robos y sobornos día y noche
[Damien Cave] Hacen tambalear a Iraq.
Bagdad, Iraq. Desempleados pagan sobornos de quinientos dólares para entrar a la policía. Algunas familias construyen ilegalmente en tierras fiscales, los lavados de coches roban agua de las tuberías públicas, y casi todo lo que el gobierno compra o vende se puede encontrar en el mercado negro.
Los analgésicos para el cáncer (del ministerio de Salud) cuestan ochenta dólares unas cuantas cápsulas; los medidores de electricidad (del ministerio de Electricidad) cuestan doscientos dólares cada uno, e incluso los libros de texto básicos (robados desde el ministerio de Educación) se pueden comprar en las librerías a tres veces su valor en las escuelas.
"Todo el mundo está robando al estado", dijo Adel Adel al-Subihawi, un prominente líder tribal chií en Ciudad Sáder, alzando las manos disgustado. "Es una mesa grande, y todos quieren comer".
La corrupción y el robo no son nuevos en Iraq, y funcionarios de gobierno han prometido resolver esos problemas. Pero mientras funcionarios iraquíes y norteamericanos determinan los efectos del aumento de las tropas estadounidenses este año, hay una creciente sensación de que, aunque la situación de seguridad ha mejorado, Iraq se ha deslizado a nuevas profundidades de ilegalidad.
Un reciente análisis independiente colocó a Iraq como el tercer país más corrupto del mundo. Según Transparencia Internacional, una organización de Berlín que publica el índice todos los años, de los ciento ochenta países estudiados, sólo Somalia y Myanmar superaron a Iraq.
Y el alcance del robo es asombroso. Algunos funcionarios norteamericanos calculan que casi un tercio de lo que ellos gastan en contratos y créditos termina desviado o robado, y una parte de ese dinero va a manos de las milicias chiíes y sunníes. Además, un importante funcionario anticorrupción de Iraq estimaba este otoño -antes de renunciar y huir del país después de que treinta y uno de los empleados de la agencia fueran asesinados en un período de tres años- que desde 2004 habían desaparecido dieciocho mil millones de dólares de fondos del gobierno iraquí en varias tramas de robo.
Según comandantes norteamericanos, estos robos colectivos socavan la capacidad de Iraq de proveer servicios básicos, que son cruciales para sostener los avances logrados recientemente en la situación de seguridad. También siembra una corrosiva desconfianza en la democracia y obstaculiza la reconciliación ya que grupos enquistados en el gobierno chií se oponen a las reformas que pudieran ahondar en esos desvíos de dinero.
En entrevistas en Bagdad, sin embargo, los iraquíes dicen que los robos generalizados les afectaron fuertemente en los terrenos emocional y moral. El Corán es bastante claro sobre el robo: "Dios no acepta a los corruptores", dice un verso. Y para los iraquíes corrientes, aquellos que se avergüenzan del saqueo que tomó lugar inmediatamente después de la caída de Saddam Hussein, la actual era de todo vale es particularmente abrumadora porque casi nadie puede evitar su contaminación.
Para muchos, no se trata de enriquecerse. El robo y la corrupción se han convertido en medios de supervivencia, creando una espiral de transacciones deshonestas que dejan sintiéndose mal a todo el mundo.
Abu Ali es un sunní de veintitrés años con una historia común. Se identifica solamente por su nombre de pila, lo que significa que es padre de Ali, y contó que él, su mujer y su anciana madre y seis familiares más abandonaron su casa al este de Bagdad el año pasado después de recibir amenazas de muerte de parte de milicias chiíes. Primero huyeron a la provincia de Diyala, y cuando allá se puso violento, volvieron a un área más segura de Bagdad -en la ruina y desesperados.
Como importante sostén de la familia, Abu Ali necesitaba un trabajo. Y como muchos iraquíes, sólo veía a un gran empleador: el gobierno. Un vecino que era policía le sugirió que se uniera al cuerpo. Abu Ali preguntó cómo, observando que había más reclutas que posiciones. La respuesta era simple: una mordida de quinientos dólares.
