plaga de violaciones en congo
[Jeffrey Gettleman] Ola de violaciones agudiza drama de la guerra en el Congo.
Todos los días diez nuevas mujeres y niñas que han sido violadas se acercan a su hospital. Muchas han sido atacadas con tanto sadismo, con sus entrañas destrozadas con bayonetas, golpeadas con pedazos de madera, que sus sistemas digestivos y reproductivos ya no pueden ser curados.
"No sabemos por qué están ocurriendo esas violaciones, pero una cosa está clara", dijo el doctor Mukwege, que trabaja en la provincia del Kivu del Sur, el epicentro de la epidemia de violaciones del Congo. "Lo hacen para destruir a las mujeres".
El este del Congo está atravesando por otro de sus estallidos de violencia, y esta vez parece que las mujeres están siendo atacadas sistemáticamente a una escala nunca vista antes. De acuerdo a Naciones Unidas, en 2006 se denunciaron 27 mil agresiones sexuales solamente en la provincia de Kivu del Sur, y puede ser apenas una fracción del número total en todo el país.
"La violencia sexual en el Congo es la peor del mundo", dice John Holmes, subsecretario general de asuntos humanitarios de Naciones Unidas. "La enorme cantidad, la violencia indiscriminada, la cultura de la impunidad... Es atroz".
Se suponía que los días de caos habían sido superados en el Congo. El año pasado, este país de 66 millones de habitantes realizó unas históricas elecciones que costaron quinientos millones de dólares y debían en teoría poner fin a las varias guerras y rebeliones en el Congo, y su tradición de gobiernos épicamente malos.
Pero las elecciones no han reunificado al país ni han fortalecido de manera significativa la posición del gobierno congoleño para terminar con las tropas renegadas, muchas de ellas extranjeras. El sistema judicial y las fuerzas armadas apenas si funcionan y funcionarios de Naciones Unidas dicen que las tropas del gobierno congoleño se encuentran entre los peores infractores cuando se trata de violaciones. Grandes tramos del país, especialmente en el este, siguen siendo zonas anárquicas donde los civiles viven a merced de grupos fuertemente armados que han hecho de la guerra su modo de vida y sobreviven atacando aldeas y secuestrando mujeres por rescate.
De acuerdo a las víctimas, uno de los grupos más recientes es llamado de los ‘rastas', una misteriosa banda de fugitivos con el pelo liado que viven en lo más profundo de la selva, llevan chandal y jerseyes de Los Angeles Lakers y se caracterizan porque queman a bebés, secuestran a mujeres y cortan literalmente en pedazos a cualquiera que encuentren en el camino.
Funcionarios de Naciones Unidas dijeron que los llamados rastas fueron en el pasado parte de las milicias hutu que huyeron a Ruanda después de cometer genocidio allá en 1994, pero ahora parece que se han escindido y se especializan en atrocidades independientes.
Honorata Barinjibanwa, una chica de 18 años de pómulos prominentes y cabizbaja, dijo que fue secuestrada en una aldea durante un ataque de los rastas en abril y mantenida como esclava sexual hasta agosto. La mayor parte del tiempo lo pasó amarrada a un árbol, y todavía se pueden ver en su delicado cuello las marcas de las cuerdas. Los hombres la soltaban algunas horas al día para violarla en grupo, dijo.
"Estoy débil, tengo hambre, no sé cómo reiniciar mi vida", dijo en el Hospital Panzi, en Bukavu, donde fue llevada tras ser liberada por sus secuestradores.
También está embarazada.
Aunque la violación ha sido siempre un arma de guerra, los investigadores dicen que temen que en el Congo el problema se haya convertido en un fenómeno social más amplio.
"Ya no tiene nada que ver con la guerra", dijo Alexandra Bilak, que ha estudiado a los varios grupos armados en los alrededores de Bukavu, a orillas del Lago Kivu. Dijo que el número de mujeres maltratadas e incluso asesinadas por sus maridos había aumentado y que la brutalidad hacia las mujeres se había convertido en algo "casi normal".
