¿estamos más seguros en eeuu?
[Thomas H. Kean y Lee H. Hamilton] Seis años después del 11 de septiembre de 2001 y tres años después del informe sobre el 11/9, Estados Unidos todavía no asume seriamente la amenaza terrorista. ¿Estamos más seguros hoy?
Hace dos años, nosotros y nuestros colegas redactamos un informe sobre los avances del gobierno de Estados Unidos en cuanto a las recomendaciones del informe de la comisión del 11 de septiembre. Concluimos que el país no estaba suficientemente seguro. Hoy nuestra conclusión sigue siendo la misma: Frente a graves peligros, carecemos del sentido de urgencia necesario.
El territorio estadounidense hace frente a una "persistente y fluctuante amenaza terrorista", especialmente al-Qaeda, de acuerdo al Estimado Nacional de Inteligencia emitido en julio. Seis años después de los atentados, después de una serie de ambiciosas reformas implementadas por dedicados funcionarios, ¿cómo es posible que la amenaza siga siendo tan terrible?
La respuesta proviene de un récord mixto de reformas, ausencia de objetivos claros y un resistente adversario. Los avances en casa -en nuestra capacidad para detectar, prevenir y responder ante atentados terroristas- han sido difíciles, incompletos y lentos, pero reales. Fuera de nuestras fronteras, sin embargo, se asoma la amenaza del fracaso. Hacemos frente a una creciente marea de radicalización e indignación en el mundo musulmán -una tendencia a la que han contribuido nuestras propias acciones. La persistente amenaza no es Osama bin Laden, sino los jóvenes musulmanes sin trabajo ni esperanza que están enajenados de sus propios gobiernos y ven a Estados Unidos cada vez más como un enemigo del islam.
Hace cuatro años, el entonces ministro de Defensa Donald H. Rumsfeld hizo a sus asesores una pregunta que se convirtió en famosa: "¿Estamos capturando, matando o desalentando y disuadiendo a más terroristas cada día que pasa que los terroristas que están reclutando, adiestrando y desplegando contra nosotros las madrasa y los clérigos radicales?"
La respuesta es no.
La política exterior estadounidense no se deriva de la creciente marea de extremismo en el mundo musulmán. En julio de 2004, la comisión del 11 de septiembre recomendó colocar la política exterior en el centro de nuestras campañas antiterroristas. En lugar de eso, hemos perdido terreno.
Nuestro informe advertía que era imperativo eliminar los santuarios terroristas. Pero en Pakistán, al-Qaeda "ha protegido o regenerado elementos claves de su capacidad de ataque contra el territorio nacional", según el Estimado Nacional de Inteligencia. La principal amenaza contra la joven democracia de Afganistán proviene de la frontera paquistaní, de los talibanes que han emergido nuevamente. Pakistán debería tomar la delantera cerrando los campamentos de los fundamentalistas y expulsando a al-Qaeda. Pero si Pakistán no quiere hacerlo, Estados Unidos debe actuar.
También estamos fracasando en la guerra de las ideas. No hemos podido alistar la energía y simpatía de los 1.3 billones de musulmanes del mundo contra la amenaza extremista. No es por quiénes somos: Datos de encuestas muestran consistentemente que en el mundo musulmán existe un fuerte apoyo de los valores estadounidenses, incluyendo nuestro sistema político y respeto por los derechos humanos, libertad e igualdad. Más bien, las políticas de Estados Unidos han socavado ese apoyo.
Ninguna palabra es tan ponzoñosa para la reputación de Estados Unidos que Guantánamo. Una idea fundamental de justicia exige un proceso jurídico justo antes de que el gobierno de Estados Unidos pueda detener a personas por períodos significativos de tiempo, y el presidente y el Congreso no han ofrecido ese proceso. La cárcel de Bahía Guantánamo debe ser cerrada ahora. La comisión del 11/9 recomendó elaborar un ‘método de la coalición' para la detención y trato dado a los terroristas -una política que debía ser jurídicamente sustentable, internacionalmente viable y mucho mejor para la credibilidad de Estados Unidos.