Abu Ali pidió ese dinero prestado hace unos meses y se dirigió a una tienda de celulares en el centro de la ciudad, donde, dijo, un hombre entrado en los veinte lo estaba esperando. El desconocido se identificó como capitán de policía y parecía estar a gusto con la transacción. Su riqueza se hacía notar.
"Tenía un Mercedes plateado", dijo Abu Ali. "Llevaba una gruesa cadena de oro, y un reloj de oro".
Abu Ali trató de conseguir una tarifa más barata, pero no lo logró. Pagó el dinero convenido y empezó a rellenar formularios oficiales. A cambio, dijo, recibió una tarjeta azul con el timbre ‘Ministerio del Interior', que lo declaraba como miembro aceptado de la policía. El hombre con la cadena de oro le dijo que estuviera alerta a un anuncio que se publicaría en la prensa local con la lista de nombres de reclutas aceptados, y que llevara la tarjeta a su primer día de adiestramiento.
"¿Cómo puedo saber si realmente me dan el trabajo?", dijo Abu Ali que había preguntado. "Me dijo: ‘Ya he colocado a setenta u ochenta personas. No te preocupes'".
Cinco meses después, el nombre de Abu Ali apareció en el diario. En septiembre en la academia de policía, dijo, descubrió que la mayoría de los reclutas de su contingente eran de Ciudad Sáder y que todos habían pagado entre cuatrocientos y ochocientos dólares.
"No hay ni una sola persona de los 850 reclutas de mi clase que se haya incorporado a la policía sin pagar", dijo.
Sus jefes, agregó, también reciben los salarios de los reclutas que se marchan, una paga de más de cien dólares al mes. " Nadie lo puede parar", dijo Abu Ali. "La corrupción es generalizada".
Los detalles de la historia de Abu Ali no pudieron ser verificados independientemente, pero se ajustan a las prácticas de pagar sobornos y empleos brujos que se encuentran en cada recoveco del gobierno iraquí, de acuerdo a empleados de gobierno y legisladores iraquíes y funcionarios norteamericanos.
Muchos iraquíes hablan por experiencia personal.
Subihawi, el líder tribal chií de Ciudad Sáder, dijo que hace poco cuando buscó un trabajo para un joven de su tribu, funcionarios del ayuntamiento le dijeron que no había nada disponible, a menos que estuviera dispuesto a pagar.
Otros iraquíes han descrito en entrevistas encuentros similares.
El dinero en efectivo es a menudo la ruta que lleva a los ascensos -con la ayuda de diplomas universitarios falsos, a unos cuarenta dólares- y el robo es bastante habitual. Un empleado de gobierno, que dijo llamarse Abu Muhammad, contó que un alto funcionario del ministerio donde había trabajado hasta hacía poco, vendía ordenadores, impresoras laser, muebles de oficina y otras cosas que parecía que eran pagadas con dineros de los fondos de ayuda norteamericanos. Dijo que el funcionario no fue nunca sorprendido ni procesado.
Haider Abu Laith, ingeniero del ministerio de Cultura, dijo que un amigo cercano y colega ingeniero de una dependencia agrícola del gobierno le había contado hacía poco que estaba bajo presión para inflar los costes de los equipos comprados en el extranjero, de modo que otros altos funcionarios pudieran quedarse con el resto.
Contó que su amigo había renunciado, por temor a que lo mataran si se negaba a hacerlo.
En la principal bodega del ministerio de Salud en Bagdad, las tropas americanas descubrieron este verano que dos camiones llenos de medicinas y equipos médicos habían desaparecido pese a la presencia de guardias de turno -jóvenes con vaqueros lavados al ácido, con el pelo engominado- que dijeron que no vieron nada.
