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expulsan a cristianos en badgad


[Ned Parker] Militares norteamericanos están tratando de evitar otras limpiezas religiosas en la capital iraquí.
Bagdad, Iraq. El viernes en la mañana dos hombres llamaron a la puerta de Abu Salam. Era uno de los últimos cristianos que quedaban en la cuadra.
"Que la paz sea contigo", dijeron, y Abu Salam, en los cincuenta, repitió el saludo.
Los hombres -gordo uno, flaco el otro- se expresaron cortésmente. Ambos iban bien afeitados y llevaban pantalones flojos y camisas abotonadas.
"Usted sabe que el barrio de Muwallamin pertenece ahora al Estado Islámico de Iraq", dijo el más grande. "Tenemos tres condiciones que usted puede aceptar: Usted puede pagar un impuesto, convertirse en musulmán o mudarse, y en este último caso nosotros le ayudaremos a sacar los muebles.
"Piénselo y decida.
"Que la paz sea con usted", repitieron los hombres mientras Abu Salam los miraba alejarse.
A las horas, Abu Salam y su familia dejaron el barrio en el que habían vivido durante más de cincuenta años. Se unieron al éxodo que ha vaciado a Dora, una extensa comuna en el sur de Bagdad, de su próspera población cristiana.
Abu Salam, que habló a condición de no ser identificado enteramente, por cuestiones de seguridad, está de momento alojando en otro lugar de Bagdad.
"Si las cosas no mejoran, la gente se marchará. Es un caos", dijo. "Si no hay una solución dentro de poco, Iraq dejará de existir".
Líderes cristianos dicen que entre abril y mayo quinientas familias dejaron Dora. Los militares norteamericanos reconocen que un gran número de cristianos fueron erradicados, pero dicen que la cantidad es mucho menor. La organización para los refugiados de Naciones Unidas dijo que había contado en un lugar a cien familias cristianas que habían huido de Dora.
La huida de los cristianos de Dora es un ejemplo de cómo la fase inicial de la campaña de seguridad norteamericana aquí no logró restablecer la seguridad ni detuvo las limpiezas sectarias en los barrios de Bagdad.
Los militares norteamericanos realizaron una importante operación de limpieza en Dora en el otoño pasado, y luego se retiraron, dejando la seguridad en manos de tropas iraquíes. Los militantes árabes sunníes con lazos con al Qaeda en Iraq se restablecieron rápidamente en el lugar y a fines del año pasado empezaron a acosar a los cristianos. Una segunda barrida norteamericana a principios del invierno no logró aflojar el control de los militantes en Dora.
Cristianos desplazados describieron en entrevistas a una población civil demasiado aterrorizada de al Qaeda como para pedir ayudar a los norteamericanos. Dijeron que incluso después de que empezara la concentración de tropas en Bagdad en febrero, era rara la ocasión en que se veía en los barrios a soldados norteamericanos y a menudo no tenían ni idea qué andaban buscando.
El comandante Kirk Luedeke, portavoz de las fuerzas armadas estadounidenses en Dora, dijo que los oficiales norteamericanos fueron sorprendidos por la campaña contra los cristianos del área. "Sabíamos lo que estaba pasando, pero no sabíamos qué alcance tenía", dijo.
Un importante político cristiano iraquí, Younadam Kanna, dijo que los militares no lanzaron una ofensiva contra los militantes en Dora sino el 25 de mayo, aunque la campaña para expulsar a los cristianos de la comuna había empezado en serio a fines de abril.
"No había suficientes tropas", dijo Kanna. "Las fuerzas multinacionales están aisladas de la gente... No saben quién es quién. Las fuerzas multinacionales e incluso el gobierno mismo tienen muy poca información sobre la región".
En respuesta a los desplazamientos masivos, los militares norteamericanos han reforzado su presencia en la zona. En un intento por contener a los partidarios de al Qaeda y prevenir más purgas en los barrios, el ejército norteamericano ha levantado barreras de concreto y cerrado ciertas calles.
Las tropas allanan todas las casas, recogiendo fotografías, huellas digitales y escáneres de retina de todos los hombres en edad militar para controlar a la población en caso de que se produzca otro estallido de limpieza sectaria. Con las tropas adicionales, el ejército norteamericano dice que puede patrullar todos los barrios de Dora, incluso varias veces al día.
Los problemas de la comunidad cristiana de Dora se remontan al otoño de 2004, cuando militantes sunníes atentaron contra iglesias y secuestraron a gente. Pero la vida de los cristianos cambió irrevocablemente para peor después de que al Qaeda y otros grupos aliados declararan en octubre el Estado Islámico de Iraq.
