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iraquíes huyen hacia jordania


[Sudarsan Raghavan] Iraquíes con vínculos con Estados Unidos huyen desesperados hacia la frontera. Los contratistas esperan sus visados.
Amán, Jordania. Toda vez que pueden, los iraquíes muestran fotos de sí mismos lado a lado con soldados norteamericanos, fotos que temían mostrar a otros en el país. Muestran cartas de recomendación laminadas de comandantes norteamericanos. Dejan ver fugazmente chapas vencidas de la embajada norteamericana, que todavía llevan en sus billeteras.
Miles de empleados iraquíes de contratistas norteamericanos, a los que el miedo hace abandonar la capital, están tratando desesperadamente de convertir sus lazos con los norteamericanos en una entrada a Estados Unidos. Pero la mayoría de ellos languidece en un limbo burocrático y psicológico, su condición tan incierta como su futuro.
"Estamos aquí solamente debido a nuestro trabajo con los norteamericanos", dijo Intisar Ibrahim, 53, una alta y solemne ingeniero que dejó Iraq hace dos años. "Están obligados a ayudarnos, pero hasta ahora no hemos visto nada".
Más de cuatro años después de la invasión norteamericana, el número de iraquíes que se están estableciendo en Estados Unidos sigue aumentando, aunque las cifras son minúsculas y el ritmo, glacial. Sólo aquellos que han trabajado directamente para el gobierno o las fuerzas armadas norteamericanas -un pequeño porcentaje de los refugiados-, pueden acceder a un procedimiento de inmigración rápido. Se estima que unos cien mil iraquíes empleados por contratistas norteamericanos -desde aseadores de oficinas hasta gerentes y profesionales altamente calificados- tienen una prioridad mucho más baja, aunque hicieron frente a peligros similares y pasaron por rigurosos chequeos de antecedentes.
En Iraq, esos trabajadores pagaron un precio por ser aliados de Estados Unidos. Llevaban vidas dobles enfundados en mentiras y secretos. Muchos fueron asesinados. Aquellos afortunados que lograron llegar a Jordania han descubierto la precariedad de la vida de un refugiado.
Su destino fue influido por las medidas de seguridad de después del 11 de septiembre de 2001, menguantes cuentas bancarias y la creciente impaciencia de los vecinos de Iraq con el flujo de refugiados. Temen tener que volver a Iraq, a sus vidas clandestinas y, según creen, a una muerte cierta.
"¿Cuánto tiempo podré esperar?", preguntó Mohammed Ameen, 40, ingeniero informático que llegó aquí hace veinte meses. Ameen y otros iraquíes entrevistados para este artículo pidieron que no se mencionaran sus nombres completos para protegerse, ellos y sus familiares en Iraq, ante el peligro de ser perseguidos.
Entre el 1 y el 15 de octubre de 2006 de este años, se han reasentado en Estados Unidos 1.636 iraquíes, en una época en que se calcula que salen diariamente del país unos tres mil iraquíes. El mes pasado, Estados Unidos anunció que aceptaría a doce mil iraquíes este próximo año. Pero con 2.2 millones de iraquíes desplazados en el extranjero, grupos de derechos humanos y algunos miembros del Congreso han criticado la apertura como un gesto simbólico. En comparación, Estados Unidos ha aceptado un millón de refugiados de Vietnam, 600 mil de la antigua Unión Soviética y 157 mil de Kosovo y Bosnia.
Rafiq A. Tschannen, el director jordano de la Organización Internacional para las Migraciones, que supervisa el programa de reasentamiento en Estados Unidos, dijo que este país tiene la responsabilidad de admitir a muchos más iraquíes que han trabajado para Estados Unidos en el frente bélico.
"Si pones a alguien en peligro, para decirle después ‘gracias y hasta luego', no es suficiente", dijo Tschannen. "Es gente muy bien formada. Provienen de buenas familias. Son los mejores inmigrantes. No es que vayas a aceptar a gente que va a vivir de la seguridad social por el resto de sus vidas".