Incluso algunos legisladores admiten que el saqueo era demasiado generalizado como para detenerlo fácilmente. "El tamaño de la corrupción supera la imaginación", dijo Shatha Munthir Abdul Razzaq, miembro del bloque sunní en el parlamento. "Porque no hay leyes duras, no hay castigo para los que roban".
Stuart W. Bowen Jr., que dirige la Oficina del Inspector Especial para la Reconstrucción de Iraq dijo que el primer ministro Nuri Kamal al-Maliki en realidad interrumpió la campaña contra la corrupción este año exigiendo que los investigadores obtuvieran permiso de su oficina antes de procesar a ministros o ex ministros por cargos de corrupción.
Maliki tampoco ha revocado la ley, rechazada por los norteamericanos, que permite que los ministros protejan a sus empleados de ser investigados. "Esas dos posiciones legales dentro del novato gobierno iraquí son incompatibles con la democracia", dijo Bowen en una entrevista. "Ahora tengo más preocupaciones con el problema de la corrupción".
Ali al-Dabbagh, portavoz del primer ministro, dijo que el gobierno está determinado a combatir la corrupción. Y en algunas gasolineras, especialmente donde las tropas norteamericanas han concentrado sus esfuerzos, los iraquíes denuncian menos exigencias de sobornos que antes triplicaban o cuadruplicaban el precio del combustible.
Pero para una enorme cantidad de gente, la supervivencia todavía depende de coger lo que pueden, cuando pueden. Algunos calculan que el desempleo está en el cuarenta por ciento. Para muchos iraquíes, los pequeños hurtos se justifican porque otros se hacen con mucho más y porque la vida cotidiana en Iraq es todavía precaria -una costra de tranquilidad sobre corrientes de sectarismo, pobreza y rabia.
En particular Bagdad está todavía marcada por la desesperación, con más mujeres mendigando en los cruces y con muchos iraquíes que sobreviven día a día, incluso recurriendo al engaño.
Son personas como Sattar Alwan, 41, taxista de oscuros mostachos que vive con casi una docena de familiares en una casa ilegal improvisada construida en terrenos fiscales al este de Bagdad. Dijo que su familia construyó la estructura de ladrillos porque un grupo de pistoleros los expulsaron de su propia casa y no tenían dónde ir.
O como Abbas Wadi Kadhim, 42, que usa un rasposo compresor de aire para extraer agua de tuberías rotas y ganar algo de dinero lavando coches.
Kadhim reconoce que no paga por el agua, ni alquiler por el edificio oficial abandonado a algunos cientos de metros, donde duerme a menudo para estar listo cuando empiezan a llegar los clientes, a las siete de la mañana.
Piense que su gobierno está en deuda con él. Estuvo encarcelado durante el gobierno de Hussein y quedó inválido en la guerra Irán-Iraq. Su antebrazo izquierdo lo tiene tan delgado como el de un niño, y doblado en la muñeca.
"Tengo seis hijos", dijo, rociando un sedán plateado la semana pasada, "y todo lo que recibo son 150 mil dinares iraquíes" -una pensión de invalidez de unos ciento veinte dólares al mes. "No es suficiente".
Kadhim dijo que era de Ciudad Sáder, un enorme proyecto de vivienda social dominado por el Ejército Mahdi, la más prominente milicia chií de Iraq. Sugirió que podía hacer más dinero si fuera menos devoto.
"El trabajo prohibido está lejos de nosotros, tan lejos como los siete mares", dijo, mirando hacia este hacia su viejo barrio.
Sonaba orgulloso. Pasa largas horas fregando coches por cuatro dólares en un sitio vacío con una clara vista del principal estadio de fútbol de Bagdad. Sus clientes le elogian por ser minucioso. Pero como muchos iraquíes que han optado por torcer las reglas, parece inseguro sobre sus fundamentos morales: un poco avergonzado, siempre a la defensiva.
"Este trabajo es mejor que hacer cosas que están prohibidas", dijo, la voz algo más alta. "Es mejor que robar o usar a la gente". "Mientras más honesto sea el trabajo y más duro trabajemos, mejor".
