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adiós, basora


[Raúl Sohr] Arabia Saudita ha dispuesto la formación de una nueva fuerza de seguridad, cuya única misión será velar por los pozos petrolíferos.
La nueva unidad contará con 35 mil hombres, y el primer batallón, integrado por cinco mil efectivos, ya está siendo entrenado. Es el comienzo del fin de la expedición británica en Irak. Londres abandonó sus posiciones en el centro de Basora y las replegó a un reducto próximo al aeropuerto de la ciudad. Los últimos en salir de la asediada base fueron 550 fusileros del Cuarto Grupo de Batalla, encargados de repeler ataques de último minuto. Tras haber arriado el pabellón británico e izado en su lugar el iraquí sin mayores incidentes , el alivio era visible en los rostros de los comandantes de la fuerza de ocupación. En un período no precisado, pero que no será largo, los remanentes de la fuerza expedicionaria del Reino Unido, que llegó a sumar más de 40 mil efectivos, tomarán los aviones que los llevarán de vuelta a casa. Tras cuatro años y cinco meses de campaña, el saldo para Londres es de 168 muertos y 1.321 heridos de consideración.
Para Estados Unidos, la partida de sus más estrechos aliados es un fuerte revés. A estas alturas se ha esfumado una alianza que nunca tuvo mayor amplitud. El peor escenario para Washington es que en el sur de Irak se desate una lucha entre las tres grandes milicias chiítas que se disputan el poder, y que, caso de tener que intervenir todas las fuerzas islamistas, éstas, a su vez, se vuelvan en su contra. Todos los protagonistas del drama iraquí saben que los vacíos de poder son breves.
La lucha por controlar el único puerto y principal lugar de salida del petróleo del país se libra desde hace años. Basora es un enclave de la mayor importancia estratégica y el ahorcado Sadam Hussein lo sabía bien. A tal punto le importaba ampliar la salida de su país al golfo Pérsico que fue ese el motivo por el cual atacó Irán, en septiembre de 1980. Fue el comienzo de la guerra más larga librada el siglo pasado; un conflicto que sólo concluyó ocho años más tarde, en agosto de 1988, con un desastroso balance: 367 mil muertos y 1,7 millones de heridos, además de pérdidas económicas que sumaban 500 mil millones de dólares.
Pese a la magnitud de la desdicha causada, Hussein no cejó en su intento por ganar un espacio mayor en el Golfo. En 1990 invadió Kuwait y lo anexó como una nueva provincia, tras lo cual Estados Unidos, en una alianza con otros 21 países, lo expulsó de los territorios ocupados al año siguiente, infligiéndole una formidable derrota militar. Se estima, pues no hay cifras definitivas, que unos 80 mil iraquíes habrían muerto en ese breve conflicto. Basora fue clave, una vez más, en marzo de 2003, cuando las tropas anglo-norteamericanas penetraron en Irak por este puerto, luego que Turquía les negara el acceso por el norte del país.
La interrogante que surge ahora es qué ocurrirá en Basora y las regiones aledañas. Los británicos esperan que la situación se apacigüe con su salida, al igual que los comandantes del ejército iraquí, quienes estimaban que la presencia de tropas extranjeras era como un magneto para los elementos más radicales. Irán, en todo caso, es un gran beneficiario de la partida de los británicos, con los cuales libraba una pugna sorda y clandestina. Lucha que afloraba de tanto en tanto, como ocurrió con la captura de un grupo de marineros ingleses acusados de ingresar en aguas territoriales iraníes, en marzo, o con los atentados perpetrados en territorio iraní que Teherán endosaba a Londres. Por otra parte, Irán y las milicias que le son leales podrían beneficiarse evitando el caos y demostrando así que son capaces de gobernar e imponer el tan ansiado orden en la zona. Ello repercutiría en el resto de Irak y acrecentaría en toda la región el prestigio del régimen de los ayatolás. Los iraníes serían vistos como capaces de llevar la paz y la normalidad.
El resto de la región, en todo caso, se prepara para crecientes turbulencias. Arabia Saudita ha dispuesto la formación de una nueva fuerza de seguridad, cuya única misión será velar por los pozos petrolíferos. La nueva unidad contará con 35 mil hombres, y el primer batallón, integrado por cinco mil efectivos, ya está siendo entrenado. Los sauditas temen a una variedad de circunstancias: desde ataques de Al Qaeda hasta desórdenes internos propiciados, en especial, por la minoría chiíta que reside en el norte del país. Pero la mayor preocupación es un eventual ataque occidental contra Irán, para prevenir que Teherán construya un arma atómica. En caso de una conflagración, la destrucción de los pozos sauditas sería un objetivo militar obvio para Irán. Otra opción para el régimen iraní sería impedir la navegación por el estrecho de Ormuz, con lo cual bloquearía un gran porcentaje de las exportaciones de crudo de Riad.
Anticipándose a semejante posibilidad, y en una señal decidora respecto de los conflictos que se avizoran, Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos, Omán, Bahrein y Yemen construirán con pleno respaldo de Washington un gran oleoducto que, en caso de quedar cerrado el golfo Pérsico, les permitirá sacar el petróleo hacia el océano Índico, vía Yemen, o directamente hacia el mar Rojo. Como casi siempre ocurre en el Medio Oriente, todos esperan lo mejor, pero se preparan para lo peor.

18 de septiembre de 2007
9 de septiembre de 2007
©la nación
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