el mal y la existencia de dios
[Stanley Fish] ¿Cuál es el origen del mal? ¿Es esta una pregunta que corresponde hacer en la teología?
En el Libro 10 del ‘Paraíso Perdido', de Milton, Adán hace la pregunta que tantos de sus descendientes han hecho: ¿por qué se han de arruinar millones de vidas por un pecado que cometió él, no ellos? ("¿Pero, por que razón, siendo inocente, / Ha de ser en mis penas comprendida?"). Se responde él mismo, inmediatamente: "De mi crimen la horrible levadura / Corrompió toda aquella masa pura. / Su alma, su voluntad, su entendimiento, / Son cada uno una fuente ya dañada, / Desde su nacimiento". El Pecado Original de Adán es como un virus heredado. Aunque aquellos que nacen con él son técnicamente inocentes del crimen -pues no fueron ellos quienes comieron del árbol prohibido-, sus efectos arden en su sangre y trastornan sus acciones.
Por supuesto, Dios pudo haberles devuelto su salud espiritual, pero en lugar de eso, nos dice Pablo en Romanos, "los entregó" a sus propias "mentes réprobas" y a los impulsos de sus voluntades depravadas. Debido a que están por naturaleza "llenos de todo tipo de iniquidades", sólo harán cosas perversas: "fornicación, homicidio, robo, codicia, maldad, engaño". "No hay justo, ni aun uno", declara Pablo. "[...] por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios".
La consecuencia -al menos con estas presupuestos- es que la presencia del mal en el mundo no se puede trazar hasta Dios, que abrió la posibilidad de su emergencia al otorgar a sus criaturas libre albedrío, pero no es responsable de lo que ellos, en la persona de su progenitor Adán, decidan hacer libremente.
Lo que Milton y Pablo ofrecen (no como colaboradores, por supuesto, sino como participantes en la misma tradición) es una solución al principal problema de la teodicea: la existencia del sufrimiento y del mal en un mundo presidido por una deidad benevolente y todopoderosa. La ocurrencia de catástrofes naturales (huracanes, sequías, epidemias) y no naturales (el Holocausto) reviven siempre el problema y provocan angustiadas discusiones sobre este. La convicción, de algunos, de que el problema es intratable conduce a la conclusión de que no existe Dios, una conclusión a la que llegan alegremente autores de libros como ‘The God Delusion', ‘God Is Not Great' y ‘The End of Faith'.
Ahora dos nuevos libros (que serán publicados en los próximos meses) renuevan el debate. Sus autores provienen de direcciones opuestas -una del teísmo al agnosticismo, la otra del ateísmo al teísmo-, pero se encuentran, o más bien cruzan sus caminos, en el tema del dolor y del mal.
Bart D. Ehrman es profesor de estudios religiosos y su libro se titula ‘God's Problem: How the Bible Fails to Answer Our Most Important Question – Why We Suffer' [El problema de Dios: Por qué la Biblia no responde nuestra pregunta más importante: ¿Por qué sufrimos?]. Graduado en el Seminario Teológico de Princeton, Ehrman se especializó en Estudios del Nuevo Testamento y es ministro. Convertido en su adolescencia, se dedicó a las Escrituras (se aprendió de memoria libros enteros del Nuevo Testamento) y, aunque vigorosamente devoto, perdió la fe porque, dice, "no podía reconciliar las pretensiones de la fe con los hechos de la vida... Llegué a un punto en que simplemente no podía creer que había un Señor bondadoso y bien dispuesto que estaba a cargo de todo". "El problema del sufrimiento", dice, "se convirtió para mí en un problema de fe".
Gran parte del libro lo dedica a su análisis de pasajes de la Biblia que le dieron alguna vez consuelo, pero que ahora sólo le entregan preguntas sin respuestas: "Dada la teología de la selección -que Dios ha elegido al pueblo de Israel para una relación especial con él-, ¿qué se supone que pensaban los antiguos israelitas cuando las cosas no salían como se esperaba?... ¿Cómo explican a la gente el hecho de que el pueblo de Dios sufriera hambre, sequías, y plagas?"
