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heladeros durante la guerra


[Stephen Farrell] Cosas de la vida en Iraq.
Bagdad, Iraq. Todos los días antes de que el sol del verano se eleve lo suficiente como para hacer hervir la sangre en el asfalto, las clases pobres hacen cola frente a dickensianas fábricas de helado.
Mientras la electricidad llega a la mayoría de los hogares solamente un par de horas al día, los pobres entregan sus sucios dinares marrones por lo que se ha convertido en un símbolo del firme descenso de Iraq en una era más primitiva y el pacto roto con sus jefes, nacionales y extranjeros.
En una capital que fue una vez la sede del Califato Musulmán y un centro del cosmopolitismo árabe, ahora el hielo es el último recurso de los pobres, sujetos a los horrores sectarios y a las reglas impuestas por bandas de delincuentes.
En Topchi, de mayoría chií, los fabricantes de helados dicen que el Ejército Mahdi de Moqtada al-Sáder emitió, el primer día de verano, un decreto ordenando a los vendedores a fijar un precio máximo de cuatro mil dinares (tres dólares) por un bloque de hielo de 25 kilos, treinta por ciento menos que lo que cobran fuera de las zonas controladas por el Ejército Mahdi.
Todo el mundo acató, entregando un subsidio instantáneo a las mujeres con velo y a los trabajadores pobres que son el electorado natural del clérigo radical chií. El mismo precio se ha impuesto en otras bases de apoyo, como Ciudad Sáder.
Algunos abastecedores están horrorizados. "Están tratando de mejorar su imagen y hacerse con favores", murmuró un comerciante, mientras un colega armado de una hoz cortaba por la mitad los cristalinos bloques huecos para que mujeres envueltas en túnicas negras las metieran en bolsas de la compra. "Pero no lo lograrán. Todos sabemos quiénes son los del Ejército Mahdi".
Hastiados de cuatro años de caos, otros apoyan la medida para imponer orden, cualquier tipo de orden.
"No hay nada mejor que la ley y el orden", dijo Omar Suleiman, otro gerente de fábrica. "En los días de Saddam Hussein, el gobierno controlaba el precio del hielo. Ahora no hay control, excepto donde lo imponen las milicias".
Los chiíes no son los únicos en manipular la oferta para favorecer sus propios programas sectarios.
En una planta, ubicada debajo de un paso elevado de la autopista en Topchi, los cuatro choferes de los camiones de reparto renunciaron el año pasado después de amenazas de las bandas religiosas de que los matarían si continuaban cruzando las invisibles pero reales líneas fronterizas que separan en Bagdad los barrios chiíes de los sunníes.
Los clientes de un suburbio les advirtieron que los takfiris -fanáticos sunníes- declararon que su producto congelado no era musulmán.
"En Ghazaliya está prohibido vender hielo porque los takfiris dijeron que el "profeta Mahoma no tenía hielo en su época", dijo Khatan Kareem, el gerente de la fábrica donde trabajaban los obreros, moviendo la cabeza atónito.

