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reformando a china


[Joseph Kahn] China debe reformar control de exportaciones si no quiere perder su cuota del mercado.

Pekín, China. Los fertilizantes falsificados destruyen las cosechas. Las estanterías de las tiendas están llenadas de huevos podridos desodorizados, y venden miel que está hecha con glucosa química. Las exportaciones sufren bajas profundas cuando los inspectores europeos detectan bacterias peligrosas en la carne empaquetada.
¿Más escándalos sobre la seguridad de los productos en China? No esta vez. Esos problemas de calidad provocaron que un apático gobierno de Estados Unidos endureciera regulaciones sobre alimentos y fármacos de hace ciento un años, cuando el presidente Theodore Roosevelt firmó la ley que creó la Administración de Fármacos y Alimentos.
Como con la industrialización de la economía en América Latina hace cien años, China está siendo impulsada por entusiastas hombres de negocios que se comportan como piratas. Los dos países sufrieron epidemias de falsificaciones fatales, y los dos tuvieron inspectores que eran ineptos, corruptos o incapaces de hacer algo para ponerle fin.
La cuestión ahora es si las fábricas chinas, que fueron sorprendidas exportando componentes farmacéuticos venenosos, mariscos podridos, alimento para mascotas adulterado y llantas defectuosas, pueden reaccionar a tiempo para evitar los daños a su reputación.
O, dicho de otro modo, ¿serán los últimos incidentes suficientes para empujar a China hacia su propia Era de Progreso?
La respuesta, dice la gente que ha estudiado el sistema de regulaciones del país, es un sí cauteloso. Pero primero, dicen, Pekín debe definir un nuevo enfoque que le permita inspeccionar y controlar su economía, a menudo indomeñable.
Los exportadores chinos vendieron el año pasado casi un trillón de dólares en productos en el extranjero. Los productos falsos y de mala calidad, según todos los datos disponibles, no son más que una pequeña fracción de ese total. Sin embargo, la serie de escándalos en la seguridad de los productos refleja un persistente trasfondo truhanesco en la economía china que la enorme cobertura periodística, nuevas leyes y una implementación más estricta de la ley no han eliminado.
El gobierno de Teddy Roosevelt tuvo que superar la oposición ideológica a regular el comercio en el sector privado.
China tiene un reto político diferente: Su gobierno autoritario, aunque bajo el control de un solo partido, ha luchado por desarrollar un sistema de regulaciones moderno y uniformado que pueda supervisar una economía de mercado dinámica.
"La competencia de nuestra burocracia ha conducido a una difusión del poder y a una tendencia en esquivar responsabilidades", dice Mao Shoulong, experto en políticas públicas en la Universidad del Pueblo, Pekín. "Perseguir a los delincuentes individuales no soluciona el problema. Tenemos que reparar todo el sistema".
Las lagunas en la seguridad son un grave efecto secundario de los esfuerzos de China, graduales y todavía incompletos, de separar la economía de la política. Para espolear el crecimiento económico en los años ochenta, los líderes dieron más poder a los funcionarios de nivel local. El objetivo era adelantarse a los socialistas conservadores en el gobierno central, que ejercían un rígido control. El poder para regular estaba también disperso.
El crecimiento fue súbito. Hombres de negocios, inversores extranjeros y campesinos asumieron un rol dominante en la producción. Pero la seguridad, así como el trabajo y las normas medioambientales, fueron dejados de lado.
Decenas de personas murieron después de ingerir baijiu de bañera, i.e. vino de arroz, en el que el producto había sido remplazado con alcohol de uso industrial. Condimentos utilizados como especias para cocinar, contenían cera de parafina. Fideos vermicelli llevaban un agente cancerígeno, así como un popular tinte rojo llamado Sudan Red, que era utilizado por Kentucky Fried Chicken y Heinz, entre otras compañías.
En la provincia de Liaoning, cientos de padres se sintieron tan frustrados por la respuesta del gobierno local a un aluvión de intoxicaciones de alimentos en una cantina escolar en 2003, que bloquearon la línea férrea local.
Quizás el caso más sensacional ocurrió en 2004, cuando pequeñas fábricas en China central produjeron una fórmula barata de leche para bebés que no contenía proteínas. En la provincia de Anhui murieron cerca de cincuenta niños, por malnutrición, después de que sus padres y algunos médicos confundieran los síntomas -caras y manos hinchadas- como un signo de sobrealimentación.
Desde entonces, las campañas reguladoras se han reforzado, aunque a menudo con resultados limitados. Hasta diecisiete burocracias tienen responsabilidades yuxtapuestas nada más en el sector de fármacos y alimentos, y estas defienden celosamente su parte del poder. Los ministerios de Salud, de Agricultura, la Administración Nacional de la Industria y el Comercio, y la Administración General de Cuarentena, Inspección y Control de Calidad compitieron por funciones de supervisión.
La razón: Querían cobrar los permisos y las multas para complementar sus insignificantes presupuestos. No menos significativo, inspectores y sus jefes podían cobrar sobornos a cambio de favores.