Erhman sabe y revisa las respuestas habituales a estas preguntas: Dios se enfada con los pecaminosos y desobedientes; el sufrimiento redime, como lo demostró Cristo en la cruz; el sufrimiento induce a la humildad y es un antídoto del orgullo; el sufrimiento es una prueba de la fe -pero las encuentra poco convincentes y horribles en sus modos, tal como los eventos que no pueden explicar: "Si Dios tortura, mutila y asesina simplemente para ver cómo reaccionamos -para ver si no lo responsabilizan a él mismo, cuando de hecho él es el responsable-, entonces no me parece a mí que este Dios merezca ser adorado".
Y en cuanto al argumento (derivado de las palabras de Dios en el torbellino en el Libro de Job) de que Dios existe a un nivel mucho más allá de la comprensión de aquellos que se quejan sobre sus modos, "¿no implica esta visión que Dios puede mutilar, atormentar y matar a voluntad y que no es imputable de ello?... ¿Es esto bueno?"
Estas preguntas son tan viejas como Epicuro, que les dio forma canónica: "O bien Zeus no es capaz de eliminar el sufrimiento, en cuyo caso no es lo bastante poderoso como para ser considerado un Dios supremo, o bien Zeus tiene el poder de eliminar el mal, pero no quiere emplearlo, en cuyo caso no es lo bastante honrado como para ser adorado como deidad suprema". Hume, en voz de Philo, argumenta: "¿Quiere Dios evitar el mal, pero no puede? Entonces es impotente. ¿Puede, pero no quiere? Entonces es malévolo ¿Quiere o puede? ¿Por qué hay, pues, mal?"
Se han escrito muchos libros de teología y filosofía en respuesta a los rompecabezas de Epicuro, pero el de Ehrman no es uno de ellos. Lo que lo impulsa no es la fascinación con los acertijos intelectuales, sino la angustia que le produce ver lo que ve cuando abre los ojos. "Si podía hacer milagros por su pueblo en toda la Biblia. ¿dónde estás hoy cuando tu hijo muere en un accidente de carretera, o tu marido enferma de esclerosis?... Realmente no veo ninguna redención en que los bebés etiopes mueran de malnutrición".
El horror del dolor y sufrimiento que cita como ejemplo, lleva a Ehrman a mostrarse desdeñoso con aquellos que responden con fríos y abstractos análisis: "Lo que encuentro moralmente repugnante en esos libros es que están muy alejados del dolor y sufrimiento reales que ocurren en nuestro mundo".
Podría haber estado hablando sobre ‘There Is a God: How the World's Most Notorious Atheist Changed His Mind' [Dios existe. Cómo cambió de opinión el ateo más notorio del mundo], de Antony Flew. Flew, un destacado profesor de filosofía, anunció en 2004 que después de décadas de escribir ensayos y libros desde el punto de vista del ateísmo, ahora cree en Dios. "Cambió de opinión" no es una formulación casual. Flew no quiere llamar conversión a lo que le ocurrió, pues eso sugeriría algo inaccesible al análisis. Su itinerario, nos dice, es mejor verlo como "un peregrinaje de la razón", una extensión de su hábito de toda la vida de "seguir el argumento, sin importar dónde llegue".
Adónde le condujo cuando iba todavía a la escuela, es el mismo lugar al que llegó Ehrman después de muchos años de devota práctica cristiana: "Yo discutía habitualmente con otros niños de que la idea de Dios, que es a la vez omnipotente y perfectamente bondadoso, es incompatible con los manifiestos males e imperfecciones del mundo". Durante gran parte de su carrera, Flew continuó debatiendo con una distinguida lista de filósofos, científicos, teólogos e historiadores. Y luego, poco a poco y para su propia sorpresa, llegó a la conclusión de que su exploración durante décadas "de lo divino, me llevaron de la negación al descubrimiento".
¿Qué descubrió exactamente? Que al interrogar al ateísmo con el mismo rigor que había utilizado para interrogar al teísmo, pudo empezar a sacudir los fundamentos de ese dogmatismo. Plantea a sus colegas ateos la siguiente pregunta: "¿Qué tendría que ocurrir o haber ocurrido para que usted al menos considere la existencia de una mente superior?" Sabe que la piedra angular del credo ateo es un argumento que utilizó él mismo muchas veces: la suficiencia del mundo natural materialista como una explicación de cómo funcionan las cosas. "Señalé", dijo, "que incluso en las entidades más complejas del universo -los seres humanos- son productos de fuerzas físicas y mecánicas inconscientes".