Además, ninguna cuestión inflama tanto la opinión pública en el mundo musulmán que el conflicto árabe-israelí. Para otorgar poder a los musulmanes moderados debemos eliminar la queja más potente de los extremistas: la acusación de que a Estados Unidos no le interesa la suerte de los palestinos. Un vigoroso esfuerzo diplomático, con el apoyo activo y visible del presidente, estimularía el prestigio e influencia de Estados Unidos, y ofrecería mejores perspectivas para la seguridad de Israel a largo plazo.
Y, finalmente, ningún conflicto consume más tiempo, atención, sangre, tesoro público y apoyo de nuestros esfuerzos antiterroristas en el mundo que la guerra de Iraq. Se ha convertido en una poderosa herramientas de reclutamiento y adiestramiento de al-Qaeda.
Más allá de todos nuestros problemas en el mundo musulmán, no debemos olvidar la amenaza más peligrosa. La comisión del 11/9 instó a desplegar "máximos esfuerzos" para prevenir un escenario de pesadilla: un arma nuclear en manos de terroristas. El reciente Estimado Nacional de Inteligencia dice que al-Qaeda continuará tratando de adquirir armas de destrucción masiva y que no dudará a la hora de usarlas. Pero nuestra respuesta a la amenaza del terrorismo nuclear ha sido superficial y floja. La petición al presupuesto fiscal de 2008 para financiar programas de control de ojivas nucleares, materiales y conocimiento fue reducida efectivamente en un quince por ciento con respecto a los niveles de hace dos años. Necesitamos urgentemente liderazgo, recursos y una diplomacia sostenida para asegurarnos de que el mundo no extravíe materiales nucleares. El presidente Bush tiene que empezar a dar coscorrones para mover las cosas.
El poderío militar es esencial para nuestra seguridad, pero si la única herramienta es un martillo, muy pronto todos los problemas se ven como clavos. Tenemos que usar todo el poder militar de Estados Unidos -incluyendo la ayuda extranjera, la asistencia en educación y una vigorosa diplomacia pública que ponga énfasis en la investigación, las bibliotecas y los programas de intercambio -para dar forma a un Oriente Medio y a un mundo musulmán menos hostiles a nuestros intereses y valores. La seguridad estadounidense a largo plazo depende de que seamos vistos no como una amenaza sino como una fuente de esperanza y oportunidades.
En casa, la situación es menos terrible, pero los progresos han sido limitados.
Se han construido algunas estructuras que necesitábamos urgentemente. En 2004 el Congreso instituyó a un director de inteligencia nacional para coordinar los esfuerzos de las dieciséis agencias que conforman la comunidad de inteligencia de Estados Unidos. El nuevo director, Mike McConnell, debe hacerse cargo y convertirse en el líder dinámico y osado que necesita la comisión, antes que apenas otro eslabón en la burocracia. Ha reconocido la importancia de compartir los datos de inteligencia, de pasar de una cultura basada en la ‘necesidad de saber' a una basada en la necesidad de compartir, como recomendamos en nuestro informe. Pero el director todavía está luchando por controlar los presupuestos y el personal. Ningún director será capaz de lograr que las reformas duren sin que haya pasado antes un periodo significativo en la función y un fuerte apoyo del presidente.
El Congreso también creó el Centro Nacional para el Contraterrorismo, donde analistas de la CIA, agentes del FBI y otros expertos del gobierno se sientan lado a lado y comparten sus datos de inteligencia. Esto es una clara mejora por respecto a la situación previa al 11/9, pero los que trabajan en el centro todavía hacen frente a restricciones sobre lo que pueden compartir con su agencia regular -un inquietante eco de prácticas fracasadas. Funcionarios estatales y locales también se quejan de que no están recibiendo la información que necesitan.
En 2004 George J. Tenet, entonces director de la central de inteligencia, declaró que tomaría cinco años reparar a la CIA. Tres años más tarde hemos visto signos de progreso, pero no de solución. Bien provista de recursos, la CIA está invirtiendo pesadamente en el adiestramiento de analistas de inteligencia y mejorando su capacidad para recabar información sobre objetivos terroristas, especialmente por agentes en el terreno. Lamentablemente, pese a campañas de reclutamiento, sólo un ocho por ciento de los nuevos contratos de la CIA tienen los antecedentes étnicos y las habilidades lingüísticas que se necesitan en las actividades antiterroristas.
