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algo huele mal en dinamarca


[Raúl Sohr] Es preocupante observar cómo en buena parte de Europa crece la hostilidad hacia los trabajadores inmigrantes. En ciertos casos existen razones económicas, pero en todos hay fricciones culturales.
En Dinamarca la derecha, respaldada por un partido con claros visos xenófobos, consiguió una estrecha victoria. El primer ministro conservador, Anders Fogh Rasmussen, podrá formar su tercer gobierno consecutivo. La quitada de bulla danesa estuvo envuelta en un violento debate a raíz de la publicación de una serie de caricaturas en el periódico Jyllands-Posten en septiembre de 2005. Una de ellas mostraba al profeta Mohamed con un turbante con la forma de una bomba. Este y otros dibujos fueron considerados blasfemos por los musulmanes en varios países. En el Medio Oriente hubo violentas manifestaciones y llamados al boicot de los productos daneses. En Damasco, capital siria, fueron quemadas embajadas nórdicas y con ellas la chilena, contigua a una de las legaciones europeas.
Encontrarse en el ojo de la tormenta con las imágenes de masas furiosas quemando banderas danesas abrió un profundo y complejo debate. Dónde comienzan los límites del debido respeto a una fe religiosa versus la libertad de expresión, que es uno de los valores supremos de la cultura occidental. Como ocurre con los incidentes de esta naturaleza, el tiempo fue la mejor cura. Pero la extrema derecha danesa no olvidó el agravio y lo hizo valer en las últimas elecciones. Fue una de las pocas formaciones que incrementó su votación. El Partido Popular Danés (conocido por la sigla de DPP) obtuvo 13,8% de los votos y cuenta con 25 parlamentarios en una Cámara de 179. El DPP tapizó con afiches que mostraban a las Torres Gemelas ardiendo con la leyenda: "Tolerancia es danesa; fanatismo no lo es". Tampoco faltaron afiches que reavivaban la memoria de las turbas atacando sus embajadas. El DPP ha apoyado al Gobierno sin contar con ministros. Pero ha jugado un rol decisivo en un drástico endurecimiento de la legislación migratoria.
Lo llamativo en Dinamarca es que los sectores xenófobos pueden sacar tan buen partido en sus campañas antiinmigratorias. Ello en un país con una reputación de tolerancia y un notable desempeño económico. En 2006 la economía creció 3,5%, lo que para Europa es envidiable y, más importante aún, tiene un virtual pleno empleo porque la tasa de cesantía es de un mero 3,1%. Dinamarca ha aportado un nuevo concepto al léxico económico y social: la ‘flexicurity'. Es una palabra que combina dos bienes difíciles de juntar en forma simultánea: la flexibilidad y la seguridad. Uno de los mayores retos para los gobiernos europeos es cómo flexibilizar sus mercados laborales; esto es, facilitar el despido de personal sin que ello redunde en conflictos sociales. La forma de conseguirlo es dando seguridad a los despedidos mediante un generoso sistema de soporte estatal, otorgado por los sistemas de bienestar. En verdad todos los países nórdicos operan con este criterio, lo que les ha permitido renovar, en forma permanente, sus industrias y mantener los más altos niveles de competitividad. El secreto está en que la gente no tema al cambio.
En todo caso, es preocupante observar cómo en buena parte de Europa crece la hostilidad hacia los trabajadores inmigrantes. En ciertos casos existen razones económicas, pero en todos hay fricciones culturales. Francia y Holanda rechazaron la propuesta de Constitución europea en gran medida en repudio a nuevos inmigrantes. En el trasfondo del voto francés se debatió el ingreso de Turquía a la Unión Europea. En Holanda, el tema de los inmigrantes es candente. En estos momentos los cabezas de turcos son los musulmanes. Pero ésa es una fobia circunstancial, que podría dirigirse a otros grupos, como los gitanos y rumanos en Italia o los latinoamericanos en España. En Suiza, los vencedores de las elecciones del mes pasado triunfaron con una campaña racista. La globalización económica, con la apertura de las fronteras, no ha traído en muchos casos la esperable apertura de los espíritus.

16 de noviembre de 2007
©la nación
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