Pero es precisamente la palabra "inconsciente" la que, al final, envía a Flew en otra dirección. ¿Cómo -pregunta- pueden fuerzas que son puramente físicas y mecánicas -fuerzas sin mente, sin conciencia- dar origen a un mundo de propósitos, ideas y proyectos morales? "¿Cómo puede un universo de materia irreflexiva producir seres con fines intrínsecos y capacidades de auto-replicación?"
Flew no niega la potencia explicativa del pensamiento materialista cuando la pregunta es cómo debemos entender las causas físicas de este o ese evento o efecto. Lo que dice es que lo que explica el pensamiento materialista -las intrincadas operaciones de la naturaleza- necesita él mismo una explicación, y el pensamiento materialista no puede entregarla. Los científicos, dice, "tratan de la interacción entre los elementos químicos, mientras que nuestras preguntas tienen que ver con cómo puede algo tener un propósito intrínseco y cómo puede la materia ser controlada por procesos simbólicos?" Estas interrogantes, insiste Flew, existen en niveles enteramente diferentes y el conocimiento obtenido del primero no puede ser utilizado para iluminar el segundo.
En un apéndice, Abraham Varghese explica el punto de Flew con la ayuda de un ejemplo de todos los días: "Sugerir que el ordenador entiende lo que está haciendo es como decir que una línea eléctrica puede meditar sobre la cuestión del libre albedrío y el determinismo en la solución de un problema, o que un reproductor de DVDés entiende y disfruta de la música que toca".
¿Cómo pudieron las conductas con propósito del tipo que realizamos todo el tiempo -comprender, meditar, disfrutar- emerger de electrones y elementos químicos?
El origen habitual de las teorías sobre la vida, observa Flew, están atrapadas en una regresión infinita que sólo se puede detener por una declaración arbitraria del tipo que él mismo solía utilizar: "[...] nuestro conocimiento del universo se detiene en el big bang, que es visto como el hecho último". O: "Las leyes de la física son ‘leyes sin ley', que surgen del vacío". Ahora está convencido de que esos pronunciamientos dan por sentado una pregunta crucial -¿por qué hay algo en lugar de nada?-, una pregunta a la que responde con la misma proposición que defendió durante la mayor parte de su vida: "La única explicación satisfactoria del origen de esa vida ‘con un fin, y auto-replicante' como la que vemos en la Tierra, es un Mente infinitamente inteligente".
¿Considerará Ehrman su posición actual y se reconvertirá si lee el nuevo de Flew? No es probable, porque Flew está firmemente anclado en la postura intelectual que Ehrman encuentra tan árida. Flew asegura a sus lectores que él "no tiene ninguna relación con ninguna de las religiones reveladas" y no "tiene ninguna experiencia personal de Dios o ninguna experiencia que pudiera llamarse sobrenatural o religiosa". Tampoco nos dice en este libro si ha tenido alguna experiencia del dolor y el sufrimiento que impregnan cada frase de Ehrman.
Mientras Ehrman empieza y termina con el problema del mal, Flew sólo dice que es una cuestión que "debemos enfrentar", aunque él no la tratará en este libro porque lo que le preocupa es la pregunta previa "sobre la existencia de Dios". Respondiendo esta pregunta afirmativamente, deja la otra sin responder (uno podría siempre desechar los atributos divinos de poder y benevolencia y alegar que la ausencia del segundo no desmiente la realidad del primero).
De momento, Flew está satisfecho con el progreso intelectual que ha sido capaz de hacer. Ehrman no se satisface con nada, y la pasión e indignación que siente con las manifiestas desigualdades del mundo no se ven disminuidas ni en lo más mínimo cuando escribe sus últimas palabras.
¿Se puede sacar alguna conclusión de estos dos libros, tan similares en sus preocupaciones y tan diferentes en sus modos de resolverlas? ¿Persuade uno al otro?
Quizás un lector individual de alguno de ellos tendrá que cambiar de parecer, pero su principal valor es que juntos dan testimonio de la continua vitalidad y significación de la materia que comparten. Ambas son indagaciones serias en materias que han sido discutidas y debatidas por personas sinceras y sabias durante siglos. El proyecto es antiguo, pero estos autores lo prosiguen con una energía y buena voluntad que invita a más conversaciones con lectores de ambos campos.