Malteser International, una organización de ayuda europea que gestiona varias clínicas en el este del Congo, estima que este año tratará unos ocho mil casos de violencia sexual, en comparación con los 6.338 del año pasado. La organización dijo que en una ciudad, Shabunda, el 70 por ciento de las mujeres dijeron que estaban siendo brutalizadas sexualmente.
En el Hospital Panzi, donde Mukwege realiza hasta seis operaciones relacionadas con casos de violación, todas las camas están ocupadas por mujeres que yacen de espaldas mirando el techo, con bolsas de colostomía colgando junto a ellas debido a las lesiones internas.
"Todavía tengo dolor y siento escalofríos", dijo Kasindi Wabulasa, una paciente que fue violada en febrero por cinco hombres. Los hombres colocaron el caño de un rifle AK-47 contra el pecho de su marido y lo obligaron a mirar, diciéndole que si cerraba sus ojos le dispararían. Cuando terminaron, dijo Wabulasa, lo mataron de todos modos.
En casi todos los casos denunciados, los culpables son descritos como hombres jóvenes y armados, y en las colinas engañosamente bellas aquí, no escasean: soldados del gobierno, mal pagados y a menudo renegados; milicias locales llamadas mai-mai, que se embadurnan con aceite antes de entrar en batalla; miembros de grupos paramilitares originalmente de Ruanda y Uganda que han desestabilizado el área en los últimos diez años a la búsqueda de oro y otros minerales que se puede extraer del territorio congoleño.
Los ataques continúan, a pesar de la presencia de la fuerza de pacificación más grande de Naciones Unidas en el mundo, con más de 17 mil soldados.
No perdonan a nadie. Mukwege dijo que su paciente más vieja tenía 75, la más joven, tres.
"Algunas de estas niñas, cuyas entrañas han sido destruidas, son tan jóvenes que no entienden qué les pasó", dijo Mukwege. "Me preguntan si podrán tener hijos alguna vez, y es difícil mirarlas a los ojos".
Nadie -médicos, socorristas, investigadores congoleños y occidentales- pueden explicar exactamente por qué está ocurriendo esto.
"Ese es el problema", dijo André Bourque, un consultor canadiense que trabaja con grupos de ayuda en el este del país. "La violencia sexual en el Congo alcanza niveles que no se han visto nunca en ninguna parte. Es incluso peor que Ruanda durante el genocidio".
La impunidad puede ser uno de los factores que la explican, agregó Bourque, diciendo que pocos victimarios son alguna vez castigados.
Muchos socorristas congoleños negaron que el problema fuera cultural e insistieron en que las violaciones generalizadas no eran el producto de algo enraizado en la manera en que los hombres tratan a las mujeres en la sociedad congoleña. "Si ese fuera el caso, esto se habría visto hace mucho tiempo", dijo Wilhelmine Ntakebuka, que coordina un programa contra la violencia sexual en Bukavu.
En lugar de eso, dijo, la oleada de violaciones parece haber empezado a mediados de los años noventa. Eso coincide con las bandas de milicianos hutu que escaparon hacia las selvas del Congo después de exterminar a unos ochocientos mil tutsi y hutu moderados durante el genocidio de Ruanda hace trece años.
Holmes dijo que aunque las tropas del gobierno pueden haber violado a miles de mujeres, la mayoría de los ataques más violentos han sido realizados por milicias hutu.
"Son personas que participaron en el genocidio y están psicológicamente destruidas", dijo.
Bourque llama a este fenómeno una "reversión de valores" y dijo que podía generarse en áreas fuertemente traumatizadas que han estado implicadas en la guerra durante muchos años, como en el este del país.
Este lugar, uno de los paisajes más escénicos, verdes y montañosos de África central, continúa repercutiendo con las secuelas del genocidio en el país vecino. Cerca de Bukavu ha habido enfrentamientos hace poco entre el ejército congoleño y Laurent Nkunda, un general disidente que dirige una formidable fuerza rebelde. Nkunda es un tutsi congoleño que ha acusado al ejército congoleño de apoyar a las milicias hutu, lo que el ejército niega. Nkunda dice que su grupo está simplemente protegiendo a los civiles tutsi para impedir que vuelvan a ser agredidos.