Ibrahim, la ingeniero, con un pañuelo azul lavanda cubriendo sus cabellos castaños, miró en silencio una carta en la que se le agradece su "excepcional dedicación y calidad profesional" en la instalación de barracas para el ejército norteamericano. Datada el 17 de noviembre de 2003, estaba firmada por el teniente coronel Charles E. Williams, comandante de Escuadrón No. 1, del Regimiento de Caballería No. 1 de la Primera División Blindada.
Sonrió y recordó cuando se hizo con el contrato para el trabajo de KBR, una firma de ingeniería con sede en Houston. Los gerentes de la compañía, dijo, la trataron como a una igual y recompensaron su buen trabajo con más contactos. Mientras hablaba, sacó su chapa expirada de la KBR de su bolso de mano.
"Siempre lo viví como si ellos fueran mi familia", dijo Ibrahim. "A mis empleados les gustaba trabajar para los norteamericanos. Esos fueron los mejores años de mi vida".
Para 2004, Ibrahim había empezado a portar un arma en su cartera y había contratado a un guardaespaldas. Cuando entraba a la Zona Verde, donde operaban las empresas y la embajada norteamericana, llevaba una abaya que la cubría de pies a cabeza. Una vez dentro, se cambiaba a vaqueros y zapatillas.
"Cambiaba mi personalidad", dijo.
Entonces, un viernes, su guardaespaldas fue secuestrado. Días después, sus secuestradores llamaron su familia preguntando por Ibrahim. Sabían que ella estaba trabajando para los norteamericanos.
Durante tres días Ibrahim y su familia permanecieron encerrados en su casa y durmieron con armas al alcance de la mano. Una semana después, huyeron a Amán.
Eso fue hace dos años. Desde entonces, Ibrahim, ha visto huir de Iraq a decenas de colegas y amigos que trabajaron para contratistas norteamericanos. "Todavía no he oído de ninguno que haya entrado a Estados Unidos", dijo.
Su sobrino Ammar Ibrahim, chií, vivía en el barrio sunní de Adhamiyah, en Bagdad, pero su más grande temor no era la guerra sectaria. Trabajaba en una planta eléctrica operada por General Electric.
"Cuando trabajas para los norteamericanos no hay diferencias entre sunníes y chiíes", dijo Ammar. "Los dos lados te quieren matar".
No confiaba en nadie. Contrataba a familiares de los empleados para evitar encontrarse con extraños. Hacía todos los días una ruta diferente hacia y desde la planta para evitar sufrir el mismo destino que el guadaespaldas de su tía. Ocultaba su tarjeta de identificación de General Electric en caso de que fuera parado. "Ni mis mejores amigos sabían que yo estaba trabajando para los norteamericanos", dijo.
Hace once meses, cuando expiró el contrató, el flaco y serio ingeniero de 25 años llegó a Amán. Solicitó su reasentamiento y fue entrevistado en junio por un funcionario de la organización de refugiados de Naciones Unidas. El agente, dijo, apenas si miró su tarjeta.
"No le importaba para nada", dijo Ammar. "Para él, era irrelevante".
En una situación en la que prácticamente todos los iraquíes tienen una historia miserable que contar, la oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados otorga prioridad a gente que ha sido víctima de secuestros y torturas, y aquellos en urgente necesidad de cuidados médicos. Más de un cuarto de las solicitudes de asentamiento en Estados Unidos este año fueron de mujeres que corrieron riesgos durante la guerra, dijeron funcionarios de Naciones Unidas.
Ammar Ibrahim reprocha que los empleados de la embajada norteamericana en Bagdad y los intérpretes militares norteamericanos tienen mejores posibilidades de llegar a Estados Unidos que él. "No es justo. Nosotros corríamos más peligros que ellos. Trabajábamos en sitios diferentes, y ninguno de nosotros conocimos la seguridad de la Zona Verde", dijo. "Los traductores del ejército se cubrían sus rostros cuando trabajaban. Nadie sabe quiénes son. Pero en mi trabajo yo nunca pude cubrirme la cara".
Mustafa Ahmed, 33, ingeniero informático de Mosul, recibió en octubre de 2004 una carta donde lo tildaban de "traidor" y que merecía ser "decapitado". ¿Su delito? Había trabajado para ACDI/VOCA, una organización sin fines de lucros subvencionada por el gobierno norteamericano que otorga préstamos a iraquíes pobres. Por eso huyó a Jordania.