Un problema más amplio es que debido a fracasos en la inteligencia (especialmente en lo que concierne a Iraq y el 11/9) y a políticas controvertidas (especialmente en cuanto a las torturas e interrogatorios), la opinión pública perdió la confianza en la CIA. Eso no es bueno ni para la agencia ni para el país. Reconocemos que las agencias de inteligencia deben guardarse muchos secretos, pero más franqueza y transparencia son los únicos modos de ganar el apoyo de la opinión pública para las reformas que todavía necesitamos.
El FBI, la agencia responsable de la inteligencia nacional, también tiene mucho que hacer. El número de analistas de inteligencia del buró se ha más que duplicado desde el 11/9 (a casi dos mil cien), pero en la cultura policial del FBI son todavía ciudadanos de segunda clase. Los modernos sistemas de información del siglo 21 todavía no han sido instalados, y las posiciones de más responsabilidad giran demasiado a menudo. Seis años después del 11/9, la fundamental unidad de armas de destrucción masiva recién empieza a funcionar.
Cuando se trata de la seguridad en el transporte -un fracaso tan básico en el 11/9- hemos tenido algunos éxitos. Por ejemplo, el Centro de Detección de Terroristas tiene un local del tamaño de una cancha de fútbol con una pizarra electrónica gigante y decenas de expertos que controlan las listas de tripulación de los dos mil 500 vuelos internacionales que llegan a Estados Unidos todos los días. Pero el chequeo de los pasajeros todavía está en manos de las aerolíneas, que carecen a acceso a listas de control completas de terroristas. Las normas nacionales impuestas por el Congreso para conseguir las matrículas de conductores no se implementan porque el Congreso no ha aprobado el dinero para que ocurra. Además, los avances tecnológicos han sido demasiado lentos. Un programa piloto de tecnologías de detección de explosivos en los aeropuertos es de dudosa utilidad y se ha retrasado indefinidamente. Los sistemas avanzados de chequeo del equipaje no se implementarán sino en 2024. Ese calendario podría servir para nuestros nietos, pero no para nosotros.
Tampoco servirá el ritmo de los esfuerzos para preparar al país para que responda ante futuros ataques. El Congreso aprobó una mejor fórmula para distribuir entre los estados las subvenciones federales para la seguridad nacional sobre la base del riesgo y la vulnerabilidad, antes que sobre la base de asignaciones y política. Pero la nueva ley todavía permite que la industria de la radiodifusión libere sólo en febrero de 2009 la parte del espectro que la policía y bomberos necesitan para transmitir mensajes radiales a través del acero y el cemento. Pero antes de esa fecha podría ocurrir un desastre.
También carecemos de un marco legal para luchar contra el terrorismo sin sacrificar las libertades civiles. La Comisión de Supervisión de la Privacidad y Libertades Civiles creada en respuesta a nuestras recomendaciones no ha dado mucho que hablar. La comisión no ha objetado las interceptaciones sin orden judicial ni prácticas de detención e interrogatorio inquietantes. Incluso permitió que la Casa Blanca redactara su informe anual. Ahora, fortalecida por una nueva ley, la comisión debe convertirse en una firme voz de la opinión pública en apoyo de las libertades civiles.
Finalmente está el Congreso. Hace tres años dijimos que el fortalecimiento del control del Congreso de la lucha contra el terrorismo era una de nuestras recomendaciones más difíciles e importantes. La supervisión -por el Congreso- de la seguridad nacional y la inteligencia debe ser robusto y efectivo. No lo es. Hace tres años, la comisión del 11/9 observó que el ministerio de Seguridad Interior informaba a 88 comisiones y subcomisiones del Congreso -un importante drenaje de funcionarios de alto nivel y una fuente de instrucciones contradictorias. Después de reformas poco entusiastas seguidas por pasos atrás, ese número se redujo a 66.
Esos son sólo los principales puntos en nuestra lista de preocupaciones. Seis años después, estamos más seguros en un sentido estrecho: No nos han atacado, y nuestras defensas están mejor. Pero nos hemos distraído y nos hemos vuelto complacientes. Llamamos a los candidatos presidenciales a detallar cómo organizarían ellos sus gobiernos y cómo actuarían en caso de una amenaza urgente. Y llamamos a los ciudadanos de a pie a exigir más liderazgo de nuestros representantes electos. Las terribles pérdidas que sufrió nuestro país el 11/9 debería catalizar los esfuerzos para lograr un país más seguro, más fuerte y más sabio. Todavía queda mucho por hacer.