Pero sus hombres no son mucho mejor.
Willermine Mulihano dice que fue violada dos veces -primero por milicianos hutu hace dos años, y luego, en julio, por soldados de Nkunda. Dos soldados la sujetaron con las piernas abiertas mientras otros tres se turnaron para violarla.
"Cuando pienso en lo que pasó", dijo, "me siento aprensiva y desolada".
También se siente sola. Su marido se divorció de ella después de la primera violación, diciendo que estaba enferma.
En algunos casos, las agresiones se dirigen contra civiles atrapados en el fuego cruzado entre grupos en conflicto. En un pueblo cerca de Bukavu donde en mayo violaron a 27 mujeres y mataron a 18 civiles, los atacantes dejaron una nota en mal swahili diciendo a los aldeanos que la violencia continuaría mientras hubiera tropas del gobierno en la zona.
Las tropas de Naciones Unidas aquí están aumentando sus esfuerzos para proteger a las mujeres.
Hace poco iniciaron lo que llaman ‘focos nocturnos': tres camiones con soldados entran a la selva y mantienen sus focos encendidos toda la noche como señal, tanto para civiles como para grupos armados, que los soldados han llegado. A veces, cuando llega el día, se encuentran hasta tres mil aldeanos durmiendo en el suelo junto a los camiones.
Pero el problema parece mayor que los recursos destinados a combatirlo.
El Hospital de Panzi tiene 350 camas, y aunque se está construyendo un nuevo pabellón específicamente para víctimas de violaciones, el hospital envía a las mujeres de regreso a sus pueblos antes de que estén completamente recuperadas, debido a que necesita el espacio para la interminable fila de nuevos ingresos.
Mukwege, 52, dijo que recordaba los días en que Bukabu era conocida por sus espectaculares vistas del lago y parques nacionales cercanos, como Kahuzi-Biega.
"Antes había por aquí un montón de gorilas', dijo. "Pero ahora han sido remplazados por bestias mucho más salvajes".
"No sabemos por qué están ocurriendo esas violaciones, pero una cosa está clara", dijo el doctor Mukwege, que trabaja en la provincia del Kivu del Sur, el epicentro de la epidemia de violaciones del Congo. "Lo hacen para destruir a las mujeres".
El este del Congo está atravesando por otro de sus estallidos de violencia, y esta vez parece que las mujeres están siendo atacadas sistemáticamente a una escala nunca vista antes. De acuerdo a Naciones Unidas, en 2006 se denunciaron 27 mil agresiones sexuales solamente en la provincia de Kivu del Sur, y puede ser apenas una fracción del número total en todo el país.
"La violencia sexual en el Congo es la peor del mundo", dice John Holmes, subsecretario general de asuntos humanitarios de Naciones Unidas. "La enorme cantidad, la violencia indiscriminada, la cultura de la impunidad... Es atroz".
Se suponía que los días de caos habían sido superados en el Congo. El año pasado, este país de 66 millones de habitantes realizó unas históricas elecciones que costaron quinientos millones de dólares y debían en teoría poner fin a las varias guerras y rebeliones en el Congo, y su tradición de gobiernos épicamente malos.
Pero las elecciones no han reunificado al país ni han fortalecido de manera significativa la posición del gobierno congoleño para terminar con las tropas renegadas, muchas de ellas extranjeras. El sistema judicial y las fuerzas armadas apenas si funcionan y funcionarios de Naciones Unidas dicen que las tropas del gobierno congoleño se encuentran entre los peores infractores cuando se trata de violaciones. Grandes tramos del país, especialmente en el este, siguen siendo zonas anárquicas donde los civiles viven a merced de grupos fuertemente armados que han hecho de la guerra su modo de vida y sobreviven atacando aldeas y secuestrando mujeres por rescate.