Muchas de las fábricas de helados de Bagdad son piezas de museo. En una, la compresora industrial fue fabricada en India en 1960. Otra fue construida por L. Sterne & Co. en Glasgow hace más de cien años.
Hussam Muhammad, cuya familia posee las maquinarias de la empresa donde trabaja Kareem, nunca imaginó que la derruida fábrica, construida en 1952 cuando Iraq todavía era una monarquía, sobreviviría hasta después de Saddam Hussein.
"En 2003 pensé que la empresa de helados se acabaría porque una vez que llegaran los norteamericanos todo el mundo tendría electricidad y neveras", dijo Muhammad mientras corría dando pasitos desde el ventilador hasta las tuberías cubiertas de hielo tratando de mantener la planta para ir tirando. "Los pescaderos y carniceros que eran nuestros clientes, se han marchado, cerrado por la situación de seguridad. Ahora es la gente pobre la que viene porque ellos no tienen dinero para adquirir generadores que les permitirían conservar en frío sus alimentos y bebidas".
La compartimentalización sectaria del hielo en Bagdad es tan rígida para los clientes como para los heladeros.
Tanto es el miedo a los pistoleros que en la fábrica debajo del paso elevado, sólo los vecinos más inmediatos pueden llegar en seguridad a sus mugrientas puertas.
"La gente venía desde las zonas sunníes, Taji, Amiriya y Jamiya, a comprar helado porque ellos no tenían fábricas de helado", dijo Kareem. "Pero ahora los sunníes no pueden llegar hasta acá, y yo estoy en las mismas. Soy chií y no puedo ir a Yarmouk".
La idea es particularmente irritante para Kareem porque hasta hace tres meses él vivía en Yarmouk, un barrio sunní, y disfrutaba de un trabajo seguro en la administración hasta que en un allanamiento del ejército iraquí descubrieron un icono chií en una pared.
"Me pegaron, quemaron mi casa y me echaron de la zona", dijo, acuclillado en medio del nauseabundo olor a aluminio que impregna todas las fábricas de hielo. "Ahora vivo en la cocina de mis parientes. Y trabajo aquí".
Su depresión refleja la frustración de la clase media iraquí, que se enorgullecía de ser una de las más educadas del mundo árabe, y que ahora se ve a sí misma cayendo más abajo todavía que sus rivales regionales y de vuelta a la tecnología de sus abuelos.
En los barrios más ricos los bienes de consumo se apilan hasta arriba en las estanterías, para la gente con dinero que se puede permitir comprar electricidad en el mercado negro a dueños de generadores privados.
Pero millones de gente sin dinero no se puede permitir este lujo y muchos de esos dueños de generadores han sido asesinados o expulsados por las milicias empecinadas en hacerse con sus rentables negocios.
El hielo, ostensiblemente la menos política de las mercaderías, sólo requiere agua, electricidad y algunos agentes químicos.
Pero en el estado actual de polarizada violencia en Bagdad, ninguna empresa es una isla. Las materias primas deben ser aprobadas por puestos de control y hombres armados, con sus reglas arbitrarias y castigos inmediatos, lo mismo que los clientes, abastecedores, personal y producto terminado.
Las fábricas de hielo -vacas lecheras en el punto álgido de la estación veraniega- no han escapado a la curiosidad de los pistoleros.

En el enclave sunní de Adhamiya, recientemente amurallado para protegerse de sus vecinos chiíes y evitar masacres entre las comunidades, Taha Khaleel se quejó de que sus choferes y mecánicos estaban a merced de un puesto de control del ejército iraquí chií que controla la entrada.
"Depende de su estado de ánimo", dijo. "Esto nos causa problemas para la continuidad del abastecimiento de combustible. Los choferes ya no quieren venir debido a eso, y por los insultos que tienen que soportar".
Un dueño de una fábrica secuestrado en Taji fue liberado sólo después de que entregara su coche. En la Fábrica de Hielo Qutub, en Bagdad, el dueño huyó de Iraq después de recibir una amenaza de muerte, y los empleados dicen que la mayoría de sus clientes de clase media se han igualmente marchado.
No tan afortunados son los pobres compradores de un mercado callejero en el barrio de Salaam, donde en los últimos meses han surgido puestos de madera, pese al alcantarillado adyacente y a las pilas de basura pudriéndose.
Alarmados por historias de enfermedades, ahora muchos compradores echan pastillas de esterilización a los bloques congelados. Si tienen suerte, las tiendas tendrán hielo de Sulaimaniya o de Erbil, ciudades kurdas donde los hacen con agua de montaña. Si no, deben sobrevivir con el impuro producto bagdadí, con sus distintivo brillo amarillento.
"Durante el régimen de Saddam no compré nunca helados, porque los hacía en mi nevera. Pero hoy tengo que hacerlo porque no hay electricidad, y necesitamos agua fría", dijo Muhammad Abbadi, 52, dueño de una tienda de ropa. "El hielo es la única fuente, aunque esté sucia. Hace dos semanas mis hijas enfermaron de tifus".

Contribuyeron al reportaje Khalid W. Hassan, Ahmad Fadam, Wisam A. Habeeb, Karim Hilmi y Mudhafer Al-Husaini. Mr. Hassan fue asesinado el 13 de julio.

31 de octubre de 2007
28 de julio de 2007
©new york times
©traducción mQh
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