Los analgésicos para el cáncer (del ministerio de Salud) cuestan ochenta dólares unas cuantas cápsulas; los medidores de electricidad (del ministerio de Electricidad) cuestan doscientos dólares cada uno, e incluso los libros de texto básicos (robados desde el ministerio de Educación) se pueden comprar en las librerías a tres veces su valor en las escuelas.
"Todo el mundo está robando al estado", dijo Adel Adel al-Subihawi, un prominente líder tribal chií en Ciudad Sáder, alzando las manos disgustado. "Es una mesa grande, y todos quieren comer".
La corrupción y el robo no son nuevos en Iraq, y funcionarios de gobierno han prometido resolver esos problemas. Pero mientras funcionarios iraquíes y norteamericanos determinan los efectos del aumento de las tropas estadounidenses este año, hay una creciente sensación de que, aunque la situación de seguridad ha mejorado, Iraq se ha deslizado a nuevas profundidades de ilegalidad.
Un reciente análisis independiente colocó a Iraq como el tercer país más corrupto del mundo. Según Transparencia Internacional, una organización de Berlín que publica el índice todos los años, de los ciento ochenta países estudiados, sólo Somalia y Myanmar superaron a Iraq.
Y el alcance del robo es asombroso. Algunos funcionarios norteamericanos calculan que casi un tercio de lo que ellos gastan en contratos y créditos termina desviado o robado, y una parte de ese dinero va a manos de las milicias chiíes y sunníes. Además, un importante funcionario anticorrupción de Iraq estimaba este otoño -antes de renunciar y huir del país después de que treinta y uno de los empleados de la agencia fueran asesinados en un período de tres años- que desde 2004 habían desaparecido dieciocho mil millones de dólares de fondos del gobierno iraquí en varias tramas de robo.
Según comandantes norteamericanos, estos robos colectivos socavan la capacidad de Iraq de proveer servicios básicos, que son cruciales para sostener los avances logrados recientemente en la situación de seguridad. También siembra una corrosiva desconfianza en la democracia y obstaculiza la reconciliación ya que grupos enquistados en el gobierno chií se oponen a las reformas que pudieran ahondar en esos desvíos de dinero.
En entrevistas en Bagdad, sin embargo, los iraquíes dicen que los robos generalizados les afectaron fuertemente en los terrenos emocional y moral. El Corán es bastante claro sobre el robo: "Dios no acepta a los corruptores", dice un verso. Y para los iraquíes corrientes, aquellos que se avergüenzan del saqueo que tomó lugar inmediatamente después de la caída de Saddam Hussein, la actual era de todo vale es particularmente abrumadora porque casi nadie puede evitar su contaminación.
Para muchos, no se trata de enriquecerse. El robo y la corrupción se han convertido en medios de supervivencia, creando una espiral de transacciones deshonestas que dejan sintiéndose mal a todo el mundo.
Abu Ali es un sunní de veintitrés años con una historia común. Se identifica solamente por su nombre de pila, lo que significa que es padre de Ali, y contó que él, su mujer y su anciana madre y seis familiares más abandonaron su casa al este de Bagdad el año pasado después de recibir amenazas de muerte de parte de milicias chiíes. Primero huyeron a la provincia de Diyala, y cuando allá se puso violento, volvieron a un área más segura de Bagdad -en la ruina y desesperados.
Como importante sostén de la familia, Abu Ali necesitaba un trabajo. Y como muchos iraquíes, sólo veía a un gran empleador: el gobierno. Un vecino que era policía le sugirió que se uniera al cuerpo. Abu Ali preguntó cómo, observando que había más reclutas que posiciones. La respuesta era simple: una mordida de quinientos dólares.
Abu Ali pidió ese dinero prestado hace unos meses y se dirigió a una tienda de celulares en el centro de la ciudad, donde, dijo, un hombre entrado en los veinte lo estaba esperando. El desconocido se identificó como capitán de policía y parecía estar a gusto con la transacción. Su riqueza se hacía notar.