"Hasta hoy, siempre miro por sobre mi espalda", dijo Ahmed.
Mohammed Ameen, corpulento, cara alargada y bigote, utilizó su formación como ingeniero para ayudar a instalar la red telefónica de MCI en Bagdad, que es usada por funcionarios norteamericanos e iraquíes. Huyó a Iraq el año pasado después de que un vecino le contara a su madre que debía dejar de trabajar para los norteamericanos; si no, lo matarían. Hoy, recorre Amán con sus chapa expirada de la embajada norteamericana y credenciales de la Autoridad Provisional de la Coalición, que gobernó Iraq hasta 2004.
Sus esperanzas de obtener refugio en Estados Unidos dependen de un pequeño grupo de norteamericanos que dirigen el Proyecto Lista, que promueve el reasentamiento de iraquíes que hayan colaborado con la campaña norteamericana. Ameen, después de responder ciento cincuenta preguntas sobre sus dificultades y antecedentes, fue agregado este año a la lista.
"¿Soy un peligro para la seguridad? He trabajado mucho tiempo con los norteamericanos y nunca tuve problemas. ¿Qué temen de mí?", preguntó Ameen. "¿Por qué no me dejan encontrar un trabajo y llevar una vida decente? Tengo miedo de volver a Bagdad. Allá no podré encontrar trabajo".
Casi ochocientos iraquíes que trabajaron para los norteamericanos se encuentran en esa Lista. Nueve de ellos se han establecido en Estados Unidos, junto a seis parientes, de acuerdo a su fundador Kirk Johnson.
El dinero que ganó Ameen trabajando para los norteamericanos se está acabando, y pronto no tendrá otra opción que volver a Bagdad. "La cuenta regresiva ya empezó", dijo, sacudiendo su cabeza.
Intisar Ibrahim, la ingeniero, dice que no puede encontrar trabajo en Iraq. "Cuando has trabajado en la Zona Verde, estás terminada. Es una maldición", dijo. "Te van a matar".
Waleed Mohammed y Ghada Mohammed -no están relacionados- trabajan ambos en la Zona Verde. Pero pronto sus futuros se separarán.
Waleed, que trabaja para una pequeña firma de comunicaciones norteamericana, dice a sus vecinos que hace trabajos de mantenimiento para una compañía iraquí. "Después del trabajo, me marcho a casa y me quedo en casa. No puedo salir", dijo.
Waleed quiere marcharse a Estados Unidos, pero los iraquíes no pueden solicitar su reasentamiento desde el interior del país, y él no tiene dinero para viajar a Siria o Jordania. Aquellos que logran obtener una recomendación de Naciones Unidas deben pasar por un largo proceso de entrevistas con funcionarios norteamericanos, sin ninguna garantía. "Eso podría significar dos años de espera por nada", dijo. "Se necesita un montón de dinero. ¿De dónde lo sacaré? ¿Gastar mis ahorros? Tengo familia, tengo una hija. También tengo mi propia madre y madre".
Para los iraquíes, salir de Iraq es cada vez más difícil. Agobiada por la llegada masiva de refugiados, ahora Siria sólo admite a iraquíes con ciertos tipos de visados, y Jordania está considerando adoptar restricciones similares.
Ghada, 36, también trabaja para un contratista militar norteamericano, pero trata directamente con el ejército de Estados Unidos. En marzo huyó a Jordania para solicitar una visa especial para intérpretes militares de Estados Unidos. Su visa fue aprobada en agosto. Pero su buena fortuna está teñida por el sentimiento de culpa. "Muchos colegas y amigos que trabajan para los norteamericanos no tienen esta posibilidad. Tienen los mismos problemas. Pero no tienen acceso a ella porque no conocen a militares de alto rango en el ejército que los avalen".
Este mes se marchará primero a Washington, y luego se establecerá en Baltimore. Está ansiosa de volver a vivir en seguridad. Hizo una pausa, pensando en dónde estaba todavía, y agregó: "Espero estar viva para cuando llegue el momento de partir".

Yasmin Mousa contribuyó a este reportaje.

18 de noviembre de 2007
16 de noviembre de 2007
©washington post
©traducción mQh
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