En breve, estos libros no trivializan su materia ni demonizan a aquellos que tienen un punto de vista diferente, que es más de lo que se puede decir sobre los esfuerzos de esos escritores ateos de moda cuyo principal argumento parece ser el escarnio.
Por supuesto, Dios pudo haberles devuelto su salud espiritual, pero en lugar de eso, nos dice Pablo en Romanos, "los entregó" a sus propias "mentes réprobas" y a los impulsos de sus voluntades depravadas. Debido a que están por naturaleza "llenos de todo tipo de iniquidades", sólo harán cosas perversas: "fornicación, homicidio, robo, codicia, maldad, engaño". "No hay justo, ni aun uno", declara Pablo. "[...] por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios".
La consecuencia -al menos con estas presupuestos- es que la presencia del mal en el mundo no se puede trazar hasta Dios, que abrió la posibilidad de su emergencia al otorgar a sus criaturas libre albedrío, pero no es responsable de lo que ellos, en la persona de su progenitor Adán, decidan hacer libremente.
Lo que Milton y Pablo ofrecen (no como colaboradores, por supuesto, sino como participantes en la misma tradición) es una solución al principal problema de la teodicea: la existencia del sufrimiento y del mal en un mundo presidido por una deidad benevolente y todopoderosa. La ocurrencia de catástrofes naturales (huracanes, sequías, epidemias) y no naturales (el Holocausto) reviven siempre el problema y provocan angustiadas discusiones sobre este. La convicción, de algunos, de que el problema es intratable conduce a la conclusión de que no existe Dios, una conclusión a la que llegan alegremente autores de libros como ‘The God Delusion', ‘God Is Not Great' y ‘The End of Faith'.
Ahora dos nuevos libros (que serán publicados en los próximos meses) renuevan el debate. Sus autores provienen de direcciones opuestas -una del teísmo al agnosticismo, la otra del ateísmo al teísmo-, pero se encuentran, o más bien cruzan sus caminos, en el tema del dolor y del mal.
Bart D. Ehrman es profesor de estudios religiosos y su libro se titula ‘God's Problem: How the Bible Fails to Answer Our Most Important Question – Why We Suffer' [El problema de Dios: Por qué la Biblia no responde nuestra pregunta más importante: ¿Por qué sufrimos?]. Graduado en el Seminario Teológico de Princeton, Ehrman se especializó en Estudios del Nuevo Testamento y es ministro. Convertido en su adolescencia, se dedicó a las Escrituras (se aprendió de memoria libros enteros del Nuevo Testamento) y, aunque vigorosamente devoto, perdió la fe porque, dice, "no podía reconciliar las pretensiones de la fe con los hechos de la vida... Llegué a un punto en que simplemente no podía creer que había un Señor bondadoso y bien dispuesto que estaba a cargo de todo". "El problema del sufrimiento", dice, "se convirtió para mí en un problema de fe".
Gran parte del libro lo dedica a su análisis de pasajes de la Biblia que le dieron alguna vez consuelo, pero que ahora sólo le entregan preguntas sin respuestas: "Dada la teología de la selección -que Dios ha elegido al pueblo de Israel para una relación especial con él-, ¿qué se supone que pensaban los antiguos israelitas cuando las cosas no salían como se esperaba?... ¿Cómo explican a la gente el hecho de que el pueblo de Dios sufriera hambre, sequías, y plagas?"
Erhman sabe y revisa las respuestas habituales a estas preguntas: Dios se enfada con los pecaminosos y desobedientes; el sufrimiento redime, como lo demostró Cristo en la cruz; el sufrimiento induce a la humildad y es un antídoto del orgullo; el sufrimiento es una prueba de la fe -pero las encuentra poco convincentes y horribles en sus modos, tal como los eventos que no pueden explicar: "Si Dios tortura, mutila y asesina simplemente para ver cómo reaccionamos -para ver si no lo responsabilizan a él mismo, cuando de hecho él es el responsable-, entonces no me parece a mí que este Dios merezca ser adorado".