"Tenía un Mercedes plateado", dijo Abu Ali. "Llevaba una gruesa cadena de oro, y un reloj de oro".
Abu Ali trató de conseguir una tarifa más barata, pero no lo logró. Pagó el dinero convenido y empezó a rellenar formularios oficiales. A cambio, dijo, recibió una tarjeta azul con el timbre ‘Ministerio del Interior', que lo declaraba como miembro aceptado de la policía. El hombre con la cadena de oro le dijo que estuviera alerta a un anuncio que se publicaría en la prensa local con la lista de nombres de reclutas aceptados, y que llevara la tarjeta a su primer día de adiestramiento.
"¿Cómo puedo saber si realmente me dan el trabajo?", dijo Abu Ali que había preguntado. "Me dijo: ‘Ya he colocado a setenta u ochenta personas. No te preocupes'".
Cinco meses después, el nombre de Abu Ali apareció en el diario. En septiembre en la academia de policía, dijo, descubrió que la mayoría de los reclutas de su contingente eran de Ciudad Sáder y que todos habían pagado entre cuatrocientos y ochocientos dólares.
"No hay ni una sola persona de los 850 reclutas de mi clase que se haya incorporado a la policía sin pagar", dijo.
Sus jefes, agregó, también reciben los salarios de los reclutas que se marchan, una paga de más de cien dólares al mes. " Nadie lo puede parar", dijo Abu Ali. "La corrupción es generalizada".
Los detalles de la historia de Abu Ali no pudieron ser verificados independientemente, pero se ajustan a las prácticas de pagar sobornos y empleos brujos que se encuentran en cada recoveco del gobierno iraquí, de acuerdo a empleados de gobierno y legisladores iraquíes y funcionarios norteamericanos.
Muchos iraquíes hablan por experiencia personal.
Subihawi, el líder tribal chií de Ciudad Sáder, dijo que hace poco cuando buscó un trabajo para un joven de su tribu, funcionarios del ayuntamiento le dijeron que no había nada disponible, a menos que estuviera dispuesto a pagar.
Otros iraquíes han descrito en entrevistas encuentros similares.
El dinero en efectivo es a menudo la ruta que lleva a los ascensos -con la ayuda de diplomas universitarios falsos, a unos cuarenta dólares- y el robo es bastante habitual. Un empleado de gobierno, que dijo llamarse Abu Muhammad, contó que un alto funcionario del ministerio donde había trabajado hasta hacía poco, vendía ordenadores, impresoras laser, muebles de oficina y otras cosas que parecía que eran pagadas con dineros de los fondos de ayuda norteamericanos. Dijo que el funcionario no fue nunca sorprendido ni procesado.
Haider Abu Laith, ingeniero del ministerio de Cultura, dijo que un amigo cercano y colega ingeniero de una dependencia agrícola del gobierno le había contado hacía poco que estaba bajo presión para inflar los costes de los equipos comprados en el extranjero, de modo que otros altos funcionarios pudieran quedarse con el resto.
Contó que su amigo había renunciado, por temor a que lo mataran si se negaba a hacerlo.
En la principal bodega del ministerio de Salud en Bagdad, las tropas americanas descubrieron este verano que dos camiones llenos de medicinas y equipos médicos habían desaparecido pese a la presencia de guardias de turno -jóvenes con vaqueros lavados al ácido, con el pelo engominado- que dijeron que no vieron nada.
Incluso algunos legisladores admiten que el saqueo era demasiado generalizado como para detenerlo fácilmente. "El tamaño de la corrupción supera la imaginación", dijo Shatha Munthir Abdul Razzaq, miembro del bloque sunní en el parlamento. "Porque no hay leyes duras, no hay castigo para los que roban".
Stuart W. Bowen Jr., que dirige la Oficina del Inspector Especial para la Reconstrucción de Iraq dijo que el primer ministro Nuri Kamal al-Maliki en realidad interrumpió la campaña contra la corrupción este año exigiendo que los investigadores obtuvieran permiso de su oficina antes de procesar a ministros o ex ministros por cargos de corrupción.