"El resultado fue una guerra territorial entre departamentos", dijo Roger Skinner, un inspector británico jubilado que asesoró al gobierno chino para mejorar su control de la calidad de los alimentos a nombre de la Organización Mundial de la Salud. "Si no lo pueden hacer, perderán ingresos".
Al darse cuenta de que habían creado un embrollo de burocracias que competían entre sí, los líderes fundaron en 2003 la Administración Nacional de Fármacos y Alimentos, bautizada así por su contraparte estadounidense, que, en el papel, gozaba de "autoridad super-ministerial" para coordinar a todas los demás que controlaban el sector políticamente sensible de los fármacos y alimentos.
La agencia, sin embargo, fue pronto víctima de las guerras internas, y perdió influencia en 2005, cuando su primer director, Zheng Xiaoyu, fue despedido. Fue más tarde condenado por aceptar sobornos para acelerar los nuevos medicamentos. Después del estallido de otro escándalo de seguridad más, Zheng fue sentenciado a muerte.
Líneas de responsabilidad borrosas y débiles atribuciones de investigación explican en parte porqué los inspectores chinos apenas si ayudaron a sus contrapartes estadounidenses en el ejemplo más mortífero de los problemas de seguridad en China que están llegando a costas extranjeras.
En 1997 y nuevamente al año siguientes, los estadounidenses buscaron información sobre por qué unas compañías químicas chinas habían exportado glicerina falsificada, conteniendo el venenoso glicol dietileno, que había terminado en productos médicos en Haití y Panamá. En ambos países murieron decenas de personas que habían consumido los productos.
El glicol dietileno fue hecho en plantas químicas chinas, pero terminó en productos farmacéuticos. Eso significaba que cayó en un vacío del sistema de regulaciones. Ninguna agencia quería encargarse del asunto.
"Se pasaban el problema de un ministerio a otro", dijo Skinner, el inspector británico. "Un ministerio dice: ‘No era mi trabajo, era el trabajo de otro'".
Incluso así, muchos expertos dicen que los excesos capitalistas que han prosperado durante la transición económica china ya han encendido acciones correctivas, no muy diferente a los cambios de la Era del Progreso en Estados Unidos.
El presidente Hu Jintao ha impulsado una serie de medidas bajo el lema del ‘desarrollo científico' que buscan reforzar los controles y la planificación económica, reducir los abusos contra los trabajadores de salarios bajos y proteger al degradado medioambiente.
El presidente ha encontrado fuerte resistencia, y todavía no está claro cómo va a reducir el rápido crecimiento del modelo de desarrollo de China.
Aunque algunas fuerzas políticas y del mundo empresarial dicen que China necesita hacerse más rica antes de abordar los problemas laborales y medioambientales, hay pocos intereses creados que defienda los derechos de las fábricas poco fiables para inyectar veneno en las medicinas o producir leche para bebés sin proteínas. Con la reputación de China ahora abollada en Estados Unidos, la resistencia el endurecimiento del control de normas se desvanecerá.
"Creo que las autoridades chinas están realmente alarmadas", dijo Dali Yang, experto en la administración china del Instituto del Este Asiático, en Singapur. "No dejarán que un porcentaje mínimo de malas exportaciones perjudique su reputación".
Yang dijo que las grandes ciudades chinas ya han demostrado que ellas pueden hacer mejor el trabajo de controlar la seguridad de fármacos y alimentos que las comunas menos desarrolladas y las zonas rurales. El comercio detallista y las cadenas de restaurantes y fabricantes de marca también han ganado una cuota del mercado gracias a sus negocios a pequeña escala, en parte debido a que los consumidores chinos quieren evitar productos falsos o peligrosos.
La prensa oficial ha recibido una inusual laxitud en cuanto a la exposición de artículos de mala calidad. Uno de los programas más populares en la Televisión Central de China, ‘Informe Semanal de Calidad', investiga accidentes, intoxicaciones y falsificaciones baratas. Tópicos recientes incluyen cascos de motocicleta defectuosos, una vacuna antirrábica falsa, llantas defectuosas y aditivos alimenticios tóxicos.
Incluso la Administración de Fármacos y Alimentos de Estados Unidos, al que China considera un modelo de autoridad reguladora, tiene problemas que suenan familiares en Pekín. Sus burócratas se han quejado de que los presupuestos apretados y la competencia de otras once dependencias reguladoras federales han hecho más difícil el control del abastecimiento de alimentos.
Y aunque esa agencia fue creada en los años de la fiebre reguladora de 1906, debieron pasar cincuenta y cinco años, hasta el gobierno de Kennedy, para que la Administración de Fármacos y Alimentos adquiriera los poderes que necesitaba para implementar un control más eiguroso de los alimentos.
"Me sorprendería si China tomara tanto tiempo", dijo Yang.

Jake Hooker contribuyó al reportaje.

©new york times
©traducción mQh
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