El territorio estadounidense hace frente a una "persistente y fluctuante amenaza terrorista", especialmente al-Qaeda, de acuerdo al Estimado Nacional de Inteligencia emitido en julio. Seis años después de los atentados, después de una serie de ambiciosas reformas implementadas por dedicados funcionarios, ¿cómo es posible que la amenaza siga siendo tan terrible?
La respuesta proviene de un récord mixto de reformas, ausencia de objetivos claros y un resistente adversario. Los avances en casa -en nuestra capacidad para detectar, prevenir y responder ante atentados terroristas- han sido difíciles, incompletos y lentos, pero reales. Fuera de nuestras fronteras, sin embargo, se asoma la amenaza del fracaso. Hacemos frente a una creciente marea de radicalización e indignación en el mundo musulmán -una tendencia a la que han contribuido nuestras propias acciones. La persistente amenaza no es Osama bin Laden, sino los jóvenes musulmanes sin trabajo ni esperanza que están enajenados de sus propios gobiernos y ven a Estados Unidos cada vez más como un enemigo del islam.
Hace cuatro años, el entonces ministro de Defensa Donald H. Rumsfeld hizo a sus asesores una pregunta que se convirtió en famosa: "¿Estamos capturando, matando o desalentando y disuadiendo a más terroristas cada día que pasa que los terroristas que están reclutando, adiestrando y desplegando contra nosotros las madrasa y los clérigos radicales?"
La respuesta es no.
La política exterior estadounidense no se deriva de la creciente marea de extremismo en el mundo musulmán. En julio de 2004, la comisión del 11 de septiembre recomendó colocar la política exterior en el centro de nuestras campañas antiterroristas. En lugar de eso, hemos perdido terreno.
Nuestro informe advertía que era imperativo eliminar los santuarios terroristas. Pero en Pakistán, al-Qaeda "ha protegido o regenerado elementos claves de su capacidad de ataque contra el territorio nacional", según el Estimado Nacional de Inteligencia. La principal amenaza contra la joven democracia de Afganistán proviene de la frontera paquistaní, de los talibanes que han emergido nuevamente. Pakistán debería tomar la delantera cerrando los campamentos de los fundamentalistas y expulsando a al-Qaeda. Pero si Pakistán no quiere hacerlo, Estados Unidos debe actuar.
También estamos fracasando en la guerra de las ideas. No hemos podido alistar la energía y simpatía de los 1.3 billones de musulmanes del mundo contra la amenaza extremista. No es por quiénes somos: Datos de encuestas muestran consistentemente que en el mundo musulmán existe un fuerte apoyo de los valores estadounidenses, incluyendo nuestro sistema político y respeto por los derechos humanos, libertad e igualdad. Más bien, las políticas de Estados Unidos han socavado ese apoyo.
Ninguna palabra es tan ponzoñosa para la reputación de Estados Unidos que Guantánamo. Una idea fundamental de justicia exige un proceso jurídico justo antes de que el gobierno de Estados Unidos pueda detener a personas por períodos significativos de tiempo, y el presidente y el Congreso no han ofrecido ese proceso. La cárcel de Bahía Guantánamo debe ser cerrada ahora. La comisión del 11/9 recomendó elaborar un ‘método de la coalición' para la detención y trato dado a los terroristas -una política que debía ser jurídicamente sustentable, internacionalmente viable y mucho mejor para la credibilidad de Estados Unidos.
Además, ninguna cuestión inflama tanto la opinión pública en el mundo musulmán que el conflicto árabe-israelí. Para otorgar poder a los musulmanes moderados debemos eliminar la queja más potente de los extremistas: la acusación de que a Estados Unidos no le interesa la suerte de los palestinos. Un vigoroso esfuerzo diplomático, con el apoyo activo y visible del presidente, estimularía el prestigio e influencia de Estados Unidos, y ofrecería mejores perspectivas para la seguridad de Israel a largo plazo.