Maliki tampoco ha revocado la ley, rechazada por los norteamericanos, que permite que los ministros protejan a sus empleados de ser investigados. "Esas dos posiciones legales dentro del novato gobierno iraquí son incompatibles con la democracia", dijo Bowen en una entrevista. "Ahora tengo más preocupaciones con el problema de la corrupción".
Ali al-Dabbagh, portavoz del primer ministro, dijo que el gobierno está determinado a combatir la corrupción. Y en algunas gasolineras, especialmente donde las tropas norteamericanas han concentrado sus esfuerzos, los iraquíes denuncian menos exigencias de sobornos que antes triplicaban o cuadruplicaban el precio del combustible.
Pero para una enorme cantidad de gente, la supervivencia todavía depende de coger lo que pueden, cuando pueden. Algunos calculan que el desempleo está en el cuarenta por ciento. Para muchos iraquíes, los pequeños hurtos se justifican porque otros se hacen con mucho más y porque la vida cotidiana en Iraq es todavía precaria -una costra de tranquilidad sobre corrientes de sectarismo, pobreza y rabia.
En particular Bagdad está todavía marcada por la desesperación, con más mujeres mendigando en los cruces y con muchos iraquíes que sobreviven día a día, incluso recurriendo al engaño.
Son personas como Sattar Alwan, 41, taxista de oscuros mostachos que vive con casi una docena de familiares en una casa ilegal improvisada construida en terrenos fiscales al este de Bagdad. Dijo que su familia construyó la estructura de ladrillos porque un grupo de pistoleros los expulsaron de su propia casa y no tenían dónde ir.
O como Abbas Wadi Kadhim, 42, que usa un rasposo compresor de aire para extraer agua de tuberías rotas y ganar algo de dinero lavando coches.
Kadhim reconoce que no paga por el agua, ni alquiler por el edificio oficial abandonado a algunos cientos de metros, donde duerme a menudo para estar listo cuando empiezan a llegar los clientes, a las siete de la mañana.
Piense que su gobierno está en deuda con él. Estuvo encarcelado durante el gobierno de Hussein y quedó inválido en la guerra Irán-Iraq. Su antebrazo izquierdo lo tiene tan delgado como el de un niño, y doblado en la muñeca.
"Tengo seis hijos", dijo, rociando un sedán plateado la semana pasada, "y todo lo que recibo son 150 mil dinares iraquíes" -una pensión de invalidez de unos ciento veinte dólares al mes. "No es suficiente".
Kadhim dijo que era de Ciudad Sáder, un enorme proyecto de vivienda social dominado por el Ejército Mahdi, la más prominente milicia chií de Iraq. Sugirió que podía hacer más dinero si fuera menos devoto.
"El trabajo prohibido está lejos de nosotros, tan lejos como los siete mares", dijo, mirando hacia este hacia su viejo barrio.
Sonaba orgulloso. Pasa largas horas fregando coches por cuatro dólares en un sitio vacío con una clara vista del principal estadio de fútbol de Bagdad. Sus clientes le elogian por ser minucioso. Pero como muchos iraquíes que han optado por torcer las reglas, parece inseguro sobre sus fundamentos morales: un poco avergonzado, siempre a la defensiva.
"Este trabajo es mejor que hacer cosas que están prohibidas", dijo, la voz algo más alta. "Es mejor que robar o usar a la gente". "Mientras más honesto sea el trabajo y más duro trabajemos, mejor".
Anwar J. Ali, Diana Oliva Cave, Hosham Hussein, Qais Mizher y Abeer Mohammad contribuyeron a este reportaje.
4 de diciembre de 2007
1 de diciembre de 2007
©new york times
©traducción mQh
2 comentarios
Cristian -
Que me dices del gobierno de Lagos y de la Concertación socialista en general, llena de multiples casos de corrupción?
eduardo -