Y en cuanto al argumento (derivado de las palabras de Dios en el torbellino en el Libro de Job) de que Dios existe a un nivel mucho más allá de la comprensión de aquellos que se quejan sobre sus modos, "¿no implica esta visión que Dios puede mutilar, atormentar y matar a voluntad y que no es imputable de ello?... ¿Es esto bueno?"
Estas preguntas son tan viejas como Epicuro, que les dio forma canónica: "O bien Zeus no es capaz de eliminar el sufrimiento, en cuyo caso no es lo bastante poderoso como para ser considerado un Dios supremo, o bien Zeus tiene el poder de eliminar el mal, pero no quiere emplearlo, en cuyo caso no es lo bastante honrado como para ser adorado como deidad suprema". Hume, en voz de Philo, argumenta: "¿Quiere Dios evitar el mal, pero no puede? Entonces es impotente. ¿Puede, pero no quiere? Entonces es malévolo ¿Quiere o puede? ¿Por qué hay, pues, mal?"
Se han escrito muchos libros de teología y filosofía en respuesta a los rompecabezas de Epicuro, pero el de Ehrman no es uno de ellos. Lo que lo impulsa no es la fascinación con los acertijos intelectuales, sino la angustia que le produce ver lo que ve cuando abre los ojos. "Si podía hacer milagros por su pueblo en toda la Biblia. ¿dónde estás hoy cuando tu hijo muere en un accidente de carretera, o tu marido enferma de esclerosis?... Realmente no veo ninguna redención en que los bebés etiopes mueran de malnutrición".
El horror del dolor y sufrimiento que cita como ejemplo, lleva a Ehrman a mostrarse desdeñoso con aquellos que responden con fríos y abstractos análisis: "Lo que encuentro moralmente repugnante en esos libros es que están muy alejados del dolor y sufrimiento reales que ocurren en nuestro mundo".
Podría haber estado hablando sobre ‘There Is a God: How the World's Most Notorious Atheist Changed His Mind' [Dios existe. Cómo cambió de opinión el ateo más notorio del mundo], de Antony Flew. Flew, un destacado profesor de filosofía, anunció en 2004 que después de décadas de escribir ensayos y libros desde el punto de vista del ateísmo, ahora cree en Dios. "Cambió de opinión" no es una formulación casual. Flew no quiere llamar conversión a lo que le ocurrió, pues eso sugeriría algo inaccesible al análisis. Su itinerario, nos dice, es mejor verlo como "un peregrinaje de la razón", una extensión de su hábito de toda la vida de "seguir el argumento, sin importar dónde llegue".
Adónde le condujo cuando iba todavía a la escuela, es el mismo lugar al que llegó Ehrman después de muchos años de devota práctica cristiana: "Yo discutía habitualmente con otros niños de que la idea de Dios, que es a la vez omnipotente y perfectamente bondadoso, es incompatible con los manifiestos males e imperfecciones del mundo". Durante gran parte de su carrera, Flew continuó debatiendo con una distinguida lista de filósofos, científicos, teólogos e historiadores. Y luego, poco a poco y para su propia sorpresa, llegó a la conclusión de que su exploración durante décadas "de lo divino, me llevaron de la negación al descubrimiento".
¿Qué descubrió exactamente? Que al interrogar al ateísmo con el mismo rigor que había utilizado para interrogar al teísmo, pudo empezar a sacudir los fundamentos de ese dogmatismo. Plantea a sus colegas ateos la siguiente pregunta: "¿Qué tendría que ocurrir o haber ocurrido para que usted al menos considere la existencia de una mente superior?" Sabe que la piedra angular del credo ateo es un argumento que utilizó él mismo muchas veces: la suficiencia del mundo natural materialista como una explicación de cómo funcionan las cosas. "Señalé", dijo, "que incluso en las entidades más complejas del universo -los seres humanos- son productos de fuerzas físicas y mecánicas inconscientes".
Pero es precisamente la palabra "inconsciente" la que, al final, envía a Flew en otra dirección. ¿Cómo -pregunta- pueden fuerzas que son puramente físicas y mecánicas -fuerzas sin mente, sin conciencia- dar origen a un mundo de propósitos, ideas y proyectos morales? "¿Cómo puede un universo de materia irreflexiva producir seres con fines intrínsecos y capacidades de auto-replicación?"