Para enero, las proclamaciones del Estado Islámico aparecieron en murallas y circularon en octavillas. Los vecinos de Dora dijeron que algunas de las octavillas llamaban a las mujeres a cubrirse con velos; se prohibieron los pantalones cortos y los celulares.
"Emitieron leyes y decretos como un estado de verdad", dijo Wardiya Yussef, que se marchó en abril después de que asesinaran a un primo en la calle.
Los cuerpos eran arrojados regularmente a la calle principal de su barrio. A las casas llegaban notas exigiendo dinero de protección.
Mientras los partidarios de al Qaeda dejaban ver sus músculos, los iraquíes se mostraban reluctantes a dar información a los norteamericanos. Fue un amargo cambio de papeles con respecto al período del otoño pasado, cuando las barridas militares en Dora restauraron brevemente la estabilidad. También con respecto a eso, Dora se ajustaba a un esquema más amplio en el que los civiles veían ir y marcharse a los soldados norteamericanos, quedándose rara vez el tiempo suficiente como para establecer una seguridad duradera.
Esa falta de constancia ha descalabrado la campaña norteamericana en Iraq, dijo Stephen Biddle, un analista militar del Consejo de Relaciones Exteriores.
"Hasta que los civiles locales crean que te quedarás el tiempo suficiente como para protegerlos de represalias -y que eres más fuerte que los militantes mientras están los dos presentes-, no confiarán lo suficiente en ti como para correr el riesgo de ofrecerte datos e información".
Fue en este ambiente de pavor que Abu Salam observó cómo el Estado Islámico de Iraq empezó en abril a expulsar a los cristianos. Hombres armados empezaron a visitar a la gente, amenazándola. Funcionarios de la agencia para refugiados de Naciones Unidas informaron que los grupos militantes también estaban exigiendo que las mujeres cristianas se casaran con miembros de sus grupos.
El Domingo de Resurrección los militantes visitaron al vecino de Abu Salam al otro lado de la calle. Uno de los hijos del vecino, en sus veinte, estaba sentado en el jardín y llevaba pantalones cortos. Los hombres lo apresaron y se lo llevaron. Horas después, volvieron con el joven -esta vez con pantalones-, robaron el coche de su padre, saquearon la casa y rompieron las imágenes de Jesús y María.
"Los dejaron sin un centavo. Un vecino musulmán les dio algo de dinero para que pudieran pagar un taxi y escapar", dijo Abu Salam.
La siguiente agresión se produjo dos días después, cuando un vecino de sesenta años, que volvía de vacaciones, entró con su coche. Hombres armados sacaron a su hija y esposa del vehículo, y se marcharon en él. Al hombre lo tuvieron retenido durante casi dos días y exigieron rescate. Y llamaron a la mujer del hombre para maldecir a Jesús y María.
Después de que el hombre fuera dejado en libertad, la familia huyó, y los militantes instalaron a otra gente a vivir en la casa. Para celebrar las expulsiones, los militantes organizaron un desfile de victoria, conduciendo sus coches y blandiendo sus armas.
"Pensaban que eran invencibles", dijo Abu Salam.
Para cuando los combatientes visitaron a Abu Salam el primer viernes de mayo, ya habían estado en la casa de su suegro y de su hermano mayor. Abu Salam y sus parientes fueron los últimos de las diez familias cristianas que habían vivido en su calle.
Abu Salam salió de Dora a las horas, pero su suegro decidió quedarse y pagar el dinero de protección. Esa noche, los combatientes visitaron su casa. Cuando su suegro abrió la puerta, un grupo de hombres enmascarados lo empujaron dentro y exigieron saber quién se estaba ocultando en la casa. Allanaron la casa, buscando armas, y pidiendo que les entregase su oro.
Abu Salam había pensado en volver al día siguiente para recoger sus muebles, pero cuando se enteró de lo que había pasado, decidió no volver. Había entregado las llaves a una familia sunní para que custodiara sus enseres, pero pronto oyó que los militantes habían puesto a vivir en su casa a otra familia.
"Todavía están usando la casa. No tenemos armas ni grupos. Sólo Dios sabe qué harán", dijo.
"Hemos oído que los norteamericanos están cerrando el barrio. Tienen una enorme fuerza de tierra, pero si ellos no pueden hacer nada, ¿quién podrá?"

ned.parker@latimes.com

Alexandra Zavis y Wail Alhafith contribuyeron a este reportaje.

8 de julio de 2007
27 de junio de 2007
©los angeles times
©traducción mQh

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