Y, finalmente, ningún conflicto consume más tiempo, atención, sangre, tesoro público y apoyo de nuestros esfuerzos antiterroristas en el mundo que la guerra de Iraq. Se ha convertido en una poderosa herramientas de reclutamiento y adiestramiento de al-Qaeda.
Más allá de todos nuestros problemas en el mundo musulmán, no debemos olvidar la amenaza más peligrosa. La comisión del 11/9 instó a desplegar "máximos esfuerzos" para prevenir un escenario de pesadilla: un arma nuclear en manos de terroristas. El reciente Estimado Nacional de Inteligencia dice que al-Qaeda continuará tratando de adquirir armas de destrucción masiva y que no dudará a la hora de usarlas. Pero nuestra respuesta a la amenaza del terrorismo nuclear ha sido superficial y floja. La petición al presupuesto fiscal de 2008 para financiar programas de control de ojivas nucleares, materiales y conocimiento fue reducida efectivamente en un quince por ciento con respecto a los niveles de hace dos años. Necesitamos urgentemente liderazgo, recursos y una diplomacia sostenida para asegurarnos de que el mundo no extravíe materiales nucleares. El presidente Bush tiene que empezar a dar coscorrones para mover las cosas.
El poderío militar es esencial para nuestra seguridad, pero si la única herramienta es un martillo, muy pronto todos los problemas se ven como clavos. Tenemos que usar todo el poder militar de Estados Unidos -incluyendo la ayuda extranjera, la asistencia en educación y una vigorosa diplomacia pública que ponga énfasis en la investigación, las bibliotecas y los programas de intercambio -para dar forma a un Oriente Medio y a un mundo musulmán menos hostiles a nuestros intereses y valores. La seguridad estadounidense a largo plazo depende de que seamos vistos no como una amenaza sino como una fuente de esperanza y oportunidades.
En casa, la situación es menos terrible, pero los progresos han sido limitados.
Se han construido algunas estructuras que necesitábamos urgentemente. En 2004 el Congreso instituyó a un director de inteligencia nacional para coordinar los esfuerzos de las dieciséis agencias que conforman la comunidad de inteligencia de Estados Unidos. El nuevo director, Mike McConnell, debe hacerse cargo y convertirse en el líder dinámico y osado que necesita la comisión, antes que apenas otro eslabón en la burocracia. Ha reconocido la importancia de compartir los datos de inteligencia, de pasar de una cultura basada en la ‘necesidad de saber' a una basada en la necesidad de compartir, como recomendamos en nuestro informe. Pero el director todavía está luchando por controlar los presupuestos y el personal. Ningún director será capaz de lograr que las reformas duren sin que haya pasado antes un periodo significativo en la función y un fuerte apoyo del presidente.
El Congreso también creó el Centro Nacional para el Contraterrorismo, donde analistas de la CIA, agentes del FBI y otros expertos del gobierno se sientan lado a lado y comparten sus datos de inteligencia. Esto es una clara mejora por respecto a la situación previa al 11/9, pero los que trabajan en el centro todavía hacen frente a restricciones sobre lo que pueden compartir con su agencia regular -un inquietante eco de prácticas fracasadas. Funcionarios estatales y locales también se quejan de que no están recibiendo la información que necesitan.
En 2004 George J. Tenet, entonces director de la central de inteligencia, declaró que tomaría cinco años reparar a la CIA. Tres años más tarde hemos visto signos de progreso, pero no de solución. Bien provista de recursos, la CIA está invirtiendo pesadamente en el adiestramiento de analistas de inteligencia y mejorando su capacidad para recabar información sobre objetivos terroristas, especialmente por agentes en el terreno. Lamentablemente, pese a campañas de reclutamiento, sólo un ocho por ciento de los nuevos contratos de la CIA tienen los antecedentes étnicos y las habilidades lingüísticas que se necesitan en las actividades antiterroristas.
Un problema más amplio es que debido a fracasos en la inteligencia (especialmente en lo que concierne a Iraq y el 11/9) y a políticas controvertidas (especialmente en cuanto a las torturas e interrogatorios), la opinión pública perdió la confianza en la CIA. Eso no es bueno ni para la agencia ni para el país. Reconocemos que las agencias de inteligencia deben guardarse muchos secretos, pero más franqueza y transparencia son los únicos modos de ganar el apoyo de la opinión pública para las reformas que todavía necesitamos.