Flew no niega la potencia explicativa del pensamiento materialista cuando la pregunta es cómo debemos entender las causas físicas de este o ese evento o efecto. Lo que dice es que lo que explica el pensamiento materialista -las intrincadas operaciones de la naturaleza- necesita él mismo una explicación, y el pensamiento materialista no puede entregarla. Los científicos, dice, "tratan de la interacción entre los elementos químicos, mientras que nuestras preguntas tienen que ver con cómo puede algo tener un propósito intrínseco y cómo puede la materia ser controlada por procesos simbólicos?" Estas interrogantes, insiste Flew, existen en niveles enteramente diferentes y el conocimiento obtenido del primero no puede ser utilizado para iluminar el segundo.
En un apéndice, Abraham Varghese explica el punto de Flew con la ayuda de un ejemplo de todos los días: "Sugerir que el ordenador entiende lo que está haciendo es como decir que una línea eléctrica puede meditar sobre la cuestión del libre albedrío y el determinismo en la solución de un problema, o que un reproductor de DVDés entiende y disfruta de la música que toca".
¿Cómo pudieron las conductas con propósito del tipo que realizamos todo el tiempo -comprender, meditar, disfrutar- emerger de electrones y elementos químicos?
El origen habitual de las teorías sobre la vida, observa Flew, están atrapadas en una regresión infinita que sólo se puede detener por una declaración arbitraria del tipo que él mismo solía utilizar: "[...] nuestro conocimiento del universo se detiene en el big bang, que es visto como el hecho último". O: "Las leyes de la física son ‘leyes sin ley', que surgen del vacío". Ahora está convencido de que esos pronunciamientos dan por sentado una pregunta crucial -¿por qué hay algo en lugar de nada?-, una pregunta a la que responde con la misma proposición que defendió durante la mayor parte de su vida: "La única explicación satisfactoria del origen de esa vida ‘con un fin, y auto-replicante' como la que vemos en la Tierra, es un Mente infinitamente inteligente".
¿Considerará Ehrman su posición actual y se reconvertirá si lee el nuevo de Flew? No es probable, porque Flew está firmemente anclado en la postura intelectual que Ehrman encuentra tan árida. Flew asegura a sus lectores que él "no tiene ninguna relación con ninguna de las religiones reveladas" y no "tiene ninguna experiencia personal de Dios o ninguna experiencia que pudiera llamarse sobrenatural o religiosa". Tampoco nos dice en este libro si ha tenido alguna experiencia del dolor y el sufrimiento que impregnan cada frase de Ehrman.
Mientras Ehrman empieza y termina con el problema del mal, Flew sólo dice que es una cuestión que "debemos enfrentar", aunque él no la tratará en este libro porque lo que le preocupa es la pregunta previa "sobre la existencia de Dios". Respondiendo esta pregunta afirmativamente, deja la otra sin responder (uno podría siempre desechar los atributos divinos de poder y benevolencia y alegar que la ausencia del segundo no desmiente la realidad del primero).
De momento, Flew está satisfecho con el progreso intelectual que ha sido capaz de hacer. Ehrman no se satisface con nada, y la pasión e indignación que siente con las manifiestas desigualdades del mundo no se ven disminuidas ni en lo más mínimo cuando escribe sus últimas palabras.
¿Se puede sacar alguna conclusión de estos dos libros, tan similares en sus preocupaciones y tan diferentes en sus modos de resolverlas? ¿Persuade uno al otro?
Quizás un lector individual de alguno de ellos tendrá que cambiar de parecer, pero su principal valor es que juntos dan testimonio de la continua vitalidad y significación de la materia que comparten. Ambas son indagaciones serias en materias que han sido discutidas y debatidas por personas sinceras y sabias durante siglos. El proyecto es antiguo, pero estos autores lo prosiguen con una energía y buena voluntad que invita a más conversaciones con lectores de ambos campos.
En breve, estos libros no trivializan su materia ni demonizan a aquellos que tienen un punto de vista diferente, que es más de lo que se puede decir sobre los esfuerzos de esos escritores ateos de moda cuyo principal argumento parece ser el escarnio.
24 de noviembre de 2007
4 de noviembre de 2007
©new york times
©traducción mQh
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