De acuerdo a las víctimas, uno de los grupos más recientes es llamado de los ‘rastas', una misteriosa banda de fugitivos con el pelo liado que viven en lo más profundo de la selva, llevan chandal y jerseyes de Los Angeles Lakers y se caracterizan porque queman a bebés, secuestran a mujeres y cortan literalmente en pedazos a cualquiera que encuentren en el camino.
Funcionarios de Naciones Unidas dijeron que los llamados rastas fueron en el pasado parte de las milicias hutu que huyeron a Ruanda después de cometer genocidio allá en 1994, pero ahora parece que se han escindido y se especializan en atrocidades independientes.
Honorata Barinjibanwa, una chica de 18 años de pómulos prominentes y cabizbaja, dijo que fue secuestrada en una aldea durante un ataque de los rastas en abril y mantenida como esclava sexual hasta agosto. La mayor parte del tiempo lo pasó amarrada a un árbol, y todavía se pueden ver en su delicado cuello las marcas de las cuerdas. Los hombres la soltaban algunas horas al día para violarla en grupo, dijo.
"Estoy débil, tengo hambre, no sé cómo reiniciar mi vida", dijo en el Hospital Panzi, en Bukavu, donde fue llevada tras ser liberada por sus secuestradores.
También está embarazada.
Aunque la violación ha sido siempre un arma de guerra, los investigadores dicen que temen que en el Congo el problema se haya convertido en un fenómeno social más amplio.
"Ya no tiene nada que ver con la guerra", dijo Alexandra Bilak, que ha estudiado a los varios grupos armados en los alrededores de Bukavu, a orillas del Lago Kivu. Dijo que el número de mujeres maltratadas e incluso asesinadas por sus maridos había aumentado y que la brutalidad hacia las mujeres se había convertido en algo "casi normal".
Malteser International, una organización de ayuda europea que gestiona varias clínicas en el este del Congo, estima que este año tratará unos ocho mil casos de violencia sexual, en comparación con los 6.338 del año pasado. La organización dijo que en una ciudad, Shabunda, el 70 por ciento de las mujeres dijeron que estaban siendo brutalizadas sexualmente.
En el Hospital Panzi, donde Mukwege realiza hasta seis operaciones relacionadas con casos de violación, todas las camas están ocupadas por mujeres que yacen de espaldas mirando el techo, con bolsas de colostomía colgando junto a ellas debido a las lesiones internas.
"Todavía tengo dolor y siento escalofríos", dijo Kasindi Wabulasa, una paciente que fue violada en febrero por cinco hombres. Los hombres colocaron el caño de un rifle AK-47 contra el pecho de su marido y lo obligaron a mirar, diciéndole que si cerraba sus ojos le dispararían. Cuando terminaron, dijo Wabulasa, lo mataron de todos modos.
En casi todos los casos denunciados, los culpables son descritos como hombres jóvenes y armados, y en las colinas engañosamente bellas aquí, no escasean: soldados del gobierno, mal pagados y a menudo renegados; milicias locales llamadas mai-mai, que se embadurnan con aceite antes de entrar en batalla; miembros de grupos paramilitares originalmente de Ruanda y Uganda que han desestabilizado el área en los últimos diez años a la búsqueda de oro y otros minerales que se puede extraer del territorio congoleño.
Los ataques continúan, a pesar de la presencia de la fuerza de pacificación más grande de Naciones Unidas en el mundo, con más de 17 mil soldados.
No perdonan a nadie. Mukwege dijo que su paciente más vieja tenía 75, la más joven, tres.
"Algunas de estas niñas, cuyas entrañas han sido destruidas, son tan jóvenes que no entienden qué les pasó", dijo Mukwege. "Me preguntan si podrán tener hijos alguna vez, y es difícil mirarlas a los ojos".
Nadie -médicos, socorristas, investigadores congoleños y occidentales- pueden explicar exactamente por qué está ocurriendo esto.
