogado del batallón, fueron acusados de abandono de deberes por no investigar si se había cometido un crimen de guerra.
Los cargos contra Dela Cruz fueron retirados a cambio de su testimonio. La vista por el artículo 23, similar a la vista preliminar, está en vías de ejecución en los otros casos. En cada uno de ellos, un oficial de la vista recomendará al teniente general James N. Mattis, comandante del Comando Central de la Infantería de Marines, si el caso debe o no ser llevado a corte marcial, retirado o considerado para medidas disciplinarias administrativas.
El mes pasado, los fiscales instaron a que el caso de Chessani sea llevado a juicio para demostrar que "el Cuerpo de Marines se puede investigar a sí mismo". Dicen que Chessani, ahora de 43, había reaccionado como reaccionaría un padre incapaz de creer que sus hijos hubiesen hecho algo malo.
El teniente coronel Sean Sullivan, el fiscal jefe, dijo: "El comandante del batallón estimaba tanto a sus marines, tenía tanta fe en ellos que no podía creer que habían asesinado a civiles".
tony.perry@latimes.com
8 de julio de 2007
2 de julio de 2007
©los angeles times
©traducción mQh
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