El FBI, la agencia responsable de la inteligencia nacional, también tiene mucho que hacer. El número de analistas de inteligencia del buró se ha más que duplicado desde el 11/9 (a casi dos mil cien), pero en la cultura policial del FBI son todavía ciudadanos de segunda clase. Los modernos sistemas de información del siglo 21 todavía no han sido instalados, y las posiciones de más responsabilidad giran demasiado a menudo. Seis años después del 11/9, la fundamental unidad de armas de destrucción masiva recién empieza a funcionar.
Cuando se trata de la seguridad en el transporte -un fracaso tan básico en el 11/9- hemos tenido algunos éxitos. Por ejemplo, el Centro de Detección de Terroristas tiene un local del tamaño de una cancha de fútbol con una pizarra electrónica gigante y decenas de expertos que controlan las listas de tripulación de los dos mil 500 vuelos internacionales que llegan a Estados Unidos todos los días. Pero el chequeo de los pasajeros todavía está en manos de las aerolíneas, que carecen a acceso a listas de control completas de terroristas. Las normas nacionales impuestas por el Congreso para conseguir las matrículas de conductores no se implementan porque el Congreso no ha aprobado el dinero para que ocurra. Además, los avances tecnológicos han sido demasiado lentos. Un programa piloto de tecnologías de detección de explosivos en los aeropuertos es de dudosa utilidad y se ha retrasado indefinidamente. Los sistemas avanzados de chequeo del equipaje no se implementarán sino en 2024. Ese calendario podría servir para nuestros nietos, pero no para nosotros.
Tampoco servirá el ritmo de los esfuerzos para preparar al país para que responda ante futuros ataques. El Congreso aprobó una mejor fórmula para distribuir entre los estados las subvenciones federales para la seguridad nacional sobre la base del riesgo y la vulnerabilidad, antes que sobre la base de asignaciones y política. Pero la nueva ley todavía permite que la industria de la radiodifusión libere sólo en febrero de 2009 la parte del espectro que la policía y bomberos necesitan para transmitir mensajes radiales a través del acero y el cemento. Pero antes de esa fecha podría ocurrir un desastre.
También carecemos de un marco legal para luchar contra el terrorismo sin sacrificar las libertades civiles. La Comisión de Supervisión de la Privacidad y Libertades Civiles creada en respuesta a nuestras recomendaciones no ha dado mucho que hablar. La comisión no ha objetado las interceptaciones sin orden judicial ni prácticas de detención e interrogatorio inquietantes. Incluso permitió que la Casa Blanca redactara su informe anual. Ahora, fortalecida por una nueva ley, la comisión debe convertirse en una firme voz de la opinión pública en apoyo de las libertades civiles.
Finalmente está el Congreso. Hace tres años dijimos que el fortalecimiento del control del Congreso de la lucha contra el terrorismo era una de nuestras recomendaciones más difíciles e importantes. La supervisión -por el Congreso- de la seguridad nacional y la inteligencia debe ser robusto y efectivo. No lo es. Hace tres años, la comisión del 11/9 observó que el ministerio de Seguridad Interior informaba a 88 comisiones y subcomisiones del Congreso -un importante drenaje de funcionarios de alto nivel y una fuente de instrucciones contradictorias. Después de reformas poco entusiastas seguidas por pasos atrás, ese número se redujo a 66.
Esos son sólo los principales puntos en nuestra lista de preocupaciones. Seis años después, estamos más seguros en un sentido estrecho: No nos han atacado, y nuestras defensas están mejor. Pero nos hemos distraído y nos hemos vuelto complacientes. Llamamos a los candidatos presidenciales a detallar cómo organizarían ellos sus gobiernos y cómo actuarían en caso de una amenaza urgente. Y llamamos a los ciudadanos de a pie a exigir más liderazgo de nuestros representantes electos. Las terribles pérdidas que sufrió nuestro país el 11/9 debería catalizar los esfuerzos para lograr un país más seguro, más fuerte y más sabio. Todavía queda mucho por hacer.
Thomas H. Kean yd Lee H. Hamilton son el ex presidente y vicepresidente de la comisión del 11/9.
10 de septiembre de 2007
7 de septiembre de 2007
©washington post
©traducción mQh
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