"Ese es el problema", dijo André Bourque, un consultor canadiense que trabaja con grupos de ayuda en el este del país. "La violencia sexual en el Congo alcanza niveles que no se han visto nunca en ninguna parte. Es incluso peor que Ruanda durante el genocidio".
La impunidad puede ser uno de los factores que la explican, agregó Bourque, diciendo que pocos victimarios son alguna vez castigados.
Muchos socorristas congoleños negaron que el problema fuera cultural e insistieron en que las violaciones generalizadas no eran el producto de algo enraizado en la manera en que los hombres tratan a las mujeres en la sociedad congoleña. "Si ese fuera el caso, esto se habría visto hace mucho tiempo", dijo Wilhelmine Ntakebuka, que coordina un programa contra la violencia sexual en Bukavu.
En lugar de eso, dijo, la oleada de violaciones parece haber empezado a mediados de los años noventa. Eso coincide con las bandas de milicianos hutu que escaparon hacia las selvas del Congo después de exterminar a unos ochocientos mil tutsi y hutu moderados durante el genocidio de Ruanda hace trece años.
Holmes dijo que aunque las tropas del gobierno pueden haber violado a miles de mujeres, la mayoría de los ataques más violentos han sido realizados por milicias hutu.
"Son personas que participaron en el genocidio y están psicológicamente destruidas", dijo.
Bourque llama a este fenómeno una "reversión de valores" y dijo que podía generarse en áreas fuertemente traumatizadas que han estado implicadas en la guerra durante muchos años, como en el este del país.
Este lugar, uno de los paisajes más escénicos, verdes y montañosos de África central, continúa repercutiendo con las secuelas del genocidio en el país vecino. Cerca de Bukavu ha habido enfrentamientos hace poco entre el ejército congoleño y Laurent Nkunda, un general disidente que dirige una formidable fuerza rebelde. Nkunda es un tutsi congoleño que ha acusado al ejército congoleño de apoyar a las milicias hutu, lo que el ejército niega. Nkunda dice que su grupo está simplemente protegiendo a los civiles tutsi para impedir que vuelvan a ser agredidos.
Pero sus hombres no son mucho mejor.
Willermine Mulihano dice que fue violada dos veces -primero por milicianos hutu hace dos años, y luego, en julio, por soldados de Nkunda. Dos soldados la sujetaron con las piernas abiertas mientras otros tres se turnaron para violarla.
"Cuando pienso en lo que pasó", dijo, "me siento aprensiva y desolada".
También se siente sola. Su marido se divorció de ella después de la primera violación, diciendo que estaba enferma.
En algunos casos, las agresiones se dirigen contra civiles atrapados en el fuego cruzado entre grupos en conflicto. En un pueblo cerca de Bukavu donde en mayo violaron a 27 mujeres y mataron a 18 civiles, los atacantes dejaron una nota en mal swahili diciendo a los aldeanos que la violencia continuaría mientras hubiera tropas del gobierno en la zona.
Las tropas de Naciones Unidas aquí están aumentando sus esfuerzos para proteger a las mujeres.
Hace poco iniciaron lo que llaman ‘focos nocturnos': tres camiones con soldados entran a la selva y mantienen sus focos encendidos toda la noche como señal, tanto para civiles como para grupos armados, que los soldados han llegado. A veces, cuando llega el día, se encuentran hasta tres mil aldeanos durmiendo en el suelo junto a los camiones.
Pero el problema parece mayor que los recursos destinados a combatirlo.
El Hospital de Panzi tiene 350 camas, y aunque se está construyendo un nuevo pabellón específicamente para víctimas de violaciones, el hospital envía a las mujeres de regreso a sus pueblos antes de que estén completamente recuperadas, debido a que necesita el espacio para la interminable fila de nuevos ingresos.
Mukwege, 52, dijo que recordaba los días en que Bukabu era conocida por sus espectaculares vistas del lago y parques nacionales cercanos, como Kahuzi-Biega.
"Antes había por aquí un montón de gorilas', dijo. "Pero ahora han sido remplazados por bestias mucho más salvajes".
8 de octubre de 2007
©new york times
©traducción mQh
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